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27 de julio del 2002
El pueblo argentino desnudo de ella
Eduardo Galeano
Patria Grande
26 de julio de 1952
Buenos Aires
¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga en un muro
de Buenos Aires. La odiaban, la odian, los biencomidos: por pobre, por mujer,
por insolente. Ella los desafiaba hablando y los ofendía viviendo. Nacida
para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos, Evita se había
salido de su lugar.
La querían, la quieren, los malqueridos: por su boca ellos decían
y maldecían. Además, Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso
y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba
empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas,
ajuares de novia. Los míseros recibían estas caridades desde al
lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno
verano ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se
lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus
atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos, desfila el pueblo llorando.
Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana
de dos semanas de largo.
Suspiran, aliviados, los usureros, los mercaderes, los señores de la
tierra. Muerta Evita, el presidente Perón es un cuchillo sin filo.
De Memoria del fuego (1986) un libro con infinitas lecturas que se presta,
de manera especial, para el hipertexto. Estas páginas recogen fragmentos
del libro ordenados en forma cronológica y enriquecidos, en algunos casos,
con fotografías, audio y textos adicionales tomados de las fuentes originales.