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9 de julio del 2002
El fenómeno básico de la violencia y la hipocresía
Rubén Dri
DESDE EL PIE
Desde las cátedras del establishment se imparten lecciones sobre
la no violencia. Algunos de sus profesores, de los cuales Mariano Grondona es
maestro, nos decían que la violencia pertenecía al pasado. Ya
se ha demostrado, afirmaban, que sólo provoca destrucciones, muerte,
desolación. Tenemos una cultura democrática en la que la violencia
ha sido definitivamente desterrada.
Ahora, nos dicen aterrados, ha vuelto la violencia desde dos ámbitos,
el de los piqueteros y el de la policía; el de los que vienen con palos
y el de los que vienen con armas de fuego; el de los que vienen con hondas y
el de los que vienen con Itakas. La violencia viene de dos lados, igual que
en el pasado. Y al igual que en el pasado se nos decía que la violencia
la originó la guerrilla, ahora se nos dice que la originan los piqueteros.
Demás está decir que estos juicios y estas lecciones entrañan
una gran hipocresía. Aparte de que el actual plan neoliberal-conservador
ha necesitado un verdadero genocidio para poder imponerse, él mismo desarrolla
una violencia inusitada, desconocida en nuestra historia. Récord de desocupación,
desprotección de los trabajadores, situación desesperante de los
jubilados, desnutrición, niños que se desmayan de hambre. No es
necesario seguir la enumeración. Es de sobra conocida y padecida.
La violencia es uno de los fenómenos básicos de la naturaleza
y de la historia. El hombre debe violentar la tierra, abrirla, para hacer penetrar
en ella la semilla que le ha de proporcionar el alimento necesario; la semilla
también debe hacer violencia a la tierra para echar sus brotes y emerger
como tallo y hojas; los animales hacen violencia a los vegetales, destruyéndolos
para alimentarse con ellos; el apareamiento sexual siempre conlleva una determinada
carga de violencia; el nuevo ser que se gesta en el seno de la hembra violenta
el seno materno para salir a la luz. Podríamos seguir indefinidamente.
En griego la palabra bíos que significa "vida" viene de la raíz
bía cuyo significado es "fuerza" y la palabra fýsis, traducido
al castellano como naturaleza, expresa la fuerza de la generación, lo
que brota rompiendo la tierra. En latín vita viene de vis, es decir,
fuerza. Es la misma raíz de donde viene "violencia".
Tal vez alguno crea que fue Marx el primero o uno de los primeros en afirmar
que la violencia es la partera de la historia o que toda la historia es "la
historia de las luchas de clases". Muchos siglos antes Heráclito había
afirmado que "la guerra es el padre -en griego "guerra" es masculino- de todas
las cosas, rey de todas las cosas; a los unos señaló cual dioses,
a los otros cual hombres; a los unos hizo esclavos, a los otros libres".
Como resulta por demás claro, Heráclito afirma que la existencia
de las desigualdades es provocada por la violencia, por la guerra, por la lucha,
como resultado de la cual algunos son dioses y otros simplemente hombres, y
entre éstos, algunos libres, es decir, amos, y otros, esclavos. Si algunos
hombres son libres o amos, y otros esclavos, ello es resultado de la violencia
de unos sobre otros. Esto vale tanto para el siglo VI aC al que pertenecía
Heráclito, como al nuestro.
Grondona, Longobardi, Hadad, Laje, Guiñazú, el increíble
Eduardo Feinnman, y demás periodistas que hoy les aconsejan a los piqueteros
sacarse la capucha, tirar los palos y las hondas y dejar pasar a todos los automovilistas
que, haciendo uso de su libertad, quieran transitar por la calle "cortada",
gozan de una posición que sólo la violencia del sistema les ha
permitido tener.
Aunque parezca increíble esto fue confirmado nada menos que por Jesús
de Nazaret, el cual, ante el asesinato de Juan el Bautista a manos del rey-tirano
Herodes, exclamó: "El reino de los cielos sufre violencia y los violentos
lo arrebatan". Las interpretaciones completamente ideologizadas de la dominación
hacen malabares para quitarle fuerza al texto.
"Cielos", en la cita, es una metáfora que significa "Dios". Como Mateo,
a cuyo evangelio pertenece la afirmación, se dirige a una comunidad judeo-helenista,
debía evitar el nombre de Dios para no herir la sensibilidad judía,
pues es sabido que el nombre divino no se debía pronunciar. El reino
de Dios no era otra cosa que la sociedad de iguales que sólo admitía
como rey a Dios.
A propósito de Jesús de Nazaret a quien se lo hace pasar en el
lenguaje oficial de la Iglesia y, en general, del establishment como el que
aconseja a todos en todo momento dar la otra mejilla, menester es recordar que
el nazareno distingue entre reyertas privadas y enfrentamientos con los poderes
opresores. El "dar la otra mejilla" se refiere a la primera clase de conflictos,
la que tiene lugar entre iguales. En esos conflictos, la metáfora de
"dar la otra mejilla" significa siempre desterrar la venganza, el "ojo por ojo",
y propiciar el reencuentro, el diálogo.
Pero su posición es totalmente contrapuesta cuando se trata de la otra
clase de conflictos. Nunca aconseja a los dominados, a los campesinos empobrecidos
que diesen la otra mejilla a quienes los golpeaban con pesados tributos y con
represiones de todo tipo. Por el contrario, de sus palabras salían las
más terribles maldiciones, las mismas que hoy les diría a los
criminales de hoy y a sus defensores periodistas.
Efectivamente, a los escribas, sector del saber y de la comunicación
y a los fariseos, el partido político-religioso dominante, los acusa
de hipócritas, de sepulcros blanqueados parece referirse a los periodistas
que blanquean a los policías asesinos- llenos de inmundicias. Los llama
"hijos de víboras" que todos sabemos cómo se traduce en nuestro
lenguaje popular.
Nada ni nadie escapa a la violencia. Sin embargo no se puede vivir en un estado
de violencia desatada. El momento propio de la violencia es el momento que en
la dialéctica se conoce como el de la negatividad. Hay momentos en que
la negatividad se profundiza, se acelera, y otros momentos en los que reposa.
Son los momentos diferentes del devenir y del estar, del devenir y del ser-ahí,
del caminar y del reposar, del ir hacia la casa y del llegar a la casa, de la
guerra de movimiento y de la guerra de posición.
Son los momentos de la ruptura y de la superación, de la escisión
y de la sutura, de la salida y de la entrada, de la salida de Itaca y de la
vuelta. El ser humano es fruto de una ruptura, de una escisión, y toda
ruptura es violencia. Es su ruptura con la naturaleza, expresada por todos los
grandes mitos fundantes la que lo funda como ser humano. Habiendo roto con la
naturaleza, va en busca de otra naturaleza en la que pueda vivir y descansar.
Es entonces que crea una segunda naturaleza como lo expresa Aristóteles,
es decir, un ethos en el que vivir. Ethos significa casa, morada. Es el ámbito
en el que el hombre puede vivir, la segunda naturaleza que se ha construido.
Naturaleza precaria, siempre amenazada. Naturaleza contradictoria, signada por
la violencia como la detectara Heráclito. En el seno de esta naturaleza
o de esta morada se sigue desarrollando el proceso dialéctico de la vida,
con la aspiración de lograr vivir en paz y confraternidad, aspiración
nunca lograda plenamente, siempre presente como meta que se quiere alcanzar.
La meta de toda sociedad debe ser la paz, pero ésta es entendida de diferentes
maneras desde del poder de dominación y desde los sectores populares.
Desde la dominación la paz es siempre la de los cementerios, la de los
que aceptan la dominación sin chistar. La paz es el orden impuesto desde
arriba que establece que hay ganadores y perdedores, dominadores y dominados.
Éstos últimos pueden hacer sus reclamos siempre que no molesten
a los ganadores.
Pueden hacer una protesta en una plaza, pueden sortear "simbólicamente"
una calle, es decir, amontonarse en un lado y dejar libre tránsito a
los automovilistas, porque el derecho de moverse libremente en auto por la ruta
es del mismo valor, o mejor, es de valor superior al de comer que tiene el desocupado.
Todos agradecidos. La paz está asegurada.
Pero, desde abajo la paz es vista de otra manera. Desde allí la veía
Jesús de Nazaret, por lo cual Mateo pone en su boca, en el denominado
Sermón de la Montaña: "Felices los hacedores de la paz". Se ha
traducido "pacíficos" que, en nuestro lenguaje corriente significa pasividad,
cuando el texto griego dice herenopoiói, es decir, hacedores de la paz.
En realidad el castellano "pacífico" viene del latín pacem fácere,
es decir, hacer la paz. En este sentido, los verdaderos hacedores de la paz
son los MTDs que crean condiciones dignas de trabajo, uno de cuyos medios son
los piquetes.
Los compañeros piqueteros practican la violencia afirmativa, la que se
necesita para construir la paz que no sea la de los cementerios, sino la de
la comensalía, es decir, la de las comunidades que pueden compartir la
vida, comer en común. Son ellos los que construyen una sociedad pacificada,
en la que la violencia, la fuerza vital, se orienta hacia fines creativos, realizadores
de mejores condiciones de vida.
La violencia debe ser considerada en sus distintos niveles. Existe la "violencia
física", la de las armas, de la cárcel, de la tortura. Esta violencia
se emplea siempre como amenaza, y, en último término se hace efectiva
si los otros niveles de la violencias, el psicológico -la aceptación-,
el cultural, jurídico y moral -la legitimación- no dan los resultados
apetecidos.
Tanto la violencia como la guerra son conceptos con múltiples acepciones,
pero que cristalizaron en el sentido común con una determinada significación
que es utilizada por el sistema de dominación para manipularnos a su
gusto. Por ello siempre es necesario contextualizarlos y especificarlos. Primero,
contextualizarlos: Esto quiere decir determinar a qué época, a
qué situación, a qué conflictos, a qué problemas
nos estamos refiriendo. En segundo lugar, especificarlos, es decir, especificar
si al hablar de la violencia nos referimos sólo a la violencia física,
y a qué tipo de violencia física, o también a los otros
tipos de violencia.
Pero es necesario partir de un hecho incontrovertido, aunque ocultado: Todos
suponen y admiten la violencia. Quien niegue esto debe estar en contra del Estado
moderno, de la policía, del ejército, de la gendarmería,
de las cárceles, de los reformatorios. De modo que el problema no es
si se admite o no la violencia, si ésta es legítima o no, sino
qué tipo de violencia se admite a qué sujeto uno se refiere y
en qué circunstancias.
No es lo mismo plantear el problema desde los sectores populares hoy, en esta
etapa de un dominio aplastante del neoliberalismo conservador, de recuperación
de los movimientos populares que van saliendo de la fragmentación social
y política a que los sometió el neoliberalismo globalizador mediante
diversos movimientos sociales, de derechos humanos, de trabajadores desocupados
y de asambleas populares.
A los sectores populares, a los oprimidos en general, no se les puede culpar
por utilizar los medios necesarios de defensa. Son las clases dominantes, los
opresores de todo tipo los responsables de la violencia. El neoliberalismo ejerce
una violencia inusitada. Se trata de un verdadero genocidio. Los comunicadores
sociales del establishment lo ocultan por todos los medios posibles.
La paz ejercida y predicada por el neoliberalismo conservador es la de los cementerios.
Es la tranquilidad de un orden que sólo se puede mantener con más
represión. Es la muerte. Lo destinados a la muerte, es decir, los desocupados,
los marginados tienen estas opciones:
aceptar la situación y dejarse morir, suicidarse, asaltar a alguien aunque
sea ese otro tan pobre como él, en una palabra practica una violencia
que sólo puede llevar a la autodestrucción, o, por el contrario,
organizarse, resistir, crear nuevos métodos de luchas que les permitan
recuperar su dignidad pisoteada y las condiciones materiales de vida indispensables.
Ésta es la opción de los MTDs como los conformados por la Aníbal
Verón.
De esa manera crean las condiciones mínimas indispensables para que se
instale la paz, es decir, una situación en la que la fuerza, la violencia
propia de la vida se encauce en actividades creadoras, realizadoras del ser
humano y no en actividades destructoras. En la fuerza creadora, luchadora de
los piqueteros, de las asambleas, de las diversas organizaciones populares que
vuelven a ponerse de pie se encuentra la esperanza de una Argentina que finalmente
pueda vivir una paz duradera, viva, con fuerza, con violencia creativa.