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Argentina: La lucha continúa

Hace 25 años, Astiz secuestraba a las monjas francesas y a varias Madres

En la iglesia de la Santa Cruz, un grupo de tareas de la ESMA se llevó a 7 personas. Entre ellas, la monja Alice Domon. Dos días después, les pasó lo mismo a Azucena Villaflor y a sor Lèonie Duquet. Astiz las había marcado.

Susana Colombo. CLARIN.

Fue el 8 de diciembre de 1977, pero María del Rosario Cerruti tiene grabada la pesadilla de los secuestros de ese día, a la salida de la parroquia de la Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal.

—Me empujaron contra la pared; me aferré a las rejas y grité: ¡Se la están llevando!.

(Cerrutti salía del brazo con otra madre de Plaza de Mayo) Un hombre rubio, gordo, nos separó y por la fuerza introdujo en un auto a María Ponce de Bianco.

Al mismo tiempo, Nélida Chidichimo pudo ver esa noche que, empujándola, "metían en otro Falcon, o Renault, a otra madre, Esther de Careaga". Nélida estaba con otra madre, que preguntó con absoluta inocencia: "¿Por que están llevando a la señora?" "Por drogas", contestaron.

Esas dos Madres de Plaza de Mayo, cuatro familiares de desaparecidos y la monja francesa Alice Domon fueron secuestrados por grupos de la Marina en el anochecer del Día de la Inmaculada Concepción, a las puertas de la iglesia de la Santa Cruz, base de los padres pasionistas. Hoy se cumplen 25 años.

Dos días después secuestraron a la primera presidenta de las Madres, Azucena Villaflor de De Vincenti; a la hermana francesa Lèonie Duquet, y a tres hombres, también miembros de la agrupación. Sabían dónde ir a buscarlos: a sus casas, a su lugar de trabajo. Los doce —los secuestrados el 8 y el 10— fueron trasladados a la ESMA. Todos, hoy, siguen desaparecidos. Con los años, y el regreso de la democracia, las desapariciones de Villaflor y las francesas Domon y Duquet se convertirían en emblemáticas de los métodos represivos de la dictadura. No sólo por las víctimas; también por la participación central de un militar.

Quien se había infiltrado entre las Madres para poder "marcarlas" después fue el ex teniente naval Alfredo Astiz. Desde temprano, los agentes de la Marina fueron distribuidos en distintos puntos de la Iglesia mientras se realizaba la misa de Primera Comunión. La orden: detener violentamente a quienes habían sido señalados por Astiz.

Cerruti y Chidichimo, testigos directas, aseguran hoy ante Clarín que no las llevaron a ellas porque "los autos estaban colmados". Las dos recuerdan a Gustavo Niño, apodo que usaba Astiz. "Era un chico rubio precioso". Le creían cada vez que se juntaba con ellas en la Plaza, alegando que era hermano de un desaparecido. Nélida admite que su nuera, hija de un militar, tenía desconfianza de él: "Ojo, que el olor de los milicos lo llevo aquí", les dijo, tocándose la nariz.

La parroquia de la Santa Cruz, ubicada en Estados Unidos y Urquiza, era prácticamente el único lugar donde las Madres podían reunirse regularmente. El jueves 8, Gustavo Niño se fue antes de terminar la reunión; frente al Calvario de piedra de la parroquia, besó la mejilla de Chidichimo.

—¿Tuvieron dudas después de los secuestros?. De Astiz, no. "El jueves siguiente lo vimos cuando íbamos a la Plaza. "Andate que te van a agarrar, le dijimos".

Seis meses después, dice Cerruti, "nos llegó una información de France Presse desde París, que consignaba que exiliados argentinos habían descubierto a Alberto Escudero, un agregado a la Embajada argentina en Francia que no sería otro que Niño, que en realidad era el teniente Astiz". "Vos me torturaste a mí en la ESMA", le dijo una exiliada en la embajada. Más adelante se enteraron de que otros sobrevivientes de la ESMA aseguraban que Astiz era represor. Y que había torturado a las dos religiosas francesas.

En marzo de 1990, la Corte parisina condenó a Astiz, en ausencia, a la pena de reclusión perpetua por los crímenes de las dos monjas. "Pero está aquí, y está libre", subraya ahora María del Rosario.

Sor Alice concurría regularmente a las reuniones de las Madres. Las conoció cuando llegó desde el Chaco, donde ya había colaborado con esposas de "compadres" desaparecidos. Siguió también trabajando con inmigrantes paraguayos, algunos de ellos perseguidos políticos.

Cerruti y Chidichimo recuerdan que Alice, con las manos atadas, era arrastrada esa noche por los secuestradores. A la hermana Lèonie la fueron a buscar a la capilla de Santa Rosa, en Ramos Mejía, dos días después. Había sido vista varias veces en la ronda semanal en la Plaza de Mayo. Las dos monjas fueron asesinadas; sus cadáveres fueron arrojados al Delta.

Uno de los hombres secuestrados, Remo Berardo, pintor, con un hermano desaparecido, fue secuestrado en su atelier de la Boca. Gustavo Niño iba a reuniones en ese atelier, al que también concurría, muy seguido, sor Alice, y algunas veces Lèonie Duquet.

La ausencia de Azucena Villaflor en la reunión del día clave exasperó a Astiz. La secuestraron en la avenida Mitre, en Sarandí, a pasos de su casa, el sábado 10, cuando las Madres habían logrado que el diario La Nación les publicara una solicitada. Se la llevaron tres hombres.

Tal vez se esperaba desarmar a las Madres. "Creían —dice Nélida— que esa noche nos habían amedrentado. El jueves siguiente fuimos todas a la Plaza; tuvimos pánico, pero seguimos."

Para Cerruti, las madres que entonces desaparecieron "nos inculcaron que la lucha no debía ser individual".