VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Argentina: La lucha continúa

30 de agosto del 2002

Piquetero, como mi papá

Angel Guerra Cabrera
La Jornada
América Latina despierta e intenta rescatar el ideal bolivariano de unir a sus pueblos. Así se apreció en la reunión del Foro Social Mundial celebrada en Buenos Aires hace unos días. Me involucré en ella gracias a los despachos de Stella Calloni para La Jornada y a la información circulada en Internet por el Taller de Comunicación Contrahegemónica, organizado por colegas argentinos. Allí no se llegó con las manos vacías ni con lamentos, sino con novedosas, disímiles y creativas experiencias de combate a lo largo de la geografía latinoamericana. Ergo, la rebelión de los indios de Chiapas, con la sacudida que dio a la inercia imperante entonces a escala continental y su papel catalizador del movimiento internacional contra la globalización neoliberal. También la lucha de otros indígenas y campesinos, los del Chapare, eje articulador de vigorosas protestas sociales que llevaron la opción de izquierda al primer plano de la política en Bolivia, y el eco cercano de las privatizaciones detenidas por paraguayos y peruanos. Aportó su rico caudal la rebelión argentina, representada por más de 600 agrupaciones. De ella nacen una cultura y militancia políticas, fruto de las prácticas de solidaridad comunitaria y de poder alternativo de base, multiplicadas después de estallar la crisis en diciembre de 2001, pero en gestación desde años antes en las acciones de los excluidos por el modelo neoliberal y en la denuncia de la impunidad de los crímenes de las dictaduras militares. Se hizo sentir la experiencia brasileña, apoyada en la original trayectoria del Movimiento de los Sin Tierra y en el rechazo creciente de amplios sectores a las políticas impuestas por Washington.
Como suele ocurrir cuando la historia anuncia la posibilidad de cambiar dramáticamente su curso, estas luchas populares entrañan un proceso de continuidad y ruptura respecto a las anteriores. No existe unanimidad sobre todos los temas, algo lógico en un momento de reflexión y análisis crítico sobre pasados errores y nuevas realidades de la dominación. Pero los debates y los acuerdos demuestran una conciencia común y un consenso en cuanto a la definición de los instrumentos del yugo imperialista en América Latina y a la necesidad de enfrentarlos con la movilización de millones en las calles. Así lo prueba la condena al ALCA, contra el que se organizarán plebiscitos en Brasil y Argentina; el llamado a declarar una moratoria del pago de la deuda externa; el rechazo al Plan Colombia y a la militarización del continente que lo anima; la censura a la criminalización de los conflictos sociales.
El deliberado exterminio de decenas de miles de luchadores sociales entre las décadas de los 60 y 80 estaba dirigido a desarmar a los pueblos latinoamericanos de ideas y de líderes, preparando el terreno para la nueva fase de saqueo y depredación inaugurada por las políticas neoliberales, que se han sustentado también en una ofensiva ideológica y cultural imperialista sin precedentes. Hubo un momento en que la tenaz resistencia y la soledad de Cuba parecían confirmarla como una anomalía en un ambiente general de confusión, derrotismo y parálisis. Una primera señal de que la rebeldía continuaba fue la sublevación espontánea de los pobres de Caracas y de otras ciudades venezolanas contra el draconiano plan de ajuste neoliberal aplicado por el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Entraban en escena los pobres y desempleados, actores sociales que no eran nuevos, pero que ganarían enorme importancia en los años por venir dadas las condiciones de pauperización a que ha arrojado a grandes masas el modelo de capitalismo dependiente reforzado con las recetas del Consenso de Washington. Ello confiere particular pertinencia a la idea planteada por varios sindicalistas en el foro de la capital argentina de integrar en los sindicatos a los desempleados y trabajadores informales.
La lucha social dignifica a los seres humanos, los dota de una perspectiva solidaria que privilegia lo colectivo sobre lo individual y orienta creativamente su innata rebeldía. Los individuos se transforman a sí mismos mientras intentan transformar la realidad y hacen nacer nuevos paradigmas, contrarios a los de la cultura dominante. Lo resume muy bien esta anécdota relatada en la reunión por la activista Marta Maffei. Le pregunté a un chico -dijo- qué quería ser cuando fuera grande y me contestó: Piquetero, como mi papá.
guca@laneta.apc.org