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Argentina: La Lucha continúa

12 de junio del 2002

La agonía del Estado argentino. Entre la mutación dictatorial y el derrumbe

Jorge Beinstein

Desde diciembre del año pasado se precipitó el desmoronamiento del Estado, preparado por las reformas neoliberales de los años 90.
El fenómeno aparece como la convergencia de dos procesos. Uno nacional iniciado en 1955 a partir del derrocamiento del primer peronismo. Otro global desarrollado desde hace un cuarto de siglo, pero acelerado desde la llegada de Bush al gobierno de Estados Unidos.
Con la Revolución Libertadora, y el ingreso de Argentina en el FMI, se desató una larga secuencia de hechos que, mas allá de las coyunturas, puede ser vista como el resultado de una tendencia pesada hacia la desestructuración, el achicamiento y la subordinación externa del aparato estatal. Frondizi realizó las primeras privatizaciones y levantamientos de ramales ferroviarios. La lista de medidas antiestatistas posteriores es interminable, detrás de ella, siempre aparecía el FMI (es decir Estados Unidos) exigiendo más y más apertura al comercio y la inversión externos, incentivando el endeudamiento público. En 1976 la dictadura produjo un segundo envión en ese sentido y el menemismo, en los 90, el tercero y definitivo, ya no en nombre del antiperonismo y la libre empresa sino del nuevo peronismo neoliberal, globalizador, sometido a la política internacional norteamericana. La declinación del Estado formó parte de un fenómeno más amplio, de desintegración y transnacionalización subordinada del capitalismo argentino, que dio un salto significativo hacia mediados de los 70, cuando avanzó incontenible la financierización, la mutación parasitaria de la burguesía local (comercial, industrial, rural, etc.). La degeneración estatal expresó el ascenso hegemónico de la lumpenburguesía.
A nivel internacional el proceso de financierización que comenzó en los 70, resultado de una crisis de sobreproducción crónica, nunca resuelta, de reducción en el largo plazo de las tasas de crecimiento de la producción y el consumo; atrapó a todos los estados del capitalismo, desarrollados y subdesarrollados, incluso doblegó al bloque soviético, convirtiéndolo en una colonia económica de Occidente. Los años 90 fueron la culminación de ese proceso y forjaron el actual delirio militarista norteamericano, expresión de la descomposición cultural del estado burgués, que integra (somete) a la mayoría social no más a través de los viejos instrumentos de estado social, keynesiano, sino de efímeras exaltaciones de miedo y venganza, sin enemigo visible-durable; sino por medio de la manipulación de amenazas difusas, infinitas, en última instancia invencibles. De manera complementaria, del otro lado del atlántico se extiende la cultura del apartheid, de un fascismo envejecido, que sucede a la prosperidad del pasado. Es el capitalismo de exclusión, autoritario, de Bush, Haider, Berlusconi, Le Pen, Aznar, que crece con cada vez mayor dificultad, devorado por la especulación financiera, reproduciendo a escala ampliada- acelerada redes mafiosas, que van transformando a las estructuras productivas en sistemas de ganancias a corto plazo. En ese esquema la periferia está destinada a ser saqueada, sus estados e industrias triturados, al igual que sus sistemas agrarios, educativos, sanitarios, etc. Una estrategia de construcción de protectorados militares empieza a ser impuesta por Estados Unidos, desde Afganistán hasta los Balcanes, apuntando hacia China desde el Oeste y penetrando en las ex repúblicas soviéticas, no solo para asegurar la producción y transporte de petróleo y gas sino también para instaurar sistemas coloniales durables de uso múltiple. Si los estados burgueses de los países centrales se elitizan, marginando porciones crecientes de sus poblaciones; en la periferia, el estado subdesarrollado se extingue, muta hacia aparatos bajo control directo del Imperio, en medio de sociedades desquiciadas, sin perspectiva de crecimiento productivo duradero.
América Latina sufre ahora las consecuencias del fenómeno, agotada la euforia neoliberal, viviendo una crisis extrema. En nuestra región los Estados Unidos comienzan a ensayar sus proyectos de control directo, buscan el golpe en Venezuela, acentúan la guerra en Colombia. Intentan convertir a la Argentina en una colonia parecida a las que están instalando en Asia. Nuestra (lumpen)burguesía es arrasada por los acontecimientos, los entiende a medias.
El viejo estado burgués argentino agoniza. Producto de dos grandes transformaciones capitalistas; la agroexportadora desde fines del siglo XIX y la industrial subdesarrollada desde los años 30 del siglo XX, ha entrado en colapso al igual que la sociedad que lo ha nutrido.
Duhalde con su rictus mafioso, atontado por la avalancha, expresa muy bien el espíritu degradado de nuestra burguesía. Atemorizada por la presencia popular apuesta a la implosión social, a la desarticulación generalizada de los de abajo. Considera que así salvará sus privilegios. Es el escenario de la dictadura mafiosa, mas o menos civil o blindada, formal o parapolicial, partidocrática o tecnócrata, expresión práctica del protectorado norteamericano en formación. Aníbal Fernandez, secretario general de la Presidencia, acaba de afirmar que "estamos a veinte siglos de un llamado a elecciones "*, mientras tanto deberemos seguir soportando las componendas de parlamentarios, gobernadores, ministros y presidentes manipulados por el FMI. De la Rua también se ilusionaba con la eternización de su gobierno, alimentaba su autismo con fantasías conservadoras, pero las jornadas de diciembre lo retornaron a la realidad. La bronca de las mayorias se va acumulando dia tras dia, el escarmiento puede volver a tronar.
(*) "Definición del secretario general de la Presidencia", La Nación, Página 5, 3 de junio de 2002.