LA RESISTENCIA
Los 54 obreros/as que mantienen abierta la fábrica de indumentaria Brukman
soportaron hace unos días una avanzada policial que dejó huellas
en ellos y también en varios de sus niños, que presenciaron el
allanamiento. Hoy, cada cual sigue en su sitio, peleando por mantener abierta
su fuente de trabajo.
Por María Moreno
Pronto va a hacer un año desde que Juanita confeccionara la bandera que
bien podría haber figurado en el libro de los records Guinness como la
menos duradera de la historia: –La hicimos la noche del 19 de diciembre. Como
no teníamos fibra para pintar, le pusimos letras de tela y las pegamos
con plancha. Decía "Fuera Cavallo" y "Fuera De la Rúa".
¡Un día nos duró esa bandera, porque al día siguiente los
sacaron a los dos! Me acuerdo de que habíamos cocinado guiso de arroz.
Estábamos los veinte alrededor de la mesa –porque al principio éramos
veinte–. Es para no olvidarse nunca.
Esos veinte obreros que tomaron la fábrica de indumentaria Brukman de
la avenida Jujuy al 500, hoy son 54, la mayoría mujeres, y permanecen
en la empresa desde el 18 de diciembre pasado cuando la fuga de la patronal
sucedió al cese del pago de sueldos y a vales semanales que llegaron
a los dos pesos. En ese entonces, un resto de estilo de empresa nacional paternalista
que en tiempo de bonanza había pagado a término la quincena, y
hasta rifado televisores, hacía que se llamara a uno de los dueños
de la fábrica "Don Jacobo". Ese "Don Jacobo" se disolvió
luego de que Brukman fuera allanada por orden del juez Enrique Vásquez
y el último 24 de noviembre por otra del juez Raúl Irigoyen. En
los dos casos, los trabajadores volvieron a entrar y continuaron la producción
con ayuda de asambleas y agrupaciones políticas. En el primero, las mujeres
estaban dispuestas a encadenarse a las rejas como las sufragistas de la década
del ‘14 o, como Juanita, a mentir para ganar tiempo mientras se armaba la resistencia.
Ese sábado 16 de marzo eran cuatro en la guardia de la planta y, antes
de abrir las rejas, Juanita pretextó tener que despertar a las familias
que supuestamente pasaban la noche en Brukman, luego que había que consultar
a la asamblea. Al paso de los setenta integrantes del operativo se le ocurrió
que había dejado la pava en el fuego, en el tercer piso, por último
que tenía ganas de hacer pis. Todo mientras se retrasaba en recoger sus
cosas para el desalojo y, de vez en cuando, se empinaba junto a la ventana para
ver cómo se iban juntando los vecinos.
A las seis de la mañana del 24 de noviembre, Jacobo y Mario Brukman estaban
junto a sus abogados a la entrada de la fábrica mientras la Federal se
llevaba presos a seis de sus ex empleados separados en autos particulares.
La fábrica de los niños
Los niños de Brukman no se parecen a esos pioneros leninistas que discutían
en asamblea los ceros sacados en matemáticas y resolvían problemas
donde nunca los protagonistas eran ositos, huevos o lentejassino campesinos
de la taigá o stajanovistas en una fábrica. Las imágenes
que han recogido durante los dos allanamientos policiales seguramente pasarán
por distintos tamices según pasen los años, se perfeccionen los
relatos de los padres y el país abra alternativas políticas al
espíritu del "que se vayan todos". Oscar Giménez, que
empezó hace diez años en la sección plancha y que ahora
sabe que tiene labia para vender ambos en el interior y hasta se ha animado
con la computadora donde se sacan los moldes, dice que si ese domingo 24 hubiera
estado con su hija, si ella hubiera visto cómo se lo llevaban los encapuchados
de la Itaka en un coche particular, seguramente habría puteado tanto
que le habrían pegado hasta mandarlo al hospital.
–Yo viví en concubinato, pero mi señora no comprendía mi
lucha, así que me separé. Entonces muchas veces la nena está
acá conmigo. Pero ese día no estaba porque la madre tuvo que trabajar
el sábado y quedamos en que la pasaba a buscar temprano al día
siguiente. Yo estaba haciendo guardia en el séptimo piso cuando escuché
los portazos. Debían estar subiendo piso por piso a las patadas, rompiendo
cosas. Entonces me asomé a la puerta y vi por la mirilla a los del grupo
GEO que venían encapuchados y apuntando con las metralletas. Había
unos quince civiles –dos solos tenían la pechera de la Policía
Federal– que violentaron la puerta. Entonces me redujeron en el piso. Después
me metieron la Itaka en la espalda diciéndome: "No mirés,
no mirés. ¿Dónde están los fierros?". "Yo...
los únicos fierros que tengo son la aguja y la tijera. ¿Tanto operativo
para un obrero?" Entonces vino un taco en la costilla. "¿Así
que detienen a los que luchan por mantener la fuente de trabajo? Ya estamos
todos locos." En ese momento ni me enteré de que todos habían
entrado con Walter, que venía a tomar la guardia. Y que detrás
de él venía otra compañera, Edelmira, que retrocedió,
se fue a un público e hizo un par de llamados. No sabíamos qué
había pasado con los compañeros que iban entrando, ni ellos adónde
nos llevaban. Porque nos hicieron ir a la División de Investigaciones
de Lugano, en autos particulares. Recién adentro estuvimos todos juntos.
Nos abrieron una causa, nos sacaron huellas digitales y a las cinco horas nos
largaron.
La hija de Betty Pérez vio desde un colchón ubicado en uno de
los cuartos de la planta baja las botas que rodeaban a su madre, el cuerpo de
Walter en el piso con la Itaka en la espalda, los rostros ocultos bajo el pasamontañas
que la siguieron hasta el auto, uno de los once que junto con varios carros
de asalto, dos de mudanza y uno de los bomberos, requirió el operativo.
Técnicamente, a los nueve años estuvo presa.
–Estaba re-dormida –recuerda Betty–. Cuando escuché ruido, ya los tenía
acá adentro. Y yo cuando vi que tenían la cara tapada, pensé:
"Lo único que faltaba ahora con toda esta lucha es que nos asalten".
Después caí. Entonces le dije a mi hija: "Quedate tranquila
que a mí me tienen que hacer un par de preguntas". Ellos hicieron
entrar como testigos a unos chicos que venían de bailar y eran menores,
y a un médico para que nos tomara la presión. No sé qué
sentí. En el momento en que me sacaban para llevarme a Lugano, al ver
al costado de la calle, entre las vallas, a Jacobo y a Mario Brukman y nuestros
ex compañeros, creo que sentí impotencia. Con mi hija pude hablar
recién ayer, cuando me trajo el boletín que decía que había
pasado de grado. Y eso que solita agarra la carpeta y hace los deberes, antes
que yo llegue a las seis de la tarde. Entonces la felicité y aproveché
para hablarle: "¿Qué sentiste cuando entraron los policías?
¿Todavía estás asustada?". "Susto no sentí, sentíbronca."
"¿Y cuando te hicieron todas esas preguntas?" "Tampoco, sentí
odio por la manera en que entraron."
El hijo de Zulma, apodado "el Piqueterito", sigue parando en un corralito
del sexto piso donde el resto de los niños de Brukman recibe desayuno,
merienda y cena proteicas a las horas en que el vapor de plancha perla los mismos
ventanales desde donde el 16 de marzo Juanita contaba la gente para medir la
fuerza, mientras metía y sacaba una y otra vez las ojotas de adentro
del bolso. Facundo, de tres años, se largó a participar el 25
de noviembre cuando Elisa, su madre, vino a romper el cerco y pensó que
era el final, pero se decidió a acampar frente a la avenida Jujuy si
era necesario.
–El domingo yo quería dejar a los chicos con la tía pero, cuando
ellos escucharon que estaban desalojando la fábrica, se vinieron conmigo
en el taxi. Cuando iba pasando por las casas para avisar, yo estaba a los gritos.
Y a ellos les dio vergüenza. "¿Por qué gritás?",
me preguntó Luis Fernando. "Porque es nuestro trabajo. De lo que
ustedes comen, de lo que yo les puedo comprar el domingo cuando los saco a pasear.
Y ahora nos quieren quitar este trabajo." Y entonces el más chiquito
sacó la cara por la ventanilla y empezó a gritar: "¡Vecinos,
vecinos, vengan a ayudarnos!".
A Celia, oficial calificada en máquina especial, la hija de quince le
puso una cartita en la cartera que decía: "Si vos no estuvieras
siempre tan preocupada por la fábrica, yo podría contarte muchas
cosas". Sin embargo, pasó todo el verano en Brukman haciendo un
curso intensivo de politización in situ como en cualquier escuela vienesa
socialdemócrata anterior al ascenso del Führer.
Lengua política
Aunque Oscar Giménez se ría y levante los brazos tatuados de arriba
abajo para golpearse la frente: "Qué sé yo... Cuando grupos
políticos vienen acá: ‘MTRCCCPOPSTCTA, yo soy peronista de Perón’
y enumere al igual que en el poema ‘Siglas’ de Néstor Perlongher como
si no existieran los puntos; en Brukman se habla de otra manera". "No
me discrimines", puede bromear alguien a quien un segundo de distracción
ha negado el beso de despedida del compañero de guardia. Elisa, que abre
costuras, pega ganchos y hace terminaciones de pantalones, siempre habló
de "la patronal" y nunca de Don Jacobo o Mario Brukman, pero ahora
está engolosinada con la expresión "relación de fuerza",
sobre todo porque indica que los trabajadores de la fábrica la tienen
de su lado en todo el país y en el exterior amén de en la vida
cotidiana donde, por dos veces, vecinos y militantes madrugaron de a uno para
romper el cerco de la policía. Betty, de plancha, dice que ella lo que
rompió fue el silencio.
–En la asamblea de trabajadores de los lunes yo nunca opino, dejo hablar a los
demás compañeros. Pero ahora, después de que me llevaron
presa, yo también me solté. Incluso del allanamiento me atrevo
a sacar conclusiones. Los patrones entraron y volvieron a salir. Porque si hubieran
sido otros, se hubieran quedado. Así que yo lo tomo como que abandonaron
de vuelta la fábrica. Antes yo nunca fui de participar en marchas ni
en la lucha. Incluso cuando vivía en el centro, acá en Congreso,
nunca le presté atención a ninguna movilización. Ni siquiera
me paraba a mirar las banderas. Ahora me tocó a mí.
En el allanamiento del 25, que la nueva lengua de Elisa detalla como "desalojo,
allanamiento y secuestro de documentos", desapareció el CPU de la
computadora con que se hacían los moldes, se rompieron maquinarias, porejemplo
una overlock de sobrehilado con alimentación para trabajo pesado y algunos
documentos de unas cajas fuertes que los obreros de Brukman jamás se
habían decidido a abrir frente a un escribano. A la obrera Liliana Torales,
hace poco, le salió al cruce un auto con vidrio polarizado de donde bajó
un hombre que le dijo: "Déjense de joder y paren de trabajar porque
la próxima va a ser peor". Pero Oscar Giménez dice que de
haber próxima vez hay que estar preparados: "La primera nos agarraron
a cuatro, la segunda a seis, la tercera nos va a encontrar a los cincuenta y
cuatro y no nos van a poder agarrar".
En marzo del 2002, Celia estaba segura de que la vía de la cooperativa
no era adecuada:
–No queremos ser los nuevos monstruos de la economía. Una cooperativa
puede estar integrada por, a lo sumo, once personas que manejarían a
los demás compañeros. Ahora, la negativa tiene que ver con qué
es justo reclamarle al Estado:
–Pedimos la expropiación completa de la empresa, con maquinaria y todo.
No con maquinaria simplemente en comandato. Que se nos garantice un sueldo mínimo
porque esta ropa es cara y la venta puede bajar. Por eso pedimos también
un subsidio de 150 mil pesos para producir cosas más accesibles al público.
Y queremos hablar con Ibarra porque, si no, ahora que conozco la casa, voy a
hacerle un piquete con la Aníbal Verón de Varela, Solano y Almirante
Brown, el MTR de Provincia y de Capital, todo el Bloque Piquetero a pleno que
nos apoya y, por supuesto, las asambleas barriales.
–El futuro parece menos incierto que en marzo.
–Estamos bien espiritualmente, pero agotadas. Después, hay compañeros
de partidos políticos que hablan de manera que asusta. A nosotras mismas,
que siempre estamos yendo al choque y a la batalla caiga quien caiga, nos deja
desarmadas.
–La patronal sacó un comunicado en Radio 10 diciendo que nosotros queríamos
la fábrica para entregársela a los partidos de izquierda. Que
está toda rota cuando en realidad fueron ellos, en el último allanamiento,
los que se ocuparon de romper las puertas con un hacha, mientras nosotros, que
queremos seguridad, cerramos todos los pisos con candados. Cientos de estudiantes
pasaron por la fábrica a filmarnos en el corte, en la máquina,
en la plancha, pero los patrones dicen que no trabajamos. ¿Qué creen,
que somos actores que nos sentamos a trabajar cada vez que viene una cámara?
Dijeron que somos zurdos. Si zurdos es mantener la fuente de trabajo, querer
un salario digno con un trabajo genuino y mantener esa fuente para muchos más
que vengan detrás de nosotros, la mitad más uno de la Argentina
es zurda.
–Qué oratoria...
–Bueno. Hay que defenderse. Pronto voy a volver a hablar como antes.
–No creo que haya retorno. Pero, ¿cómo hablaba antes?
–"¿Qué voy a cocinar?" "¿Les gusta cómo me salió
el enterito?" "¿Qué me pongo?"