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Argentina: La Lucha continúa

13 de junio de 2002
Los intelectuales y el levantamiento popular

Pablo Rieznik, Prensa Obrera
Portal Popular

La rebelión popular, los piquetes y las cacerolas, mas allá de su contundente materialidad, y precisamente por ello, han hecho correr ya mucha tinta y palabra escrita. Un dominio que naturalmente parece propio de la intelectualidad. De hecho, escritores, dramaturgos, artistas, sociólogos, filósofos, psicólogos y psicoanalistas entre otros- han irrumpido en los medios para suministrar su clave interpretativa de esta Argentina quebrada e insurgente. En Página 12, por supuesto, pero también en el diario de los Mitre y en el de los Noble, así como en las revistas semanales abundan los artículos de opinión, las entrevistas especiales, la demanda de un supuesto entendimiento más profundo que los hombres de letras y pensamiento debieran aportar. Cuando nos internamos en las largas páginas que llenan tal cometido el resultado general es más bien decepcionante; aún cuando la generalización no sea fácil porque, entre los diversos puntos de vista, conviven observaciones muy agudas y vulgaridades a granel, temas diversos, caracterizaciones con algún rigor y abordajes sin sentido, posiciones políticas antagónicas, etc.

Grises la teoría

De todos modos, hay una marca que recorre al conjunto, una impronta común que abarca inclusive reflexiones y planteos muchas veces antagónicos. Es la marca o la impronta de la distancia, algo que puede presentarse como específico de la tarea del intelectual. El tipo (nos referimos al tipo social) interpreta hechos frente a los cuales en principio muestra cierta ajenidad, cierta altura que colaboraría con su juicio más objetivo, menos cercano al vértigo de los acontecimientos. No hablamos de la falta de compromiso, puesto que muchos de los profesionales encuestados u opinadores se identifican muchas veces con las diversas formas de levantamiento popular que está en el centro de sus análisis y en el cual, algunos de ellos participan. Es otra cosa: es la incapacidad de analizar la revuelta y sus perspectivas- en términos del protagonista, de la lucha de tendencias, de las posiciones en juego, de la preparación previa, de las fuerzas políticas en presencia en esta enorme movilización nacional y sus antecedentes.

Para algunos la cuestión es sencilla porque repiten la remanida cantinela de que nos encontramos ante una rebeldía espontánea, tesis que lleva al extremo el periodista Luis Bruchstein, de Página 12, como si el 19 y 20 de diciembre hubieran sido paridos en un repollo (algo tan absurdo como la pretensión de ocultar a los niños los mecanismos de la concepción y el papel de la sexualidad). Macanas: el Argentinazo no sólo no fue espontáneo sino que, al contrario, la expresión demorada de un largo proceso preparatorio que arranca una década atrás, que pasó por los fogoneros, por los piqueteros, por verdaderas insurrecciones en Santiago del Estero, Neuquén y Salta, por los paros y las huelgas activas, por las ocupaciones de los lugares de trabajo, por los cortes de ruta del país entero. El actor Pompeyo Audivert es uno de los pocos que señala esto con claridad en un suplemento del mismo diario.

Pero el registro serial de la movilización sin precedentes que sacudió a la Argentina en el último período es apenas una parte de la historia, es el costado objetivo; su contrapartida indisoluble es su lado subjetivo. Porque en este enorme laboratorio social de lucha se anotaron e hicieron su experiencia las más diversas expresiones de la sociedad, es decir, agrupamientos, corrientes, movimientos, partidos. Aún en las observaciones y los análisis más logrados de los intelectuales por supuesto no todos los gatos son pardos- existe una enorme dificultad casi insuperable para aproximarse a esta realidad, identificar a los actores, establecer su diversidad, sus estrategias y su conducta, sus plataformas y propuestas, etc.

Verde es el árbol de la vida

Desde el Cutralcazo, para tomar uno de los hitos digamos fundantes del movimiento piquetero, y hasta mucho después, estuvieron quienes, por ejemplo, juzgaron a los piqueteros como una masa marginal, alejada del movimiento obrero tradicional e inclusive desclasados como fue el caso durante un largo lapso de Izquierda Unida -; o quienes en el 99 creyeron que la protesta social debía canalizarse en la Alianza igualmente progresista de la UCR y el Frepaso. Estuvieron también las corrientes que impulsaron muy tempranamente, en correlación con el ascenso del movimiento piquetero, la necesidad de una Asamblea Nacional y quienes se opusieron o adhirieron demoradamente a la propuesta FTV, CCC- para más tarde bloquear su desarrollo. Hubo de todo y de todos y estas variantes están completamente ausentes en la totalidad de los análisis de los intelectuales.

El caso más fantástico es el de mi amigo Claudio Katz, promovido como intelectual de izquierda independiente y que en un reciente artículo parece suplir este error hablando del importante papel de la izquierda en la preparación de la insurgencia popular; pero ahora sí, como si todos los gatos fueran pardos -, sin distinción alguna sobre sus diferencias e inclusive parafraseando análisis del Partido Obrero....sin citarlo. En el extremo opuesto aparece el citado Bruchstein alegando que la izquierda fue sorprendida por el levantamiento popular y acabó concurriendo a los cacerolazos como un vecino más. ¿Cómo es posible unir al mismo tiempo tanta ignorancia y pedantería?.

Contra esta superficialidad sobresale el hecho de que la única producción intelectual sobre la historia del movimiento piquetero corresponde a un dirigente del PO Luis Oviedo-, que lanzó su libro en el mismo momento en que la Argentina era sacudida por los acontecimientos de diciembre, o que días después apareció el primer libro sobre El Argentinazo, de Jorge Altamira. En ambos y aquí no se trata de estar de acuerdo o no con todo la que allí se dice- la cuestión de método fundamental es que muestran la historia también como una construcción subjetiva, como delimitación de tendencias, como prueba de posiciones y pronósticos y no apenas como un recuento de hechos o descripciones sutiles y ricas sobre el movimiento de los explotados argentinos (que las hay y muy meritorias). Es una pena que los intelectuales se pierdan la historia como presente para que dentro de algunas décadas, algún investigador se afane en los archivos para registrar la literatura política y piquetera de la actualidad, los aportes, interpretaciones, estímulos y bloqueos que se manifiestan entre las diversas fuerzas que operan en el terreno de la propia lucha.

El fracaso del intelectual

Lo que acabamos de señalar debe llamar la atención sobre lo que puede considerarse el mayor fracaso de los intelectuales de izquierda: su permanente búsqueda del sujeto social capaz de encarnar una transformación de este mundo capitalista y globalizado. Una búsqueda que muchas veces recuerda al mito de Sísifo. Lo cierto es que los sujetos no pueden aparecer y recortarse en el horizonte de la realidad sino mediante una delimitación política concreta en relación al desarrollo del conflicto social, de la lucha de clases también concreta-.

Este es el punto: cuando uno recorre la vasta producción reciente es evidente que la intelectualidad considera las cacerolas y los piquetes como fenómeno social pero no como expresión al mismo tiempo, de una lucha política y de una intervención práctica de organizaciones, de programas, iniciativas y acciones del más diverso tipo. Seamos justos: en muchos casos la intelectualidad los ignora, pero de todas maneras no es bueno hacer de la carencia, una virtud. Aún cuando algunas confesiones ahorren comentarios: hasta ahora estábamos en el subsuelo arrinconados en la leñera, afirma sobre los intelectuales el sociólogo Pablo Bergel (Revista 3 Puntos).

Precisamente porque le falta el lado del sujeto es que el defecto de los análisis, aún los más elaborados, se manifiesta particularmente a la hora de formular conclusiones, ¿adónde va la Argentina? ¿cuál es la salida? ¿Qué configuración política debe asumir? ¿Qué fuerzas y partidos liderarla? ¿Qué perspectiva plantea en términos de grupos, clases sociales, intereses económicos? Es casi inútil buscar, inclusive en los análisis más logrados que haya alguna respuesta a estos interrogantes fundamentales. La distancia del intelectual no es física sino de clase: está por encima de la lucha política real y por eso no puede procesar ni propiciar un desenlace en los términos de esa misma lucha política. Por esto, suponemos, que el sociólogo Eduardo Grunner afirma estamos más atentos que realmente sabiendo que hacer (Reportaje en Página 12)

Distancia y poder

El que no puede, niega. Luis Gruss, también en 3 Puntos retoma así otra idea fuerte sobre la cual la intelectualidad criolla ha batallado desde hace algún tiempo, siguiendo a sus pares del exterior, en particular al inglés John Holloway y al italiano Toni Negri: la idea de cambiar el mundo sin tomar el poder está en el aire. La mentada distancia adquiere aquí dimensiones cósmicas por el sencillo hecho de que se trata de un inasible deseo del pensamiento. Si el mundo pudiera ser cambiado sin sacarnos de encima a los Bush, a los Menem, a De la Rúa y Duhalde no estaríamos ya en la Tierra. Es una idea que está efectivamente en el aire en el sentido digamos literal de la expresión: sin la densidad ni el peso elemental de algo que debe hundir sus raíces en la terrenalidad de los antagonismos sociales.

Pero la toma del poder para millones de argentinos no es un imperativo moral o intelectual. El poder está colapsado como reflejo de una crisis sin precedentes de la sociedad capitalista. Sino lo cambiamos sus restos descompuestos no dejarán de obrar sobre nuestras vidas, lo que concretamente es sinónimo de mayor miseria social, explotación del trabajo, degradación física y cultural. ¿No es sobre este punto exacto que la Argentina se encuentra en una encrucijada histórica? El trabajador sabe que para operar en el mundo de la producción se precisan herramientas. ¿No es el poder una herramienta para transformar el mundo de los humanos? Sólo una respuesta positiva puede abrir el debate posible: qué tipo e poder, con que características, sobre que fundamento social, con que tipo de disposiciones económicas y políticas, etc.

Negar el problema del poder es proceder como en la fábula de la zorra y las uvas. Sólo un intelectual puede revestir esta tontería de palabras bonitas. La distancia es de clase, en este caso, porque revela a quien, como dice el sociólogo Horacio González, en un interesante reportaje tiene un punto de vista aristocrático en su desprecio por el mundillo de los intereses inmediatos o materiales, siempre con un pretexto espiritual o ideológico, inclusive de apariencias revolucionarias.

En realidad en el reportaje que acabamos de citar, critica severamente el punto de vista de sus colegas Nicolás Casullo y Alejandro Kaufman que impugnan a la clase media cacerolera y lo que califican como una suerte de lucha de tenderos por salir del corralito. Habría que agregar que identificar a la clase media con porquerías como el no te metás de la época de la dictadura es para decir lo menos y realmente lo menos- unilateral. ¿De dónde salieron buena parte de los militantes revolucionarios de tres décadas atrás? ¿Quién nutrió las filas de los movimientos de los derechos humanos bajo Videla y cía.? ¿De qué hablan los profesores Casullo y Kaufman? Se pueden caracterizar oscilaciones muy bruscas en la conducta y en la orientación política de la clase media pero es elemental que es necesario precisar y situar el contexto y la historia concreta. ¿No fue acaso también la clase media, la de las movilizaciones de la década del 50 por la enseñanza laica, las del 60 en apoyo a la Revolución Cubana, las de más tarde contra la dictadura de Onganía, y por último pero no menos importante la que ha quedado inscripta en la historia latinoamericana por el levantamiento revolucionario de la Reforma Universitaria a principios del siglo XX?

Otro mérito del reportaje de Horacio González es el de embestir de manera muy elegante contra el concepto ambiguo de multitudes puesto a la mode por los sociólogos en el último tiempo. ¿Porqué en todo caso no quedarnos con la más vieja y simple idea de pueblo? El pueblo tiene historia, es un sujeto con historia y por lo tanto, con enormes contradicciones. Mientras la multitud es una especie de comodín para la ambigüedad o el nihilismo de la interpretación. Los piqueteros, en cambio, retoman la historia Gonzalez se refiere inequívocamente a la de la clase obrera-, un tren o un viaje al cual deben subirse los caceroleros. ¡Muy bien! Pero hacia donde. La mera mención a un nuevo frente social o la observación muy vaga de un nuevo parlamento que repose en el voto popular, tiñe de enorme inconsecuencia las conclusiones de su propio análisis, uno de los pocos que toma con cuidado el bisturí de la crítica. El estigma del intelectual es, como se ve, muy difícil de superar. ¡Cuánto cuesta decir algo tan sencillo como que el carácter histórico de la actual crisis consiste en que las expresiones nacionales, democráticas o populares de la burguesía y sus voceros de la pequeño burguesía nacional se han ido al tacho de un modo excepcional y que esta es la oportunidad igualmente histórica de plantear una alternativa políticamente independiente de los trabajadores, de la clase obrera. A veces el sujeto está tan cerca que no se lo quiere ver.

En el diván

En todo caso, en las antípodas de este tipo de reflexiones aparecen los dislates y la vulgaridad. El psicoanalista Germán García (La Nación, 17/2/02) cuestiona el alcance de las cacerolas porque atacan al poder y si se hunde el gobierno nos hundimos todos; finalmente, el ser humano termina desilusionándose siempre de cualquier gobierno. Su colega Sergio Rodriguez (Clarín, 22/1/02) se eleva a cumbres más altas para explicar el mal que acecha en el odio popular que ha provocado el desastre actual. Este odio es el espejo irracional del amor que se había profesado también sin razón por los partidos populares hoy desahuciados, por los fuegos de artificio del menemismo, por todas las esperanzas sin sentido en el poder. De tal manera que estamos en el peor de los mundos: no creer en nada o hacerlo en utopías anárquicas. Aquí tenemos el que se vayan todos como expresión de la irracionalidad que el psicólogo se ofrece a corregir con su conocimiento del psiquismo humano. Es claro que las vicisitudes de los afectos amorosos y sus antípodas no pueden usarse atemporalmente y de cualquier modo para explicar la historia social del hombre que involucra otra realidad y otro mundo de relaciones que no entran en el universo de los vínculos interpersonales e interfamiliares. Pero ahorremos los meandros de la crítica. La distancia aquí es la que media entre un psicoanalista de Villa Freud y un trabajador hambriento o un ahorrista desesperado y que no vacila en victimizar a las víctimas.

En una vertiente opuesta el teatrólogo y psicoanalista de izquierda Tato Pavlovsky se suma también a los cultores de la caracterización sobre la espontaneidad del cacerolazo. Pero lo hace con fundamentos más elevados: recuerda al filósofo francés Deleuze para explicar las jornadas del 19 y 20 de diciembre en el terreno de lo que llama la micropolítica, una suerte de estallido imprevisible que no forma parte del mundo normal de la macropolítica y que por eso textualmente no puede ser representado. Sin embargo, lo que no puede ser representado tampoco puede ser dicho, es pura imagen inasible. Es lo micro, es la nada, pero la nada del discurso, no de la realidad. Todo lo cual es muy postmoderno.

A la luz de lo que aquí señalamos no debe sorprender, finalmente, que entre los intelectuales más entusiasmados con el estallido de las asambleas populares, la mayor adhesión la suscite no la potencia del fenómeno que puede alumbrar sino sus supuestas limitaciones: que carezcan de liderazgos definidos, que rechacen los programas elaborados desde afuera, que sientan un sano desprecio contra los partidos, incluídos los de izquierda, que no formulen una consigna de poder. Aún en esto reaparece la distancia del intelectual porque el movimiento de las cacerolas sí ha votado programas elaborados, diferencia entre los partidos del sistema y la izquierda, discute y vota consignas de poder, busca un camino de organización y centralización nacional, etc. Esto refuerza una conclusión: que el mejor intelectual es el que abraza una causa definida, el que sabe distinguir la lucha presente desmenuzando su velo ideológico, es decir, la conciencia falsa o ilusoria, el que ha asimilado las lecciones del pasado y sabe, repitiendo una vieja y conocida frase, que el arma de la crítica sólo encarna en la realidad cuando se transforma en la crítica del arma; es decir, de la organización, de la consigna, de la lucha por un nuevo poder, de una empresa colectiva que supone entonces, la disciplina y la conciencia común para superar las porquerías del orden capitalista reinante. Eso es un partido político que merezca su nombre. El mejor intelectual es el que se convierte en militante consciente de esta causa. Sin distancias.