28 de octubre del 2002
Argentina: Tiempos pringosos
Osvaldo Bayer
Página 12
Después del 19 y 20 de diciembre, la chatura. El pacto peronista-radical
tuvo su efecto. Fue Duhalde el hombre indicado para que se cambiara todo y no
se modificara nada. Hombre ya probado en manejos a la Lomas de Zamora. Alfonsín
encuentra siempre la solución para que el poder no se mueva, para que
se quede en el lugar donde deba estar. Vemos las consecuencias de la picaresca
del Pacto de Olivos en estos días. Rodríguez Saá-Melchor
Posse sería la fórmula ideal salida del riñón de
nuestra constante democracia radical-peronista, aunque pareciera correr por
el costado ya que todavía no lo es. Falta mucho circo todavía,
con expulsiones y fantochadas. Esos dos van a arreglar todo para que sigamos
andando el camino de 86 años de democracia en los que terminamos en esto:
Duhalde y los cartoneros, final operístico a la Puccini, con lágrimas
y reencuentros, sin ballet –para ahorrar–, pero con patovicas y bonaerenses
a la entrada y a la salida.
La sesión parlamentaria sobre la Corte Suprema fue un paso de comedia
que mostró lo que significa el hartazgo de la burla y que todos estamos
hasta la garganta de pringosa mugre. Y todo esto, los forcejeos entre los candidatos
peronistas y los llantos de los alfonsinistas y de los paraalfonsinistas y de
los no-alfonsinistas, pero todos alfonsinistas prestos al arreglo. Qué
espectáculo digno de los barrios hampescos finos, donde todos se reparten
las fichas y quieren que Reutemann, el conductor, reparta los cartones. Tiene
razón Zamora, qué puede hacer en la lujosa barraca aunque lo sienten
en una mesita aparte y le den dos diputruchos mientras la diversión continúa.
Y ya vendrán los agoreros que van a decir: no votar es un peligro porque
si nadie saca la mayoría va a venir Brinzoni a poner orden. Brinzoni
con Jaunarena como jefe de Gabinete, el hombre de uniforme de pantalones cortos.
Brinzoni, el que no supo ni vio ni oyó los alevosos balazos de Margarita
Belén, que asesinaron a jóvenes puros como sólo sabe asesinar
el ejército argentino. Pero Brinzoni, secretario general de la gobernación
chaqueña en ese momento, no vio ni oyó ni leyó ni se interesó
por el crimen masivo. Y hoy lo tenemos enarbolando la sacrosanta azul y blanca.
Todos juegan, todos apuestan, para que el poder siga perteneciendo a quien tiene
que pertenecer. Menem-Duhalde se pelean por centésima vez porque ése
es el mejor juego. Más se pelean más grande será la tajada.
Balbín fue un gran maestro: él siempre ponía los ministros
del Interior de las dictaduras y Alfonsín negocia y pone sus hombres
en todos lados junto a su mejor alumno, Jaunarena, quien lo protege y le recomienda
al genocida Arrillaga cuando algún izquierdista dice basta. Porque vayan
con quien vayan, siempre tenemos a un Rico, a un Patti y a un Bussi de reserva.
La manija es la manija; cambian los hombres pero la manija es la misma. Y Perón
dio el ejemplo, se manejaba con Vandor –y no con Cooke–, daba concesiones e
ilusiones con Cámpora, pero a su lado siempre estaba López Rega.
No se fue a la Cuba del Che Guevara sino a la España de Franco, fusilador
de poetas. Picardía criolla, jóvenes imberbes.
Doscientos intendentes le dio Balbín a Videla y no lo pudo salvar a Karakachoff.
De Nevares se fue de la convención de Santa Fe asqueado del sucio juego
entre Menem y Alfonsín. Pero ellos siguieron y siguen. La ética
política es distinta de la ética así, sola. La ética
posperonista es distinta de la ética radical, pero llegado el momento
se dan besos de lengua, se abrazan Nosiglia y Manzano. En el próximo
gobierno peronista habrá un ministro radical, o tres diplomáticos
radicales, o el jefe de Gabinete, o Jaunarena en uniforme de pantalones cortos.
Es como las palabras dichas por Eduardo Menem desde su lujosa casa de Belgrano:
"Es que Carlos sabe gobernar". Claro, porque con Carlos Saúl perdimos
todo pero nos reíamos.
Lo repetimos por centésima vez a ver si sirve para algo la fórmula:
86 años de democracia de dos partidos políticos y once dictaduras
militares. Yrigoyen les metió bala a los obreros que pedían las
ocho horas de trabajo, les hizo morder el polvo a los patagónicos rurales
y a los hacheros de Santa Fe. Perón cambió la letra del himno
de los trabajadores de "Hijos del pueblo" a "Hoy es la fiesta del trabajo unidos
por el amor de Dios". Y después pudo irse en una cañonera paraguaya
con la conciencia tranquila en una escena que dejó mudo a García
Márquez, quien desde ese día cambió su famoso realismo
mágico. Y los militares, en su operativo más valiente y organizado,
se robaron el cadáver de Eva Perón. Y después el crimen
más atroz de la mente humana: la desaparición de personas. Sí,
señor, los militares argentinos consumaron la unidad de crimen con cobardía.
Querramos o no, son estas tres fuerzas –peronistas, radicales, fuerzas armadas–
las que nos gobiernan desde hace 86 años. Pero eso sí, se ayudan,
son solidarios entre sí. Ese Alfonsín corriendo desde la Rosada
al Parlamento con el proyecto "Obediencia Debida", justo el argumento de las
SS en el juicio de Auschwitz de 1961: "Obedecimos órdenes". Y hoy lo
tenemos al general Brinzoni mirando por el ojo de la llave a ver quién
se mueve.
Es que ante todo somos democráticos Y es porque dejamos hacer. Aquí
los militares se levantaron cuando quisieron y fusilaron y desaparecieron a
cuantos quisieron. Más todavía, uno de los dos partidos que nos
gobiernan nació en un golpe militar. Es porque todo es fácil,
en la Argentina somos generosos salvo con los enemigos de la Patria de ideas
extranjerizantes. Y tenemos a la Bonaerense y a la Federal. Y a Ruckauf. Desde
los albores de nuestra nacionalidad –como se decía emocionado–, creamos
la Ley de Residencia 4144, justa y soberana, pobres anarquistas nacidos en el
extranjero, tuvieran o no tuvieran familia. Aquí, no. Pero eso de condenar
a un general golpista, no, porque en el fondo eran y son argentinos que llevan
el uniforme de la Patria. Esa muerte en París, como buen argentino, del
golpista Uriburu, qué emocionante. Aquella crónica con la que
todos los argentinos se emocionaron cuando murió el ex dictador: ...
Estamos en París, a las puertas de la iglesia de Saint Pierre de Chaillot.
Ha terminado la ceremonia religiosa: en la bóveda funeraria reposan los
restos del ex dictador. El gentío rodea al grupo de enlutados cuyos crespones
denuncian el parentesco con el muerto. Desfila la comitiva oficial –levitones,
casacas militares, elegantísimos tocados de damas de la nobleza y de
la aristocracia–. Lloran hombres y mujeres. Doña Aurelia Madero de Uriburu
solloza en brazos de una amiga. Es una escena emocionante de la que toman buena
nota los reporteros de los diarios y los corresponsales de las agencias informativas
que sirven a los grandes rotativos de Buenos Aires. Los fotógrafos y
los operadores cinematográficos derrochan placas y películas que
las empresas periodísticas pagarán a precio de oro en la puja
por ofrecer el público lector de la Argentina las más impresionantes
escenas. Ha terminado el acto. En la bóveda, una chapa de oro: "Al teniente
general del ejército argentino D. José Félix Uriburu, el
gobierno de la república de Francia".
Y en la Argentina le esperarán calles y puentes que llevarán su
nombre y una tumba entre los más grandes próceres. El, un dictador
que había pisoteado a la democracia argentina y que había fusilado
a inocentes obreros sin juicio previo. Un general bruto como pocos, pero que
llevaba bigotes a la prusiana. En su entierro, voces roncas gritaron: "Viva
la Argentina".
Pero eso sí, a los obreros rurales patagónicos que pedían
que se dejara vivir en las estancias a sus mujeres para que se poblaran esas
regiones solitarias, a ésos le metieron bala porque iban a hacer subir
los costos de la lana y eso no convenía a los estrechos lazos de amistad
con Gran Bretaña. Ni peronistas ni radicales reivindicaron jamás
la memoria de los peones fusilados pero, eso sí, dejaron todos los nombres
de calles en honor el general Uriburu. Alfonsín pasará a la historia
como el apóstol de la Obediencia Debida y también Menem, el alegre
indultador de los Videla, Suárez Mason, Menéndez y del almirante
Massera.
Nuestra democracia termina hoy en Duhalde, un hombre de méritos éticos,
pensador de la Patria formado en las comisarías de Lomas de Zamora. Hombre
negociador por excelencia, se dice que fue el que más personas sacó
de las comisarías. Ahora está en otras esferas: el negocio de
la próxima presidencia, él no, pero que el poder no se escape.
Negociemos, como tantas veces hizo en Lomas de Zamora. Lo acompaña el
ejemplo de grandes figuras del pasado. Después de todo, no lejos de Lomas
estaban las tierras de Barceló, conservador que sacaba y ponía
muñecos en la política criolla.
Nada ha cambiado. De un conservador a un peronista, pasando por un radical.
Somos todos argentinos.