Lo que va de Braden a los tiempos de Duhalde Releer lo que opinaba Perón de los Estados Unidos y sus arreglos sorprende por su frescura.
Y demuestra que, pese a lo que dicen tantos, los tiempos no cambiaron mucho
y tampoco los manejos.
En la obra de Perón abundan referencias a EE.UU. y el FMI.
Por Miguel Bonasso
"Los Estados Unidos no han hecho sino fortalecer el odio del pueblo argentino,
ya que el actual gobierno no hace nada impopular sin arrojar antes las culpas
a las ‘presiones yanquis’, a la influencia del Fondo Monetario Internacional
o a los poderes ocultos de los intereses imperialistas".
El párrafo parece escrito hace quince minutos, pensando en el inminente
arribo del secretario del Tesoro Paul O’Neill, pero forma parte de una carta
que Juan Domingo Perón le envió en julio de 1961 al presidente
norteamericano John Fitzgerald Kennedy. El fundador del justicialismo escribía
desde su flamante exilio madrileño, Kennedy publicitaba su (finalmente)
inocua Alianza para el Progreso y Arturo Frondizi gobernaba la Argentina con
estado de sitio, Plan Conintes y represión del movimiento obrero peronista.
La extensa carta, incluida como anexo en la edición moderna de Los vendepatria
(Corregidor, 1996), es uno de los documentos más claros y precisos que
Perón haya escrito acerca de Estados Unidos y sus relaciones con América
latina. Su claridad conceptual y política respecto a ese vínculo
secularmente desfavorable para la región, desmiente las reiteradas afirmaciones
de Carlos Menem de que Perón, si viviera, abrazaría con su proverbial
pragmatismo las "relaciones carnales". (Relaciones éstas, dicho
sea de paso, que a Menem le han supuesto en estos días más de
un desengaño sentimental. Desde el Testigo C, hasta las cuentas suizas
evocadas por el visitante O’Neill, pasando por el no rotundo a la dolarización
de la encantadora Anne Krueger.)
La carta a Kennedy también deshace, por su propia lógica, el argumento
oportunista de tanto justicialista aggiornado: "Las cosas cambiaron, el
mundo ya no es el mismo". Obviedad que no basta para suprimir curiosas
semejanzas en el uso de ciertos mecanismos, como la autonomía del Banco
Central, que debe fortalecerse con técnicos extranjeros, según
la receta del recientemente finado Rudiger Dornbusch. Citando a Raúl
Scalabrini Ortiz, Perón recuerda que el BCRA era un "Estado dentro
del Estado", con autoridades foráneas intocables, como el belga
nacionalizado uruguayo Edgardo Grumbach, a cargo en la década del ‘30
del estratégico "Departamento de Cambios".
Antes de "la reforma justicialista" –evoca Perón–, el Banco
Central estaba conducido por los titulares de la banca extranjera y esa autarquía
(respecto del Estado argentino, no del sistema financiero internacional) impedía
conducir el crédito en función de los intereses nacionales.
No es la única demostración de que en algunos planos "no
hay nada nuevo bajo el sol". El líder justicialista subraya que
su gobierno acabó con la deuda externa y constata que a sólo seis
años de su derrocamiento (en setiembre de 1955) el endeudamiento alcanza
a 3000 millones de dólares. Un cuadro similar "al de los tristes
días del Pacto Runciman-Roca: mendicantes argentinos suelen deambular
por los despachos europeos y norteamericanos en procura de alguna limosna que
lleva implícita una confesión de incapacidad y desvergüenza".
Si el "justicialista" Duhalde tuviera ingenio, hubiera leído
al fundador de su partido y quisiera despegarse de la imagen que él describe,
en vez de regalarle a O’Neill el consabido Martín Fierro, podría
obsequiarle una copia austera, en cuerina, de la Carta del Líder a Kennedy.
Donde el viejo general le dice al "joven mandatario": "Las consecuencias
no pueden cambiar porque hayan variado los presidentes de los Estados Unidos
y Usted debe cargar con el lastre tan negativo de sus predecesores. En los últimos
quince años (1945-1961) la República Argentina no ha recibido
de Norteamérica sino perjuicios, tanto cuando nos bloquearon en 1947
como cuando la invadieron sus compañías petroleras en 1959".
"Durante los diez años de nuestro gobierno (1946-1955) sentimos
el ataque permanente y la persecución más enconada tanto del ‘State
Department’ como del ‘Foreign Office’, que fueron desde el bloqueo implícito
hasta el sabotaje más abierto y descarado". Perón destaca
que su derrumbe fue producto de una coalición entre los "intereses
locales y los foráneos" y tiene en mente, seguramente, aquellas
espoletas para las bombas del 16 de junio provistas a los conspiradores por
las agregadurías militares de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Porque, al margen de sus concesiones del final (1954-1955), tras la visita al
país de Milton Eisenhower (el hermano del presidente norteamericano)
y del indefendible acuerdo con la Standard Oil, es indudable que opositores
y conspiradores (de derecha y de izquierda) hallaron cobijo y recursos materiales
en "la Embajada". Desde la época en que los comunistas de Vittorio
Codovilla integraban con los conservadores, los socialistas y los radicales
la Unión Democrática, bajo la protección y el amparo del
empresario minero Spruille Braden, primero embajador en Argentina y luego secretario
adjunto para Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado.
A quien el entonces coronel tuvo la sagacidad de erigir como su contrafigura
en el discurso con el que cerró su campaña, el 12 de febrero de
1946: "La disyuntiva en esta hora trascendental es ésta: o Braden
o Perón. Por eso, glosando la inmortal frase de Roque Sáenz Peña,
digo: sepa el pueblo votar".
Un curioso artículo de la revista Life, publicado en marzo de 1946 y
recogido por Milcíades Peña (El peronismo. Selección de
documentos para la historia, de Ediciones El Lorraine, Buenos Aires 1986) admitía:
"Braden parece haberse equivocado hacia Perón en por lo menos dos
aspectos. Uno de ellos es que Perón se ha apartado bruscamente de la
norma fascista –o, por lo menos ha confundido a Braden– al celebrar elecciones
limpias y libres fuera de toda cuestión. El otro aspecto es que Perón
es mucho más apreciado en la Argentina que lo que Braden o la prensa
de los EE.UU. estaban dispuestos a admitir en el otoño pasado. Sus reformas
económicas, no muy distintas de las de la primera época del ‘New
Deal’ (rooseveltiano), le aseguraron una enorme masa adicta rural y urbana".
Juicio más inteligente, por cierto, que el que emitieran los corresponsales
de Newsweek hace pocos meses cuando atribuyeron la movilización popular
contra Fernando de la Rúa, a un afán argentino por "parecerse
a los europeos" y mantener –contra toda lógica– el "estado
de bienestar". Ese welfare state que buena parte de los medios anglosajones
consideran de exclusivo uso metropolitano.
Recientemente Roberto Baschetti, en una rigurosa cronología sobre las
relaciones entre Argentina y el FMI, incluyó otra cita de Perón
que está fechada en 1967 pero ilumina la escena actual:
"Cuando en 1946 me hice cargo del gobierno, la primera visita que recibí
fue la del presidente del Fondo Monetario Internacional que venía a invitarnos
a que nos adhiriéramos al mismo. Prudentemente le respondí que
necesitaba pensarlo y, enseguida, destaqué a dos jóvenes técnicos
de confianza del equipo de gobierno para investigar a este ‘monstruo tan peligroso’,
nacido según tengo memoria en los sospechosos acuerdos de Bretton Woods.
El resultado de este informe fue claro y preciso: en síntesis, se trataba
de un nuevo engendro putativo del imperialismo. Ha pasado el tiempo y en casi
todos los países adheridos al famoso Fondo Monetario Internacional se
sufren las consecuencias y se comienzan a escuchar las lamentaciones. Este Fondo,
creado según decían para estabilizar y consolidar las monedas
del ‘Mundo Libre’, no ha hecho sino envilecerlas en la mayor medida. Mientras
tanto los Estados Unidos se encargaban, a través de sus empresas y capitales,
de apropiarse de lasfuentes de riqueza en todos los países donde los
tontos o los cipayos le daban lugar".