Marcelo
Dorado y Luis Gómez
se recuperan en la sala de cirugía
del Hospital Ramos Mejía.
Por Cristian Alarcón
La tarde del
jueves hubo una matanza en Buenos Aires. Los hombres de la Policía Federal,
de uniforme o de civil, raudos sobre sus motos, rudos al bajar de autos sin
identificación, dispararon a matar. Hasta ayer a la noche eran 7 los
muertos sólo en lo que fueron los combates de Plaza de Mayo y el centro
porteño. Los heridos, según cifras oficiales fueron 176, muchos
por disparos de arma de fuego.
Lo cierto es que es imposible, ante los testimonios, negar que la policía
disparó con calibre 9 a las víctimas del 20 de diciembre. Página/12
recorrió ayer las salas de cirugía, habló con los sobrevivientes
y rastreó en las vidas de los muertos: hay en estas historias esa angustiante
mezcla de ternura y brutalidad.
Hay escenas, podría decirse, milagrosas, como la de Martín Galli,
el chico de 26 años al que en el Obelisco una patota de trajeados de
civil le disparó a la cabeza, y aun con la bala en el cráneo,
un hombre lo asistió, lo animó, lo pellizcó durante todo
un viaje en taxi hacia el Argerich para que no sucumbiera, y lo consiguió;
porque Martín está vivo y habla para contarlo.
Hay, también, otras siete historias, pero fatales, como la de Gustavo
Benedetto, un pibe de 23 que trabajaba en un Día% saqueado, de
Villa Madero, y que partió a la plaza, para encontrar la muerte cuando
le dieron en el cuello uno de esos balazos cobardes.
Ayer, con sólo recorrer los hospitales porteños, se podían
ir contando los que salvaron la vida por- que las balas quedaron a centímetros
de lugares vitales del cuerpo, porque llegaron a tiempo, porque hubo alguien
socorriéndolos. Martín Galli, por ejemplo: 26 años, empleado
de una subcontratista que controla medidores de luz de supermercados para Edesur,
familia tipo, madre profesora de historia en escuelas pobres de González
Catán, infancia de barrio en La Matanza, estudiante de filosofía
y letras, jamás partícipe de una marcha, ni de un partido.
Marcelo salió de su casa en San Justo con un amigo, directo a enfrentar
la represión que vio por la tele. Sabía que su madre, Ana Pilar
Sánchez, estaba en el Congreso, peleando junto a sus compañeros
de Suteba. Ella no sabía que él estuviera en el centro, pero ahora
que lo sabe y se siente orgullosa.
El relato de ese intento de asesinato echa luz sobre el método del jueves;
a eso de las 18.30, Martín, su amigo, y Toba, un hombre de unos 40 que
tiene una colonia para chicos pobres en el conurbano, escapaban de los gases.
Alcanzaron a ver que desde una cuatro por cuatro, un Volswagen Polo bordó
y un auto verde, del que no reconocieron modelo, les disparaban con pistolas
9 milímetros. Había un hombre mayor, que cayó. No se sabe
si es Alberto Márquez, de 57, que ingresó muerto al Ramos Mejía.
Y cayó Galli. Toba se volvió buscarlo. Resistió la metralla
de perdigonazos de goma que desde un patrullero le tiraron. Lo fue arrastrando,
le golpeó el pecho, le dio respiración boca a boca, le pidió
por favor que no se muriera.
Consiguió parar un taxi: al chico le dieron convulsiones, el le retuvo
la lengua, y lo pellizcaba, cuenta la madre de Martín, para que no se
durmiera. Martín, con un proyectil en la cabeza que no le han podido
sacar, llegó vivo al Argerich.
En la misma sala que él hay otros dos heridos con balas ³de verdad²,
como dicen los familiares y las víctimas. Pero en el Argerich murieron
tres: Gastón Rivas, de 30; Diego Racagna, de 26 y Carlos Almirón,
de 23 (ver aparte). Los tres fueron baleados. En el caso de Rivas, ayer uno
de los dirigentes del Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes, le dijo
a Página/12 que le dispararon, según pudieron ver otros dos motoqueros,
desde muy corta distancia con un revólver a la cabeza.
Otros muertos fueron llevados al hospital Ramos Mejía: Gustavo Benedetto
y un chico de 25 años, todavía NN, que sería el que cayó
por las balas disparadas desde dentro del HSCB, en Chacabuco y Avenida de Mayo.
En el caso de Benedetto, ayer un familiar le contó a este diario que
el chico no soportó la rabia de ver la represión por TV: llamó
a varios amigos desde su casa en La Tablada, y salió para capital. Estaba
solo. También ledieron en el cráneo. Una de sus hermanos cree
haber visto cuando lo subían a una ambulancia, con una bermuda azul y
zapatillas.
En el Ramos Página/12 accedió a la sala de cirugía. Allí
está Marcelo Dorado, a sus 25, recostado, atado a esas sondas que le
drenan la herida que le rozó el pulmón. Una enfermera amable le
regula el goteo del suero.
Más allá curan la herida a un chico que grita de dolor. Marcelo
está tranquilo. Afuera, preocupados por él, queriéndolo,
hay como cinco amigos y su novia Verónica. El estuvo trabajando hasta
pasadas las cuatro, viendo por televisión lo que ocurría a metros
de su laburo, sobre la Avenida de Mayo. Cuando salió, junto a su amigo
Cristian Barreiro, buscaron un teléfono, y luego se volvieron hacia la
multitud, que en ese momento se enfrentaba a la policía, haciéndola
retroceder por la avenida, desde el centro de la 9 de julio. En eso estaba cuando
arremetió la Federal.
Cristian recuerda: ³Vimos que por los dos costados de Avenida de Mayo avanzaron
dos filas de motos, disparaban se suponía gases, pero no, de repente
me doy vuelta y eran balas, porque ahí vi que caía mi amigo².
Marcelo tiene dos balas imposibles de desmentir metidas en el cuerpo: una pasó
a medio centímetro del pulmón, y quedó entre las costillas,
otra en el muslo izquierdo. Se salvó de un tiro que le dejó un
roce tras la oreja.
A su compañero de la cama de al lado, Luis Gómez, de 35, le dieron
tres disparos. Tiene dos en el costado derecho del pecho, otro en la ingle.
Le duele. Pero no se queja. En la sábana, a su espalda, se ve la mancha
de la sangre que todavía drena. El estaba en la estación de Constitución
cuando en un televisor vio a los caballos sobre los cuerpos de los manifestantes:
³Eso me indignó, ahí nomás salí para la plaza².
Luis estaba en la misma zona en la que cayó Marcelo. Los tiros no salieron
en su caso de uno de los policías motorizados, sino de los que disparaban
desde el cordón de policías a pie. El con la ayuda de un amigo
pudo caminar hasta Venezuela y 9 de julio, cuando ya no soportó el dolor.
Estos sobrevivientes la puntería policial no es tan buena, por suerte
darán testimonio ante la Justicia en la causa por homicidios que se le
inició a Fernando de la Rúa.
También lo hará Martín Galli, el chico que no puede creer
que esté vivo. Ayer su madre contaba la primer conversación que
tuvieron, después de que lo operaron y no pudieron quitarle la bala del
cráneo. ³Mamá, me voy a morir², le dijo él. ³No, hijo,
no te vas a morir². ³Decime la verdad². ³La verdad es que estoy orgullosa de
vos porque estuviste en el frente, luchando. No fue por nada. Tuvieron que irse.
Ganamos². Martín, convaleciente, dudoso sobre su salud, desconfiando
en medio de tanta miseria y drama, sonrió, le sonrió como nunca,
y levantó los brazos: ³¡Ganamos! ¡Ganamos!², le dijo, y rieron felices
juntos.