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Argentina: La lucha continúa

ARGENTINA
La crisis argentina

Por Dr. Joseph Halevi (*) Monthly Review (EE.UU)
El marco conceptual
Históricamente las crisis monetarias han estado relacionadas con la hiperinflación, de la cual ha sufrido Argentina muy a menudo. La hiperinflación es generalmente considerada como una calamidad que conduce a la destrucción de la circulación en el sistema monetario capitalista.
Sin embargo, en la crisis en curso en Argentina ha habido una completa implosión en las relaciones económicas y monetarias debida a la hiperdeflación. Esto es el estrangulamiento de su economía causado por la obligación de pagar una deuda insostenible.
Hay una diferencia considerable entre la hiperinflación y la hiperdeflación. En hiperinflación los precios aumentan a velocidad creciente, sin límites. Las clases sociales cuyos ingresos no aumentan de acuerdo al aumento de los precios y que no poseen propiedades y otros bienes se ven rápidamente afectadas.
En hiperdeflación, sin embargo, los precios no van a bajar rápidamente. Hoy en día el sistema del capital monopólico prevalece; grandes corporaciones, grandes compañías minoristas y capital financiero concentrado son sus principales características. Como consecuencia del capital monopólico , aún cuando la deflación (descenso de precios) sea tan aguda como para transformarse en hiperdeflación , no terminará en un derrumbe de los precios. Los precios van a seguir subiendo aunque sea muy lentamente. En este contexto los precios de los servicios públicos tales como transporte, honorarios médicos, impuestos municipales, etc., suelen aumentarse para aumentar los ingresos con propósitos presupuestales. El presupuesto del gobierno central debe ser austero con déficit bajo o nulo, especialmente en los asuntos no relacionados a los intereses capitalistas directos, tales como gastos en seguridad social , y por lo tanto la política deflacionaria está oficialmente dictada por la necesidad de pagar la deuda externa. Mientras, bajo el mismo principio de austeridad se impone a los trabajadores una congelación o rebaja de salarios . Los salarios reales de los trabajadores bajan porque son congelados—cuando no directamente rebajados—porque su monto es congelado mientras los precios suben lentamente y los servicios sociales se recortan. Por tanto, la hiperdeflación no significa una gran caída en los precios, sino una verdadera disminución en la demanda, en la producción y en el empleo.
La hiperdeflación en la Argentina de hoy es resultado directo del intento de integrar la economía con el sistema capitalista financiero internacional imponiendo permanentemente una política antiinflacionaria y antiexpansionista( anti-desarrollo) . Haciendo esto la clase capitalista argentina apoyada e impulsada por el Departamento del Tesoro de USA y el FMI primero destruyó el sistema de seguridad social y la red de bienestar, y en los últimos años engendró una bancarrota total de la economía al punto de bloquear la circulación del dinero.
En su totalidad el episodio constituye un caso histórico importante en el cual intereses de clase nacionales convergen con los intereses financieros internacionales, conduciendo finalmente a la destrucción de los medios de subsistencia de la mayor parte del pueblo argentino, 50 % del cual está hoy viviendo por debajo de la llamada línea de pobreza ( menos del 20 % hace un año apenas).
La mecánica de la crisis
La crisis política de este importante país sudamericano estalló formalmente cuando en la primera semana de diciembre del 2001 el FMI decidió retener un préstamo de U$ 1,300 millones, previamente aprobado para repagar obligaciones de deuda externa, que en total suma U$ 142,000 millones (142 miles de millones de dólares) .
El FMI reclamó que el gobierno, en ese momento bajo el presidente Fernando de la Rúa del Partido Radical , no estaba cumpliendo su compromiso de recortar los gastos más drásticamente.
Este reclamo fue falso. Desde el otoño del 2000, cuando el gobierno argentino entró en un nuevo ciclo de negociaciones con el FMI, hasta el levantamiento de Buenos Aires en el pasado diciembre, el gobierno había venido recortando los gastos sistemáticamente. Privatizó la seguridad social y cortó los fondos de las provincias forzando a muchas de ellas a la emisión de sustitutos de moneda para realizar sus pagos. Durante el verano, el Ministro de Economía , Domingo Cavallo, un favorito del FMI quien casualmente fuera Secretario del Interior (Polícía Federal) durante la sangrienta dictadura militar en 1981, logró llevar a cero el déficit fiscal. Si no se logró mantener el objetivo fue por la galopante crisis social subyacente, con una desocupación que llegaba al 18 % y un porcentaje igual de subempleados, generándose una recaudación cada vez menor.
Inmediatamente después de la retención por el FMI del préstamo que ya había acordado, el gobierno se embarcó en una sucesión de cortes aún más drásticos, que incluyeron el congelamiento de las cuentas de banco de la gente para "cumplir obligaciones internacionales" y limitando los retiros de depositantes a U$ 250 por semana. Fue en este punto que se produjo el levantamiento que desembocó en la renuncia del gobierno De la Rúa.
La deuda argentina
La expansión explosiva de la deuda argentina comenzó con la dictadura militar en el poder desde 1976 a 1983. La deuda externa se multiplicó entonces por cuatro, pasando de U$9,9 miles de millones a U$ 35,7 miles de millones.
El componente público de la deuda( deuda del Estado o "deuda pública") fue significativamente aumentado por compras de armamentos, para gusto del gobierno de los EEUU que sostenía la represión de las fuerzas populares por los militares y buscaba la participación de la dictadura argentina en la represión y la tortura en Nicaragua y El Salvador.
Sin embargo, a pesar del aumento en los gastos del gobierno, el sector privado fue el principal receptor de los préstamos externos. En realidad, la participación relativa de la deuda pública disminuyó en 1981 (56% ) con respecto a 1973 ( 68 % ) . Es decir, se multiplicó por cuatro el endeudamiento y una parte creciente fue a manos del sector privado( del 32 al 44 %).
Entre 1976 y 1983 la dictadura militar fue la avanzada del neoliberalismo. Introdujo una nueva ley de inversión extranjera facilitando adquisiciones de empresas nacionales y nuevas inversiones, y a la vez liberó al cambio de moneda del control gubernamental. Prediciendo lo que vendría 2 décadas después, estas medidas atrajeron efectivamente capital extranjero.. Compañías financieras internacionales y bancos internacionales abarrotados del dinero proveniente de los aumentos de precios del petróleo a principios de los 70 , se imponían con préstamos agresivamente en condiciones aparentemente flexibles a los países del tercer mundo. Siendo uno de los países más industrializados del Tercer Mundo, Argentina no fue sin embargo excepción.
Debe destacarse que la orientación neoliberal amparada por la dictadura militar no podría haber sido posible sin el exterminio físico de decenas de miles de activistas de las fuerzas populares. La dictaduras militares prohijaron una alianza estrecha entre las multinacionales, el capital financiero, y las élites locales; una alianza que se volvió dominante durante los años 80.
Este bloque en el poder revirtió la política de sustitución de importaciones que caracterizó el sustancial crecimiento industrial de Argentina en los años 60. Fue bajo esta nueva alianza que ocurrió la explosión del endeudamiento externo, mientras el sistema productivo comenzaba a sufrir un proceso de desindustrialización crónica.
En el año 1981, la dictadura militar se encargó de asumir, a cargo del estado, la deuda externa privada obteniendo para este proceso el apoyo del FMI.
Luego de la caída de la dictadura la política de socialización de la deuda fue continuada por el gobierno de Raúl Alfonsín, también del Partido Radical, por expresa reclamación de los países que habían otorgado los créditos. Como lo detalla Eduardo Basualdo (ver nota 1 al final ) el Banco Central y las compañias privadas acordaron un tipo de cambio especial del peso argentino " por la revaluación de la deuda externa nominada en dólares durante el reajuste gradual del peso". En el momento de la transferencia de la deuda externa privada al Estado, las compañías recibirían un subsidio equivalente a la diferencia entre el tipo de cambio así acordado y el tipo real (devaluado).
Gracias a varios tipos de operaciones, todas basadas en este mecanismo, las compañías privadas fueron liberadas de la mayor parte de su deuda. Inicialmente los mayores beneficiados fueron las empresas multinacionales—quienes también han sido las mayores deudoras—pero esta política se extendió luego a las empresas argentinas mayores.
Esta socialización de las deudas del capital concentrado tuvo consecuencias extremadamente perjudiciales para toda la economía argentina.
Antes de la dictadura militar del 76-83 apadrinada por los Estados Unidos, las relaciones económicas exteriores de la Argentina estaban caracterizadas por crisis cíclicas de sus balances de pagos. En los países semindustrializados las aceleraciones del crecimiento suelen generar un aumento en las importaciones de productos industriales mayor que el de la exportación de sus productos primarios. El déficit externo resultante induce a enlentecer la expansión económica .
Sin embargo, la deuda privada (transformada en pública) durante el régimen militar cambió la naturaleza del problema. El problema externo dejó de ser simplemente cíclico: se hizo permanente . Al mismo tiempo la relación con la base productiva de la economía nacional se volvía aún más maligna, porque la carga de la deuda trastornaba las finanzas públicas y la flotación del tipo de cambio avanzaba hacia la hiperinflación, con el gobierno de turno imprimiendo papel moneda para pagar sus gastos nacionales.
Al final de los 80 el nuevo presidente, el peronista Carlos Menem, juró terminar con la hiperinflación y el estancamiento por medio de un plan que también hacía entrar a todas las capas del capital en el redil de las finanzas internacionales. Sigilosamente el gobierno de Menem aprobó en 1991 una ley --diseñada por el mismo Cavallo--de reforma monetaria , por la cual la nueva unidad nacional quedaba ligada al dólar. La lucha contra el círculo vicioso hiperinflación-devaluación fue la excusa para justificar la paridad rígida dólar – peso. Se argumentó que la estabilidad resultante detendría la continua reevaluación de la deuda externa (establecida o nominada en dólares) permitiendo de este modo a las clases poseedoras argentinas convertirse en ciudadanos de la comunidad financiera internacional.
Desde la ley de 1991, la deuda privada argentina se multiplicó aproximadamente en un 1100 %, mientras lla deuda pública nueva crecía en un 60 º% . Ha llegado a sumar 142 miles de millones de dólares a fines del 2001, al estallido de la crisis.
En esencia, durante los últimos 20 años el pueblo argentino ha estado aprisionado al siguiente mecanismo: el Estado se hace cargo de la deuda externa privada. El sector privado continúa aumentando su deuda mientras sus agentes en el Estado venden las empresas públicas por medio de las políticas privatizadoras , generando por este medio ganacias financieras suplementarias para las corporaciones privadas nacionales o extranjeras . El estado entonces descarga el peso de la deuda sobre el total de la economía nacional y especialmente sobre la clase trabajadora, obligando a la población a producir un excedente financiero a expensas de sus salarios, de los servicios sociales, de sus condiciones de vida todas, y de la inversión pública.
La estabilización y el colapso dentro de la hiperinflación
La validez económica de la disposición de la ley de 1991 dependía de un mecanismo automático por el cual la emisión de moneda nacional debía corresponder estrictamente a la cantidad neta de dólares que entraban al país .
Teóricamente este balance entre los dólares netos que entraban al país (intercambio comercial por importación y exportación de bienes y flujos financieros de entrada y salida) y la emisión de moneda nacional podía ser garantizada a través de: a) grandes superávits en los balances corrientes ( exportaciones mayores que importaciones) , o b) capital neto entrante.
Hacer que el balance corriente de comercio externo mantuviera todo el proceso de emisión monetaria nacional era imposible ya que requería un enorme superávit en relación con el producto nacional. A través de su historia, la economía argentina había mostrado una tendencia al superávit en el balance comercial pero a un déficit en el balance de pagos. Esta es una situación común para los países cuyas relaciones productivas con el resto del mundo dependen fundamentalmente de la venta de productos primarios (nota 2). Ese superávit en el sector comercial externo es más que descompensado por el pago de intereses al extranjero, de dividendos, seguros y otros servicios.
Pero la entrada de capitales extranjeros puede ser estimulada por distintos factores: 1) la solidez de la demanda interna, que impulsaran a empresas extranjeras a invertir allí en producción. 2) la transformación del país en una plataforma de exportación barata, como el caso de México. 3) la privatización de actividades públicas, en las cuales las utilidades sean un gradual flujo de rentas siempre garantizadas ( agua, luz, comunicaciones, salud) , y 4) adquisición de nuevos préstamos en los mercados financieros internacionales.
La primera condición , la solidez de la demanda, no existía ya que el país había sido empantanado en los 80 en una crisis económica con hiperinflación. La paridad fija entre el dólar y el peso reducía el atractivo del país como plataforma exportadora, de modo que la implementación de un programa de "estabilización" basado en la paridad peso-dólar dependía de la privatización y de más préstamos.
La reforma monetaria de Menem se correspondía muy bien con los intereses, los puntos de vista y las aspiraciones de las instituciones financieras privadas nacionales e internacionales , y su política recibía el total apoyo de Washington , sin el cual la implementación de ese plan no le hubiera sido posible a la gran burguesía argentina.
La privatización y austeridad presupuestal atrajeron capital , y en consecuencia se aumentó la emisión de moneda nacional conduciendo a una euforia que entre 1991 y 1995 generó un índice de crecimiento de más de un 4 % anual, uno de los más altos desde 1945. La clase gobernante argentina parece haber creído que estaban realmente ingresando a la rueda del mundo capitalista de avanzada.
Pero tan pronto como la reforma monetaria estuvo encaminada, el país perdió de manera gradual el superávit tradicional en la balanza comercial. Al mismo tiempo, se siguió registrando una pérdida creciente de los recursos para inversión , por pagos de dividendos y de intereses al capital extranjero. En consecuencia, el balance de cuenta corriente que engloba todos los intercambios se deterioró agudamente, de manera que aumentó la expectativa por el ingreso de más capitales frescos. Por otra parte, la naturaleza sustancialmente endeble de esa fase de crecimiento quedó subrayada por la recesión inducida por la crisis mexicana de principios de 1995, contrayéndose la economía argentina en un 3% en esos momentos por retracción del aflujo de capitales.
Temiendo un destino similar al de México el capital financiero se puso aprehensivo, pero la crisis fue temporariamente diferida debido a la expansión comercial en el área del Mercosur, dinamizada por el Brasil. El gobierno de este enorme país estuvo también siguiendo una política de desregulación y de ligazón del real al dólar., aunque con mayor flexibilidad que el peso argentino.
Esto mantuvo un valor alto del real, mientras la inflación brasileña era más elevada que la argentina. Este factor llevó finalmente a una devaluación de la moneda brasileña , lo que estimuló las exportaciones argentinas ahora en un momento de menores precios.
En 1989, cerca de un 11 % de las exportaciones argentinas se dirigía al Mercosur. Ya en 1995 había aumentado a un 31,7 % , y en 1998, apenas antes de la devaluación del real determinada por el inicio de la recesión mundial , el Mercosur absorbía el 35 % de las exportaciones argentinas.
Las compañías financieras internacionales estaban ya considerando a Brasil y Argentina como mercados emergentes con monedas sobrevaluadas y sistema cambiario de alto riesgo.
En consecuencia, por un lado suministraban préstamos que la voracidad del capital privado estaba dispuesta a tomar, porque de todos modos serían pagados por los asalariados. Pero por otro lado buscaban resguardarse del llamado "riesgo-país" . Naturalmente, las empresas financieras y sus evaluadoras no son tontas. Ellas saben demasiado bien que Argentina y Brasil no son los Estados Unidos, cuyo déficit externo puede ser financiado emitiendo bonos que serán aceptados por otros capitales mundiales sin poner condiciones a las autoridades monetarias de USA.
En la situación de los países dependientes, periféricos, un déficit externo que crece y que es persistente es tomado como un alerta de insolvencia.
En Argentina y Brasil los déficits externos iban aumentando ( a muy distinto ritmo) porque la fijación del valor de cambio de las monedas involucraba pérdidas de producción nacional a favor de la importación hacia ellos. (Es decir, aumentando las ventas de exportación de los países como Estados Unidos).
De ahí que con la crisis mexicana de 1995 aumentó considerablemente el recargo de interés de riesgo sobre los préstamos a Argentina desde ese momento. Cuando Brasil se vió obligado a devaluar en un 40% el real , el juego en Argentina quedó a la vista.
Esa primera puesta en evidencia del trasfondo de la crisis brasileña dejó atrás cualquier ilusión en cuanto a la posibilidad de un crecimiento a largo plazo en los países del Cono Sur de Latinoamérica.
También dejó ver la verdad fundamental a aquellos que no se habían cegado con el espejismo de las ganancias espectaculares que daba la especulación financiera: la producción real no podía sostener la enorme deuda e intereses que pesaban sobre la Argentina. Este es sin dudas el punto crucial. Ningún nivel razonablemente esperable de exportaciones podría haber alcanzado para sacar al país de la trampa de la deuda.
Sin el peso de la deuda externa, el déficit argentino, si bien iba empeorando, no era algo especialmente dramático en lo referente su componente de intercambio de bienes con el exterior. La parte decisiva del daño se debió a la salida de dólares por pagos financieras de intereses, remesas de beneficios y pagos de servicios a empresas extranjeras. A esto debemos agregarle la salida del país de capitales comprometidos o en poder de las clases poseedoras de capital en Argentina.
Con el arranque de la primera manifestación de la crisis en Brasil el sobre costo de intereses ( "aumento del riesgo país) se disparó a lo alto, y se mantuvo cuando se hizo evidente que Argentina no podía generar ni una mínima entrada de fondos netos de sus operaciones comerciales con el resto del mundo.
Como consecuencia, la paridad peso-dólar que sostuvo la última oleada de privatizaciones y especulación financiera no podía ya ser mantenida por mucho más tiempo. El Departamento del Tesoro de los EEUU y el FMI supieron esto todo el tiempo, pero insistieron con planes de "austeridad" y "déficit fiscal cero", cuyo propósito real era el imponer la puesta en venta de todas las compañías capaces de generar ganancias.
El entrelazamiento entre las clases sociales dominantes basada en su mutua vinculación con el capital financiero nacional e internacional puede verse por el hecho de que el peso total de la deuda externa es impuesto sobre el conjunto de la economía real, productiva, mientras los grupos capitalistas financieros se convencían con promesas de ganancias fáciles a través de privatizaciones monopólicas, con tarifas de servicios sujetas al dólar (indexadas) , cubriéndose de las devaluaciones que se hacían inevitables. Y también con la libertad de salir rápidamente del país. (Nota redacción)
El debilitamiento y por supuesto los devastadores efectos de estas políticas se hacen evidentes en la continua desindustrialización y creciente explotación de los trabajadores que afectó al país ya en el inicio de los años de la euforia del crecimiento menemista.
Desde 1992 al 2000 la productividad por hora de trabajo aumentó cerca de un 45 %, mientras los salarios se estancaron y su valor adquisitivo cayó. Durante el mismo período un anormalmente elevado 30 % de la capacidad productiva instalada permanecía ociosa. Esta capacidad ociosa aumentó todavía más al prolongarse el estancamiento y profundizarse la crisis. Juntos, todos estos factores han creado desde la primera euforia del crecimiento menemista un persistentemente alto porcentaje de desocupados y subempleados que ya afectaba a más del 40 % de la población activa, es decir, en capacidad de producir.
Más aún, el impacto estructural del período de liberalización financiera está poniendo en peligro aún la mera posibilidad de algún tipo de recuperación, incluso suponiendo el acceso al poder por una alianza progresista. El valor en bienes de capital y repuestos importados aumentó de un 25 % del total de importaciones en 1991 a un 45 % en 1998. Esto significa que la desindustrialización ha sido tan intensa que impide el establecimiento de un aparato productivo con un mínimo de autonomía en la planificación y el trabajo. Al respecto, Argentina ha bajado aún más en la escala de las economías dependientes y está ahora en una posición mucho más débil para hacerse cargo de programas que apuntan a terminar con la pobreza y la recesión.
El año 2000 fue testigo de la formación de una corriente adversa a la alianza del gobierno, el FMI y los capitales financieros. Han habido expresiones masivas opuestas a las negociaciones del gobierno con el FMI, que fueron correctamente evaluadas como productoras de mayor crisis y mayor pobreza.
Pero ni el gobierno ni las facciones peronistas que han llegado a defender una total dolarización de la economía están interesados en salir del mecanismo de dependencia financiera.
El FMI empuja la puerta a una liberalización financiera todavía más total. Cada tanda de conversaciones ha venido con nuevas medidas de restricción. Como si todo el asunto fuera una deliberada puesta en escena, los líderes internacionales de los países capitalistas mayores aumentaron la presión, elevando más aún las sobretasas de riesgo de los intereses. Por lo tanto, las instituciones financieras, tanto nacionales como internacionales, actúan como usureros y el FMI como cobrador de la deuda, habilitado con técnicas de estrangulamiento.
Más aún, el paquete de préstamos negociados durante el otoño del 2000, que detonó el estallido abierto de la crisis , muestra los estrechos vínculos que enlazan al gran capital local y los grupos internacionales. La privatización del sistema de seguridad social fue el componente más importante y explosivo del arreglo con el FMI. Esta medida no estaba en el paquete original, pero el gobierno de De La Rúa lo quería para arrimarles un favor a las aseguradoras privadas. Demasiado cobarde para presentar directamente las medidas en el Congreso argentino, el gobierno acordó con el FMI para incluir esas privatizaciones como condiciones para nuevos préstamos. La fiesta para las compañías privadas se evidencia en el 30 % de comisión que consiguen gerenciando los fondos, y que luego colocan al propio gobierno a un riesgo calculado y con un exhorbitante nivel de intereses.
Para las fracciones simplemente compradoras de la clase dominante y para el gobierno argentino, el único modo de mantener el peso atado al dólar ( atadura que beneficia sobre todo a los importadores) , atadura de la que dependía en el plano monetario toda la emisión de moneda nacional, fue pedir más préstamos una vez vendidas todas las empresas rentables del Estado.
Sin embargo, cada nuevo préstamo venía con un interés de riesgo incrementado que los prestamistas, en pleno dominio de la situación y sus tendencias, les requerían.
En julio del 2001 la emisión rutinaria de bonos del Tesoro se transformó en crisis cuando el interés exigido por los capitales financieros subió del 9 al 14 % , a pesar de la deflación en curso que hacía que la carga real del pago de intereses fuera mucho más pesada.
La respuesta del Gobierno fue introducir recortes adicionales con el Ministro Cavallo, persiguiendo según decía un déficit fiscal cero, imposible de hecho en esas condiciones.
Obviamente incapaz de alcanzar su objetivo declarado, el gobierno fue notificado por el FMI a principios de diciembre del 2001 que el préstamo de 1300 millones ya acordado no le sería desembolsado.(Nota de editores 2)
La decisión del FMI impulsó al gobierno a literalmente robar el dinero de los depositantes, impidiendo los reintegros de depósitos a plazo y de cuentas corrientes. Esta fue la gota del desborde y provocó una movilización de gente de diversos sectores sociales reclamando la salida de De La Rúa del gobierno.
Aún en las horas de su agonía terminal, el poder gobernante trató de beneficiar a las capas más adineradas de la burguesía dominante y a las empresas financieras, manteniendo la paridad peso-dólar mientras inventaba un nuevo tipo de moneda, "el argentino", ahora desligado del dólar.
Precios, rentas e intereses se mantenían en dólares o en pesos, mientras los sueldos y pensiones se pagarían en esos "argentinos" de valor incierto, pero seguramente muy inferior al dólar o al peso. La población comprendió inmediatamente la estafa maquinada por el presidente interino, el peronista Rodríguez Saa, y lo sacaron del poder a su turno. El actual presidente Eduardo Duhalde está ahora en la cuerda floja , entre intentar evitar la explosión de furia popular y reanudar sus lazos con el FMI.
De ajuste en ajuste, de deflación en deflación, las autoridades de gobierno y el FMI han tenido éxito en quebrar el sistema monetario sin el cual una economía capitalista no puede funcionar. Sin embargo, una reestructuración estable de las relaciones de producción capitalista en Argentina es imposible en el clima presente de las crisis financieras del mundo de estos días. Podría ser mucho más realista abandonar cualquier conexión con el FMI y sus protegidos, y avanzar directamente hacia la construcción de un sistema económico planificado basado en las necesidades sociales.
(*) El autor
Joseph Halevi enseña Economía Política de la Universidad de Sydney, Australia, y está rado con el Instituto de Investigaciones Económicas sobre la Producción y el desarrollo (REPD) de la Universidad Pierre Méndes France de la Universidad de Grenoble, Francia.
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Notas del autor:
Fernando Hugo Azcurra. "La nueva alianza burguesa en Argentina"
Buenos Aires. Edit. Dialéctica, 1998.
Eduardo Basualdo "Deuda externa y poder económico en la Argentina "
Buenos Aires. Ed. Nueva América. 1987.
El déficit de cuenta corriente en Estados Unidos es completamente diferente. Los EEUU
Tienen déficit en el balance de comercio y excedente en servicios, la mayor parte de los cuales son servicios financieros. Más aún, el origen del déficit de los EEUU no es en dependencia estructural en relación a otros países industrializados. Como lo muestra Paul Sweezy, es resultado del costo del imperialismo, incluyendo la necesidad de sostener a Japón y Asia Oriental durante las guerras de Corea y Vietnam.
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Notas agregadas en traducción
Nota traducción 1: ( El "corralito" –con el que Cavallo clausuró su etapa ministerial clamando precisamente que había que cumplir con el déficit fiscal cero y pagar las deudas externas---les permitió expropiar a la masa de pequeños y medianos ahorristas, en un solo golpe de mano , del dinero real que se les adeudaba por los bancos en beneficio de los grandes inversores y del sistema financiero NB Los planes "bonex" son una máscara de esta expropiación) .
Nota de traducción 2( Exactamente la misma suma, en el mismo período, fue entregada a Turquía que se encontraba en una situación similar,, porque el gobierno de EEUU estaba interesado en asegurar la estabilidad de Turquía como aliado en el ataque a Irak).
Vol.53, N.11 April 2002.
(Consejo editor: Harry Magdoff, John Bellamy Foster,Robert W. McChesney, Paul Sweezy)
Dedicatoria:
El autor desea agradecer al CEMAFI ( Centre Etudes en Macroeconomie et Finance Internationale) de la Universidad de Niza, Francia, por su apoyo durante la redacción de este trabajo.