La gran idea es zafar
Héctor Timerman
Hubo un tiempo que fue distinto. Para entenderlo alcanza con la picardía
de Antonio Cafiero. Era el tiempo, cuenta el veterano político, en que
los actos no empezaban hasta que llegaban las columnas de obreros, estudiantes,
o simples interesados en escuchar a los oradores, hoy un acto político
se inicia cuando llegan las cámaras de televisión. Es lógico
que la política cambie con los tiempos lo triste es el vaciamiento de
ideas que ocurrió en los últimos años. Los políticos
actuales no tienen una visión del país, contratan un asesor de
imagen. Se acabaron los ideales cuando llegaron las encuestas electorales. Como
demostró Menem el peluquero es más importante que el intelectual.
Quién necesita las dudas de un intelectual cuando a los políticos
solo tienen certezas. De qué sirve la pregunta de un joven si los profesionales
de la política no tienen respuestas.
Un argentino que se despierte de un profundo sueño le costaría
distinguir si el gobierno es radical o peronista, conservador o liberal. Y si
para terminar su confusión le preguntase a algún político
se encontraría que todos son centristas pragmáticos. Así
ocurre cuando la búsqueda de votos es el principal objetivo porque cualquier
definición limitaría el mercado.
¿Pueden ser todos los políticos iguales? No, únicamente los que
ganan elecciones. Es curioso, pero aun es posible encontrar idealistas, luchadores,
gente simple que piensa que actuar políticamente es importante. Están
en las pequeñas asociaciones, en los partidos políticos periféricos,
en las agrupaciones universitarias donde la militancia no es un empleo o en
los sindicatos donde los guardaespaldas y matones no superan a los afiliados.
La Argentina que piensa, que sueña, la Argentina que busca un camino
es, por ahora, la Argentina perdedora. Pero también es el país
que se identifica con un pensamiento de Henry Thoureau que dice que vivir sin
pasión es caer en una silenciosa desesperación.
¿Pero acaso ganar elecciones convierte a un político en triunfador? El
estado del país indica lo contrario. El aprecio de los ciudadanos confirma
que en política ganar no es el final del juego. A pesar de la contundencia
del rechazo hay gente que envidia a los políticos porque "zafaron". Siempre
hubo gente así. Siendo un adolescente participé de un almuerzo
con Casildo Herreras. Alguien le preguntó qué le decían
los jóvenes gremialistas cuando veían que su reloj era un Piaget
de oro. Recuerdo la respuesta textual: "Dicen, qué suerte tiene el Casildo
que pudo zafar". Ahora también hay quienes envidian a Alberto Pierri
y se olvidan de Lisandro de la Torre. . En la Argentina "zafadora" Pierri y
Casildo Herreras son los triunfadores y Lisandro de la Torre es, simplemente,
una estación de tren. ¿Sabrán los políticos que por zafar
son responsables de los cartoneros, de la desaparición del empleo, de
todos y cada uno de los chicos que se mueren de hambre?
Desde que los políticos compraron la zoncera que su función es
el gerenciamiento y no el liderazgo cuyas ideas motive el accionar ciudadano
recibieron como respuesta una sociedad que se comporta como consumidores, protestando
al gerente por el mal servicio que reciben.
Ahora los dirigentes barriales convertidos en encargados de sucursales conviven
con militantes transformados en punteros expertos en trocar un voto repudiado
por una bolsa de comida o un puesto en alguna municipalidad. Otra zoncera es
pensar que alguien necesitado no valora su voto. La gente más humilde
demostró que sabe estimar sus derechos. Acaso no repudiaron a los matones
compravotos cuando eligieron a Yrigoyen y Perón y también al primer
diputado socialista de América Latina, Alfredo Palacios. La gente que
prefiere un plan Jefe de Familia a un voto sabe más de política
y economía que todos los gurúes de la City. Es buen negocio vender
un voto devaluado cuando no hay plata para comer. Tienen más dignidad
que los políticos que canjearon sus ideales por una patente de bucanero.
A muchos de los políticos los conozco de cuando comenzaron convencidos
que era posible y necesario cambiar el país. Hablaban de justicia, de
democracia, de igualdad. Varios de ellos fueron perseguidos, otros fueron encarcelados.
Pocos la pasaron bien. Cuando los veo como se mueven en la política me
pregunto que les sucedió para convertirse en cómplices de tanta
corrupción, en manipuladores del dolor ajeno. En insensibles que transforman
en arma electoral la muerte de un chico, el suicidio de un jubilado.
¿Es el final de la política? ¿Fracasó la democracia en la Argentina?
Todo lo contrario. Fracaso habría sido si los partidos estuviesen colmados
de gente tratando de convertirse en políticos profesionales. Fracaso
sería si nadie participase. Es cierto que un gran número de ciudadanos
se hacen los distraídos pero hay otros, no tantos pero los suficientes,
que no bajaron los brazos, no perdieron las esperanzas, no sueñan con
zafar. Son aquellos que luchan contra el hambre, que hacen trabajos solidarios,
que les preocupa la ecología, que enseñan a leer en un asentamiento
o construyen una escuela en el Chaco. No son muy diferentes de los políticos
actuales cuando eran jóvenes. Si logran evitar caer en el derrumbe moral
de la actual dirigencia es posible que volvamos a ser un país normal,
un país que tiene futuro.