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Ruido
a ruido de cacerolas
Gustavo Tomasi
"Los
oligarcas tienen cacerolas, el pueblo tiene aviones, y misiles, y cañones"
(Hugo Chávez, presidente de Venezuela).
Con las nuevas
medidas tomadas por el gobierno de uno de los 5 Presidentes, que en menos
de un mes ocupó el sillón de Rivadavia, se vuelve probable (corralito,
devaluación monetaria e inflación mediante), que alrededor de
4 millones de personas se incorporen al vasto y alarmante índice de
desocupados y/o excluidos de la distribución de la riqueza. Ahora sólo
de sus dotes de equilibristas sin red dependerá la suerte de sumarse
al mapa que separa a los pobres de los indigentes.
Mientras los parados no
tendrán otra opción que reacomodarse hacia abajo de la pirámide
social, a menos que los contemple una nueva organización política,
los tótems de la economía "pequeñoburguesa" se regocijan
por el protagonismo triunfal de las últimas semanas. Se cuelgan medallas
de la batalla que "eliminó" al compás de cacerolas todos los
males que gangrenaban la argentina. Ilusión falsa, basta un micrófono
para escuchar cómo los ahorristas se despachan con ideas tan dispares
como antagónicas. No puede existir opción superadora entre los
centenares de miles de "caceroleros" que se pelean por proferir que la solución
argentina la tienen los militares, mil ladrillos y un paredón, la izquierda,
Clemente o vaya a saber quién.
La clase media o clase
cacerola que hoy coquetea con los que viven de vender su fuerza de trabajo
es la misma que por años se desentendió de la situación
de sus empleados y a puro ruido tapó sus vicios proliberales, debilidad
que los llevaba a los centros comerciales del planeta a comprar TV donde ver,
en colores, el traje de Videla gritando los goles del mundial ´78. El nefasto
destino argentino quiso que dos décadas después vieran en otro
televisor, sin pataleo alguno, como sus contratados trabajadores caían
sin atenuantes al abismo de precarización laboral, rebaja de salarios
a montos irrisorios, suspenciones y despidos.
La situación histórica
de los empleados y obreros del patrón "Cacerola" demuestra que la clase
media es poco solidaria y sólo quiere más atención para
sus reclamos, poco le importa nada, excepto cuando los acontecimientos coinciden
con los intereses que ella profesa. Entonces sí, se enfurece y se alza
en movilizaciones multitudinarias en calles y plazas ante quienes acorralaron
su verde esperanza a plazo (fijo). Futuro a 30, 60 o 90 días con intereses
que fluctúan según el unilateral convenio con la banca.
Pero aquellos "héroes"
que enrojecieron sus manos a cacerolazos limpios son los mismos que se mantuvieron
autistas ante el despilfarro menemista. El país de las privatizaciones
fraudulentas, el de la pizza con Champaña y la Corte bajo sospechas,
el de la convertibilidad forzada, dibujada de la Ley 1 peso igual a 1 dólar.
También cómplices de un antes y un después de corrupción
e impunidad endémica, de militares, radicales, Malvinas, María
Soledad, Cabezas, AMIA y Embajada de Israel, de exilios, desaparecidos, muertes,
gritos y puteadas.
Por ello, es improbable
que a corral abierto (devolución de ahorros y plazos fijos) vuelvan
a sonar artefactos culinarios de cualquier tipo, porque no se puede exigir
más de aquellos que junto a la ciega, sorda y muda clase dirigente,
los gordos de la CGT oficial o disidente y demás aves de rapiña
movilizaron durante un largo período al pueblo subsumido por la causa
de los empleadores.
Las manifestaciones del
19 de diciembre le quitaron la máscara a la desdibujada clase que se
manifestó y agitó desde sus 4 x 4 (por usar un simbolismo),
para que le devuelvan sus dólares, imagen tan comprensible como mezquina,
que no se avergüenza de su responsabilidad cómplice ante las verdaderas
víctimas de sus especulaciones: jubilados, maestros, estudiantes, obreros
devenido en ciudadanos despojado de todo derecho, consumidores de promesas
siempre incumplidas consumidos por las miserias sistémicas que roban
el pan y el trabajo a presente y futuro.
Si no advertimos urgente
el quién es quien, estaremos corriendo el riesgo de acentuar aún
más la lógica del sistema. Mientras tanto, sería por
demás interesante empezar a ejercer la obligación de construir
algo diferente, sustentado en un proyecto político colectivo cargado
de una ideología que ponga en aprietos al autoritarismo del mercado,
estratégicamente apañado por los secuaces del liberalismo y
entre ellos a al enajenada clase "Cacerola", que sólo hace ruido a
ruido y no cambiará nada.
En la clase trabajadora
la historia encontrará su camino transformador. La adquisición
de conciencia de los sometidos permitirá que el verdadero sujeto colectivo
reconstruya todo lo que niegan las falsas democracias inventadas por el capitalismo.
Para ese día, las
cacerolas que anunciaban la llegada del verano 2002, la despedida de no pocos
presidentes y la aceleración del proceso de pobreza serán una
simple anécdota