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13 de juli del 2002
Burguesías por default
Heinz Dieterich Steffan
La burguesía y la clase política latinoamericana nacieron
por default, como recalcó ya El Libertador Simón Bolívar
en su Carta de Jamaica, hace 187 años. Y de ese defecto nunca se han
podido recuperar, como muestra su actuación ante la actual crisis hemisférica
y global. Teniendo a su disposición todo el poder necesario para terminar
el proceso de africanización de la Patria Grande, optan por la sumisión
ante Washington y Bruselas, acercando sus países cada vez más
a los regímenes de facto que Washington pretende instalar en la región.
La última manifestación de esa postura se dio en la Cumbre del
MERCOSUR en Buenos Aires, el 5 de julio del presente. Con todas sus economías
en bancarrota (salvo Chile); con los niveles de riesgo-país oscilando
entre 6816 puntos en el caso de Argentina y 1600 puntos en los casos de Brasil
y Uruguay; con los planes de una dictadura militar avanzando para Argentina
y siendo promulgados por el célebre profesor neoliberal del Massachusets
Institute of Technology, Rudy "el dinamitero" Dornbush, en documentos secretos,
donde sostiene que "las instituciones argentinas seguirán cayendo, sin
que pueda hablarse de ayuda externa hasta el retorno de algún dictador
militar", los presidentes del MERCOSUR expresaron su preocupación por
la incidencia negativa del sistema financiero internacional sobre las posibilidades
de "desarrollo económico sustentable con equidad y justicia social" en
la región.
Y el escenario hemisférico no era más alentador, con la progresiva
militarización de América Latina por Washington, cuyo último
paso es la instalación de una nueva "Escuela de las Américas"
para torturadores y represores en Costa Rica, dirigida por estadounidenses y
disfrazada como Escuela Internacional de Policía; con el ingreso de 38
naves de la marina de guerra estadounidense en Costa Rica, 36 de ellas artilladas,
para patrullas conjuntas "antidrogas"; con el gobierno peruano de Alejandro
Toledo en pleno desmoronamiento; con la desestabilización del gobierno
venezolano de Hugo Chávez por el golpe de Estado transnacional del 11
de abril, coauspiciado por Washington; con la intervención directa de
Washington en los procesos electorales de Bolivia y Brasil; con una agresiva
campaña política-mediática contra Cuba, destinada a preparar
una intervención militar en la isla y con los medios imperiales (Foreign
Affairs, Time, The Wall Street Journal, The Economist) proclamando abiertamente
que "un nuevo momento imperial ha arribado", en el cual Estados Unidos está
predestinado a jugar "el papel dominante".
Frente a ese panorama desolador, el presidente brasileño Fernando H.
Cardoso fue preguntado si el MERCOSUR iba a formar un cártel de deudores,
para renegociar su deuda externa en bloque. Y la respuesta del presidente, tan
celoso de su imagen de sofisticado científico, fue una tontería
intelectual: que no era posible negociar en bloque porque las circunstancias
de la deuda en cada país eran diferentes. Esto constituye un endosamiento
de la africanización, cuyas dramáticas consecuencias finales Cardoso
probablemente observará desde algún lugar privilegiado del Primer
Mundo, dando cátedras sobre el arte de la administración pública
en la Universidad de Harvard, junto con otro presidente fracasado, el ecuatoriano
Yamil Mahuad.
La idea de que los latinoamericanos no tienen poder para salir de la africanización,
es una idea absolutamente equivocada, pese a la constante apología que
hacen de ella las clases políticas e intelectuales. El poder está
delante de las narices de la clase política criolla, y existe en tres
formas: la deuda externa latinoamericana que ha rebasado los 900 mil millones
de dólares; el poder adquisitivo y el petróleo. En cuanto a la
deuda externa, el mismo director del Fondo Monetario Internacional, el alemán
Horst Koehler, admitió recientemente que sí Brasil y Turquía
entran en una cesación de pagos, se quiebra el sistema financiero mundial.
Si se sustituye Turquía por Argentina, el efecto es el mismo. ¿Qué
más poder hace falta para cambiar la situación catastrófica
de la Patria Grande?
El poder adquisitivo de América Latina, del cual viven muchas corporaciones
transnacionales del grupo G-8, es otra importante fuerza de negociación,
como demostró el economista español Juan de Castro en investigaciones
realizadas para la CEPAL y el SELA en 1984/85, sobre todo en el capítulo
"El Poder de Compra de América latina como Instrumento de Negociación
y Defensa" (LC/G. 1459). Aumentando ambas fuerzas de negociación con
el factor petróleo, la clase política latinoamericana dispone
de una palanca de Arquímedes, capaz de desquiciar a toda la arquitectura
financiera mundial y, por lo tanto, capaz de abolir el status neocolonial de
América Latina y retomar la ruta de crecimiento existente antes de las
décadas perdidas.
La resistencia a la política colonial inhumana del FMI y de Washington
es totalmente posible, como reconocen prestigiados economistas del sistema,
como Joseph Stiglitz, el número dos en el Banco Mundial durante la crisis
asiática, en 1997, y Premio Nobel de Economía en 2001, o Martin
Feldstein, quien escribió un artículo en el Wall Street Journal,
titulado "Argentina no necesita al FMI". En la praxis, la viabilidad de la resistencia
al totalitarismo del FMI la han demostrado Malasia, Rusia, China y, sobre todo,
Cuba.
Que la clase política latinoamericana no use el poder transformador que
está en sus manos, se explica por su carácter de clase dominante
que nació de las guerras napoleónicas sin el "ADN" de una clase
dirigente. Pero más preocupante aún es el hecho, de que este defecto
se haya pasado a los partidos políticos convencionales, a muchos intelectuales
colectivos y movimientos sociales y que, en consecuencia, la condición
subjetiva para salir de la creciente miseria latinoamericana no se da.
Sólo, cuando algún partido o movimiento importante latinoamericano
plantee el uso de los tres poderes para la construcción de un Bloque
Regional de Poder fincado en el capitalismo de Estado proteccionista -como la
Unión Europea y Estados Unidos- y con elementos integrales de la Democracia
Participativa postcapitalista, habrá una posibilidad de mejoramiento
de las condiciones de vida de las mayorías en América Latina.
Lo demás es quimera.