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15 de mayo del 2002
El tercer tiempo
Asamblea Concordia E.R.
Restringiendo el análisis a sólo los últimos 25
años de la historia argentina, hemos vivido en el marco de un estado
que priorizó -en forma planificada y continua- el saqueo y la entrega
de los bienes del pueblo. Seguramente hay muchas maneras de dividir el trágico
proceso iniciado el 24 de marzo de 1976, ya que fueron muy variadas las formas
de lograr ese objetivo motorizado por los grandes centros del poder global.
Pero hay (salvo en los últimos meses) una triste constante: el ascenso
de "representantes" a los puestos de gerencia nacional logrado con el consenso
de la mayoría de la población a través de todas las formas
de manipulación posible, cabalgando en la falta de conciencia política
de amplios sectores de la clase trabajadora, con la complicidad de amplios sectores
del gremialismo y la clase media que eran circunstancialmente beneficiados.
Se fue desde el apoyo a la militarización del estado, hasta el "voto
cuota", mientras se desmantelaba el movimiento obrero organizado, la industria
misma y el tejido social que podía ser la red desde donde generar la
reconstrucción de la resistencia.
En 1997 puede considerarse un primer atisbo de reacción, la primer crisis
política importante, el partido justicialista pierde una elección
luego de una década de triunfos electorales, era la derrota de un partido
que siempre fue votado incluso por muchos muertos. Pero el sistema venía
fabricando desde 1995 el "recambio moral", había surgido una esperanza
popular, el Frepaso devenido en Alianza. Otra vez el consenso popular.
Luego la decepción, el darse cuenta que se apoyó -nuevamente-
más de lo mismo. El aumento de la pobreza y la desocupación, en
un contexto de depresión económica, ahora castigaba más
duramente que nunca también a la clase media.
Es lo que puede considerarse el segundo tiempo. Por primera vez, la suma de
los gerentes del sistema, en todos sus supuestamente diferenciados partidos
políticos, no gozan del apoyo de la mayoría de los "electores".
El esquema tradicional de representatividad comienza a crujir.
El 14 de octubre de 2001 con la anulación premeditada de 4 millones de
votos, y 6 millones de ciudadanos ausentes de las urnas, emerge en forma concreta
y explícita esa crisis de representatividad. Se produce la fractura del
esquema lineal de la constitucionalidad: "el pueblo no gobierna ni delibera
sino a través de sus representantes".
Hay un profundo silencio de la "clase política" que intenta esbozar hipócritas
autocríticas.
Pero ya es tarde, el pueblo quiere hechos y no más palabras. Miles llenan
las calles la tras la declaración de estado de sitio el 19 y 20 de diciembre
2001.
Cae -por primera vez en la historia- un presidente elegido en las urnas sin
intervención militar. Se complementan el hartazgo de la clase media expresado
en el espontáneo "cacerolazo" con movilizaciones a Plaza de Mayo y de
los pobres en saqueos -apoyados en necesidades reales insatisfechas- en su mayoría
organizados por punteros que responden a dirigentes de los partidos del sistema
para precipitar la renuncia del presidente, buscando cambiar un gerente que
consideran agotado, pero no su orientación política. Pero cometen
uno de sus escasos errores, creen que con cambiar la forma será suficiente,
y que lo único que molesta es el corralito.
El cacerolazo persiste mucho más de lo esperado y ahora no hay dirigentes
que los organicen. Sectores de clase media y clase media baja comienzan a organizarse
en asambleas populares y articularse con los antes mal vistos piqueteros y otros
movimientos populares.
Ya ningún gerente goza del apoyo popular y temen ir a elecciones ante
la certeza del rechazo electoral que sufrirán, desligitimando todo mandato
desde el caduco sistema representativo constitucional.
Los aparatos electorales de la izquierda argentina, también saben que
durante 18 años de democracia formal, no fueron capaces de crear una
alternativa real al sistema dominante y que ahora las incipientes organizaciones
populares les pasarán la debida factura. Sólo les queda participar
desde las bases, no desde sus verticales y obsoletos aparatos.
Pronto llegará el tercer tiempo, el de la construcción orgánica.
Será necesario demoler viejas estructuras para permitir la construcción
de lo nuevo.
Hay mucho por hacer, pero en imprescindible consensuar objetivos, y diseñar
estrategias paro lograrlos.
Es el momento de repensar todo lo actuado, de corregir errores, dejar irrumpir
lo nuevo. Las asambleas tendrán que reflexionar que no existe nada perfectamente
plano en la realidad, dejar de confundir asambleas populares con asambleísmo
o terapias grupales, se deben diseñar y ejecutar políticas populares.
Las asambleas son un colectivo que se reúne para llegar a algún
fin a través de algún canino, por lo cual el fin debe ser el primero
en ser fijado y trabajar a diario en el camino, que es la estrategia. El asambleismo
es la actividad de armar y participar de asambleas por el hecho mismo de hacerlo.
Los movimientos piqueteros, posiblemente deberán dejar de buscar líderes
carismáticos que les enseñen el camino y potenciar la militancia
y estima personal, para evitar nuevas traiciones a las bases.
Asambleas, piqueteros, movimientos populares democráticos soberanos,
son las nuevas formas de construcción política en medio de la
devastación. No más máquinas electorales, no más
vanguardias iluminadas.
Es fácil de decir, pero solamente será posible si a la política
con sus objetivos y sus estrategias nos animamos a hacerla nosotros, el pueblo.
El tercer tiempo nos espera.
elmensajero@concordia.com.ar