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Sombras sobre Argentina
Adolfo Gilly / LA JORNADA
Rudiger Dornbusch, notorio asesor económico internacional, es profesor de economía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en Boston. Su colaborador habitual es Ricardo Caballero, también profesor en esa institución. Dornbusch emite con cierta regularidad opiniones sobre los países de América Latina. Es conocido como un economista extremista, es decir, como uno que tiene tendencia a irse hacia los orillas en sus análisis y en sus propuestas. La última de éstas, según informa Stella Calloni, corresponsal de La Jornada en Buenos Aires, sería la conveniencia de implantar una dictadura militar en Argentina para poner orden y crear las condiciones para que esa nación vuelva a recibir ayuda financiera externa.
Esta insólita propuesta, que otros piensan pero no formulan, tiene sus antecedentes. El 7 de marzo pasado ambos economistas publicaron en The Financial Times de Londres un artículo titulado No se puede confiar en Argentina.
En ese texto, luego de afirmar que el colapso económico y político argentino sólo podía compararse con el de Austria al final de la Primera Guerra Mundial, Dornbusch y Caballero decían que no tenía caso que el Fondo Monetario Internacional prestara dinero fresco a un país en cuyas instituciones y gobernantes no se podía depositar confianza alguna, y proponían la cesión de una gran parte de la soberanía argentina, por un plazo extenso, a una comisión de expertos extranjeros de alto nivel que manejarían las finanzas, la moneda, la economía, las leyes sociales y la orientación de las inversiones durante al menos un lustro. Escribían:
"Argentina debe ceder ahora gran parte de su soberanía monetaria, fiscal, regulatoria y de manejo de capital por un pe-riodo largo, cinco años por ejemplo". Sólo con esa condición el FMI podría arriesgarse a prestarle dinero.
Por supuesto, la propuesta recibió variadas respuestas desde Argentina, algunas indignadas, otras no tanto, y ambos economistas abrieron una discusión en su portal de Internet con varios de sus interlocutores. Como la idea de la dictadura militar no anula esta proposición anterior, debemos suponer que, por el contrario, viene a dar una formulación política madura a lo que antes se presentaba sólo como una propuesta económica.
Esta formulación, a su vez, coincide con el momento en que el gobierno de Eduardo Duhalde llama a elecciones presidenciales para marzo de 2003, pero sin renovar los otros poderes ampliamente caducos, acosados por el grito hoy más popular en Argentina: "¡Que se vayan todos!"
Finalmente, esta convocatoria a una elección que Duhalde y su gente quieren convertir en una interna del Partido Justicialista, para hacer elegir de sus filas al próximo presidente, viene también después de que, el 2 de julio, el mismo presidente Duhalde publicara en The Financial Times una amplia confesión de los pecados de los argentinos ante la comunidad financiera internacional. Escribió esta especie de presidente:
"En el caso de Argentina, nadie tiene mayor responsabilidad por la crisis que el propio país. Gastamos más de lo que ganábamos; fracasamos en completar el ciclo entero de las reformas económicas y nos atamos nosotros mismos a la economía más productiva del mundo, sin construir nuestra propia productividad."
(Esta primera persona del plural es maravillosa: todos los argentinos gastaron; todos los argentinos fracasaron en cumplir el mandato del FMI de las reformas; todos los argentinos se ataron a esa otra economía. Por lo tanto, todos los argentinos merecen lo que les pasa y deben pagar sus culpas y sus deudas.)
Es una conjunción sombría la que se cierne sobre Argentina en momentos en que Otto Reich en persona llega a Buenos Aires, y en que Carlos Menem, el presidente puesto como ejemplo por Dornbusch a finales de los años 90, prepara su reingreso a la política argentina.
Es como si en alguna parte se hubieran puesto de acuerdo para declarar que se acabó la fiesta de los desempleados, los despojados y los pobres ocupando las calles. Como si hubieran decidido que llegó el momento de poner orden y armar un blindaje. Este no sería necesariamente un dictador militar, sino un presidente "legitimado" por una elección cocinada de antemano, el cual blindaría su gobierno con el apoyo militar y el visto bueno del FMI para llevar su política de consolidación histórica de los niveles de pobreza y explotación resultantes de la crisis. (Sólo les faltan, por fortuna, dos detalles: ponerse de acuerdo entre ellos y sacar a los argentinos de las plazas y las calles.)
Una figura estelar de esa conjunción oscura es Rudi Dornbusch, que puede decir las cosas con la libertad de ser un asesor independiente y contribuir así a las salidas que otros preparan en los hechos. Pues bien, este es el mismo Dornbusch que en su momento hizo llegar sus consejos a México. Cuando Vicente Fox era apenas presidente electo, Dornbusch publicó en la revista Dinero.com un artículo titulado El desafío mexicano que todavía puede leerse en Internet. Le decía a Fox este asesor de Menem el 15 de septiembre de 2000:
"A menos que establezca políticas claras antes de sentarse a la mesa de negociaciones, Fox se encontrará con su poder y su mandato desgastados en un instante. Pero existe una opción de esperanza única que puede adoptar y que cambiaría a México de manera dramática: una caja de conversión como la de Argentina.
"Una caja de conversión o, yendo más lejos, la total dolarización de la economía mexicana acabaría con la casi incesante inestabilidad monetaria del país. La tasa de cambio se aboliría. México se encontraría (casi) como Nueva Jersey o Texas con respecto al dólar. La abolición del Banco de México, hoy un buen banco central pero afectado por una historia atroz, y la fijación irrevocable del peso al dólar conllevaría las siguientes consecuencias: una caída dramática de las tasas de interés mexicanas, un auge de los precios de las acciones y un cambio hacia una tasa de crecimiento mayor a mediano plazo. [...] La total integración monetaria con una base duradera es el paso clave para completar la marcada apertura comercial que produce formidables utilidades en el norte de México."
El artículo terminaba con este arranque lírico: "Una caja de conversión es, en última instancia, un poderoso complemento del fortalecimiento de la democracia enviando vientos de prosperidad a su paso".
La caja de conversión, la denominada paridad legal uno a uno del peso con el dólar, era por ese entonces la gloria de la economía argentina, cuyos conductores declaraban haber entrado al Primer Mundo y haberse integrado de hecho con la economía de Estados Unidos: "relaciones carnales", las denominó Menem en sus aladas metáforas de burdel.
El economista que hace menos de dos años conminaba al presidente electo de México a seguir la política de Carlos Menem, ahora propone una dictadura militar en una Argentina llevada por esa política al despeñadero. Tiene audiencia, tiene tribuna y tiene éxito de prensa y de dinero. ¿Para quién trabaja? ¿Qué están preparando?