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Argentina: La lucha continúa

Un amor desavenido: el gobierno de EE.UU. y el coro de organismos de derechos humanos

Demetrio Iramain
(de "Resumen Latinoamericano")

Tarde piaste: a 26 años del golpe, la cancillería norteamericana abre sus archivos y descubre que la dictadura militar mataba gente De acuerdo con las últimas informaciones vertidas por el periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales, CELS, Horacio Verbitsky, el Estado norteamericano tiene virtudes democráticas y es respetuoso de los derechos humanos. Esta nueva hazaña del inefable Verbitsky lo ubica entre los mejores candidatos a quedarse con el puesto de "periodista del mes", mérito que lo haría acreedor de una bonita foto suya en las paredes del salón oval de la Casa Blanca.
Según el artículo de opinión firmado por el citado periodista y publicado el miércoles 21 de agosto por Página 12, las diferentes administraciones del país que más países invadió en la historia, que más genocidios cometió en nombre de la paz y que a más pueblos condenó a la miseria extrema con sus planes económicos de hambre, "expresan un consenso básico sobre aquellas [cuestiones] vinculadas con el pasado argentino (...): Eso no se hace".
Renglones más abajo y en forma más explícita, el líder del organismo defensor de los derechos (y) humanos argumenta su rendición incondicional al imperialismo afirmando que "es difícil imaginar dos personalidades tan distintas como la 'académica' -sic- centroeuropea Albrigth y el general afroamericano Powell, por no hablar de Clinton y Bush. Sin embargo todos ellos coinciden en un punto de extrema importancia para nuestro país y éste es que la desaparición forzada de personas, las torturas a detenidos, las ejecuciones clandestinas constituyen crímenes contra la humanidad, que la comunidad internacional no consiente, bajo ninguna circunstancia".
En su elogio rengo pasa por alto, entre otros ítem, nombrar una de las centrales coincidencias que igualan a "tan distintas personalidades", a tales "dos concepciones antagónicas", tal es el caso de la vocación de bombardear humanitariamente a poblaciones indefensas y empobrecidas, como la afgana durante la administración Bush, y la ex yugoslava, en tiempos de Bill Clinton. Tampoco pone en negro sobre blanco el lamentable reconocimiento que el estado norteamericano hizo a los fascistas que tomaron el poder en Venezuela, tras el clásico y de estilo setentista golpe de estado que desalojó momentáneamente al presidente Hugo Chavéz. Para no ser menos, ni una palabra dedica al Plan Colombia, ni al operativo Cabañas 2001, ni al bloqueo salvaje y genocida al pueblo de Cuba.
Pero la desvergüenza no termina allí. Enseguida y a quemarropa, el opinólogo profesional promete nuevas loas a otras instituciones muy "respetables" de la gran potencia democrática del norte, al referir que "aunque todavía falta la desclasificación de los datos que guardan el Pentágono y la CIA, los que acaba de entregar la cancillería estadounidense servirán para agregar nuevas piezas al rompecabezas" que el mismo estado norteamericano ayudó a construir mediante el entrenamiento de tropas contrainsurgentes en la Escuela de las Américas, entre otras colaboraciones a las dictaduras latinoamericanas.
Esta nueva operación política y de prensa en favor de la necesidad impostergable del estado norteamericano respecto de legitimarse ante sus subalternos de América del Sur, tiene cómplices de los más variados. En una foto que ilustra la información publicada por Página 12, aparece el actual canciller argentino, Carlos Ruckauf, rodeado de otros altos funcionarios, entre los que alcanza a reconocerse al ministro de seguridad, Juan José Alvarez. El líder del discurso de la "mano dura", autor del célebre decreto que ordenó a las FF.AA. la aniquilación de la guerrilla en el año 1975, decreto que aun esgrimen los militares para justificar legalmente su accionar genocida, se recicla ahora en defensor de los derechos humanos.
Junto a él sonríe el actual ministro de seguridad, jefe del sector "garantista" o de las "palomas" (en contraposición con el grupo duro, llamado "halcones"), sobre quien pesa gran responsabilidad política en el caso de los dos piqueteros asesinados en la estación de tren de Avellaneda, en junio de este año. Ambos siniestros personajes lucen sentados ante algunas de las cajas enviadas por el gobierno norteamericano, al costado de un pañuelo blanco de las señoras madres de desaparecidos que integran el minúsculo sector (aunque muy potenciado mediáticamente) llamado "Línea Fundadora".
Centímetros más abajo en la misma página del matutino y en consonancia con la pose agradecida a EE.UU., Carmen Lapacó, madre de Alejandra -aun desaparecida-, confiesa que "la embajada que más nos ayudó fue la norteamericana, las otras fueron más tibias". Según la señora Lapacó, integrante del CELS y la Línea Fundadora al mismo tiempo, "durante el gobierno de Jimmy Carter nos ayudaron mucho, nos sentíamos protegidas (...) cuando terminaban las visitas a la embajada tenían precaución de llevarnos en sus autos hasta Plaza Italia y cuidaban que tomáramos un taxi".
Entre otras omisiones por lo menos groseras, la señora Lapacó no dedica ni una palabra o gesto para denunciar la intención norteamericana de imponer a través de las dictaduras militares un mismo plan económico de desindustrialización y endeudamiento financiero en todos los países del continente, con su consecuencia de represión genocida y condena eterna a los pueblos obligados a pagar la inmoral deuda externa.
Sin embargo, y apenas conocida la noticia, la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que agrupa a 2000 madres reunidas en varias filiales en el interior del país y que mantiene alta la lucha revolucionaria de los desaparecidos y limpio el símbolo de resistencia y lucha contra la opresión que es el pañuelo blanco, se pronuncia en contra de la operación política norteamericana. Con furia y rigor en sus recuerdos, Hebe de Bonafini afirma en un reportaje televisivo que "es mentira que EE.UU. nos haya ayudado; en 1977, con Carter, desaparecieron nuestras compañeras". Enseguida se indigna y duda del carácter "inédito" de la documentación: "Nosotras ya sabíamos todo eso que recién ahora mandan los norteamericanos", explica.
Es que, a 26 años del golpe militar y tras largos años de impunidad, el gobierno de EE.UU. envía información a la Argentina que comprobaría que la dictadura era una banda criminal. Chocolate por la noticia. Con los asesinos militares convertidos en funcionarios políticos tras procesos electivos, con los jueces de la dictadura aún en funciones judiciales, con los cómplices civiles de los dictadores en sus mismos sillones sindicales o en puestos clave del poder político, las cajas con documentación llegan -cuanto menos- tarde, su novedad es -por lo menos- inoperante y la posibilidad de que ayuden a concretar prisiones efectivas para los militares es -siendo indulgente- un delirio absoluto.
Otra vez los "dos demonios" No obstante, el tramo más perverso de la campaña lo constituye el regreso disimulado de la macabra teoría de los dos demonios, esta vez de la mano de los que se autoproclaman defensores de los derechos humanos y se creen periodistas progre.
Según la información desclasificada -y que tales personajes festejan con fruición - la dictadura militar era capaz de matar inocentes. "Inclusive los inocentes deben ser sacrificados a fin de evitar que el sistema en sí peligre", denuncia la noticia, transcribiendo la confesión de un militar llamando Contreras. Esta explicación del genocidio según la cual hay víctimas inocentes y otras menos, desanda la caracterización de la dictadura como un terrorismo desde el Estado contra la entera población, diluyendo así la responsabilidad del poder político en el genocidio en la "violencia tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda", como se afirma errónea y malintencionadamente desde el prólogo del libro "Nunca más". Conceptos como "guerra sucia" regresan con fuerza, suavizando el carácter genocida de la última dictadura militar.
Al respecto, la Asociación Madres de Plaza de Mayo en su comunicado de repudio a la campaña, titulado "Los documentos de EE. UU. están manchados de sangre nuestra", se pregunta: "Qué pasa, señores de los organismos de derechos humanos, ¿acaso los que no eran "inocentes" estaba bien que sean asesinados o desaparezcan para siempre?".
En consonancia, en un artículo publicado en octubre de 1991, Juan Gelman -de quien Verbitsky se ufana de ser amigo (y viceversa)- afirma: "Quienes hoy pretenden que todos los asesinados fueron 'inocentes' o que sólo los 'inocentes' son defendibles y aún reivindicables: ¿en qué sombrío negocio consigo mismo están? ¿Quieren borrar la historia con un trapo? ¿Piensan que la dictadura era mala cuando mataba inocentes -los excesos- pero que hacía bien en matar a los otros? ¿Son las gentes que bajo la dictadura decían 'por algo será' cuando alguien, hasta un ser querido, desaparecía? ¿Y ahora otorgan diplomas de inocencia para que ningún asesinado los moleste y puedan 'condenar' a la dictadura militar con olor a legalidad?".
Más adelante, el poeta Juan Gelman, quien compartiera con Horacio Verbitsky la misma organización política -Montoneros-, se muestra aún más contundente y asevera que "esa hipocresía declarada encubre una infamia sin nombre: condona el asesinato de quienes no fueron inocentes y afirma 'la inocencia' del hambre, la pobreza, la explotación de millones de seres humanos, su humillación y marginalidad. Da la razón a la dictadura militar y deja amplios espacios para que la infamia persista, victoriosa". El otro compañero de ellos dos, Rodolfo Walsh, muerto en combate contra la dictadura militar al cumplirse el primer año del golpe, y de quien Horacio Verbitsky se presenta como discípulo, tampoco merecería justicia según esta tuerta "racionalidad" contraria a toda ética. En el barrio a eso se le dice traición.
Esta pretendida defensa del papel del gobierno de EE.UU. en la represión durante la década del '70 y su consabida condena o "demonización" a los "no inocentes" es, en el fondo, un golpe bajo. Su difusión se hace justo un día antes del cumplirse el treinta aniversario de la masacre de Trelew, adonde fueran fusilados cobardemente 16 compañeros de las organizaciones político-militares de aquel entonces. Según la lógica de la documentación difundida por la cancillería norteamericana, y que sus cómplices del gobierno argentino, el CELS, Abuelas de Plaza de Mayo y Línea Fundadora celebran y parecen compartir, aquellos revolucionarios asesinados en la base Almirante Zar, en Rawson, al sur del sur, no entrarían dentro de la macabra categoría de "inocentes". Ergo: sus muertes estarían justificadas y les cabría el perdón.
"Nunca he recibido ni una sola lapicera de la Fundación Ford, que desde los años negros de la dictadura, cuando tantas puertas se cerraban a los perseguidos, sí financia algunos programas del CELS. Por ello sólo le debemos gratitud, no acatamiento a directivas o vetos que nunca fijó y que no aceptaríamos", confesó hace un año Horacio Verbitsky en su ataque contra Hebe de Bonafini, para explicar por qué había recibido algo más que una lapicera de la Fundación Ford. Con esta nueva vuelta de tuerca de su política condescendiente con el imperialismo queda claro el compromiso de este periodista y junto a él del coro de organismos de derechos humanos que lo secundan, para con los intereses norteamericanos. Para las Madres, en cambio, EE.UU. "puso los Ford falcon para secuestrar", entre otras cooperaciones a la dictadura.
Por suerte, y a pesar de las campañas políticas y de prensa que alientan la confusión y sirven a la impunidad, el pañuelo blanco de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y un creciente número de compañeros, conciencias y solidaridades, siguen librando cada jueves, a las tres y media en punto de la tarde, una batalla incesante por la vida, la justicia y la memoria fértil. La sola presencia del pañuelo blanco en las calles, rutas y plazas del mundo, señala con el dedo a los culpables del genocido, a sus sirvientes cómplices y a sus escribas oficiales. A pesar de ellos, contra ellos, en representación de la dignidad de este pueblo apenado pero entero en su rebeldía, las Madres han mantenido bien alta y clara la palabra más dulce y compañera: revolución. Sólo así será posible la justicia que los desaparecidos merecen y reclaman con su sangre solidaria regada como flor en los campos de este país lleno de sur.
Buenos Aires, 23 de agosto de 2002