Osvaldo Bayer Página 12
En una crónica, el periodista Marcelo Bonelli cuenta cómo
el industrial José Ignacio de Mendiguren fue elegido ministro por Duhalde.
Este lo citó y le dijo: "Vasco, quiero que seas mi ministro". Le agregó
que las ideas de De Mendiguren tienen consenso entre radicales y peronistas.
Están avaladas por el sindicalismo y la Iglesia. "Te necesito". Es decir,
ahí estaba el plan de gobierno. Todo seguía igual que siempre.
Los radicales, los peronistas, los gordos de la CGT y la Iglesia. Para qué
más. Lo que cambiaría serían ahora los plazos del corralito,
y nada más. Al corralito de Cavallo le hicieron un portoncito de 25 centímetros
más de ancho. Pero todos aquellos que se hicieron la ilusión de
que todo iba a cambiar, que ahora iba a entrar la moral y la honestidad, quedaron
con la vista fija en el horizonte. Aquellos que dijeron: ahora se va a saber
quién pagó las coimas del Senado, sufrió una nueva decepción.
La República sigue en el camino que nos llevó hasta el fondo.
Pero eso no bastó, ahora vamos a seguir en el fondo, aunque con suerte
vayamos a parar al mar de los Sargazos. Resulta humorísticamente trágico
que varios intelectuales nos quieran demostrar que Duhalde es descendiente directo
de Arturo Jauretche, aquel patriota defensor de lo nacional. Basta leer las
estadísticas de cómo se empobreció el Gran Buenos Aires
durante el gobierno de Duhalde, principalmente en el cierre de fábricas,
para pegar la carcajada en cuanto aquello de "defensor de la riqueza nacional".
Ni el hecho de que jamás cuando fue vice de Menem hizo alguna declaración
sobre la globalización y la liquidación absoluta del patrimonio
nacional y la moral.
La Argentina necesitaba
en diciembre y necesita ahora más que nunca caras nuevas, jóvenes,
y manos limpias que fundaran la Nueva República. Por eso, renovación
total de los cuadros políticos. El juramento ético de que los
autores de la catástrofe moral y material, y sus laderos, jamás
irán a pisar las instituciones republicanas. Necesitamos limpiar el rostro
de la República. Hace pocos días, el diario alemán Frankfurter
Rundschau tituló su principal editorial con palabras que duelen: "La
decadencia argentina". Del brillante progreso universitario y su independencia
en los congresos internacionales, al corralito. Y ya todo se está preparando
para que todo cambie y no se modifique nada. Por ejemplo: ¿se juzgará
alguna vez a los responsables de la cobarde balacera de Plaza de Mayo? Va a
pasar lo mismo que con las coimas de la venta de armas a Croacia y Ecuador.
Más todavía, el sistema se está apresurando a dar su versión.
Leemos en La Nación: De los treinta muertos que dejó el estallido
social que precipitó la renuncia de De la Rúa sólo uno
de cada cuatro falleció por la represión policial. Los restantes
murieron en los incidentes entre civiles, lo que es la consecuencia de un Estado
superado en su capacidad de mantener "el orden". Solapadamente se está
pidiendo: más policía, más represión y va a ver
usted cómo no vuelven a tocar la cacerola. Además se rebaja la
importancia de los muertos: menos son, menos importancia tiene el crimen. Cuando
en realidad, aunque fuera uno solo el muerto sin motivo por la policía,
la sociedad sana tendría que preguntarse: ¿por qué la policía
tiene esa libertad de matar?
Aparte de su editorial,
"La decadencia argentina", el diario alemán describe las condiciones
en que los prisioneros talibanes fueron trasladados a la base norteamericana
de Guantánamo por el ejército estadounidense. Esposados de pies
y manos fueron atados a los asientos del avión para que no pudieran moverse
durante el viaje. Fueron doce horas. Para sus necesidades se les facilitaba
una "sartén higiénica", como ellos llaman a la chata. Describir
más detalles sería caer en el placer de quien inventó en
el ejército norteamericano ese instrumento de tortura moral. Luego, en
la protesta de diputados ingleses por el trato que le dan los yanquis a sus
prisioneros, se dirá que se falta a la Convención de Ginebra.
Encadenados y rasurados son llevados al avión y allí atados a
los asientos. No pueden moverse durante todo el viaje. Al llegar los esperan
celdas pequeñísimas rodeadas de alambre tejido y una chapa de
cinc por techo. Todo esto bajo el sol caribeño, las lluvias, los insectos
y el mal trato de los guardianes, famosos por su crueldad. Los ingleses señalaron
ese trato como Justicia del "Lejano Oeste". Al leer esto me acordé de
los hombres y mujeres prisioneros de los oficiales argentinos, que además
del maltrato eran finalmente arrojados al mar desde los aviones. El mismo proceder,
pareciera que hubieran asistido a la misma escuela -yanquis y argentinos- por
su trato cobarde ante el detenido.
En Guantánamo los
prisioneros serán juzgados militarmente y, es posible, condenados a muerte,
sin derecho a revisión porque esa base no está bajo las leyes
norteamericanas, tiene reglamentos especiales. Donald Rumsfeld, ministro de
Defensa de los Estados Unidos, no les permite a los presos ninguna protesta
porque son soldados ilegales". Fueron trasladados encadenados en peor forma
que los esclavos africanos de siglos pasados, la vista cubierta. El poder por
encima del derecho. El decreto que el presidente Bush firmó para la creación
de los tribunales especiales que juzgarán a esos prisioneros señala
que el juicio no se atendrá a posibles rectificaciones aunque se condene
a muerte a los prisioneros.
Esto es un peligro para
el futuro de los derechos humanos. Se falta así, entre otras, a las convenciones
de La Haya y de Ginebra. Si Estados Unidos impone su criterio, se caerá
todo el andamiaje construido con tanta pasión de los derechos humanos
en el mundo.
Resulta trágicamente
cómico que después de las protestas de los organismos de derechos
humanos contra el trato de los prisioneros por parte de Estados Unidos, haya
salido ahora el general Michael Lehnert para decir que los prisioneros tienen
una colchoneta para dormir y dos toallas, una para secarse y la otra para rezar,
y un cepillo de dientes con el mango cortado. No dice por qué los prisioneros
no deben dormir de noche y que las jaulas están iluminadas permanentemente
con luces halógenas. Cuando al general Lehnert los periodistas le hicieron
notar que en caso de que lloviera los prisioneros se mojaban, él les
contestó con exactitud de militar: Después de la última
lluvia que tuvimos fui hasta allí a ver cómo estaban y "los encontré
bien". Una respuesta que tranquilizó a todos.
Pero, claro, así
como Estados Unidos procede con sus prisioneros de guerra, de la misma manera
obra la Argentina al perdonar y proteger a los peores criminales de guerra de
su historia. El tribunal alemán de Nuremberg acaba de pedir la extradición
de los dos criminales que terminaron con la vida de la estudiante alemana Elisabeth
Käsemann: el coronel Durán Sáenz y el general Sasiaiñ,
como lo había hecho antes con el general Suárez Mason. Pero en
la Argentina, los criminales uniformados son protegidos por todos los gobiernos,
después de la desaparición de personas: por el de Alfonsín,
el de Menem, el de De la Rúa y, ahora, el de Duhalde. Una de las primeras
medidas fue nombrar ministro de Defensa al de siempre, al de obediencia debida
y punto final, a Jaunarena, que tuvo el placer de firmar con De la Rúa
el rechazo a la extradición del asesino Suárez Mason. Ya está
allí, Jaunarena, de nuevo; es una seguridad para Duhalde, que no le toquen
a los oficiales del Proceso.
Ante esta indignidad en
el trato de los prisioneros talibanes, la población norteamericana tendría
que haber salido a la calle a protestar por lo que el ejército hace en
su nombre. Pero no. Salieron, sí, con Vietnam, cuando ya tenían
perdida la guerra y vivían la realidad de miles de sus hijos que habían
caído en el frente.
Pero alguna vez tendrán
que salir a la calle: los gastos de guerra son altísimos y los comedores
para dar sopa a la gente sin trabajo semultiplican día a día.
La guerra es un juego peligroso aunque los intereses sean no los derechos humanos
sino el petróleo.
Si los argentinos nos conformamos
con el corralito, vamos a terminar encerrados en él. Claro que tal vez
Estados Unidos, a través del Fondo Monetario Internacional, nos provea
una sartén higiénica, para que no la pasemos tan mal.