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OPINION
Estos tipos
Por Martín Granovsky
Episodios como el del chico tajeado siempre disparan una polémica sobre
qué cosa le resulta más útil al terror. Si el silencio
o la difusión. A estos tipos, ¿qué les conviene más? ¿Que
el gobierno porteño asuma la denuncia como propia y los medios la reflejen,
dándole importancia desde el principio? ¿Que todos sean discretos mientras
la policía investiga? Hay argumentos para un lado y para otro. Unos dicen
que informando se magnifica el efecto psicológico del miedo. Otros, que
el terror se amplía, justamente, ignorándolo.
El problema es que nadie sabe quiénes son estos tipos ni qué buscan.
Y hasta ayer, además, ningún funcionario había comenzado
siquiera a investigar. El temor oficial es que se trate de una ola más
de denuncias falsas, de una psicosis parecida a la falsa idea de que en todas
las esquinas secuestraban chiquitos. Sin embargo, en el caso del Moreno hay
un adolescente tajeado, es decir que no se trata de psicosis ni de rumores,
y sería bueno que la Secretaría de Seguridad se comprometiera
con el esclarecimiento de la agresión.
Tajear la piel para dibujar un mensaje con sangre no es común. Lo sufrió
los últimos años el fiscal Pablo Lanusse. Lo sufrió, en
la década del ‘60, la estudiante Graciela Sirotta a manos de Tacuara.
Sí es común, en cambio, el uso de las escuelas o los estudiantes
como blanco cuando se quiere enrarecer el aire o justificar la mano dura. En
1974, por ejemplo, el estado de sitio comenzó con una extraña
campaña de amenazas de bomba en escuelas porteñas. Las bombas
no estallaron, pero el estado de sitio impuesto por Isabel Perón permaneció
junto con los parapoliciales de la Triple A y siguió con la dictadura.
Para una campaña de acción psicológica las escuelas y los
chicos son un buen blanco. La noticia se irradia con una velocidad insuperable
y todos se sienten amenazados. Los chicos, porque cualquiera puede sufrir una
agresión, sobre todo si alguien utiliza cierta inteligencia para hacer
un seguimiento nocturno del colegio a casa. Los padres, porque cualquier hijo
es una víctima potencial.
Naturalmente, la forma de terminar con este tipo de agresiones misteriosas es
acabar con el misterio. Averiguar quién lo hizo con la misma decisión
que aplicaron las fuerzas de seguridad, por ejemplo, en los casos del asesinato
del jefe de la custodia del canciller Carlos Ruckauf y del secuestro del hermano
de Juan Román Riquelme.
Mientras la Justicia investiga quedan dos cosas por realizar. Una es la difusión
seria, porque cuando un ataque se hace público el nivel de protección
individual aumenta. La otra es la comunicación, el contacto y la protesta
de los afectados. Que no son solo los chicos del Moreno, sino todos los chicos
y todos los que tienen chicos. ¿O el cacerolazo también quedó
encerrado en el corralito?