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Circulan todos los
días con buena parte de los trámites y envíos del microcentro encima. Durante
los cacerolazos que terminaron con Cavallo y De la Rúa (y la brutal represión
policial desatada como respuesta), ellos decidieron sumarse a la protesta
cumpliendo un papel inédito: repartiendo agua, alejando a la gente de los
palos de la Federal y buscando ambulancias
No digamos de los jóvenes
Desfilaron con la rebeldía sobre dos ruedas. Desorganizados primero, coordinadamente
después, los motoqueros se convirtieron -para quienes marcharon a la plaza
el jueves 20 de diciembre- en una especie de ángeles rugientes que repartían
agua, limones y esperanza. Socorrían a los manifestantes y buscaban ambulancias
cuando el same (servicio de emergencia estatal) no llegaba. Para algunos,
los motoqueros (muchos pertenecientes a Simeca, el Sindicato de Mensajeros
y Carteros) guardarán un espacio en el relato de los sucesos que terminaron
con el mandato del expresidente Fernando de la Rúa. Radar juntó a cinco de
ellos para reconstruir la contienda que tuvo, de algún modo, la simpatía de
la calle. Se trata de Javi, Seba, Chiquito, el Pájaro Loco y el Pelado, cinco
motociclistas que estuvieron en la primera línea.
Ellos cuentan -bajo reserva
de sus nombres reales- quiénes son, cuál es el rol de Simeca y de dónde viene
su entrenamiento contra la policía. Y aprovechan, también, para desmentir
dos rumores que circularon en estos días. Primero: que su participación no
fue tan espontánea como la revuelta misma. Segundo (aunque a esta altura resulte
imposible describirlos de otro modo): que en realidad no se trató de "motoqueros"
sino, como se autodefinen los integrantes de Simeca, de fleteros y mensajeros.
"Motoqueros son los que andan por las rutas con una rubia detrás", dicen.
HISTORIAS DE DOS RUEDAS
Al hablar, Javi muestra marcas de balas de goma en su pierna izquierda que
le pegaron en su tercera embestida. Cuando se refiere a Gastón Riva, compañero
muerto, 30 años, se le nota la sangre envenenada de aceite de moto de dos
tiempos. "A Gastón lo mató la policía en la misma esquina donde trabajó por
años." Riva estacionaba su Honda CG 125 en Avenida de Mayo y 9 de Julio para
tomarse unas cervezas o unos mates con los amigos cuando no tenía viajes.
"Lo mataron con un tiro de frente. En su esquina, en su quiosco. Estaba con
la gente y sufrimos su muerte. Pero nos da orgullo que haya estado ahí." Javi
es uno de los fundadores de Simeca. Antes de subirse a la moto, en Valentín
Alsina, su barrio, pasó por demasiados trabajos.
"Cuando terminé el secundario
quería fabricar detergente y no me salió. Entonces probé de técnico químico
en una fábrica, pero me echaron y cobré la indemnización. Como me mataba no
hacer nada y allá eran todos fleteros, me subí a la moto."
Chiquito, en cambio, además
de llevar y traer sobres, es un estudiante -crónico confiesa él- de sociología
de la Universidad de Buenos Aires. Al enfrentarlo queda claro que su sobrenombre
es una ironía, como si se tratara del Pequeño Juan de Robin Hood. Cuando vivía
en Munro repartía sodas por el barrio. Unos años después se compró su primera
moto y se metió en una agencia. Él mismo redactó el comunicado que se repartió
el viernes 21 de diciembre por la muerte de los caídos. Se llamó "Basta de
robar", y entre otras cosas decía: "Nos dejaron una policía descontrolada,
hiperviolenta, con rienda suelta para descargar sus frustraciones sobre el
pueblo". Justo ese miércoles, antes del primer cacerolazo, los motoqueros
se habían juntado en un plenario en alerta porque de las 11 agencias existentes,
este mes diez no habían pagado. "Moto Viamonte, Quickly, El Mensajero Veloz
o Motonorte son empresas que facturan 200 mil pesos mensuales. Y nosotros
lo sabemos porque hacemos los trámites de sus propios pagos", asegura Chiquito,
el grande. Pero las empresas no pagaban y habían hecho subir la temperatura
de sus motores.
"Cuando terminó de hablar
De la Rúa por tele nos juntamos en la puerta y le dimos a la cacerola", dice
Pájaro Loco, un motoquero que terminó en el frente. Pájaro Loco llegó a la
plaza la noche del miércoles y se quedó maniobrando en medio de los gases.
"Al principio creíamos ser nosotros solos los que golpeábamos ollas. Pero
empezamos a recorrer el barrio con las motos y cada vez había más ruido."
Pájaro Loco tiene un flequillo tumultoso que le da vuelta por encima de la
cabeza. De ahí el mote.
Fiel habitante de La Paternal,
le gusta eso de comerse Buenos Aires con el viento sobre la cara. "Antes,
ser motoquero era otra cosa. Nos cruzábamos en la loma del orto y nos saludábamos
siempre. Ahora, con la crisis, los mensajeros nuevos no conocen los códigos."
Esa noche Simeca mantenía
una asamblea en su sede momentánea en la casa de hijos. La convivencia con
la agrupación no es mera casualidad. Entre los fundadores del sindicato hay,
también, militantes de hijos. Seba, que pertenece a ambas agrupaciones, llegó
primero a hijos, atraído por el olor a mujer, cuando se enganchó con la Gitana,
hija de un ex preso político: "Hasta que llegué a hijos no tenía claro el
asunto de los militares, ni de los 30 mil desaparecidos. Era un barrabrava
de barrio marginal. Pero basándome en lo pollerudo que soy, empecé a venir
a las asambleas de hijos. Y empecé a leer. Soy de una familia de esas del
'No te metás, que por algo será'. Y sí, acá me enteré de que por algo había
sido la lucha. Fui a la calle como hijos y como motoquero".
El quinto, que reconstruye
lo que algunos llamaron el argentinazo, se apoda el Pelado. Tiene pelo, pero
rasante. Tan rasante como el vuelo que llevaba ese acalorado miércoles 19
de diciembre, cuando puso la XR en el medio de la plaza. Y salió esquivando
los gases. "Esos días tuvimos la oportunidad de demostrar que el pueblo estaba
cansado. El pueblo dijo ¡ya basta!", reflexiona el motoquero que nació en
Quilmes. A los 14 años tenía un ciclomotor para repartir tarjetas de Navidad.
Llegó a ganar 300 pesos por mes, una fortuna para su edad. "Me gustó la moto
y pasé de una oficina a la calle." Y acá está. Asegurando, tristísimo, que
-además de Riva- hubo otro muerto más pero que todavía no tienen el nombre,
que hubo muchos motoqueros heridos de "bala bala", que le pasaron el dato
de otro compañero muerto en La Ferrere, que dos chicos terminaron con balas
en el cráneo. Y que bajaron a varios, Itaka al pecho.
LA NOCHE EN QUE NOS MADRUGARON
Después de los primeros gases, las primeras corridas y las primeras piedras
del miércoles a la noche, las motos se dispersaron rápidamente. Pero se quedaron
en la calle, deambulando para entrarle al hervidero en que se convertiría
la ciudad con la luz. Marcharon al Congreso y observaron cómo, a pesar de
la represión, la gente no se iba. "Fuimos de calle en calle, de plaza en plaza,
tratando de resistir durante la noche", dice Javi. Se venía un día oscuro:
ese soleado 20 de diciembre. Según el último censo, existen 58 mil motoqueros
en la ciudad, de los cuales el 80 por ciento se dedica a los fletes, la mensajería
y los delivery (estos últimos no pertenecen, por ahora, a Simeca). Ese jueves,
miles de fleteros y mensajeros salieron a trabajar.
Pero el microcentro estaba
sitiado. Y no había forma de entrar. "Yo iba por 9 de Julio para Dock Sud
a buscar un paquete. Cuando vi cómo se tiraban gases y cómo cagaban a palos
a los pibes, me fui cargando de bronca. Y me quedé." Javi asegura que así
les pasó a los que terminaron en el frente. Y recuerdan, todavía, a Magdalena
Ruiz Guiñazú preguntándose en la radio si estaban organizados. "La verdad
es que, al principio, ni sabíamos quién estaba en la calle y quién no."
No hubo banderas de Simeca,
ni llamado sindical. Lo único que los unió ese jueves fue, justamente, la
moto, el instrumento de trabajo. Se convirtió en medio para moverse por el
microcentro (o lo que iba quedando de él); una forma de esquivarle a la represión
ágilmente; o la posibilidad de ir al frente, con el respaldo de los manifestantes
que apedreaban desde atrás a los implacables de azul. "En un principio se
armaron tres grupos de unas 40 motos", explica Javi, con detalle, quien pudo
esquivar balazos, itakazos y gases lacrimógenos. Sin embargo, lo que sucedía
en el medio del caos no era lo que aparentaba desde afuera: "La policía dejaba
de reprimir cuando aparecíamos, pero nosotros no nos dimos cuenta de eso.
Creíamos que los manifestantes nos saludaban por sumarnos a la marcha con
las motos. Lo que en realidad pasaba era que desde un helicóptero avisaban
que llegábamos nosotros y la Federal retrocedía. Se iban cuando estábamos
a 50 metros".
El detonante de coordinación
espontánea vino con la noticia del primer motoquero baleado. Javi observó
cómo le disparaban a un compañero que caía al piso frente a él y comenzaba
a sangrar. En ese momento pensó que lo habían matado, aunque tiempo después
se enteró de que su compañero había salvado su vida, de milagro. "Comenzamos
a recorrer las paradas de las agencias por 9 de Julio desde Belgrano hasta
Santa Fe. Les decíamos 'Vengan con nosotros que mataron a un chico'. Así se
entraron a enganchar muchos que no sabían bien qué había pasado. En un momento
llegamos a ser una caravana de más de cien motos." Los motoqueros aparecían
por Avenida de Mayo, se acercaban y resistían los gases durante un tiempo,
hasta que sus propias motos corrían peligro. A los pocos segundos se dispersaban.
Después, desde atrás, venía la gente al galope.
La masacre podría haber
sido peor. "Están los tiros que embocaron y los que tiraron. Embocaron 40,
una exageración, una barbaridad, una masacre, pero podrían haber embocado
miles", asegura el Pelado. Los relatos escalofriantes de los motoqueros se
confunden en la nebulosa de ese día.
Parecen de película de
terror, de cuento que da pesadillas antes de acostarse. El Pelado cuenta uno
que sucedió una hora antes y a dos cuadras del disparo al primer motoquero
caído: "En Belgrano y 9 de Julio vi una tanqueta que pasaba por arriba de
todo, tiraba árboles, tiraba canteros, tiraba rejas, y de arriba salía un
tipo y disparaba con una 9 milímetros. Lo vimos de cerca porque estábamos
al frente. Chocaba contra la gente escondida detrás de los árboles y se llevaba
todo por delante". Por su posición, los motoqueros fueron testigos directos
de los disparos de plomo puro. Por eso vieron cuando aparecía un 306 azul
disparando con armas de fuego por las cuatro ventanas. "Muchos compañeros
quieren declarar cuando se abra un juicio. Podría haber sido una carnicería."
Seba, el de hijos, entiende que - aunque en un contexto distinto- él cumplió
la función que tiene todos los días: fue un mensajero voraz. "Repartíamos
agua, limones, sacábamos a la gente de los palos de la cana. Buscábamos ambulancias,
porque el same no daba bola. Los motoqueros, en esa batalla, tuvimos una función
operativa que superó al sindicato completamente. Con la moto, fuimos más allá
del combate a pie. La policía no sabía qué hacer. No entendía quiénes éramos.
Estaba amenazada por algo nuevo. La yuta esta vez no se la esperaba."
Para ellos, testigos peligrosamente
privilegiados, la organización popular no terminaba en el frente: se apoyaba
desde la retaguardia. En el medio de la hecatombe Seba se encontró con un
chileno que había estado en la represión pinochetista y que le aconsejó: "Oye,
ponte los limones debajo de la lengua y muérdelos". Así sentía la acidez y
lloraba, pero no se ahogaba.
EN PIE DE GUERRA
Cuando hablan, aplastando el orgullo en sus asientos de cuero, se atraviesan
las palabras como no sucede con sus motos. Esos días, concuerdan todos, defendieron
su lugar de trabajo: el microcentro. Y volvieron a mostrar códigos solidarios.
Cabeceo entre dos cascos a la espera del semáforo (o del cascote), salvataje
de una goma pinchada o un problema de aceite, donde siempre aparece alguien
que acompaña al mecánico (o que le avisa del patrullero). Si en la calle se
corre con el riesgo de estamparse contra un coche de frente, el jueves se
avisaba la llegada de un hidrante. Incluso el stress que sufrieron es para
ellos casi cotidiano. "Cada día, cuando llego a casa de noche, lloro negro,
tengo acidez y me duele la cabeza", dice el Pelado. La moto deja secuelas:
problemas acústicos, visuales, problemas en espalda, riñones, varicoceles,
hemorroides y el smog tragado por una boca a la altura del caño de escape.
El Pájaro Loco, el Pelado y Javi se juntaron con el Chino y Fabi para organizar
Simeca, cuando se dieron cuenta de que los porrazos que se daban frente a
la soberbia de sus jefes eran cada vez más.
Ahora juntan miles en
las marchas, están en la web (www.simeca.org.ar), hacen una revista (Mensajeros
en Lucha), marchan contra la represión, por los piqueteros y hasta ganaron
una batalla: querían expulsarlos del microcentro. "El justificativo -recuerda
el Chiquito- era que afeábamos la ciudad ante los ojos de inversores extranjeros."
Con esa impotencia acumulada, un día después de la caída de Fernando de la
Rúa, con la ciudad semidestruida, se plantaron en el Obelisco por los asesinatos
de dos mensajeros. "La Federal atacó con terror y muerte, porque defendían
intereses de los bancos y los sectores dominantes", sentenciaron. Para el
Chiquito no fue casual que dispararan con armas de fuego desde dentro de los
bancos, como él vio hacer desde el hsbc, en Chacabuco y Avenida de Mayo. Ni
tampoco que, estando en la movilización del Obelisco, vinieran a tirarles
encima motos y autos (de civil) cuando manifestaban. "Corrimos para alcanzarlos
pero nos dispararon. Una moto se puso al lado y le pegó con una Itaka a una
compañera. Caímos en Suipacha y Diagonal Norte. Después nos llevaron al hospital."
Ambos quedaron internados por los golpes, a pesar del training que tiene Seba,
el militante de hijos, frente a la policía: "Vengo de escraches a militares,
de recitales de los Redondos, de la cancha y soy fletero", cuenta, ahora recuperado.
El run run de hostigamiento policial está ligado al "cuidado con la moto"
que hace bajar pestillos de la puerta y subir ventanillas en el semáforo.
"La gente está paranoica y todos somos sospechosos", dice Javi. Carteros y
fleteros tienen cierto entrenamiento para evadir la autoridad. El cuerpo a
cuerpo se sufre día a día. "Nos amenazan, piden plata para no quitarnos la
moto o nos sacan la moto por cualquier cosa. Los operativos se convierten
en increíbles cacerías. Si nos agarran, nos dan vuelta el bolso y nos dicen
tenés cara de falopero, zurdito de mierda, chorro, vos estuviste preso."
CACEROLAZO LIMPIO
El viernes 28 era el Día de los Inocentes. En el otro cacerolazo que terminó
con Alfredo Rodríguez Saá, los motoqueros aparecieron -sin inocencia que valga-
ahora todos juntos. Rondaron la plaza al ritmo de sus motores, con brazos
en alto y bocinas de sordina. Y fueron, se pudo ver, aplaudidos a cacerolazo
limpio. Sin embargo, después de los acontecimientos, en estos últimos días
el microcentro se puso peligroso. "Que quede clarito -se indigna Javi-. Después
del jueves 20, el centro es una persecuta constante. Hay muchos policías en
nuestras paradas. Cuando pasamos por la 9 de Julio tenemos que andar escapándonos.
Nos están buscando." Aunque también en las calles la gente los detiene para
agradecerles. "Si ustedes no nos avisaban de la policía, íbamos presos"; "Si
no me sacabas del quilombo me comía una bala"; "Menos mal que aparecieron,
me estaba ahogando con los gases".
Los cinco tienen el caño
de escape caliente cuando aseguran que la gente se dio cuenta de su propia
fuerza. Les queda la bronca contenida por los muertos, para volver a salir.
"Somos conscientes de que se abrió una nueva etapa en la Argentina. Los gobernantes
de turno deberán tenernos en cuenta." Con el tanque cargado de conciencia,
Simeca tiene una carta en la manga, que todavía no jugó. "Manejamos la plata
de las empresas, les llevamos los papeles y las cuentas. Si un día hacemos
paro se detiene el microcentro. Y estamos con bronca por los muertos." En
ese momento, Javi tira en la mesa la revista de los Mensajeros en Lucha y
lee un párrafo con fruición: "De a poco se oyen rugir nuestros motores al
ritmo del bombo". Y después recuerda ese pla pla pla de la gente, que en la
calle le sonaba tan fuerte que hasta aturdía el ruido de su propio motor.
Mariano Blejman, Radar