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La lucha continúa

Los desocupados
en la rebelión popular del 20 de diciembre:
Crónica desde el Gran Buenos Aires

Trabajadores Desocupados

Hola hola hola... qué tal, ¿estás grabando ya? ¿si? Bueno, soy Cacho, ya nos conocemos, así que...
Empiezo contándote cómo nos organizamos para salir para la Plaza...
El jueves [20 de diciembre] empezó como un dia jodido para nosotros... claro, era jodido para todos, ¿no? con lo que venía pasando... pero digo que era jodido para nosotros, los desocupados que conquistamos un Plan de Empleo en los cortes de ruta, porque después de los piquetes que veníamos haciendo desde hacía una semana para cobrar antes de las fiestas, el Gobierno provincial había anunciado el pago justo para esa mañana. Y con la necesidad que hay, te imaginás... nadie quería correr el riesgo que dejaran de pagar a media mañana por falta de efectivo, como habían echo otras veces. Por más que si pasaba eso seguramente íbamos a tomar el Banco, como hicimos el mes anterior. Así que todos tempranito al banco. Alguno con la radio a pilas, en el aglomeramiento frente al banco tratábamos de informarnos cómo estaba la cosa en la Plaza de Mayo. Nosotros, desde el Movimiento, ya el día anterior habíamos acordado juntarnos en Asamblea General a las dos de la tarde en el galpón comunitario, todos los compañeros de los distintos barrios de la zona que integramos el Movimiento. Mirá que ingenuo, ¿no?. Yo a esa hora, a media mañana, pensaba que se iba a llenar la Plaza de gente, pacíficamente, me imaginaba, qué se yo, cien mil, doscientas mil personas puteándolos a estos hijos de puta hasta que se vayan pero no me imaginaba lo que después pasó.
Pero bueno, fuimos cobrando sin problemas, y me fui del Banco para el rancho en el asentamiento. Le dí, como todos los meses, 140 patacones a la Zulma, porque nos pagan en patacones, ¿sabés? este hijo de puta de Ruckauf paga en bonos, y capaz que encima queda de presidente... le di los patacones a mi jermu [mujer], que como ya sabíamos, enseguida tenía que ir a pagar las deudas al almacén y al quiosco que nos fía la comida. Entre esas deudas y el puchito de plata que le pasamos a mi cuñado que ni siquiera está en los Planes de Empleo, para que pueda parar la olla y alimentar a los 3 pibes, apenas nos quedaban 20 patacones a mí y otro tanto a ella, para los cigarros y algún otro "lujo", como un par de pollitos para las fiestas... todos los meses igual, la guita del cobro dura dos o tres días, y con los alimentos que podamos recibir el mes que conseguimos algo del Municipio a fuerza de marchas y piquetes, así comen nuestros hijos.
Bueno, el más grande de mis pibes, Jorgito, que tiene 15, ayuda un poco en la casa, cuando sale con el carro a cirujear [juntar metales y vidrio para revenderlos al peso], para que puedan comer sus otros 4 hermanos... Cuando lo veo al pibe tener que salir con el carro, y me acuerdo, no hace mucho, tres años hace, que todavía yo laburaba en la papelera y para estas fechas ya contaba con el aguinaldo, no sé, te digo la verdad, se me llenan los ojos de lágrimas, como de impotencia. Pero cuando me agarra así enseguida pienso en los compañeros, en la última lucha que tuvimos, y me imagino cómo va a ser la próxima. Y esta vez, la próxima estaba cerquita, iba a ser esa misma tarde. "Guardá la bronca para ese momento, Cachito", me decía a mí mismo, para adentro. "La bronca hay que sacársela toda junta cuando estamos con los compañeros enfrentando a estos hijos de puta", me repetía, como hago cada vez que me aparece esa angustia acá adentro, en el pecho, y enseguida me esfuerzo por transformarla en bronca. Y como dice César en las asambleas: "¡y la bronca hay que transformarla en organización, compañeros!". Por eso, volvamos a lo de la Plaza. Te decía que pasé por el rancho a dejarle la plata a la Zulma, estuve un rato con los pibes, y en seguida me fuí para el Galpón donde íbamos a reunirnos.
Todavía no eran las doce y media del mediodía, y ya había compañeros reunidos. Habían venido unos compañeros del colegio secundario de la zona, que nos dan una mano con apoyo escolar y alfabetización para adultos en el barrio, y esta vez querían ir a la Plaza con nosotros. Como varios ni siquiera habían comido, compartían un sandwich de milanesa que venden en el almacén a dos por un peso. Creo que fue Aldo al que se le ocurrió traer el televisor de la casa al galpón comunitario, porque ya que nos estábamos juntando ahí, era bueno tener la información de primera mano. Yendo para el galpón, ya en la esquina, don Cosme, ese que nunca se mete en nada, me había dicho que habían reprimido a la mañana en la Plaza, y me preguntó qué íbamos a hacer. Lo invité a la asamblea, aunque casi seguro que no iba a venir, lo invité igual. Y ahí empezamos a armar el rompecabezas de la información: cada uno comentaba lo que había escuchado desde el día anterior, y seguíamos con atención lo que pasaba en la tele: creo que fue Santiago que dijo: "mirá, ahora estos putos de canal 13 hablan de estallido, de bronca popular, cuando hasta ayer defendían al gobierno y ni siquiera sacaban nada cuando estuvimos 12 días en la ruta". Así la discusión política se fue armando hasta la hora de la asamblea.
Bueno, te cuento directamente la asamblea, porque mucho de lo que charlamos antes, después se volvió a charlar ahí: en realidad, cuando a las dos y pico empezaron a llegar masivamente los compañeros, desde hacía un rato ya estábamos viendo en la tele que habían empezado a reprimir de nuevo: mientras les tiraban los caballos encima a las Madres, seguían llegando compañeros al galpón. Cuando empezaron los palos contra los muchachos y las pibas que querían resistir con una sentada pacífica en la Plaza, todo esto era más o menos a las dos, más y más compañeros seguían llegando. Así que las imágenes mostraban que la cosa se iba poniendo cada vez más pesada en la Plaza, y a muchos, estoy seguro que a otros compañeros les pasó lo mismo que a mí, en ese momento nos agarró una sensación mezclada: porque por un lado estábamos seguros que los más decididos, los compañeros que siempre hacíamos la seguridad en los piquetes, muchos de los delegados, iríamos a la Plaza pasara lo que pasara. Pero por otro lado, también sabíamos y comprendíamos que otras compañeras y compañeros, algunos hombres mayores, sentirían miedo ante las imágenes brutales que todos estábamos viendo por la tele.
Ahora que sale el tema del miedo, te cuento: el anuncio del Estado de Sitio, la tarde anterior, creo que no afecta lo mismo en un barrio de la Capital, de Palermo, por ejemplo, que en uno de nuestros barrios, o en la "villa", como dicen ellos. Acá, todos saben que nosotros somos piqueteros, lo saben los vecinos pero también los milicos [policías] de la zona, los punteros [caciques barriales] políticos del Municipio contra quienes los vecinos se fueron volviendo más rebeldes desde que están en el Movimiento, y por eso los punteros nos tienen bronca. Y sobre todo los canas [policías] de la comisaría de la zona, esos milicos renegados de su clase, porque en muchos casos viven en barrios como los nuestros, pero en la Policía les meten una ideología de odio al pueblo, no sé, les hacen creer que son superiores, aunque seguro que tienen un cuñado o un hermano que está en la misma que nosotros. Pero en la Policía los transforman en asesinos, prácticamente, porque parece que disfrutan cuando pueden pegarle un tiro con impunidad a cualquiera de los vagos del barrio... Esos milicos a nosotros nos tienen una bronca bárbara, y con el Estado de Sitio estaban contentos, seguro que pensaban que ahora sí nos iban a dar. Por eso los cacerolazos de la noche anterior, que fueron muy importantes para quebrar el miedo y empezar a voltear a estos hijos de puta de los políticos que gobiernan, se dieron en los barrios de clase media, mayoritariamente en los barrios de la Capital y en los centros comunales, ¿no?. ¡Ni locos íbamos a salir nosotros a la madrugada, ni con cacerolas ni con nada, mientras los milicos patrullaban nuestros barrios deseosos de pescarnos y tirotearnos, como hicieron esa noche!
Así que se dio como un complemento muy importante en esos dos días de lucha: muchos movimientos de desocupados como el nuestro, en los días previos fuimos subiendo la temperatura de la bronca con los piquetes en los grandes hipermercados de capitales multinacionales, porque nosotros no fuimos al mercadito del barrio a saquear, eh, vos sabés bien, fuimos a los grandes hipermercados, donde están las multinacionales que le chupan la sangre al país; siempre charlamos eso en las reuniones de capacitación del Movimiento. Nosotros, que desde hace tiempo veníamos sosteniendo la lucha, te decía, esa noche estuvimos a la espectativa, pero sin salir. Y la clase media, que quizás hasta ahora no había salido a manifestar su bronca en forma masiva, suplantó por esa noche nuestro protagonismo, o mejor dicho, se sumó a la lucha, ¿no?, saliendo con las cacerolas hacia la Plaza deMayo y el Congreso, bancando incluso las represiones que se dieron en la madrugada... Pero bueno, era jueves a las dos de la tarde, todos sentíamos que "el Estado de Sitio se lo meten en el culo", como cantaban la noche anterior y ahora cantábamos nosotros.
La asamblea esta vez fue bien corta. Se escucharon las opiniones más decididas primero, te cuento algunas: por ejemplo, Quito, que tendrá veintipico años, un poco menos que yo, que tengo treinta y dos, dijo con una pasión que nunca antes le había visto: "ahí veíamos en la tele que estos milicos hijos de puta le tiraron los caballos encima a las viejas, loco, y nosotros hace un par de semanas tuvimos un compromiso con las Madres, que nos íbamos a bancar en la lucha. Así que si tocaron a las viejas es como si tocaran a nuestras viejas, loco, yo voy a ir a poner el pecho ahí". Él siempre dice "loco", ¿viste? recién ahora empezó a decir "compañeros". Claro, Quito estaba con todas las pilas y con todo el compromiso desde la marcha de la Resistencia, que desde el Movimiento de desocupados compartimos con las Madres de Plaza de Mayo. Antes de eso, Quito ni siquiera sabía quiénes eran las Madres, pero desde que compartimos aquellos piquetes en la Plaza y que se enteró que, cariñosamente, a las madres podía decírseles "viejas", las adoptó como una bandera de dignidad y lucha.
Después, yo dije directamente lo de mil ochocientos diez, que en esa misma Plaza había empezado la revolución de Mayo, que ahora hacía falta una nueva revolución, y que yo iba para eso, para parir una nueva revolución. Me aplaudieron todos, pero ahora veo que se me fue la mano, porque creo que más allá de todo el heroísmo que hubo esa tarde en los combates en la Plaza, porque fue un verdadero combate popular, eh, más allá de ese heroísmo que hubo, te decía, creo que todavía el conjunto del pueblo no está maduro para una revolución ¿no? ¡Si cuando nos cagaban a tiros ni siquiera teníamos nostros una "molo" para defendernos!. Eso te cuento después... Pero bueno, en ese momento lo sentía así, no te voy a mentir. La asamblea fue corta, te decía, porque viendo lo que pasaba muchos compañeros y compañeras decían que nos dejemos de palabras, que salgamos de una vez para allá. Lo único que faltaba resolver era la sensación de miedo que algunas compañeras y compañeros tenían. "Yo siempre voy a los piquetes con mis tres pibes, y ahora me gustaría estar allá con mis compañeros, pero no tengo con quién dejar a los chicos, y me da miedo ir con ellos", planteó una compañera delegada de grupo, y muchas otras asintieron.
Quien destrabó la situación fue Juan, lo que es raro, porque de tan combativo a veces es medio bruto con los compañeros, pero esta vez hizo el planteo justo: "Compañeros -dijo- creo que esta vez no se trata de que votemos, ni de que convenzamos a ningún compañero. Es una situación jodida, y estamos viendo en la tele que los que vayamos tenemos que saber que vamos a poner el pecho, a los gases o a las balas. Y no lo digo para asustar, sino para que seamos conscientes de lo que está pasando. El pueblo se está jugando las pelotas para echar a estos hijos de remil putas, que tendríamos que colgarlos en esa misma Plaza para que aprendan de una vez. El Movimiento tiene que estar presente ahí, como estuvimos siempre en lucha por la dignidad. Los que sintamos que podamos ir y que la bronca y la rabia es mas fuerte que el miedo, vamos, y quienes tengan que quedarse, sepan que habrá compañeros en la Plaza jugándose el pellejo por todos nosotros!". Otra vez aplausos. Era fenomenal ver la fuerza que transmitían estos compañeros, que a veces, por tener más facilidad de palabra, son los que terminan diciendo en la asamblea lo que estamos pensando todos. Y esa fuerza hacía, no sé cómo explicarte, que la sangre se te calentara por adentro, no sé, pero yo me sentía con más fuerza que nunca. La abuela, que medio que no ve ni escucha y medio que no entiende, preguntó cuando nos vio salir: "¿esta lucha es para defender los Planes de Empleo?" . Y le contestó Marisa "¡Esta lucha es por el cambio social, compañera!" Entre los preparativos para la salida, nos fuimos organizando. A mí me tocaba coordinar con el Toto y Leo la seguridad, pero la verdad es que nunca habíamos estado antes en una situación de enfrentamiento como la que nos esperaba...
Sandra, que siempre está atenta a lo organizativo, se encargó de anotar el nombre, apellido y documento de todos los que íbamos, para el control a la vuelta, y buscó los teléfonos de los abogados de Derechos Humanos para tener a mano. Avisó que se quedaría en la casa durante la tarde, para cualquier control que hubiera que hacer. Coco, que no podría ir, ofreció el teléfono celular de su hermano para que llevaran los compañeros y puedieran comunicarse en caso de problemas. Yo la verdad que no sabía qué decirles a los compañeros que me preguntaban si convenía llevar palos, una mochila con cascotes, clavos miguelito... Pero en seguida, pensando un poco la situación con los compañeros, veíamos que cualquier control policial en el viaje nos dejaría a todos pegados. Así que apenas llevamos los pañuelos para cubrirse la cara, alguna gomera que puediera disimularse entre la ropa, y mucho huevo, mucho aguante, como decimos acá. Bueno, mucho coraje, poné.
Para ir a la Plaza teníamos, del otro lado de la Avenida, la terminal del colectivo que va al Centro. Otras veces ya habíamos arreglado con los choferes que nos llevaran hasta la Plaza de Mayo sin pagar, y confiábamos que esta vez también lo harían. La sorpresa fue cuando salimos para la terminal. Yo no había visto la lista, ¡y recién ahí me dí cuenta que éramos un montón! ¡Hasta tuvimos que decirle a la Rosa, con los problemas respiratorios graves que tenía, que no era conveniente que viniera! Bueno, vino igual, como René y Sixto, los viejos del barrio de enfrente, laburantes de toda la vida, que deberían estar con sus casi setenta años disfrutando de una jubilación que no tienen por falta de aportes de la empresa que después los dejó tirados. Ahora los viejos están en los Planes con nosotros, pero te digo que tienen más entereza que muchos de los vaguitos de 20 años, que a veces por estar en la falopa [droga] tienen menos vitalidad que estos viejos. Pero bueno, querían venir igual, qué se le va a hacer.
Don Sixto, parco en hablar con nosotros, los más pendejos, después en el colectivo se me arrimó, y me dijo: "yo tenía 15 años, y fui con mi padre el 17 de octubre" [de 1945, cuando una gigantesca manifestación sacó a Perón de la cárcel, antes de su primera presidencia]. Así, eso solo me dijo el viejo. Volvió a su asiento, y se quedó mirando por la ventana. ¡El viejo había estado el 17 de octubre, y ahora, cuando me hablaba, le brillaban los ojos! A mí, te digo la verdad, me temblaban las patas en ese viaje hasta la Plaza. ¡Ni que me pasara un tanque por encima me iban a parar esos milicos! Igual, apenas bajamos del colectivo, a seis cuadras de la Plaza, ya se respiraban los gases, y hablamos con ellos, con los viejos y la Rosa, que se volvieran... Con un poco de tristeza pero sabiendo que no iba a soportar los gases y las corridas, don Sixto me dio un apretón de manos que me transmitió como dos mil kilos de energía.
Ah, pero esperá, todavía antes de la Plaza: como te decía, éramos un montón, que además de los viejos y la Rosa, todos éramos muchachos y mujeres jóvenes. Con las condiciones de Estado de Sitio que antes te decía en nuestros barrios, teníamos que andar las cuadras hasta la terminal con cuidado, conteniendo las ganas de cantar ese cantito del Estado de Sitio que se metan en el culo... Llegando a la terminal, dos patrullas sobre la avenida se dan cuenta de nuestra presencia, y bajan cuatro milicos de cada camioneta, pajean las itakas [escopetas recortadas] y se ponen como para disparar. Fijate vos qué falta de experiencia, que yo digo: éstos deben estar acá por el cagazo a los saqueos, así que si les digo que vamos a la Plaza de Mayo, se van a quedar en el molde. Por suerte los choferes de la terminal nos hicieron subir rápido en distintos colectivos, para que no se note mucho la multitud, y salimos. Apenas salimos, le preguntamos al chofer por la posición del Sindicato de Choferes, la UTA, que está en la CGT con Moyano. "Como siempre, cuando las papas queman se esconden abajo de la cama, y después vas a ver, van a salir a decir que el pueblo es maravilloso, y todo eso. Son la misma mierda que los políticos", nos dijo.
A las veinte cuadras, una patrulla de la [policía] Bonaerense se cruza delante del colectivo para detenerlo, nos rodean apuntando por las ventanillas, y le gritan al chofer: "¿vos sos el interno 147? ¿a vos te tomaron el micro?" ¡Los vigilantes que nos vieron salir, no hicieron a tiempo a reaccionar, pero avisaron por radio a otra patrulla para que nos detuviera! En una de esas actitudes chiquitas pero que deciden una situación grande, el chofer les contesta que no, que en este colectivo éramos todos pasajeros con boleto, que el que habían tomado los desocupados había salido por el otro ramal. Después de mirar desde afuera nuestras caras de boludos que pusimos, le creyeron al chofer, quitaron la patrulla del medio y nos dejaron pasar. ¡Qué grande el chofer! Esa actitud, más algún otro pasajero que no iba a la Plaza pero nos deseaba suerte, era como reafirmar que no sólo teníamos la razón sino que estaba con nosotros toda la fuerza de un pueblo, la fuerza de los laburantes comunes como el chofer, hasta los que no estaban presentes, toda esa fuerza sentíamos que estaba presente en esos combates por recuperar la Plaza de Mayo.
Bueno, lo que pasó en Buenos Aires esa tarde no te lo voy a contar yo, vos ya sabés, estuviste o leíste los diarios. Aunque muchas veces en los medios ocultan las cosas como realmente son. Eso nos decían los compañeros que se quedaron en el barrio, que en los medios no se notaba todo lo que después les contábamos, y que hablaban de represión por un lado y vandalismo por el otro, como si fuera esa historia de los dos demonios que aplicaron en los setenta, ¿no?. Pero bueno, te cuento entonces algunas cosas que no se vieron en la tele.
Nosotros, una vez que garantizamos que se volvieran al barrio los compañeros que iban a tener problemas para respirar o correr, buscamos la Avenida de Mayo, pensando que por ahí tenía que ser la forma central de retomar la Plaza. Estábamos a dos cuadras, como doscientas, trescientas personas por esquina. Y ahí, apenas llegamos, al ver a todos los compañeros, ¿sabés que pensé? en eso que a veces discutimos en el Movimiento [de desocupados], que somos todos iguales, que no queremos que aparezcan dirigentes entre nosotros... ¡Ahí quedaba clarito que eramos todos iguales! Es cierto que, a veces, como nos pasa a nosotros, algún compañero tiene más facilidad para los trámites administrativos, o sabe más de política y tiene mejor manejo de las relaciones con otras organizaciones o con los funcionarios con los que nos toca negociar. Pero esto no es motivo para definir un dirigente, al contrario, tiene que ser motivación para que otros, muchos, o mejor, todos, aprendamos y nos formemos para tener esa capacidad. Porque fijate ahí: estábamos todos tirando piedras por igual, y todos expuestos a las balas por igual. Sergio, que es quien suele llevar las relaciones políticas del Movimiento, estaba en la primera línea, tirando cascotes con tanta fuerza que parecía que el brazo se le iba a ir con la piedra. En ese momento pensé también que era un orgullo estar rodeado por esa clase de compañeros, y avancé, decidido, los 40 metros que me separaban de la posición donde estaba Sergio parapetado.
Es cierto eso que dicen algunos diarios: tirando piedras y esquivando gases había desde empleados de oficina hasta docentes, hombres grandes y pibes bien jovencitos, estábamos nosotros, otros flacos que parecían universitarios... Esa tarde sí que confluímos quienes pudimos llegar a la Plaza desde los barrios humildes del Gran Buenos Aires, con la juventud de clase media y los empleados bancarios, sin distinciones en las mismas trincheras. Fijate vos que, a un chabón que nosotros le pasábamos limón para refrescar la cara del ardor de los gases, en una corrida por la calle Chacabuco el flaco se mete en un edificio de departamentos, abre la puerta y nos dice que entremos. Como lo miramos medio raro, nos aclaró que vivía ahí, y nos estaba abriendo la puerta para refugiarnos de los gases. ¡Y vivir en un departamento en el microcentro no debe ser nada barato, eh! Pero bueno, ahí lo que nos unificaba era la resistencia en cada bocacalle, en cada barricada que armábamos con los carteles de publicidad y de señalización, todo lo que fueran bienes del Estado o de los bancos o empresas multinacionales.
Fijate que si alguno se ponía a destrozar algo que podía ser de algún particular, o a romper vidrios sin fijarse lo que era, en seguida la mayoría lo paraba. Yo ya había escuchado que había sido así en el Cordobazo, y no sé de dónde lo sabían todos los demás, pero era algo que defendía la mayoría de los que estábamos ahí. Te cuento que en un momento, a eso de las cuatro de la tarde, ya habíamos avanzado con las barricadas hasta media cuadra del Cabildo, en la esquina de Plaza de Mayo. Siempre avanzando y retrocediendo cuando tiraban gases, como la marea, pero como una marea creciente, ¿no? siempre para adelante. Las barricadas con volquetes y los cables que poníamos de vereda a vereda para que no pudieran pasar con los caballos, se veían sólidos, y los milicos solamente podían tirarnos gases para disuadirnos, pero esa barricada bien echa era como una posición ganada.
Fue en ese momento donde los compañeros que estaban cien metros detrás nuestro, se ponen a gritar "¡lo mataron, lo mataron!". El Negro estaba en esa esquina, y viene corriendo a contarnos: en la última desbandada que habían provocado los gases, cuando algunos de los muchachos quedaban paralizados sin poder correr, de una moto se baja un milico, y al pibe que estaba agachado tratando de recuperar aire, con la mirada hacia el piso, le puso un tiro con la pistola nueve milímetros directamente en la cien. ¡Lo fusiló, así como te digo! Yo estaba en la esquina de adelante, pero el Negro, Santiago y los compañeros que estaban ahí lo vieron clarito. Ahí empezó a correrse la bola que estaban tirando con plomo. Otros compañeros habían recogido los casquillos servidos, y eran de 9 milímetros. Nos juntamos todos los que pudimos, hablamos del tema, y analizamos: ¡los asesinos de mierda iban a desalojar las barricadas a tiros! Desde la esquina en que estábamos se empezaba a ver el charco de sangre a cien metros. Te juro que la rabia se me salía por los ojos, que ya me estaban lagrimeando por los gases, pero que me recordaron, justo ahí, la idea esa que había tenido a la mañana cuando pensaba en mi pibe de 15 años teniendo que salir a cirujear con el carro.
¡Hijos de puta! ¡Hijos de remil reputas! La verdad no me acuerdo si lo grité para fuera o para adentro, pero miraba para el cordón de milicos sobre el Cabildo y creo que quien me viera la cara en ese momento no necesitaba escucharme para entender lo que sentía. Y ahí que se veía bien clarito que a fuerza de plomo si era necesario iban a hacer valer su prepotencia, pensé que seguramente ellos tiraban porque estaban recagados en las patas, y que quienes les daban la orden, allá en la Rosada, estaban todavía más cagados que ellos de que ganáramos la Plaza, entráramos a la Rosada y los colgáramos, que eran lo que se merecían, como había dicho Juan en la Asamblea. Y ahí, ¿sabés? me seguía la idea de mi pibe que dejó los estudios en segundo año para ayudar en la casa, con el carro, y que yo no quiero que lo mismo le pase a los otros más chicos que tengo, ¿entendés? Por eso quería llegar a la Plaza, quería que copemos la Plaza para que los gerentes esos del Fondo Monetario vieran que cuando nos decidimos no nos forrean más, y hasta pensé, que cuando nosotros traigamos balas ya van a ver...Pero bueno, más gases, hablamos rápido entre los que estábamos en esa bocacalle, algunos decían de llegar por la calle paralela, hasta que uno dijo, me acuerdo bien clarito: "Pará, hermano" dijo "nos están metiendo plomo y ni siquiera molotov tenemos nosotros!".
Bueno, después decían que en la 9 de Julio había muchísima gente que seguía llegando, y nos fuimos replegando para ahí, por la calle paralela a Avenida de Mayo, no sé cómo se llama. Para garantizar las barricadas y el fuego en cada esquina que íbamos abandonando, para que no puedieran avanzar ni con tanquetas no con las motos, prendíamos fuego todo lo que encontrábamos; o mejor dicho, para ser honesto: las primeras veces yo rompía lo que encontraba, sin sacarme de la cabeza el charco de sangre del compañero fusilado en Chacabuco y Avenida de Mayo, ni la idea de que mis otros cuatro pibes pudieran terminar el secundario en un futuro más digno. Por eso prendía fuego yo, te digo la verdad. Pero es cierto que en cada esquina te encontrabas con alguno, lo conocieras o no, que iba marcando los "objetivos": "esto no que es un edificio de familia, aquel, aquel que es una AFJP" [fondo privado de pensiones] por ejemplo, decía un flaco con pinta de universitario. Después, más cerca de la 9 de Julio, donde todo estaba un poco más tranquilo, si se puede decir así, no faltaba el que se quejaba por la violencia, y decía que no había que romper, que tenía que ser una protesta pacífica. Yo ya estaba más calmado, pero igual ahí me calenté mal: "¡Andá y decile al flaco que mataron que querés que sea pacífica, a los dueños de este Banco, que saquean el país y acá los chicos se mueren de hambre, andá y hablales de paz a los pibes que mataron ayer en el interior [del país] por ir a buscar comida a los supermercados!", le dije, y no sé qué cosas más.
Ya en la 9 de Julio pudimos reagruparnos, verificar que estuvieran todos los compañeros, que habíamos quedado dispersos en distintos grupos, algunos casi asfixiados, otros con heridas de balas de goma, pero ahora un poco más serenos. Ahí en la 9 de julio, que es más amplia, ¿viste?, ahí recuperamos un poco la respiración, y mientras se seguía prendiendo fuego en cada barricada, nos empezamos a cruzar con algunos conocidos, a veces con las caras tapadas, grupos de compañeros de otros movimientos, militantes de distintos lados, algunos compañeros docentes, mucha gente del Gran Buenos Aires, y la tensión de las primeras horas difíciles entre gases y balas se iba transformando en alegría, porque comentábamos, y nos íbamos dando cuenta entre todos, que no pudimos llegar a la Plaza de Mayo, pero ahora todo Buenos Aires era un caos. Pero pará, pará, porque si no parece que me pongo contento por el caos. El caos lo provocan ellos al pensar que reprimiendo nos vamos a seguir quedando mansitos, eh. No es el caos por el caos, sino que sepan que si no nos respetan, si no aprenden a respetar al pueblo, que nadie piense que va a vivir tranquilo sobre la explotación del pueblo. Ese es el mensaje, me parece.
Todo el centro de Buenos Aires humeaba por los incendios de Bancos, ¿viste cómo dejaron el McDonalds? y desde las esquinas más lejanas, se veían las columnas de humo negro que nos marcaban que lo mismo pasaba en otros lados. Un tipo grande, de unos cincuenta y pico, mientras ayudaba a sacar los muebles de una de las sedes bancarias para quemarlos en la esquina, gritaba frente a las cámaras de televisión "¡Estos son los socios de Cavallo, los que nos fundieron a todos, a ver si ahora nos respetan un poco y se van del país!". Y después, hacía un gran esfuerzo para que los vaguitos no se robaran las computadoras: "Acá no robamos nada, compañeros, hagámosle mierda todo lo que ellos nos robaron a todo el pueblo, pero no empecemos a robar porque no vinimos a eso, vinimos a echarlos a la mierda". Los vaguitos son los rateros que a veces roban billeteras en las grandes estaciones de trenes. Creo que se sorprendieron porque alguien los había llamado "compañeros", o no sé por qué, pero ahí nomás hicieron pelota los monitores y las computadoras contra el piso que antes querían llevarse. Yo no sé, pero aunque hablen de vandalismo y todo eso, yo creo que hay un poco de justicia en todo lo que pasó, ¿no? qué se yo, que alguna vez pierdan ellos, viejo. Que nos tengan miedo, que nos respeten. Que sepan que cuando el pueblo se cansa... ¿Cómo era esa frase? Yo creo que la gran mayoría sentíamos que la ciudad incendiada era una respuesta a tanta opresión, tanta burla, tanta muerte de tanto tiempo, que ahí explotó. Por eso creo, o estoy convencido, mejor, que lo que pasó fue un acto de justicia. Justicia Popular, podemos decir, ¿no?
Ahí nomás lo busco al Dani, que siempre sabe calcular los números en las movilizaciones, para preguntarle cuánta gente le parece que había ahí. Me dice el Dani que en ese momento, lo que estaba a la vista sobre la Avenida 9 de Julio solamente, deberían ser alrrededor de diez mil o quince mil personas. Se acerca el profe, que estaba escuchando, y nos dice que tiene que haber alrrededor de 80 mil personas dispersas desde el barrio de San Telmo hasta la Avenida Santa Fe enfrentando la represión. ¡80 mil personas! Yo no sé calcular esas cosas, pero capaz que sí ¿no? También nos cuenta el profe, en un momento de calma, que a él le parecía que desde la Semana Trágica, en 1919 creo que dijo, no había habido este nivel de confrontación popular en el centro de la ciudad desafiando al poder económico y político del país. Que estábamos haciendo historia, que esto no terminaba acá, nos dijo.
Bueno, al rato, ya siendo las 7 y pico, Sonia, que tenía el teléfono celular que nos habían prestado, recibe una llamada de Sandra, que estaba de control en la casa mirando la tele. Ahí nos dice que ya son cinco los muertos, todos por balas de plomo, que hay más de tres mil detenidos, y que el imbécil de De La Rua está por renunciar. Más allá de la noticia de los muertos y heridos, del cansancio y la amenaza todavía latente de las tanquetas y los disparos, ya todos empezamos a sentir toda esa lucha como un triunfo. Recién ahí yo me serené un poco más. Después, ya sabés, los festejos ante el anuncio que había caído el gobierno, los autos de civil sin patente sobre la 9 de julio disparando a la multitud, el repliegue al anochecer hasta la terminal de micros. Ahí ya había que controlar un poco la euforia, porque la presencia de gente era menor, y estaba lleno de ratis [secretas] de civil. Juntamos algunas monedas, y una vez más con la complicidad de los choferes, a pesar de la fuerte presencia policial, subíamos muchos sacando pocos boletos. La desconfianza hacia algún pasajero que pudiera ser un cana de civil, nos mantuvo la alegría contenida hasta que vajamos cerca del barrio. Por suerte no pasó nada, y llegamos todos bien.
Fuimos para el galpón comunitario, y ya en el barrio, dimos rienda suelta a la alegría. Los compañeros nos esperaban ahí, y nos recibieron con cantos y aplausos. Otros vecinos nos preguntaban si estábamos todos bien, si había alguno de nosotros herido. Los más viejos, emocionados, nos felicitaban. Nos quedamos hasta la madrugada compartiendo las anécdotas y contándole al resto de los compañeros cómo lo habíamos vivido cada uno. Analizábamos con pasión lo que hicimos bien, y lo que nos faltó. La Tana propuso que organicemos un homenaje a los motoqueros [mensajeros], que se jugaron las pelotas transportando heridos, chuceando a los caballos de la montada, transportando piedras y transmitiendo la información de un lado a otro. A esa altura, ya sabíamos que dos de los muertos eran compañeros motoqueros. Quito opinó que dentro de las cosas que habían cambiado, estaban los cantitos: ya no corría más ese que decía "a vos te queda poco Chupete botón...", y ahora teníamos que cantar, como habíamos escuchado en una de las esquinas, "qué cagazo, qué cagazo, echamos a De la Rúa, los hijos del Cordobazo".
¿Que cómo sigue esto ahora? ¡Qué se yo! ¡Apenas echamos a un puñado de hijos de puta, pero quedan un montón, já! No sé, hablando en serio, esto no fue, como había exagerado yo en la asamblea del jueves, una revolución social. Falta mucho para eso. Nosotros sabemos, y lo hablamos desde siempre, en los talleres de capacitación del Movimiento, en las discusiones políticas en que hablamos del futuro, de la necesidad de un Cambio Social. Una de nuestras canciones dice "echarlos a todos a la mierda y que gobierne el trabajador", ¿no?. Pero lo que es seguro, que ahora, todo el pueblo, los trabajadores, los que estamos desocupados, estamos muchísimo más fuertes que antes para ese Cambio Social. Creo que lo sabemos nosotros y también lo saben ellos, la clase política y los milicos, que se pegaron un lindo cagazo, y los dueños del poder económico, que por lo menos, quedaron bastante más preocupados que antes. Ya lo hablamos con los compañeros, no tenemos ninguna expectativa en el gobierno que pueda venir, porque como mucho hará un poco de asistencialismo y también, seguro, va a reforzar la represión, porque esto de otra manera no cierra. Por eso creo que vamos a seguir trabajando todos los días, fortaleciendo el Movimiento y articulando con otros sectores, desarrollando nuestros propios emprendimientos productivos, sin confiar en ningún político o sindicalista que se proponga representarnos, desarrollando nuestras propias fuerzas. Generando nuevas relaciones sociales, amasando el Cambio Social desde abajo y desde ahora, como a veces decimos. Hasta echarlos a todos a la mierda y que gobierne el trabajador...
Y si perdemos, porque puede pasar, ¿no? porque nosotros no inventamos la rebeldía, ya hubo antes que nosotros otros, fijate que acá mismo hablamos hace un rato de la Semana Trágica, el 17 de Octubre, el Cordobazo. Y si estamos así es porque esos compañeros no ganaron, ¿no?. Entonces pienso que podemos perder, es cierto, y que si es así, cuando mis pibes que hoy tienen 15, 8, 6, 4 y 3 años, tengan mi edad y todo siga estando mal y sean sus hijos los que pasen necesidades, cuando alguno de mis pibes me increpe y me diga "viejo, ¿qué hizo tu generación cuando yo era chico que este país está hecho pelota?", cuando me pregunte algo así, yo podré contarle que perdimos, pero que dimos, como estamos dando ahora, lo mejor de nosotros para que esto cambie (...). Bueno, disculpá la emoción, pero me pongo así cuando hablo del futuro de los pibes. Mirá, se me está ocurriendo ahora, todavía tengo guardado el pañuelo que usé para cubrirme de los gases, sucio por el tizne de las fogatas. Voy a guardar ese pañuelo para cuando mis pibes sean grandes, un pañuelo cargado de dignidad, como el pañuelo de las Madres, ¿no?. Esa dignidad es la mejor herencia que puedo dejarles a mis hijos...
Después de todo, así como nosotros decimos que el Cambio Social ya lo estamos amasando desde ahora, a partir de la gesta popular del 20 de diciembre, podemos decir lo mismo de la Victoria: más allá del final, ya empezamos a construirla desde ahora.
trabajadoresdesocupados@hotmail.com


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