Sonia Torres, Abuela de Plaza de Mayo
"Esto fue una cachetada en la cara" El ex director de una secundaria
en Córdoba la acusó por injurias: ella había dicho que
él entregó listas de alumnos a los militares en 1976. Fue juzgada,
ganó el caso y el tribunal fue durísimo con su acusador, confirmando
que efectivamente fue un delator.
Por Mónica Gutiérrez
A Sonia Torres se la ve aliviada de haber regresado al trabajo en Abuelas, a
la atención de su farmacia y de la casa en Argüello, después
de las tres semanas de tensión que pasó. El martes fue absuelta
en el juicio por calumnias e injurias que le inició Tránsito Rigatuso
por decir que el ex director de la Escuela Manuel Belgrano había delatado
alumnos ante los organismos de seguridad en los meses previos al golpe del ‘76.
La sentencia fue tan contundente que no sólo absolvió a la abuela
de Plaza de Mayo sino que además estableció con certeza que Rigatuso
efectivamente entregó listas de chicos que más tarde desaparecieron.
Sonia lleva consigo el dolor y la lucha de haber sido pionera del trabajo de
Abuelas en Córdoba, que nació con ella en 1977. El 26 de marzo
del año anterior los militares se habían llevado a su segunda
hija, Silvina Parodi, embarazada de siete meses, y a su yerno, Daniel Orozco.
"Cuando se aproximaba la fecha del parto me instalé en la Casa Cuna,
les pedí que me permitieran ver a los bebés y a escondidas les
revisaba las manitos, los rasgos, a ver si encontraba algún detalle que
me permitiera ubicarlo", recordó, en charla con Página/12.
–¿Qué sentimientos tuvo el martes, cuando escuchó el fallo?
–En el momento en que el juez dijo "la absuelvo", se encontraron dos
sentimientos: por un lado, haberme liberado de la angustia que tuve todos los
días ahí y, por otro, el recuerdo de Silvina, de la tarea de todos
estos años, de buscar primero a ella, luego a mi nieto. Pensé
en que los chicos del Belgrano en La Perla jugaban, porque no tenían
conciencia de que los iban a matar, todo eso se me vino a la cabeza, por eso
me quebré.
–¿Cómo fue pasar la experiencia de un juicio en su contra?
–Sentarse en el sillón de los acusados fue algo terrible para mí,
yo he sido formada en otros valores. Ocupar el sitial que generalmente ocupan
los delincuentes fue una cachetada en la cara. Me sentí muy mal.
–Usted trabajó en el Belgrano en la época de Rigatuso...
–Yo era celadora del Manuel Belgrano, y seguí trabajando después
de que Silvina egresó. Cuando vino la dictadura, nos echaron a una cantidad
de gente. Nunca pedí la reincorporación, no quería ni pisar
el edificio, de sólo recordar cómo quería mi hija a su
escuela y pensar que de ese colegio salió la sentencia de muerte... Volví
hace poco tiempo, cuando les hicieron un homenaje.
–¿Cómo era Silvina en su adolescencia?
–Leía todo el día, amaba los libros. Era muy buena alumna, uno
de los mejores promedios. Una vez, por cuestiones de mi salud nos tuvimos que
ir a Buenos Aires, pero ella se volvió porque no podía estar sin
su escuela. Egresó en el ‘74 y al año siguiente comenzó
a estudiar Ciencias Económicas. Daniel (Orozco) ya estaba en la facultad,
era ayudante alumno de una cátedra y a fines del ‘75 se casaron. Silvina
ya estaba embarazada, su hijo debió nacer a fines de junio o principios
de julio. Desde entonces lo buscamos. Cuando se aproximaba la fecha del parto,
me había instalado en la Casa Cuna y revisaba a los bebés, sus
manitos, las facciones, los pliegues, a ver si encontraba una característica
de Silvina o de su papá. Una persona que yo conocía me permitía
hacerlo, a escondidas, pero yo no sabía que este señor me dejaba
ver los chicos que se podían ver, pero había otros, en otras salas.
De todos modos, yo le estoy agradecida, porque en ese momento tranquilizó
mi espíritu, mi ansiedad.
–¿Cómo siguió la búsqueda en esos años?
–Visité hospitales y casas cuna de Buenos Aires, del Chaco... como los
cambiaban de lugar y el Tercer Cuerpo abarcaba diez provincias, uno deambulaba
por todos lados buscándola. Nunca pensé que la iban a matar, jamás;
creí que si la encontraban culpable de algo por pensar distinto, por
estar en la otra vereda, le iban a hacer un juicio, la iban a tener en la cárcel,
pero nunca el genocidio que se vino. Silvina no portaba armas, sólo pensaba
distinto, y lo expresaba, formó parte del centro de estudiantes del Belgrano,
y luego también en la universidad.
–¿Cuándo dejó de buscarla?
–Cuando se instauró la democracia y Alfonsín, en quien yo creía,
no supo dar cuenta de qué pasó con los desaparecidos. En ese momento
empezaron a llegar de Europa testimonios de sobrevivientes de La Perla.
–¿Cuánto logró avanzar en la investigación sobre su nieto?
–Hemos detectado varios chicos que podrían ser el hijo de Silvina, en
la Justicia federal se tramita un juicio por la búsqueda, pero todavía
no han decretado los análisis. Como nació en un campo de concentración
la búsqueda es muy difícil, pero no imposible. La primera noticia
que tuvimos la dio una monja de Casa Cuna. Mi otra hija, Giselle, era voluntaria
allí y todos los fines de semana llevaba uno o dos chiquitos a casa,
de visita. Una vez, una hermana le dijo: "No la sobrecargues a tu madre
de trabajo, si ya nació el bebé de Silvina". Ahí le
dio la noticia de que había dado a luz en la cárcel de mujeres
del Buen Pastor. Cuando fuimos allá, la monja directora admitió
que mi hija había estado ahí, pero dijo que los militares se la
habían llevado al sur con el chiquito.
–¿Esas religiosas testimoniaron en la Justicia?
–Sí, fueron a declarar al juzgado, pero negaron todo, aunque reconocieron
que le habían dicho eso a Giselle, dijeron que no sabían más
nada. Hay que recordar que también ellas formaron parte del aparato represivo,
por omisión o por acción.
–¿Cómo se imagina el encuentro con el hijo de Silvina?
–La experiencia nos dice que cada encuentro es diferente. Los chicos tienen
mucho temor de encontrarse con su historia, hay pocos encuentros francos, abiertos.
Lo único que quiero de él es que conozca a su familia de sangre,
mostrarle fotos de sus padres, contarle cómo eran, qué hicieron
durante toda su vida hasta que los desaparecieron, los proyectos que tenían
para él cuando lo encargaron. Estoy segura de que nació, tengo
testimonios y tengo la certeza interior de que vive. Estoy segura de que lo
voy a encontrar. Todos los días lo busco, eso pasó de ser una
obligación moral a ser un hábito, no me puedo acostar sin haber
hecho algo por mi nieto, un llamado, una carta, una averiguación. El
domingo, el único día que no trabajo, voy a llevarle unas flores
a donde está mi hijo Luis, y allí también a Silvina, y
les pido a los chicos que me ayuden a buscarlo. Así la vida es más
llevadera.
–¿Recuerda los primeros tiempos del trabajo en Abuelas?
–Trabajábamos en el local del Servicio de Paz y Justicia, en lo de otros
familiares, pero era todo muy escondido, no era algo abierto. Después,
en la calle Montevideo, donde creo que fue el primer local de Abuelas, entrábamos
de a una, con mucho miedo, me acuerdo de una escalera oscura, así fueron
los primeros tiempos de la búsqueda, como los primeros tiempos de la
Plaza. Eramos muy amenazadas por entonces, además, ser familiar de un
desaparecido era objeto de discriminación.
–La tarea de ustedes logró cambiar eso en la sociedad.
–La gente ha ido conociendo la verdad y nosotros hemos mantenido la memoria
viva, es el pequeño granito de arena que hemos aportado. Hacer marchas,
conmemoraciones, ir a los barrios y a las escuelas a difundir, todo ese trabajo
ha reivindicado la lucha de nuestros hijos, ha tratado de explicar por qué
hicieron lo que hicieron, a puro corazón y a puro amor. Ellos querían
a su país, amaban la Argentina, no querían esta cantidad de excluidos.
Mi hija tenía todo en casa, no lo hizo por carencias, ella trabajaba
por los necesitados, daba todo lo que tenía, su ropa, su tiempo, todo
le parecía superfluo, menos la solidaridad.
–¿Qué experiencias valiosas guarda de la militancia en estos años?
En los últimos tiempos aumentó el número de jóvenes
que aparece en el local de Abuelas buscando su identidad, muchos no son hijos
de desaparecidos; nuestra experiencia hace que cuando nos cuentan su historia
nos demos cuenta. Ellos quisieran a toda costa ser hijos de desaparecidos, es
mucho menos traumático que haber sido abandonados por los padres. A todos
esos jóvenes también los ayudamos a buscar y en algunos casos
hemos conseguido reunirlos con el padre o la madre. Eso también nos llena
de satisfacción, aunque no sean nuestros hijos o nietos.
–¿Cuántos chicos buscan las Abuelas en Córdoba?
–Son como once los bebés apropiados; sucede que pocas madres desaparecieron
acá, hubo cordobesas que se llevaron de otros lugares y hay casos en
que los padres no quieren reconocer que sus hijas estaban embarazadas, o que
cuando las llevaron no sabían que lo estaban