|
OPINION
El comienzo de la política
Por Luis Bruschtein
Los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán pesan
en el ánimo de la gente. Está la denuncia y el homenaje en los
carteles como la manifestación objetiva de esos hechos. Pero la marca
va más allá, como si se expresara también en la conciencia
colectiva y en la maduración política de los manifestantes. Uno
o dos meses atrás, es posible que en un acto de estas características
hubiera dos o tres oradores que dedicaran la mayor parte de su tiempo a denostar
a otros agrupamientos. Y hasta es posible que en medio del acto otro agrupamiento
se escindiera o que se hubieran hecho tres actos enfrentados. Todo eso sucedió
más de una vez. El sectarismo, el hegemonismo o el ideologismo expresan
carencia de política. Y un movimiento que no tiene política no
tiene vocación de poder, se vuelve impotente, es incapaz de orientar
su fuerza. Una protesta que no busca crecer para ofrecer un proyecto alternativo
no pasa de ser un movimiento defensivo, por más combativo o ideológicamente
puro que sea, y cede permanentemente la iniciativa al adversario, que finalmente
se impone.
El movimiento social de oposición, que en su mayoría se fue gestando durante el neoliberalismo, transita dolorosamente esa etapa, al mismo tiempo que desarrolla formas de gestión y organización comunitaria con una gran eficacia y gran capacidad creativa. Tampoco fue un proceso homogéneo sino desigual, según la experiencia de cada agrupamiento y su inserción. Las bases del peronismo, el radicalismo y el frepaso participaron en esas experiencias, manteniendo a veces su identidad, pero rompiendo con las estructuras partidarias. A los relativamente pocos políticos sanos de esas fuerzas les cuesta entender este proceso, aunque lentamente lo van aceptando. Y a los partidos de izquierda les sucedió algo parecido.
Todo ese conglomerado que participa o apoya las protestas desde antes o a partir del 19 de diciembre, a pesar de su fuerza en la calle, tendió primero a la disputa, a la confrontación y la desconfianza entre sí, lo que provocó divisiones, momentos de pinchadura, acusaciones cruzadas, desorientación y dispersión de las fuerzas.
El asesinato de los dos jóvenes piqueteros en puente Pueyrredón fue un mazazo que parece convertirse en un parteaguas en el sentido de intentar sumar fuerzas a pesar de las diferencias. Los cambios pueden ser sutiles todavía, apenas señales. Es cierto que fue imposible un acuerdo que permitiera uno o dos oradores, pero por lo menos hubo un solo acto con consignas claras y no hubo oradores que en vez de criticar al sistema insultaran a otros dirigentes populares.
El acto de ayer fue propuesto en principio por los partidos de izquierda a las asambleas, que se sumaron masivamente a la marcha, al igual que el Bloque Piquetero Nacional, integrado esencialmente por agrupamientos que responden a esos partidos. Y otros sectores que no participaron de manera activa en la convocatoria, pero que tienen una presencia masiva en la protesta, como la CTA o la CCC, o políticos como Elisa Carrió, adhirieron al acto y a sus consignas, al igual que las organizaciones de derechos humanos. El acto del miércoles pasado –convocado centralmente por los organismos de derechos humanos, la CTA y las agrupaciones piqueteras– y el acto de ayer tuvieron esa característica de sumar a pesar de las diferencias. Lentamente el movimiento social empieza a hacer política