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29 de julio del 2002
Postales (no turísticas) de Argentina
Nora Franco
Triple Jornada
La perversión del sistema les hace creer y tomar lo anormal como normal.
Pero no es normal que un niño muera de hambre y esta realidad patética,
que niega la vida, no debe ser aceptada
Hoy
Dos jubilados se suicidan después de saber que luego de interminables
meses, una vez más les negaron el cobro de sus pensiones. Otro jubilado
entra a la agencia bancaria con una granada en la mano: "Quiero que me den mi
pensión, ni un centavo más ni uno menos". El artefacto no explotó,
pero no explotó porque le entregaron su dinero. Un joven, empleado en
un supermercado, a punto de ser padre, se suicida en el mismo lugar de trabajo
minutos después que el gerente le notificó que quedaba cesante.
Otras y otros jóvenes, mujeres y niñas, hacen cola frente a negocios
que fabrican pelucas: esperan su turno para vender su cabello. Decenas de muchachas
y muchachos diariamente se agrupan con sus familiares en el aeropuerto internacional
de Ezeiza; esperan entre llantos y palabras entrecortadas el último aviso
para embarcar hacia un país hospitalario. La tía de una de estas
chicas volvió a su casa destrozada, la gente de su barrio -gente humilde
como ella- la vio abrir la puerta en silencio, nadie atinó a decirle
nada; minutos después una vecina la llamó y le extendió
un plato de ñoquis amasados por la mujer: "Te vi tan triste que al menos
quiero que comas algo rico"; otra mano, la de un vecino, le regalaba la mitad
del paquete de sus cigarrillos. Y la infancia: maestras de distintas escuelas
de todo el país denuncian que "en las aulas nuestras alumnas y alumnos
se desmayan por hambre", que en los comedores infantiles escolares "reciben
la única comida diaria", y que cuando alguna chica o chico falta "la
madre viene a buscar el plato de comida para su hija o hijo". A una de las tantas
mesas de trueque organizadas por la gente -donde las personas cambian lo que
no les sobra por lo que necesitan-, llegó una banda de chicas y chicos
-el menor tendría 5 años, la mayor 12- con bolsas de juguetes:
buscaron, hasta lograrlo, intercambiarlos por leche en polvo, paquetes de fideos,
azúcar, harina, medicinas infantiles... Alguien les preguntó:
"¿Son para ustedes?" "No, para nuestras compañeras y compañeros
de la escuela que tienen menos para comer que nosotros".
Ayer
-- "¿Usted le está diciendo a las madres que roben leche?
-- No, no se trata de robar precisamente. Les digo que les den leche a sus hijos.
Las madres llegan a los hospitales con sus hijos a punto de morir. Sería
necesario recetarles cinco litros de leche, ropa, una casa digna, un puesto
de trabajo... todo eso que la violencia de este sistema les niega, pero sus
hijos tienen poca vida ya y entonces digo: lleve a su hijo a cualquier supermercado
y déle leche".
Este diálogo, parte de una amplia entrevista que mantuve con el psicoanalista
argentino Fernando Ulloa, no es reciente. Fue mantenido hace más de 10
años. Por ese entonces Ulloa trabajaba en el campo hospitalario de la
provincia de Buenos Aires, en sistemas de Prevención de la Salud, una
especificidad que él calificaba como "un trabajo al margen de la marginalidad".
La pobreza era común a las/os pacientes, el cuerpo médico, la
infraestructura hospitalaria. "Los pediatras se desesperaban porque sabían
que poco y nada podían hacer para salvar a esos chicos. Comenzamos a
aprender a pensar clínicamente a través de conceptualizar toda
la práctica cotidiana partiendo de todas sus miserabilidades:
transformar esa comunidad sumergida por la pobreza, en un lugar fundamentalmente
de pensamiento, de imaginación para dar respuestas concretas a problemas
concretos. Funcionó entonces la autogestión: no esperar lo que
no vendría del Ministerio de Salud, y la utopía: negarse a aceptar
lo que niega la realidad". Lo utópico no era un mero juego de palabras:
la perversión del sistema, además de sumergir a las personas en
la marginalidad, les hace creer y tomar lo anormal como normal. Pero no es normal
que un niño muera de hambre y esta realidad patética, que niega
la vida, no debe ser aceptada. De ahí que pacientes y cuerpo médico
fueron liberándose del aislamiento y la alienación que desencadena
la pobreza y "lleve a su hijo a cualquier supermercado y déle leche.
No se trata de robar precisamente", apenas fue el comienzo. "En mis años
de experiencia este plan, iniciado una y otra vez en tantos lugares, fue desbaratado
por los sistemas políticos represores una y otra vez. Pero siempre nos
hemos organizado en otras partes porque inexorablemente la marginalidad puede
llevar al desánimo, pero también a la revolución. A la
revolución, a la utopía, no como algo que no tiene lugar, sino
la utopía de negarse a aceptar aquellas cosas que niegan la realidad".
Ayer-hoy
4 de abril de 2002. Unidad Penal 12 de Gorina -provincia de Buenos Aires-:
el detenido Emilio Alí, está a punto de quedar en libertad. 26
años antes Alí había nacido en Mar del Plata, ciudad de
la costa bonaerense. Apenas asistió a la escuela y ser vendedor ambulante
para él era cosa de todos los días, como en su barrio de gente
carenciada, "José Hernández", la desocupación y el hambre.
Se afilió al Movimiento Sindicalista de los Trabajadores -MST- y organizó
la Comisión Marplatense Contra la Represión -COMARE-: la violencia
policial era la respuesta a los reclamos de la población. En 1997, Alí
y sus compañeros del MST, encabezaron el primer PIQUETE -término
local para designar la toma y corte de carreteras estratégicas con gente
movilizada- de la provincia de Buenos Aires en reclamo de trabajo y alimentos.
"Durante el piquete hubo días que nevaba y la gente nos traía
leña, chocolate y pan. Aguantamos seis días y fuimos recibidos
por las autoridades provinciales. Conseguimos dos mil 700 puestos de trabajo".
Electo presidente de la Unión de Vecinos Organizados, en pocas semanas
organizó la apertura de siete comedores populares, y logró que
la Cámara de Supermercadistas de Mar del Plata entregara periódicamente
bolsas de alimentos a la gente desocupada. El 5 de mayo de 2000, Emilio Alí
lideró, junto a 120 vecinos y vecinas, una ocupación pacífica
en Casa Tía -de capital multinacional-, el único supermercado
que se negó al acuerdo. Pedían comida y agua potable. No hubo
violencia a pesar de que la policía rodeó la empresa. Luego de
horas de negociaciones, el gerente entregó 150 bolsas de comida. La gente
retornó al barrio satisfecha por el nuevo logro. Pero Alí fue
detenido y encarcelado por "extorsión y coacción". Se declaró
en huelga de hambre y recién el 23 de abril de 2001 comenzó el
juicio. Lo condenaron a cinco años y medio de prisión. Antes de
que escuchara la sentencia, Emilio Alí ya la conocía, como consta
en una carta que escribió a sus compañeros: " ... podía
presentir que una tormenta de impunidad estaba ante mí: me iban a condenar.
Pensé en una condena mínima, pero luego, cuando ya en la sala
para el fallo final miré a los jueces, supe que no era necesario que
la leyeran. Se les veía la cara de odio con que nos miraban". Sus vecinos
y vecinas presentes en la sala, emprendieron desde ese mismo momento acciones
para liberarlo. "Si hubo una persona que entregó todo por el barrio,
ése fue Emilio. Nunca pidió nada para él, no robó,
no mató, por eso el barrio está muy enojado, esta condena es una
injusticia. Todos estamos decididos a salir a la calle por la libertad de Emilio",
sostuvo una vecina. Las movilizaciones recorrieron el país. El nombre
de Emilio Alí se asociaba a las reivindicaciones que estallaban diariamente
y a la exigencia de que no se condene la lucha social. Y la presión de
las organizaciones populares lo hizo posible: un fallo judicial sostuvo que
la sentencia inicial no estaba fundada y que el detenido debía ser liberado.
Emilio Alí salió de la prisión con su convicción,
su utopía: "Muchas veces me pregunté qué delito cometí.
Y me respondía que ninguno. Siempre supe que mi detención era
más política que jurídica. Ya no tengo temor. Voy a seguir
pidiendo pacíficamente por lo que nos corresponde. Para que no haya más
persecuciones, ni para mí ni para los más de dos mil 800 compañeros
encausados que, como yo, reclamaron por sus derechos. Quiero que la justicia,
alguna vez, esté de nuestro lado".