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20 de diciembre de 2001
Una reflexión en estos momentos
P. Eduardo de la Serna
En los últimos días mi cabeza daba vueltas y no dejaba de exigirme
que dijera algo. La situación lo exige, la muerte lo exige.
Pero mi problema -en este caso urgente- es qué y cómo decirlo.
De entrada lo digo: no puedo ser objetivo, y en muchos aspectos, no quiero
serlo.
Para empezar, siempre estuve plenamente convencido que los radicales son ineptos
por definición, que son absolutamente incapaces de hacer, por más
que a veces sean buenos para decir. Por tanto, desde que se postuló,
estaba convencido que De la Rúa, como radical que es, no escaparía
a esta norma.
Para continuar, y es -para mí- mucho más importante, tampoco
soy objetivo, mi compromiso con los pobres quiere ser indeclinable, y no puedo
analizar objetivamente -ni quiero- esta realidad: la miro desde la opción
por los pobres que creo haber hecho desde los 16 años cuando empecé
a trabajar en la Villa 31 con el inolvidable Carlos Mugica, allá por
1971 y no he abandonado.
Todavía hay otros elementos: que no son fáciles de analizar:
primero porque en medio del maremoto lo único que se ven son olas,
o en el bosque, árboles. En medio de los saqueos, de los cacerolazos
y discursos de la dirigencia, no es fácil ver con claridad. Y es difícil
analizar lo que no se ve bien. Pero algo hay que decir. Y quisiera aportar
un elemento para la reflexión en este contexto difícil.
Para empezar, me llama la atención la gravedad de la situación
y la ausencia de dirigencia. En medio de este caos, es gravísima la
absoluta falta de respeto a las instituciones democráticas y sobre
todo a la investidura presidencial de parte del ciudadano Fernando de la Rúa.
Mal podríamos pretender que otros la respeten si tal respeto no parte
de los que tenían la responsabilidad mayor de hacerlo. Permitir, en
momentos de tanta desesperanza, que los discursos tan fundamentales y en momentos
de tanta gravedad los hiciera el inepto absoluto de su hijo, cuyos efectos
se ven en la reacción inmediata que generó, no nos hace sino
sacar una conclusión: a todos nos queda ahora claro por qué
el sr. Fernando de la Rúa tiene predilección por los bonsai.
Así puede esconder detrás de estos arbolitos a los pigmeos que
lo rodeaban. Los mismos que él eligió.
Hace varios meses hice pública una carta que le envié dejándole
muy claro que su gobierno no es cristiano. Hoy nos queda todavía más
claro que no es humano. Y ante la inhumanidad de los dirigentes poco se puede
hacer. Pero esto no quiere ser "hacer leña del bonsai caído".
Me resulta muy importante señalar la espontaneidad de las manifestaciones.
Es posible que haya activistas detrás de algunos saqueos. Pero -y esto
lo dije en más de una oportunidad- el activista prende una mecha, pero
esta no enciende agua, sino querosén. Lo explosivo no es el fósforo
que alguno enciende, sino el hambre.
Pero por otra parte, estas manifestaciones pueden ser interesantes para el
futuro de nuestro país, pero también pueden no serlo. Se vio
participar activamente gente de clase media, gente de los barrios de Palermo,
Belgrano, del Centro. El otro día, en la televisión, uno de
estos decía: "yo nunca participé en estas cosas, pero esta vez
llegó el colmo". ¿Cuál es el colmo?
Antes, cuando la situación perjudicaba sólo a los pobres, ¿estaba
mal manifestar, pero ahora que perjudica a las clases medias está bien
hacerlo? Si esto sirve para que las clases medias entiendan el dolor de los
pobres y se solidaricen con ellos de esta vez para siempre, esto es positivo,
¡muy positivo!; pero, si eventualmente las clases medias volvieran a estar
cómodas, ¿volverán a rechazar a los pobres como siempre o seguirán
poniendo el hombro ante su dolor luego de haberlo descubierto y compartido?
Lamentablemente, nunca faltan voceros de esto en los
Medios -hoy lo escuchaba en esa línea a Lalo Mir en la radio-, decía
que esto ahora es valioso porque está la clase media, como en la plaza
de las "felices Pascuas" de Alfonsín (lo mismo decía Pinti,
en Salsa Criolla). La cosa parece ser que "ahora la gente" se manifiesta porque
está la Clase Media manifestando; pero está mal cuando son los
pobres los que se quejan en soledad: tienen feo olor, son desorganizados e
irreverentes, y hasta excesivamente ruidosos. Por eso no es lo mismo los cacerolazos
que los saqueos como el delincuente radiotelevisivo Daniel Hadad dejó
bien claro, a menos que su mandato no sea decir la verdad, sino representar
intereses ajenos a los del pueblo.
Hace unos meses, cuando empezaba a hablarse de la posibilidad de que De la
Rua no terminara su mandato, una radio planteó el debate (a raíz
de declaraciones del dirigente D'Elía), y la conclusión de los
periodistas era que no era bueno para la democracia que un presidente constitucional
no termine su mandato. Yo envié un correo a la radio diciendo que se
estaba mirando la cosa desde el campo de las ideas, y nadie se preguntaba
por los pobres. ¿Qué es lo mejor para los pobres?
Porque el hambre no espera, las operaciones urgentes en los hospitales tampoco,
la desesperanza por no tener trabajo, tampoco... Como era de esperar en el
gran multimedio argentino, mi mensaje no fue leído, y no es el primero.
En esa misma línea, el arzobispo de Resistencia dijo claramente que
a lo mejor De la Rúa tenía que dar un paso al costado, pero
el periodista religioso de ese mismo multimedio -esta vez escrito- afirmaba
que "toda la jerarquía, unánimemente, veía como un gran
mal que el presidente no termine su mandato" (¿se refería a la dirigencia
a la que él responde?); parece que los males argentinos contra los
que nos quieren llamar la atención los nobles del periodismo no figura
la mentira.... Y mientras tanto, se escuchaban voces que decían que
les molestaba "la pasividad del pueblo", que nuestro pueblo es quedado, y
otras cosas semejantes... Pero más de 3.000.000 de personas votaron
el fin de semana pasado la propuesta del Frente Nacional contra la Pobreza,
y ahora muchos asisten absortos a la "rebelión de los mansos".
Parece, para muchos, que es gravísimo que se saqueen supermercados,
pero no que las empresas extranjeras saqueen la Nación; es honorable
que se pague una deuda que no contrajimos, que ya está pagada y que
además es usuraria mientras se les roba el 13 % a los jubilados, el
PAMI no paga ya los remedios a los ancianos, se posterga una semana el pago
miserable a los viejos. Está claro que muchos están desconcertados
por lo que pasa. Y muchos lo están porque no lo esperaban.
Recién cuando les tocaron el bolsillo ("el órgano más
sensible"), cuando no pudieron sacar su dinero (mientras sí sacaron
todo su dinero en los días previos, los amigos del poder). Y eso que
desde la campaña electoral y la "Carta a los Argentinos") se había
anunciado el fin de la corrupción.
Por otra parte, duele ver que todavía algunos viven en la estratosfera:
"no critiquen a un gobierno democrático" decía hoy una oyente
en radio; lo mismo que me dijo hace unas semanas un joven después de
una homilía... Cuando el Padre Obispo Novak me dijo que viviera como
huésped en una parroquia para tener oportunidad de dedicar tiempo al
estudio y la docencia, estuvimos de acuerdo en que no debía dejar de
tener contacto con los sectores populares a fin de que las preguntas y los
destinatarios de todo "pensar teológico" no sean discursos bizantinos
de los que se decía que mientras la ciudad se derrumbaba se cuestionaban
sobre temas angélicos. La gravedad de la situación que ahora
se desató de modo drástico la plantee oportunamente en un espacio
intelectual, pero no creo haber sido escuchado o entendido. Y entonces faltará
un aporte a un análisis mesurado desde la realidad de las víctimas,
desde los que mueren, desde los "crucificados".
Ayer renunció el ministro de economía, hoy renunció el
presidente, y sin eufemismos se puede decir que "el pueblo los echó",
y lo hico pacíficamente. No es claro cómo seguirá todo.
No es claro quién puede dar respuestas al dolor, quién puede
secar las lágrimas, quién puede ser intérprete del camino
que la situación reclama, pero lo primero que nos exige ser personas
de esperanza es la respuesta pacífica del pueblo que no terminó
hasta que no terminó la ineptitud en el gobierno. Algunos podrán
pensar que los saqueos fueron violentos, y no así los cacerolazos (es
decir, la clase media no es violenta, los pobres sí), pero eso sólo
puede decirlo quien no crea que el hambre es violento, que las colas en los
hospitales para una respuesta de nada, que la desocupación, la discriminación
por ser pobres, las colas de los ancianos en los bancos, el descuento de los
salarios que les corresponden, la falta de alimento para los niños,
los planes "trabajar", las ollas populares, o vivir del trueque... que todo
eso no es violencia sino "efectos colaterales no deseados del sistema".
Hay muchas cosas con las que estamos en deuda. Un día de 1976, para
poder instaurar un modelo económico, que es de esperar hoy haya caído,
se impuso a sangre y fuego un ministro de economía. Periodistas como
José Ignacio López, instituciones como la Unión Industrial
Argentina aplaudieron este nombre. Hoy vemos claramente que fue él
el comienzo de la muerte, el comienzo de un modelo. Para eso fue el golpe,
aunque 30.000 desaparecidos hicieran falta. Cuando Cafiero intentó
una reforma de la Constitución de la Provincia que en muchas cosas
beneficiaba a los pobres (como el reconocimiento de todas las propiedades
como bien de familia), muchos empresarios, como Cornide, hicieron campaña
en contra, alentado por el gran catequista del modelo: Bernardo Neustadt.
Hoy la UIA y Cornide se quejan, con razón, del modelo. ¿Cuándo
dirán que fueron cómplices? ¿Cuándo pedirán perdón?
¿Sólo la Iglesia tiene que hacerlo, aunque lo haga insuficientemente?
La corrupción menemista llevó al modelo a su máxima expresión,
porque el modelo no funciona sin corrupción, com el pulmón no
funciona sin oxígeno. La supuesta teoría de que la Alianza venía
a presentar el mismo modelo pero sin corrupción -que hoy repite Béliz-
era absurda desde su raíz. Como fue absurdo este gobierno.
La desocupación llegó a niveles históricos, agravados
por la sub-ocupación (en algunas zonas de más del 40%). El hambre,
los problemas en los hospitales, los chicos sin clases por los justos reclamos
docentes (aunque se perjudican los chicos pobres, porque los chicos de escuelas
privadas no tienen mayores conflictos), la situación de los ancianos,
la gravedad de la droga... el país se muere de tristeza, y muchos parecen
en la cubierta del Titanic.
Mirar la novedad que el país vive desde hoy es una novedad que puede
conducirnos a una mirada de esperanza. Esperanza porque vemos que una salida
en paz es posible y es la que la gente eligió; esperanza porque -aunque
con distintas manifestaciones- un pueblo manifestó serenamente acuerdos
y desacuerdos, y dijo claramente ¡basta!
¿Y los cristianos? Gracias a Dios la Iglesia supo estar del lado de los que
sufren; pero lo hizo porque -como Iglesia que son, los pobres y cristianos
fueron víctimas del modelo; porque si se debiera esperar una palabra
clarificadora en el momento de la crisis, esta nunca llegó cuando debió
hacerlo. Como el gobierno, la Jerarquía siempre fue detrás de
los acontecimientos. Y a lo sumo, como en otros momentos trágicos dictatoriales
y también genocidas, se limitó a hablar, y dejó que brillaran
por su ausencia los signos que revelan claramente la autenticidad de las palabras.
La oposición principal, parecía una bandada de buitres o caranchos
a la espera de los despojos del cadáver: que los gobernadores chicos
por acá, que los tres grandes por allá, que Menem por este lado,
y Duhalde por el otro... y como siempre el pueblo víctima tanto de
la voracidad de unos como del vampirismo de otros, en una suerte de mal de
Chagas político en la que no sólo chupan la sangre de los que
están desatentos, sino que además defecan sobre sus víctimas.
Si la grandeza debiera ser condición sine qua non para la clase política
argentina, todavía estaríamos en "salita celeste" a la espera
de empezar de una buena vez. O volvemos al bonsai.
Pero para terminar vuelvo al pueblo. Ese pueblo que sorprendió a los
que lo miran siempre desde afuera y no esperaban que podía ocurrir
lo que ocurrió, ese pueblo que gritó su palabra en paz, pero
con la firmeza del grito y la dignidad... Lo que viene es difícil,
para peor los carroñeros seguirán revoloteando. A los cristianos
nos toca el difícil compromiso de estar, de acompañar, de gritar
y de hablar en nombre de Dios que otro mundo es posible, que otra justicia,
que otro modelo es posible. Porque es posible ser hermanos, es posible la
paz y la justicia. Pero quienes tenemos responsabilidades deberemos estar
muy atentos a las señales que dé el pueblo, y no olvidar que
el amor, si quiere ser verdadero debe mirar las necesidades del otro. Sólo
atentos a los dolores y alegrías de los que sufren, podremos estar
-en la nueva Argentina que puede estarse gestando- del lado adecuado, del
lado del Evangelio de la vida, del lado de los pobres y las víctimas.
Caso contrario estaremos llegando siempre tarde, o sorprendiéndonos
por cosas que pasan, o -peor aún- mirando la realidad y la vida de
la vereda de enfrente al Evangelio y a los pobres. Hoy el pueblo decidió
cambiar, incluso lo que él mismo había elegido. Sólo
él podía hacerlo legítimamente. Empiezan momentos nuevos,
de roturar la tierra, y cosechar; algo que -como dice el Salmo- ocurrirá
entre lágrimas; pero sembrando amor verdadero de compromiso con el
pobre, mirando con los ojos fijos en las manos de las pobres, nuestras señoras,
y dejando de lado diplomacias y discursos prolijos, aparentemente espirituales
y poniendo el corazón del lado de los que sufren (porque no puede pensarse
la verdad, ni la vida, ni el ser, o el morir, sino desde la vereda de los
que sufren) sólo así haremos realidad aquello de tener un oído
en el Evangelio y otro en el pueblo. Así, ¡sólo así!,
creo, la realidad nos encontrará del lado que debemos estar. Como a
Jesús.
P. Eduardo de la Serna