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23 de junio del 2002
Mensaje de una refugiada colombiana en El Salvador para el Día Internacional del Refugiado
La nueva inquilina
Este medio día llevaba a mi hijo a la escuela, bajo el inclemente
sol de El Salvador, y de pronto, la nostalgia, esa maldita nostalgia que se
instaló a vivir en mi alma, me recordó los buenos tiempos en mi
patria. El tiempo en el que creía en todo y le juraba a cualquiera que
no había nada imposible de alcanzar. El tiempo en el que tenía
"asegurado" mi futuro y el de mi hijo; el tiempo en el que vivíamos todos
junto a la familia y nos reuníamos cada sábado o domingo a comer
frijoles. Sin saber que esos eran los mejores momentos y los que alimentarían
vorazmente a mi nueva inquilina: la nostalgia.
Me volví a preguntar qué había pasado con mis 27 años
de trabajo y esfuerzo, esos que me garantizaban que nunca nos iba a faltar lo
indispensable, que las palabras "pobreza", "hambre", "mendigar", "hacinamiento"
y "lástima", nunca visitarían mi alma.. Y como siempre, desde
hace 11 meses, no llegó la respuesta.
Como no ha llegado a las tantas preguntas que me he hecho desde que tuve que
salir de mi país porque alguien a quien ni siquiera conozco, nos condenó
a muerte, a mí y a mi hijo, por decir la verdad. Por querer demostrar
que en Colombia sí hay 3 millones de desplazados internos y unos miles
más en el exilio. Por querer comprobar que la muerte ha dejado más
muertos en vida, que los mismos muertos. Por querer contar que las mujeres del
campo y la selva se quedaron sin sus hombres y andan por ahí vendiéndose
o vendiendo a sus hijos, para no morirse de hambre. Por pintar con imágenes
los pueblos fantasma, las plantaciones y los cultivos arrasados, quemados y
abandonados, que pasaron ahora a manos de los que decretaron desde hace años
el ingreso del horror a mi país.
Por eso, sólo por eso, yo estoy ahora aquí, sin el "futuro seguro"
que me labré. Viviendo en una casa de huéspedes, con todo mi vida
esperando a que la saquen de las 4 maletas y las tres cajas de cartón
en que la metí. Con mis zapatos refundidos entre la caja de juguetes
de mi hijo, con las fotos de mis hermanas y mi mamá guardadas en una
bolsa plástica, para que lleguen bonitas al próximo portarretratos
que les compre; con el libro de cocina colombiana que me traje para que no se
me fuera a olvidar cómo hacer un sancocho de gallina.. Y con mis diplomas
y premios de periodismo arrancados de sus flamantes marcos, para que conste
que sí pasé muchos años de mi vida asegurándome
un buen futuro, para mí y para mi hijo.
Y entonces.. ¿Por qué tengo que esperar a que alguien me regale el almuerzo
de hoy? Porqué estoy recolectando zapatos, ropa, cuadernos y hasta dinero?
¿Por qué tengo que lavar baños y arreglar cuartos, si estuve 4
años en la universidad estudiando periodismo y otros 20 trabajándolo?.
¿Por qué estoy aquí convenciendo a un gobierno extraño
de que me dé permiso para trabajar legalmente? Porqué tengo que
convencer al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, de
que mi hijo necesita estar junto a su familia.. Y yo también..? ¿Por
qué tengo que escribir tantos papeles para demostrarle a un montón
de gente que no conozco, que esos números en sus archivos corresponden
a seres humanos con nombres, con alma, con sueños perdidos, con hijos
sin futuro, con derechos.. Si con DERECHOS: esos que se escriben con doble "D"
y doble "H" y que andan de turno ahora por Colombia.
Y así están todos los demás: Juan Carlos, su esposa y sus
tres hijos; Carlitos, Claudia y sus dos hijos; la viuda del sindicalista, que
llegó también con dos menores; la familia Castro, la señorita
Gómez y el nuevo, que llegó esta semana, augurando que ya vienen
los demás. Haciendo parte de la lista de refugiados en El Salvador, y
agrandando la de Colombianos exiliados en el mundo.
Todos ellos tienen el mismo huésped viviendo en sus almas: la bendita
nostalgia. Sí, ahora la bendigo. porque gracias a ella tengo vivos los
mares, los ríos, las montañas, el desierto y la selva de mi Colombia.
Tengo vivas las caricias de mi madre y los abrazos de mis sobrinos, los regaños
de mis amigos y las advertencias de mis hermanas. Tengo vivo el dolor de ver
a los niños negros en las frías esquinas de Bogotá, aprendiendo
a vivir en el exilio interno, extrañando los platanales y la selva del
Chocó.. Tengo vivas la rabia y la impotencia ante el enemigo oculto y
traicionero.. Y tengo vivas las palabras de Mario Benedetti, cuando decía:
".para matar al hombre de la paz,
para golpear su frente limpia de pesadillas,
tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de la paz,
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte,
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad.
Para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo."