VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Argentina: La Lucha continúa

26 de junio del 2002

¿Qué es la argentinización?

José Steinsleger
La Jornada

Primer caso. Un profesor de arquitectura de la Universidad Nacional de Buenos Aires que ganaba 800 dólares al mes antes de la devaluación. Hoy gana 200 dólares. Su esposa, madre de cinco hijos, cobró una herencia de sus padres y la depositó en el banco. En 2000 consiguió un crédito prendario y compró una camioneta para trabajar. Pero el dinero quedó atrapado en el corralito, se atrasó en las cuotas y el banco, "su" banco, le quitó el vehículo.
Segundo caso. Cuando se decretó el corralito el ministro Domingo Cavallo hizo la apología del "dinero electrónico". Dijo que una vez vencidos los plazos fijos podían transferirse a cajas de ahorro y ser usados ("como en el Primer Mundo"), para saldar deudas y hacer todo tipo de pagos. Temiendo la devaluación, miles de personas salieron a comprar, acumulando deudas por algunos miles de dólares. Pero antes del vencimiento de las tarjetas cambió el gobierno y llegó el segundo corralito: la inmovilización de los plazos fijos.
Tercer caso. En una caja de ahorros una pareja tenía 10 mil dólares para la operación de su hijo. Por tanto, quedaban dentro de las "excepciones" para casos especiales. La historia real fue otra: largas colas en el banco y un mes de trámites sin resultado. Finalmente, el banco no autorizó el retiro.
Cuarto caso. Ella fue presidenta de la comisión de acreedores de un banco en el que tenía sus ahorros. En 1996 el banco se declaró en quiebra y 75 mil ahorristas perdieron su dinero. Ganaron la demanda. Pero una decisión de la Corte anuló la quiebra y todo volvió a fojas cero. Los acreedores volvieron a ganar el juicio. En el ínterin murieron 14 ahorristas. Pero ella pudo cobrar y cambió de banco. En diciembre de 2001 el dinero que había salvado del corralito del corralito quedó atrapado en un nuevo corralito.
Quinto caso. Tras dos años de trámites en el consulado de España, desde Alicante respondieron positivo. La pareja renunció a su trabajo, rescindió el alquiler de su casa, vendió el menaje y, antes de partir, depositó 50 mil dólares ahorrados en distintas cuentas. De súbito el gobierno prohibió las transferencias. La pareja vive hoy en un galpón, los 50 mil dólares valen cuatro veces menos y ahora están sin trabajo y sin casa.
Sexto caso. Después de años de trabajo un señor ahorró 20 mil dólares y decidió prestarlos a cambio de la garantía de un departamento hipotecado. Pero el señor murió y la viuda ofreció la propiedad a un tercero que pagaría el resto de la hipoteca. El día que se pusieron de acuerdo, se anunció el corralito. Hoy, la viuda no puede recuperar su dinero (que vale cuatro veces menos) y el banco se quedó con el departamento porque el inquilino no pudo pagar las cuotas.
Ni un millón de páginas de este periódico servirían para reseñar cientos de miles de casos como los expuestos. Lo único claro es la pregunta que se hizo el dramaturgo Bertolt Brecht: ¿qué diferencia existe entre robar un banco y fundarlo?
Convengamos que el comentario de Brecht fue un exabrupto fogueado por la crisis mundial del capitalismo de 1929. Convengamos que ningún país puede funcionar mucho tiempo sin una moneda relativamente estable y sin bancos confiables donde depositar el dinero. Que un mundo sin banqueros sería utopía socializante de la modernidad y que el capitalismo se rige por leyes "naturales" desde las cuales el anhelo de competir y poseer más es "natural".
Supongamos todo eso y sigamos creyendo que el "libre comercio" es la "fiesta" de la democracia y en que, como decía mi abuelo, los banqueros son personas honestamente interesadas en prestarnos servicios tales como asegurar nuestro dinero y orientarnos en asuntos de ahorro e inversión.
Bien... ¿dónde están? ¿Banqueros eran los de antes? Porque los de hoy, lejos de responder a ley alguna, se han adherido ideológicamente al absolutismo de que el Estado debe abstenerse de intervenir y dejar que los mercados se regulen solos. Salvo cuando hay problemas. Mientras puedan dictar sus leyes (si hay "democracia", mejor) que el Estado no se meta. De lo contrario, que concurra en su ayuda.
En todos los países latinoamericanos hay funcionarios que en lugar del Estado defienden intereses inconfesables; políticos "democráticos" que lejos de servir a la ciudadanía legislan en favor del poder económico y plumíferos mercenarios que, "como Argentina", se especializan en confundir y causar pánico. Para ellos, la "argentinización" es un negocio y la democracia un problema.