El
activismo social continúa fuerte
Dafne Sabanes Plou
Servicio Informativo "alai-amlatina"
Uno de los columnistas
del centenario diario "La Nación", de Buenos Aires, escribió luego
de la caída de dos presidentes en una semana que los cacerolazos se habían
convertido en una moderna guillotina, no menos contundente que aquella. Esta
impresión debió haber tenido el flamante presidente Eduardo Duhalde
cuando el jueves último la guardia presidencial le hizo saber que una
multitud estaba comenzando a rodear la residencia presidencial de Olivos, en
el Gran Buenos Aires, haciendo sonar las cacerolas. Según cuenta la crónica
periodística, Duhalde dio orden de no impedir la manifestación
y esperar el resultado de los acontecimientos.
La movilización de
centenares de personas comenzó a eso de las diez de la noche, cuando
el presidente se disponía a cenar con su familia y un grupo de colaboradores
íntimos. Los últimos grupos de manifestantes se retiraron a las
3 de la madrugada. Fueron horas aciagas para el presidente y quienes lo acompañaban.
Les era imposible abandonar la residencia y temían por su seguridad.
Debió haber sido más que atemorizador escuchar los golpes sobre
cientos de cacerolas y sartenes, más los gritos y cánticos de
protesta durante cinco largas horas, a pocos metros de distancia.
Pero la actitud de los manifestantes
no era violenta. Por el contrario, al igual que en otras calurosas noches de
este verano tan movido, la multitud estaba compuesta por decenas de familias
con sus hijos, incluso pequeños en sus cochecitos, amas de casa, jubilados,
hombres y mujeres trabajadores y empleados y muchos, muchos jóvenes y
adolescentes que en esta etapa de la vida política argentina se han convertido
en protagonistas de la revuelta popular.
Los manifestantes expresaban
su descontento con las nuevas medidas económicas anunciadas y su condena
a los bancos, a los que culpan de la actual crisis por haber encabezado la fuga
de casi 20 mil millones de dólares en los últimos meses y que
continúan siendo los ganadores claros en la crisis porque las medidas
que han tomado tanto el gobierno de De la Rúa como el de Duhalde preservan
su poder financiero y económico. También reclamaban la renuncia
de la Corte Suprema de Justicia, a la que acusan de sostener la corrupción
y la impunidad de los que se enriquecieron usufructuando de sus cargos públicos
durante la última década. "Paredón, paredón, a todos
los corruptos que vaciaron la nación" era uno de los cánticos
más escuchados.
La movilización del
jueves 10 reunió a miles de personas. Comenzó en los barrios de
clase media de la ciudad, fue juntando participantes de las zonas céntricas,
donde hay muchas pensiones e inquilinatos, y finalizó como siempre en
la histórica Plaza de Mayo. Algunos observadores políticos se
quejan porque dicen que los argentinos parecen haber olvidado que la Constitución
Nacional define que el pueblo gobierna a través de sus representantes
y que, por lo tanto, la gente no debería alentar con su participación
esta suerte de asamblea popular constante.
Pero, a esta altura, habría
que preguntarse dónde están estos representantes. Muchos de ellos
saben que no pueden aparecer en público. Varios ya han sufrido en carne
propia ser abucheados en restaurantes, shoppings y paseos públicos. Incluso
los dueños de los locales, han "invitado a retirarse" a políticos
y gremialistas por temor a que las protestas de los comensales o posibles clientes
terminara en desmanes. El pueblo no se siente representado por una clase dirigente
que, en muchos casos, participó de la fiesta neoliberal de la década
del 90 y fue incapaz de defender los derechos económicos y sociales de
todos cuando las empresas del Estado eran privatizadas a precio vil, aumentaba
el desempleo de 8% a casi 20%, se destruía la industria nacional con
importaciones a precio de dúmping, y la cifra de pobres crecía
dramáticamente, alcanzado al 41% de la población actual.
El pueblo está interpelando
a sus dirigentes, a los que toman las decisiones en el poder, y exige transparencia
y compromiso con una nueva conducta política que abra la posibilidad
a un nuevo contrato social. Es cierto que a la clase media le molesta mucho
no poder acceder al dinero que tiene en sus cuentas bancarias o a sus ahorros.
Pero también es cierto que, como nunca, la gente tiene plena conciencia
del saqueo al que ha sido sometido el país y que existen responsables
directos de la fuga de capitales y del vaciamiento de los fondos públicos.
No hay dinero circulante; no hay crédito; se ha cortado la cadena de
pagos; los que tienen dinero en los bancos no pueden utilizarlo porque sus fondos
han sido congelados; los salarios han caído por la devaluación
y cientos de miles de familias pobres continúan sin tener respuestas
mínimas a sus necesidades. El gobierno sólo atina a dictar más
medidas monetaristas y poco se habla de incentivar la producción, procurar
un renacimiento de la industria, restituir el crédito interno y poner
en marcha planes sociales que permitan salir de la contingencia a los que ya
casi no tienen que comer.
Foros públicos
Los argentinos no despertaron repentinamente el 19 de diciembre. Ya en las elecciones
legislativas de octubre habían manifestado su rechazo a la clase dirigente
y a los planes del gobierno, en particular los económicos. En esa oportunidad,
4 millones de votantes en todo el país prefirieron poner fetas de salame,
la foto de Bin Laden o dibujos con personajes de historieta en su voto antes
que una lista de candidatos que para ellos significaba más de lo mismo.
A mediados de diciembre, se vivió una consulta popular sin precedentes
cuando algo más de 3 millones de personas, en el recuento definitivo,
se presentó voluntariamente a votar a favor de la propuesta del Frente
Nacional contra la Pobreza. En terminales de ómnibus, estaciones ferroviarias,
plazas y esquinas céntricas, pusieron su voto en las urnas a favor de
que el Frente gestione ante las autoridades un subsidio para los jefes y jefas
de familia desempleados y una bonificación por cada hijo de estas familias,
con el fin de que los padres se capacitaran, los hijos asistieran a la escuela
y las familias pudieran contar con el dinero suficiente como para vivir con
cierta dignidad. Pero el gobierno de De la Rúa no prestó atención
a estas demandas y se llegó a la revuelta popular.
Ahora las calles, las plazas
e Internet se han convertido en foros abiertos de discusión, de protesta
y de creación de nuevas propuestas. Como herramienta de comunicación
de la clase media urbana, por Internet circulan todo tipo de mensajes y análisis
de la situación, como así también proclamas, invitaciones
a los cacerolazos, denuncias contra políticos y sindicalistas, y modelos
de cartas de protesta para enviar a las autoridades. Se dieron a conocer las
direcciones electrónicas de todos los senadores y diputados nacionales
como también de la presidencia y la Corte Suprema para enviar los mensajes
de protesta. También las discusiones públicas están cobrando
importancia. El jueves 10, al regresar de Plaza de Mayo, varias decenas de vecinos
se sentaron en círculo en la intersección de dos concurridas avenidas
para debatir los pasos a seguir. Era ya entrada la madrugada cuando se celebró
esta asamblea al aire libre, en claro ejercicio de una ciudadanía alerta
y lista a monitorear cada acto de gobierno.
A pesar de la intención
de reclamo pacífico que tienen los manifestantes, las protestas han terminado
en acciones violentas. Al retirarse el grueso de la gente de la Plaza de Mayo,
quedan grupos de 200 a 300 jóvenes y adolescentes, en su mayoría,
que expresan sus demandas con actos de vandalismo. La policía ha identificado
a estos grupos con organizaciones minoritarias de ultraizquierda o de sectores
derechistas y con bandas de delincuentes comunes. Pero también entre
los que rompen vidrieras, atacan las sucursales bancarias, queman interiores
de negocios y enfrentan con piedras a la policía hay jóvenes de
clase media enfurecidos. A sus abuelos les han recortado las jubilaciones y
pensiones, a sus padres les retienen los ahorros en los bancos y les bajan los
salarios y ellos enfrentan un futuro incierto, sin trabajo y sin posibilidades
de progreso. Junto a sus pares de los sectores empobrecidos, sufren las consecuencias
de la aplicación de políticas que poco tuvieron que ver con los
intereses y necesidades del pueblo y que ahora dejan al descubierto la angustia
y la desesperación de los que no están dispuestos a quedar excluidos
para siempre. Desarrollar políticas que tengan en cuenta a los jóvenes
y canalizar esta furia en acciones constructivas es una tarea ardua, pero necesaria,
si se quiere pensar en un país con futuro.