9 de octubre del 2002
El encanto de la globalización
Manuel Talens
Hace un par de años, el ideólogo que fue artífice
del éxito electoral de la derecha en la Comunidad Valenciana elogió
la globalización en esta página con las siguientes palabras: 'En
un momento en que la mundialización ha conseguido adeptos más
allá de los círculos puramente economicistas, una nueva legión
de conciencias –no confundir con desheredados, ¡por favor!– toma partido por
la extensión de los beneficios de la mundialización a través
de la solidaridad'. Desde entonces, los acontecimientos planetarios –crisis
argentina, casos Enron y Worldcom, acelerada agonía de África–
se han ocupado de mostrar un aspecto menos beatífico de esa globalización.
No dudo que los círculos economicistas la sigan defendiendo, porque viven
de eso, pero la supuesta legión de conciencias se dedica más bien
a combatirla.
Aquella frase tan vacía de contenido del político valenciano me
sirve hoy para glosar una noticia que la semana pasada se extendió como
la pólvora por este país. Me estoy refiriendo al duro comunicado
de Andreas Schleef, presidente de SEAT, en el que justificaba la medida de su
empresa de trasladar, desde Martorell (Cataluña) a Bratislava (Eslovaquia),
la fabricación de 20.000 coches del modelo Ibiza, cifra que representa
el 10% de ese modelo y el 5% del total de la planta catalana.
¿Cuál es la razón que provoca el traslado? Muy fácil: 'Quien
nos paga el salario son los clientes', dijo Schleef, lo cual en cristiano significa
que los trabajadores –y no los confundo aquí con desheredados, ¡por favor!–
han de aceptar las condiciones laborales y económicas que les impone
el capital si desean cenar todas las noches y, si no las aceptan, se quedan
sin trabajo. 5.000 empleos corren peligro. Eso, no las mandangas supuestamente
solidarias que sólo sirven para marear la perdiz, son los beneficios
de la globalización neoliberal que nuestro político se guardó
bien de mencionar.
Si mi memoria no falla, el acrónimo SEAT significaba en un principio
'Sociedad española de automóviles de turismo'. Hoy, sin embargo,
quien lo crea es un ingenuo, pues la compañía no solamente dejó
de ser española, sino que tampoco es alemana: vaya usted a saber a quién
pertenece el dinero del grupo Volkswagen que la compró. La primera lección
que ha de aprender todo globalizador neoliberal es que si desea controlar el
mundo no debe tener patria.
Suzuki, la multinacional ¿japonesa?, se fue de Linares (Jaén) a algún
paraíso fiscal más favorable una vez que exprimió el limón
de las exenciones de impuestos con que los gobiernos de Madrid y Andalucía
creyeron atraerla para siempre. SEAT se va ahora de Cataluña a Eslovaquia
por las mismas razones y Ford, que acaba de aumentar su producción en
la planta valenciana de Almussafes, se irá también cuando dejen
de interesarle las condiciones. Las consecuencias sociales de dichas maniobras
suelen ser devastadoras y, por eso, la gente de Bratislava haría mal
en prometérselas tan felices con el regalo envenenado que les va a caer
del cielo: es pan para hoy y hambre para mañana.
¿Quién dijo que el viejo barbudo, tan denostado por los ideólogos
de la misma cofradía que ese otro a quien cito al principio de esta columna,
no tenía razón? Globalizados de todos los países, uníos.
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