|
Demetrio Iramain
Detrás de la polémica originada tras una crónica con opinión de la periodista
Stella Calloni(*) surge la apuesta política de fondo: ante la grieta abierta
en la burguesía, cierto progresismo reclama la presencia de las instituciones
para garantizar la continuidad de un sistema democrático abuenado, aunque
en el fondo capitalista, de muerte y de exclusión
He leído con suma atención la crónica con opinión de la periodista Stella
Calloni respecto de la movilización popular del viernes 28 de diciembre, que
desembocó en la renuncia de Rodríguez Saá al cargo de presidente de la Nación.
También, la respuesta de Pablo Kilberg a dicha crónica, es decir: a la particular
visión de la cronista. Tras ello, la carta desgraciada y carente de ubicación
de la señora Calloni contestando las legítimas objeciones de Kilberg.
En primer lugar, quiero aclarar que yo sí sé quién es Pablo Kilberg. No es
un "service", como sugiere sin pelos en la lengua, parada en la cúspide de
sus títulos intelectuales, arrogante y soberbiamente la señora Calloni. Pablo
Kilberg es un militante popular, de la causa revolucionaria, que colabora
activamente con la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Con gran esfuerzo y
pasión militantes, Pablo suele quedarse horas y horas navegando por internet
buscando fotos para ilustrar los envíos electrónicos de las Madres, o tipeando
los comunicados que recorren el mundo llevando la palabra clara y radicalizada
de las revolucionarias mujeres del pañuelo blanco. Además, Kilberg no sólo
reenvía a su interminable lista de correo noticias sobre Cuba, como reconoce
Calloni, sino también importante contrainformación sobre las causas de los
pueblos palestino, vasco, colombiano, peruano, y tantos otros levantados en
armas, piedras y pasos contra el imperialismo. Sin embargo, la tarea particular
y concreta que Pablo Kilberg realiza junto a las Madres o sentado horas y
horas frente a la computadora de su casa, no le impide asistir a las movilizaciones,
combatir junto al resto del pueblo contra las fuerzas policiales y resistir
los planes patronales en su trabajo duro y mal pago. Ejemplo: durante aquel
viernes 28 de diciembre que la señora Calloni describe con poca precisión
en su informe, Pablo Kilberg acompañó a las Madres de Plaza de Mayo en su
movilización a la Plaza y orilló junto a ellas y el resto del pueblo la Casa
de gobierno.
No llevaban "botellas de cerveza" ni "actuaban a contrapelo del resto", como
afirma erróneamente –¿o malintencionadamente?- la cronista en cuestión. Más
bien portaban banderas azules con la consiga "¡Ni un paso atrás!" y eran reconocidos
por la multitud al grito de "Madres de la plaza, el pueblo las abraza", y
no, como expresa Calloni, por un tibio y "pequeño burgués con berrinche" alarido
de "miles y miles en las calles de todo el país hacen mucho más que cien violentos",
o "ya logramos lo que queríamos, renunció uno (Carlos Grosso) y estamos impidiendo
que vengan otros corruptos como José Luis Manzano (ex ministro del Interior
de Menem), no arruinemos la fiesta", o "el mundo está viendo este ejemplo,
no lo deshagamos, no instalemos en la gente el miedo a salir a protestar,
este es un poder, un poder de todo un pueblo". Si bien las Madres y el grupo
grande de compañeros que marcharon detrás de ellas no participaron de los
incidentes ni de la toma del Congreso (la columna regresó a la sede de la
Universidad Popular de las Madres cuando empezaron a producirse las primeras
escenas de violencia), su presencia en la Plaza dio a la movilización un carácter
que la cronista ahorró en su relato, diluyendo la exigencia de las Madres
de liberar a los presos políticos en la aparente operación política de las
mafias peronistas.
Pero intuyo que este es el carozo del asunto y en consecuencia allí centraré
mis palabras. Mi intención al escribir estas líneas no es defender a Pablo
Kilberg de los abusos curriculares de la Calloni, sino más bien apoyar su
posición en el debate político que se intenta menospreciar detrás del bochinche
armado por la cronista.
Respecto de ello, yo me pregunto: ¿por qué la señora Calloni omite en su crónica
mencionar la columna nutrida, organizada y muy aplaudida que encabezaron las
Madres de Plaza de Mayo? ¿Cómo es que no las vio marchar? ¿No escuchó a la
multitud cantar "libertad, libertad, a los presos por luchar", como entonaron
las Madres y repitió el resto de la Plaza, en lo que fue la única consigna
clara de la noche? ¿No vio acaso las banderas azules de las Madres flamear?
¿Por qué ocultó que el pañuelo blanco de las Madres fue el único símbolo respetado
por la multitud aquella noche? ¿Adónde estaba mirando mientras las Madres
cruzaban de un lado al otro de la plaza y los que manifestaban las aplaudían?
¿Por qué no comparó en su crónica esta inmensa adhesión popular a las Madres
con el repudio generalizado a los sindicalistas de la burocracia, a los políticos
de la dirigencia corrupta y a los líderes de la centro izquierda de derecha
borrados del mapa?
¿Cómo habrá explicado la resistencia de los vecinos de Floresta que rompieron
a piedras y botellas los carros policiales para protestar por los asesinatos
cobardes y el consiguiente amague de impunidad oficial? ¿Qué, acaso eran "grupos
enviados por la mafia peronista"? Y los "saqueos" que empezaron a tumbar al
gobierno de De la Rúa, ¿también los habrá evaluado así? ¿Como una jugarreta
de los punteros peronistas, de las manzaneras duhaldistas, de los fascistas
seineldinistas, de los radicales alfonsinistas, de los devaluacionistas, de
los dolarizacionistas, y no del pueblo hambreado? ¿Se habrá sumado la Calloni
al coro de periodistas que hicieron la distinción entre los que se llevaban
fideos y arroz de los supermercados y los que embolsaban botellas de sidra?
Hasta lo que yo puedo comprender, la lectura de los hechos que Calloni hizo
en aquella crónica tiene correlato con el viraje que han ido tomando los medios
masivos de comunicación con el correr de los días y ante la profundización
de la crisis: tras el apoyo inicial a las movilizaciones populares, surgió
un cómplice silencio que minimizó las nuevas protestas, llegando al extremo
de condenarlas e, incluso, reclamando para ellas la acción policial en defensa
de las instituciones, las familias que protestan pacíficamente, etc. "Hay
también quienes advierten que éste es el precio de una manifestación espontánea
y recuerdan que en las últimas manifestaciones políticas y sindicales hay
un cerco de seguridad para impedir que se infiltren los que aquí llaman 'provocadores
profesionales'", sermonea Calloni.
Sin embargo, entiendo yo que es un error, y una cobardía, explicar la historia
como lo que resulta de las confabulaciones o internas entre los diferentes
sectores del poder. Esta lectura de la realidad, siempre a mano de los que
mastican bronca en voz baja pero no hacen nada para torcer el rumbo de las
cosas, inhibe de la acción a las masas populares. Las deja afuera de la cosa
pública. Las confina a un papel secundario en la escena política. Pero lo
innegable, y a su vez el logro más rotundo, es que durante la rebelión popular
del 19, 20 y 28 de diciembre el pueblo volvió a surgir de entre las sombras
de la noche neoliberal para asumir un papel trascendental como sujeto político
de cambio. Los sectores medios, los desocupados y los pocos trabajadores que
todavía tienen empleo, se reconocieron parte de un mismo todo: el pueblo enfrentándose
a la tiranía del poder, expresada en la policía a caballo, en moto, en helicóptero,
de civil, a tiros, a gases, a picanas.
También, creo oportuno reconocer que estas movilizaciones tuvieron un límite
y demostraron su debilidad. Definitivamente, el pueblo no se movilizó y resistió
la represión –que causó alrededor de 30 muertos- para cambiar al dúo De la
Rúa-Cavallo por el de Duhalde-Ruckauf. Pero a pesar de ello, sería una canallada
calificar a la más impresionante rebelión popular desde la década del 70 para
acá, como una burda maniobra de las mafias peronistas o de la derecha más
extrema. Entiendo que a partir de estas idas y vueltas, avances y retrocesos,
rebeliones populares y posteriores aprovechamientos de la burguesía, podrá
el pueblo acumular experiencias y crecer en la construcción de una dirección
política que sí saque rédito popular de semejantes combates. No será una cronista
quien le abra los ojos al pueblo desconfiando sobre la "inacción policial",
sino el pueblo mismo el que madure y crezca, avance y construya poder, partiendo
de reconocer sus errores, potenciando sus aciertos y corrigiendo sus flaquezas.
Pero sigamos. Hay un párrafo en la crónica de la periodista Calloni que es
por demás significativo. Cuando describe el ingreso de los manifestantes al
Congreso ella dice: "Desde el interior del Congreso se oían caer cristales,
antiguas lámparas y candiles. También, butacas labradas y sillones eran arrojados
a la calle y quemados, los últimos restos de un pasado en el que -como decía
una mujer acongojada- 'Argentina era lo que era: un país en serio'".
En verdad, la mujer acongojada era ella misma. Así parece confesarlo cuando,
en la respuesta arrogante y soberbia que dedica a Kilberg, Calloni se pregunta
(o le pregunta a su "contrincante") en tono melancólico "¿cuán revolucionario
es entrar al edificio del Congreso vacío a romper todo al paso, como si eso
no fuera un patrimonio del pueblo, de todos?". Lo cierto es que, si mal no
recuerdo, la de viernes 28 fue la primera vez que el pueblo pudo ingresar
al Congreso sin la cuña de un diputado, un senador o un ñoqui legislativo.
La acción de romper los cristales, las antiguas lámparas, los candiles, y
quemar la butacas labradas y los sillones, significó, simbólicamente hablando,
la destrucción por parte del pueblo de una institución burguesa clave en la
dominación y la continuidad del régimen de explotación. La señora Calloni
se olvida que tras esos cristales y antiguas lámparas, en esos sillones y
butacas labradas, sesionaron los legisladores que aprobaron, entre otras,
las antipopulares leyes de Obediencia Debida y Punto Final, la de Reforma
del Estado (que autorizó la privatización de las empresas públicas y causó
cientos de miles de desocupados), y más acá en el tiempo el recorte del salario
de empleados estatales y los superpoderes para el ahora echado ex ministro
Cavallo. En aquella gesta popular que dio en llamarse "el santiagazo" pudo
verse algo parecido, sólo que, como ocurrió lejos de la capital y el valor
monetario del "patrimonio de todos" destruido era menor, no causó la ira de
los periodistas e intelectuales progre.
Me parece que en la señora Calloni hay una especie de llamado desesperado
a la continuidad de las instituciones burguesas. Sólo así puede explicarse
su alarma y preocupación ante el avance descontrolado de las masas populares
y lo que ella juzga como "inacción" represiva.
Lo del Congreso ya fue expuesto, pero también hay una acudida frenética y
desgarradora a los favores de la ciega y sorda institución judicial. En un
párrafo de aquella crónica que encendió el debate posterior, Calloni dice
que "por eso el periodismo investiga" –Stella Calloni, agrego yo- "y jueces
como la doctora María Servini de Cubría también quieren llegar al fondo de
lo que está pasando".
Pasa por alto nuestra cronista en cuestión el pasado oscuro de la jueza federal
con competencia electoral, es decir: con más roce y contactos con el poder
político. Por si no lo sabe, informo a la señora Calloni que la doctora Servini
de Cubría fue nombrada funcionaria judicial en tiempos de la dictadura, mientras
la corporación de jueces, camaristas y fiscales hacía oídos ciegos y ojos
sordos a los "hábeas corpus" que los familiares de los desaparecidos presentaban
buscando conocer el paradero de los que sucumbieron bajo la bota militar.
Además, Servini de Cubría es la recordada jueza del caso "Yoma Gate", de la
famosa censura a Tato Bores, de la persecución a militantes populares en la
causa ORP, del sumario a varios empleados suyos por sus actividades gremiales,
de la salvadora "cárcel" de lujo domiciliario para los genocidas reclamados
por tribunales del exterior.
Más sensata fue la desconfianza de las Madres de Plaza de Mayo, quienes, al
jueves siguiente a la represión de la que fueron objeto por parte de la policía
montada y la guardia de infantería, explicaron que "hicimos una presentación
ante la Servini de Cubría por la golpiza que nos dieron, ella nos prometió
que iba a investigar, pero no sabe con quién se metió". Tal vez lo de Stella
Calloni sea un simple lobby a favor de la jueza, previendo que, si los cacerolazos
prosperan y logran tumbar a la actual Corte Suprema de Justicia, será necesario
dotar de legitimidad a los jueces que ya se prueban el gorrito de cortesanos,
entre ellos Servini de Cubría, claro.
En resumen: la escena actual ya es bastamente conocida: ante la inocultable
crisis de la burguesía en el poder, algunos ya comienzan a reubicarse y tomar
partido por la continuidad del régimen: maquillan las instituciones, presentan
funcionarios de recambio, descalifican las movilizaciones populares para ponerles
un cepo o "corralito", hacen de cuenta que algo cambia para que en fondo nada
se disloque. Otros, en cambio, redoblan la apuesta y apuntan cada vez más
alto su exigencia, su denuncia, su confianza en el destino de victoria definitiva
que el pueblo se ha trazado para sí, tras los heroicos combates que sacudieron
las telarañas políticas de este país al sur.
Buenos Aires, 6 de enero de 2001
(*) Stella Calloni es corresponsal de La Jornada en Argentina. Artículo publicado
en La Jornada, México, 30/12/2001,
http://www.jornada.unam.mx/2001/dic01/011230/022n1mun.html