Argentina,
una navidad
con comida, juguetes y muertos
James Petras
Traducido por
Rebelión
Pablo y Diego corrían por la avenida, pasando mucha gente que entraba
y salía corriendo de supermercados y negocios de electrónica.
Una columna de jóvenes iba por la calle cantando:
Ya se acerca
nochebuena
Ya se acerca navidad
Pero el pueblo esta en la calle
Y el gobierno ya se va…
Pablo agarró el brazo
de Diego y apuntó hacia una calle estrecha:
–Por ahí, –gritó.
Se dieron vuelta abruptamente y comenzaron a correr lo más rápido
que les permitía la brevedad de sus piernitas.
Pablo había pasado durante meses por delante de una tienda de juguetes
al volver de la escuela, deteniéndose a mirar un inmenso volquete rojo
con su cabezal basculante. Incluso trató de arrastrar a su madre al negocio
al acompañarla a hacer sus compras del sábado por la mañana.
No sirvió para nada. Siempre la misma respuesta:
–Hoy no, no hay plata. Otro día, cuando tenga trabajo.
Pero hoy, el 20 de diciembre, todo iba a cambiar. Su padre, su mamá y
sus hermanos mayores habían salido con bolsas.
–Papá Noel vino temprano este año, –le dijo su hermana.
–¡Dile que me traiga el camión rojo! –le gritó Pablo, pero ella
ya había partido.
Pablo se juntó con Diego y caminaron, pasando los neumáticos en
llamas y las esquirlas de vidrio. Diego apuntó hacia su amigo Gustavo
que iba en una bicicleta nueva.
–¿De dónde la sacaste?
–Mi papá me la dio ayer por la noche..
Se fue zigzagueando entre los despojos desparramados por la calle.
Pablo asió el brazo de Diego.
–¡Vamos a buscarnos nuestros regalos de Navidad! –¿Dónde? –Diego lo miró
incrédulo.
–A la tienda de juguetes, –gritó Pablo.
Al acercarse al negocio vieron a un grupo de jóvenes rompiendo vidrieras
y corriendo.
–Ahí es.
Pablo metió la mano por la vidriera destrozada. Agarró el volquete
rojo mientras Diego atrapaba un tren eléctrico.
Oyeron gritos desde el interior de la tienda y comenzaron a correr. Sonó
un tiro. Pablo abrazó su volquete y se agachó. Diego estaba en
el suelo, sangrando. Pablo corrió hasta la esquina y pidió ayuda.
Cuando llegó la ambulancia Diego estaba muerto. Seguía aferrado
firmemente a la locomotora.
Cuando Pablo llegó a su casa, había sacos con comestibles y una
tira de asado, pero todos estaban agitados.
–Tu papá está en el hospital y arrestaron a tu hermano, –sollozó
su madre.
–¡Mataron a Diego! –exclamó Pablo.
El día de Navidad hubo más carne y regalos que en cualquiera Navidad
anterior, pero también más tristeza: Claudio, su padre, estaba
en el hospital, su hermano Mario en la cárcel, y Diego muerto.
Por toda la villa circulaba un olor poco usual a asado y se veía el extraño
espectáculo de niños con bicicletas, y corriendo con zapatillas
Nike nuevas. Pero el silencio dominaba en las casas y entre los
niños en la calle.
Pablo jugaba solo.