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La lucha continúa

¡Hay que salvar el quiosquito!

Daniel Bilbao

En los palcos del salón, alcahuetes y adulones duhaldistas trataban de impedir que se escuchara a quienes criticaban al padrino. En la calle, las patotas duhaldistas, al conocido grito de "Aquí están, estos son, los soldados de Perón", la emprendían a piedrazos y garrotazos con los militantes de la izquierda. Frepasistas incoherentes e izquierda sin rumbo aportaban sus discursos. La actuación teatral de Humberto Roggero en la Asamblea Legislativa le puso el coherente colofón al sainete de los últimos días.
Este sainete está a tono con la partidocracia que tenemos: vaciada, corrompida, mentirosa, oportunista. Pero los dirigentes no salieron de la galera de un mago, emergieron de una sociedad moralmente debilitada, átona, permisiva, y también oportunista. Las señoras y señores de las cacerolas son los mismos que muy poco tiempo atrás aparecían en los noticieros criticando a los piqueteros que cortaban calles, a los empleados de Aerolíneas Argentinas que les demoraban sus viajes al exterior, a los trabajadores que manifestaban en la city porque les impedían deambular libremente. Ahora, les tocó a ellos, pero ya es tarde. Y no me dan pena.
Este es un país que dejó que desaparecieran a miles de argentinos: "Por algo será". Este es un país que aprobó el desguace del Estado nacional: "Es mal administrador, hay que privatizar". Este es un país que decidió pagar la deuda externa: "Si no pagamos nos van a cortar el crédito". Este es un país que votó a Menem (¡dos veces!) y que después le creyó a De la Rua. Este es un país devorado por la corrupción, donde los corruptos están libres. Este es un país que no le perdonó a Rodríguez Saá la inclusión de Grosso en el gobierno, pero ahora ha resuelto bancar la línea Duhalde-Pierri-Batata, a la que hemos visto ayer en acción.
El panorama es desolador. Los riesgos, muchos y graves. Las fuerzas políticas mayoritarias no sólo carecen de prestigio y legitimidad sino que están desfasadas del tiempo histórico, carecen de razón de existencia. Ya no existe el Estado de Bienestar que les dió sustento. No es posible el bonapartismo de otros tiempos, ni suficiente el mero discurso del voto y la Constitución. Ya no tienen asidero en el presente. Yrigoyen y Perón, como invocación vacía y demagógica, son hoy dos obsolecencias. Sus ideas fundacionales, de defensa del Estado nacional y la justicia social, han sido abandonadas por los partidos que ellos inspiraron. Ayer, peronistas y radicales votaban un presidente a quien el canciller se lo sugirió el Departamento de Estado norteamericano y están resueltos a mantener la política económica que despojó a los argentinos de su dignidad como trabajadores y como ciudadanos.
La estructura política que subsistió hasta hoy fue el marco en el que estos dirigentes lograron lo imposible: fundir a la Argentina. Ahora, sin plata para el latrocinio y el asistencialismo, las respuestas que darán serán siempre prestadas y vendrán de afuera. Pero la bisagra del 20 de diciembre ha modificado las condiciones en que ejercerán, de aquí en más, la administración de la cosa pública. El pueblo ha recuperado la conciencia de la propia fuerza. Ello no quiere decir que el espontaneísmo vaya a marchar en la dirección correcta, pero sí que la sociedad reaccionará ante decisiones o hechos que la afecten.
Sin embargo, la principal preocupación de los dirigentes la dejó claramente expresada Humberto Roggero, a los gritos, cerrando la lista de oradores de la Asamblea Legislativa: "¿No se dan cuenta de que estamos quemando las naves? ¿No se dan cuenta de que si nos va mal a nosotros nos va mal a todos?" Sonó como un angustiado llamado a la reflexión: "¡Muchachos, hay que salvar el quiosquito!". Los ñoquis y alcahuetes aplaudían, con cara de preocupación.

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