3 de octubre de 2002
Silvio Leiva, otro que murió peleando
Hoy se murió Silvio, a los 32 años. Fueron cuatro
días de internación: convulsiones, fiebre, intervención
quirúrgica de urgencia, drenaje de líquido de los pulmones, terapia
intensiva, hasta que entró en coma y murió.
Desde hace más de un mes que a Silvio se lo veía notablemente
desmejorado, pero él lo minimizaba: "una infección urinaria",
decía, "tengo que hacer un poco de reposo, nomás". Y así
seguía cada mañana, aunque faltando a veces, trabajando con sus
compañeros. Vivía en el Barrio La Fe de Lanús, pero participaba
en las asambleas de Villa Urquiza, a pocas cuadras; es que allí el MTD
necesitaba contar con compañeros que dieran una mano en la organización,
y Silvio sabía hacerlo.
El 26 de Junio, en la represión en que mataron a Darío y a Maxi,
ver a Silvio por la tele junto a su compañera Alicia y su hermano Carlos
entrando a la comisaría detenidos por la policía, fue un alivio
para su padre y los vecinos del barrio. Compleja realidad ésta en la
que, ante una represión que dejó muertos y compañeros que
durante las primeras horas no aparecían, nos alegrábamos al saber
que algunos compañeros caían "solamente" detenidos. Don Leiva,
al ver a sus hijos por televisión, vino a avisarnos, y con una mezcla
de preocupación y orgullo, dijo: "mi señora hace años fue
con ellos a sacarme de la comisaría a mí después de un
conflicto gremial, ahora me toca ir a sacarlos a ellos", y de buen ánimo,
fue con un grupo de compañeros a exigir la libertad.
Hace apenas una semana, el 26 de setiembre, Silvio no quiso dejar de estar presente
en el escrache a los asesinos de Maxi y Darío, frente a la misma comisaría
de la que el padre había ido a sacarlo a él y a su hermano. La
jornada fue larga: desde el corte del Puente Pueyrredón hasta la comisaría,
y vuelta a la Estación. Los compañeros que lo notaron débil
le insistieron que se fuera antes, si hacía falta podían pagarle
un remís, pero quiso quedarse hasta el final. El último viernes
coordinó, con Florencia, un Taller de Formación, tarea que le
interesaba especialmente. El sábado ya no pudo levantarse de la cama,
pero no quiso ir al hospital. El lunes, cuando no podía ni siquiera oponer
resistencia, le pidió a la madre que lo ayudara a ponerse la remera que
tenía estampada la figura de Darío, y lo subieron a la ambulancia.
Silvio era portador de HIV, pero quiso que nadie lo supiera. El pensaba que
la noticia podía ser peligrosa para su padre, con problemas de hipertensión,
y su madre, de avanzada edad. Para ocultarlo, evitó acercarse cada miércoles
a la reunión que los compañeros del Frente de Lucha contra el
SIDA organizan en el MTD. Conociendo el resultado de los estudios, intentó
seguir el tratamiento, solo, pero siempre las urgencias económicas de
su familia, su compañera y sus cuatro pibes, estaban primero.
Por balas, miseria o ignorancia, valiosos jóvenes de este pueblo siguen
cayendo. Silvio era consciente de esto, y había elegido desarrollarlo
en su militancia y en los talleres de Formación; aunque, equivocado,
subestimó el valor de su propia vida. Dentro de su compromiso cotidiano,
se reservó una cuota de egoísmo, y nos privó a sus compañeros
y amigos de la posibilidad de ayudarlo.
Cuando el lunes supo que la ambulancia lo llevaría a terminar de morir
al hospital, Silvio eligió llevarse puesta la remera con la figura estampada
de Darío. Una frase acompaña, justo sobre el pecho, la imagen
del compañero caído: "Ni muertos nos detendrán".
mtd_lanus@yahoo.com.ar
en la Coordinadora Anibal Veron