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27 de julio del 2002
Sesenta años de la muerte de Roberto Arlt
Rodelu.net
El 26 de julio de 1942 un infarto terminó con la vida del escritor argentino Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900), un "cronista del mundo" y el punto de partida de la moderna literatura argentina urbana.
Su primera novela, "El juguete rabioso", donde están delineados los núcleos narrativos centrales que desarrollará luego, muestra ya en 1926 las contradicciones de los sectores medios argentinos frente a una realidad que no respondía a sus ilusiones definitivamente perdidas.
La parábola arltiana continúa con "Los siete locos" (1929) y "Los Lanzallamas" (1931) para nombrar sus textos paradigmáticos, y termina con la farsa "El desierto entra en la ciudad", mostrando una galería multifacética de personajes limítrofes que nunca terminarán de aceptar la realidad porque ello significaría aceptar sus propias limitaciones y el fin de los sueños.
La producción del autor de "El jorobadito" conoció suerte variada: fue casi ignorada a partir de su muerte y hasta mediados de los 50, cuando una relectura desde distintas posiciones teóricas e ideológicas de la literatura argentina, iniciada por intelectuales críticos como Oscar Masotta y David Viñas, entre otros, la sacó del ostracismo.
Los 60, cuando soplaban nuevos vientos en Argentina y en el mundo, dieron nueva fuerza y significado a la obra arltiana, que comenzó a ser estudiada en universidades, y fue entonces cuando por primera vez, y a más de 20 años de la temprana muerte del autor, se publican sus novelas y cuentos completos en los recordados tres volúmenes de Fabril Editora.
En otras palabras, Roberto Arlt iniciaba el recorrido que terminaría transformándolo en uno de los escritores faro, a la par de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Su teatro, que hasta entonces era casi desconocido fuera de los circuitos independientes, también comienza a ser difundido y uno de sus dramas, "Saverio el cruel", es adaptado al cine por el argentino Leopoldo Torre Nilsson.
A la narrativa de Arlt adscriben de allí en más los escritores que asumían una actitud de "compromiso" frente a la realidad, como los de la generación del 55, entre los que se destaca David Viñas y también los más jóvenes, como Ricardo Piglia, que reconocieron en él --en el novelista, el cuentista e incluso el periodista que para muchos escribía mal desde el punto de vista de la norma-- un maestro. De allí aquello de que cualquiera puede corregir un texto del autor de "El amor brujo", pero nadie puede escribirlo.
Comienza entonces la revisitación y la revaloración de su obra, de una obra "no literaria", que "rompe con la noción" de estilo y que muestra un discurso que no incluye una formación en los cánones literarios sino que recoge el impacto que la inmigración produjo sobre la lengua de los argentinos y, además, una literatura tributaria del periodismo y que recibió en consecuencia su influencia y sus marcas.
El autor de "Los lanzallamas" entiende el lenguaje como una mezcla de jergas y de voces, un armado que se corresponde con lo que era entonces Buenos Aires, que Arlt construyó como nadie, haciendo suyo el estilo de la transgresión.
Entre 1925 y 1942, el año de su temprana muerte, Arlt redactó una obra extensa que abarcó el campo de la novela, el cuento, la crónica periodística y el teatro. De esa producción sobresalen "Los siete locos" y "Los Lanzallamas", de exasperante arquitectura, pero es con "El juguete rabioso", de 1926, con la que Arlt inauguró una nueva dirección en el amplio panorama de las letras argentinas que venía arrastrando formas literarias del siglo XIX.
El mundo arltiano fue siempre motivo de polémica; un poco como en otro tiempo el de Borges. Están y estuvieron sus admiradores a cualquier costo, y quienes lo detestaron sin siquiera haber leído una de sus páginas. Lo mismo que Borges.
Más aún, Arlt y Borges son dos vertientes de la literatura argentina, dos modelos de esa literatura, dos formas de entenderla, de vivirla, sólo que en los últimos tiempos Borges parece haber ganado la partida.
Algunos de sus trabajos inéditos fueron ahora publicados, otros reeditados aún en contra de la voluntad del propio autor de "El Aleph"; su nombre siempre inspira a los críticos y es, sin dudas, "el escritor argentino" de todos los tiempos.
Por alguna razón, sobre Arlt se ha hecho una suerte de silencio al menos en los últimos tres lustros. Su obra espera, hay muchos significados aún por develar en la textualidad polifónica de un escritor que, a su modo, rompió con los modelos y creó su propia norma.
Porque antes que nada el autor de "El jorobadito" demostró, y tal vez sea una de las razones de su perdurabilidad, que es posible redactar una obra que es literatura, con todas sus convenciones, y que al mismo tiempo tiene que ver con ese "discurso de lo real", exigido como básico para su lectura.
En su tiempo, los lectores de los diarios Crítica y El Mundo hallaron en el autor de las "aguafuertes porteñas" discursos ajenos al campo literario porque Arlt construyó su obra con materiales que acababa de descubrir en la ciudad moderna y habla de lo que nadie había hablado en la literatura argentina. Su universo es el de la provocación, el de la transgresión, para utilizar un término más frecuente: construía una realidad y ése es su valor más perdurable.
A 60 años de su muerte se puede preguntar por la vigencia del escritor inconformista, y se podría hallarla tal vez en ciertos aspectos paródicos de su obra y en algunas pistas que permiten entender algo más un país difícil.
La República