Jóvenes sin techo que aprendieron a restaurar edificios con historia
Dos de ellos trabajaban como cartoneros. Otro vivía en una plaza de
Barrio Norte. Este año se capacitaron como restauradores y ya recuperaron
varios edificios en el casco histórico de la ciudad.
Por Eduardo Videla
Fabio se calza el delantal y el casco, sube al andamio y comienza a trabajar
en los revoques derruidos del pasaje La Piedad, cerca del Congreso Nacional.
Tiene 36 años y desde hace unos meses se desempeña en su nuevo
oficio de restaurador, que aprendió en la Escuela Taller del Casco Histórico.
Allí empezó a estudiar este año, tras dejar una vida de
sobresaltos y abandono, como habitante sin techo de la plaza Vicente López,
en Barrio Norte. Ahora es uno de los 140 alumnos de esa escuela, que aprendieron
técnicas de yesería, pintura de obra, albañilería
y molduras. Su itinerario es similar al que recorrieron Daniel e Iván,
dos amigos salteños que no pasan los 20 años y trabajaban como
cartoneros hasta que ingresaron a la escuela de restauración. Ahora son
mano de obra especializada y están a disposición de los vecinos
que viven en edificios considerados patrimonio histórico con problemas
de conservación.
En los buenos tiempos, Fabio era mecánico dental, estaba casado y vivía
con sus cuatro hijos. La vida se le desbarrancó y de golpe se quedó
sin nada, en la calle, de donde "es muy difícil salir, porque no
tenés un domicilio para dar cuando buscás trabajo –dice–, no tenés
ni dónde bañarte y tenés que dormir todos los días
con un ojo abierto". Pero fue en la plaza Vicente López, su hogar
sin techo de Montevideo y Juncal, donde se enteró, por un anuncio en
uno de esos diarios gratuitos, de la existencia de una escuela de restauración.
"La Escuela Taller nació en el 2000, con la idea de capacitar a
jóvenes desempleados de San Telmo y Monserrat, en oficios que se han
ido perdiendo pero que tienen una gran demanda, porque el 60 por ciento de los
edificios de esos barrios tienen problemas en sus fachadas", dijo a Página/12
la subsecretaria de Patrimonio Cultural, Silvia Fajre, en cuya área funciona
el centro de capacitación.
En efecto, son pocos los artesanos que se dedican a la restauración de
edificios y sus servicios suelen resultar caros para los vecinos de recursos
medios o bajos. A esos especialistas se sumaron hace unos días los 140
nuevos restauradores que cursaron los talleres y que, a partir de ahora, están
a disposición de instituciones y vecinos de la zona. Los objetivos de
la escuela coinciden con los de la Dirección de Casco Histórico
de la ciudad: articular la capacitación y las prácticas con la
recuperación y puesta en valor del área más antigua de
la ciudad.
La escuela se convirtió además en un espacio de integración:
junto a profesionales universitarios y gente de clase media con tiempo libre
como para desarrollar habilidades manuales, participaron chicos como Daniel
Rojas (20) e Iván Paz (19), que hasta mayo vivieron en la Villa Dulce,
o en lo que quedó de ella, después de un desalojo, en tiendas
o casillas sobre la calle Pergamino, en Villa Soldati. Sus vidas son como líneas
paralelas: ambos terminaron el año pasado la educación primaria
en una escuela para adultos, los dos vivieron de la recolección de cartones
en la calle, hasta que –otra vez un anuncio en el diario– llegaron a la Escuela
Taller. Y ninguno tiene documentos de identidad, pese a que están en
trámite desde hace una año, porque no aparecen las constancias
de nacimiento en su provincia natal.
El desembarco en la escuela les cambió la vida: primero consiguieron
una habitación de hotel, de las que contrata el gobierno porteño,
y después les salió una beca por cuatro meses por los trabajos
que realizan como alumnos del taller.
Además de los trabajos de restauración en el Pasaje La Piedad,
los alumnos de la Escuela Taller trabajaron en el Convento Santa Catalina de
Siena, en 2001, y luego en el Casal de Catalunya, el Museo Eva Perón,
el Museo de la Ciudad, el edificio La Prensa, la Asociación Patriótica
y Cultural Española y, próximamente, en la ex cervecería
Munich, en la Costanera Sur. En todos los casos, se celebran convenios entre
las instituciones y la Secretaría de Cultura porteñas. "Ellos
aportan losmateriales, los seguros de ART, cascos y arneses, y de ser posible,
el pago de las becas. Nosotros llevamos los alumnos, que aprenden trabajando",
explica la coordinadora de la Escuela, Cristina Malfa.
El taller funciona en Moreno al 300, un local de la Manzana Franciscana cedido
por su propietario, el Banco Ciudad. Allí, entre moldes de yeso y herramientas,
María Laura Moreno (27) atiende la consulta de un vecino que quiere recuperar
el tono original de una vieja puerta de madera, en su casa chorizo de Monserrat.
Ex empleada de telemarketing, María Laura ya va por el segundo año
y está entre los de mayor experiencia del grupo. Vive en el Bajo Flores
y dice que seguirá cursando el año próximo, para cuando
se prevén los talleres de broncería y vitrales. Su delantal gris
es otra muestra de integración: fue confeccionado por el taller La Estampa,
integrado por ex internas de la cárcel de Ezeiza.