|
11 de julio del 2002
Argentina: 9 de Julio, el desfile de lo nuevo
Daniel Campione
Que esta última marcha haya sido un nueve de Julio tiene un significado
especial. En la tradición de la cultura oficial, el aniversario de la
Independencia era el pretexto para la parada militar más grande de las
que se realizaban en el país. Todos los uniformes, sin excluir policías
y gendarmes guardafronteras, desfilaban ante un público numeroso y en
actitud conformista, que solía agitar banderas argentinas y aplaudir
al paso de los 'defensores de la patria', mientras el 'locutor oficial' celebraba
la memoria de las 'grandes hazañas' de las 'armas de la patria' sin excluir
la destrucción sistemática del Paraguay o el exterminio de los
indios en Patagonia y Chaco. Ese gran festival del patriotismo de los poderosos,
integrado a una pedagogía que sacraliza el orden establecido para identificarlo
con la nación, languideció en los últimos años bajo
el peso del desprestigio de las FFAA (y de todas las instituciones) y hasta
de las estrecheces presupuestarias, y ya no se realiza. Y este año el
espléndido 'contradesfile' de la disconformidad y la contestación,
la convergencia de los partidarios, aun en la indefinición, de algo radicalmente
nuevo, le ha ganado la calle al Poder, justamente en esta, su efemérides
favorita.
La marcha del 9 de Julio a Plaza de Mayo reeditó, corregida y ampliada,
la masividad y heterogeneidad de las dos marchas anteriores, la del 27 de Junio
y la del 3 de Julio. Y una nota llamativa fue la amplia presencia de Asambleas
Populares, así como de gran cantidad de gente 'suelta' no encuadrada
en ninguna columna ni portando carteles. También se hizo notar el fuerte
número de agrupaciones de trabajadores diferentes al sindicalismo convencional,
en buena medida ligadas a la problemática cultural (hasta una Asociación
de Poetas tenía su pancarta y un grupo de asociados debajo), y de centros
de estudiantes de todos los niveles y tipos de enseñanza.
El dato es importante, porque demuestra que, mas allá de lo que se suma
y se resta en las diferentes convocatorias en cuanto a agrupaciones protagonistas
(en la de la semana pasada llevaban la 'batuta' las organizaciones de piqueteros
y la CTA, en ésta los partidos políticos tuvieron un protagonismo
más fuerte), hay una importante cantidad de gente, organizada y no, que
se moviliza bajo consignas cuestionadoras, sin fijarse demasiado en matices
no tan urgentes (hay tela para cortar, en lo conceptual, en el tema de la 'segunda
independencia' como planteo para la problemática argentina). Y además
de su número de por sí importante, el cuadro combinado de las
tres últimas manifestaciones, nos muestra un arco social, generacional
y político-ideológico que en su saludable amplitud, tiene una
coherencia: El avance hacia el cuestionamiento global hacia el sistema socioeconómico,
político y cultural que azota a la Argentina de los últimos años,
en una superación del sesgo que tiende a culpabilizar casi exclusivamente
a los 'políticos' y plantearse el problema en términos de ética
o de capacidad y no de una estructura integralmente injusta.
Allí se juntan desde adolescentes con apenas edad para ingresar al secundario,
con todos los aspectos posibles (del inconfundible look 'rebelde de Barrio Norte'
a la miseria que grita en su silencio, de las últimas estribaciones del
Gran Buenos Aires) hasta ancianos con similar arco de diferencias (a pocos metros
de distancia y gritando las mismas frases, se puede ver a rubias señoras
de más de setenta que quizás hayan hecho sus primeras armas en
política gritándole ¡Gestapo¡ a la policía peronista y
morochos de la misma edad que seguramente vivieron desde adentro los días
del primer peronismo).
La represión y asesinatos de Puente Pueyrredón parecen tornarse
un elemento galvanizador en cuanto a dejar un poco de lado rivalidades de secta,
protagonismos personales y hábitos falsamente vanguardistas, para converger
en un espacio que puede hacer de la pluralidad y heterogeneidad una virtud en
lugar de una debilidad. Ese espacio de protesta plural ha generado en estos
últimos meses sus propias imágenes artísticas (el colectivo
Argentina Arde, los grupos de música, teatro y murga que incorporan sus
creaciones a los actos y marchas) su comunicación (decenas de páginas
web, agencias alternativas de informaciones, periódicos barriales), además
de la ampliación y profundización de formas de protesta preexistentes
(los 'escraches', los 'cacerolazos'), y todo indica que su capacidad creativa
no tenderá a disminuir, entre otras cosas porque siguen confluyendo diferentes
culturas y sectores. Ello se manifiesta hasta en la fluidez y eficacia de las
consignas que han aparecido desde diciembre hasta ahora, no sólo el consabido
"Que se vayan..." sino el "Piquete y Cacerola la lucha es una sola", u otras
más fuertes como la novísima que en alusión a los hechos
de Avellaneda promete que las balas van a volver... Están dadas las bases
para ir construyendo el gran espacio de los explotados, oprimidos y asqueados
del sistema, pensando menos en liderazgos que en organización autónoma,
avanzando en la 'autorreforma' que supere hábitos hegemonistas, y más
en cómo generar y mantener convocatorias claras y masivas más
que en dirimir disputas que suelen volverse irrelevantes por el solo peso de
los sucesos, o al menos no son tan urgentes como la necesidad de evitar que,
'caos' y represión mediante, el gran capital y sus servidores políticos
y culturales vuelvan a estabilizar su 'orden', ese que produce empobrecimiento
y desocupación masiva, y busca clausurar todo espacio de dignidad e independencia.
* Daniel Campione, profesor e Investigador de la UBA, es autor de "Argentina:
la escritura de su historia" (Buenos Aires, Centro Cultural de la Cooperación,
junio 2002).