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Argentina: La lucha continúa

Asambleas populares:
Una experiencia de trabajo colectivo

José Luis González
La Insignia

Así como los acontecimientos del 11 de septiembre produjeron un profundo cambio en la conciencia de la sociedad global; los hechos ocurridos en la Argentina el 19 y 20 de diciembre del 2001 provocaron un cambio importante en la conciencia de la mayoría de los argentinos. A casi un año de esos trágicos días, son varias las lecturas que podemos hacer. Para unos, los saqueos producidos en algunas zonas del Gran Buenos Aires y en la Capital Federal fueron impulsados desde sectores políticos opuestos al ex presidente De La Rúa. Otros aseguran que fueron la consecuencia natural de la situación de desesperación de los sectores más pobres de nuestra sociedad.

Aquellos hechos motivaron la instalación del estado de sitio, lo que provocó la inmediata reacción de miles de ciudadanos que ocuparon espontáneamente la Plaza de Mayo en defensa de la libertad y la democracia. Muchas de las expresiones de protesta que siguieron a estos convulsionados días se debieron a un gran número de causas: los ahorristas peleando por sus dineros incautados -un robo legalizado-, las organizaciones de derechos humanos reclamando el esclarecimiento de los asesinatos de los manifestantes, la gente frente a los tribunales de la Capital "caceroleando" para que la Suprema Corte de Justicia renunciara y varias expresiones más, en repudio a instituciones que han llegado a niveles insospechables de degradación y corrupción.

De entre todas estas manifestaciones, surgen, impulsadas en principio desde las bases de los partidos de izquierda, las asambleas barriales, un nuevo tipo de organización donde se mezclan gentes de distintos estratos sociales e ideologías, movidos por muy variados motivos. Es aquí donde se comienza a ver -a pesar de muchas dificultades y falencias- un cambio en la conciencia ciudadana.

Se comienzan a reafirmar los lazos solidarios, tan bastardeados en la cultura global-neoliberal, especialmente en las grandes urbes como Buenos Aires, donde conviven cuatro millones de almas sólo en la Capital Federal y casi seis millones en el cordón que forma el Gran Buenos Aires.

En uno de los "cien barrios porteños" -Saavedra- unas cuantas de esas personas que cambiamos la bronca por las ideas, pusimos manos a la obra. Al igual que en los MTD (movimientos de trabajadores desocupados), agrupaciones con un alto grado de organización y una amplia experiencia en trabajos de autogestión, impulsamos este proyecto de construcción colectiva desde la Asamblea del barrio.

En una de nuestras reuniones, la Asamblea decidió tomar un terreno que el municipio había abandonado, lo limpiamos, lo acondicionamos, trabajamos la tierra, hicimos zanjas, tendimos cañerías y cables, e instalamos luz y agua corriente. Luego vinieron los plantines y el transplante, el riego y la cosecha.

Víctor, un ingeniero de otra de las asambleas vecinas, nos enseñó a fabricar el horno de barro y juntos lo construimos. Todavía recuerdo a varios de los compañeros abrazados pisando el barro y la paja para fabricar el "adobe" en un infrecuente gesto de fraternidad y de trabajo solidario.

El producto de la huerta está destinado a comedores comunitarios. Con el horno de barro cocinamos pan y confituras para venderlas a un precio más bajo que en el mercado y destinar una parte a los comedores comunitarios. De esta manera podemos generar puestos de trabajo genuino y fomentar la autogestión.

Este proyecto se completa con la edificación de una panadería y un "salón de usos múltiples" para realizar actividades culturales y recreativas. Esta parte más ambiciosa del proyecto es de más difícil concreción debido a los costos de los materiales, pero estamos confiados que en el mediano plazo podremos lograrlo.

Los vecinos de nuestro barrio pertenecemos, mayoritariamente, a la clase media y media baja empobrecida por la desocupación y abatida moralmente por las reiteradas traiciones de nuestras dirigencias, pero a pesar de estas condiciones tan desfavorables, la conciencia colectivo está mejorando -muy lentamente tal vez- ante la urgencia que nos presenta nuestra cruda realidad, pero a paso constante y con un horizonte que es mucho más prometedor que el que construyó la dirigencia política en los últimos veinte años.

Nos han doblegado pero no nos podrán quebrar, y está cada vez más claro que de esto salimos juntos, construyendo una sociedad para todos.