ENCUENTRO DEL FORO SOCIAL MUNDIAL EN ARGENTINA
INFORME Y REFLEXIONES
Por Lucio Salas Oroño
Un acontecimiento hecho de la materia de nuestras esperanzas
Entre el 22 y el 25 de agosto se realizó en la Argentina un encuentro
del Foro Social Mundial; la propuesta se había lanzado en febrero durante
el Segundo Foro de Porto Alegre por considerar que la crisis de nuestro país
era expresiva de los resultados del modelo neoliberal: como se sabe, Argentina
fue puesta durante los años 1990 como ejemplo de las bondades de una
economía basada en la completa apertura comercial externa, la privatización
de los servicios públicos, la estabilidad monetaria y la libertad de
los mercados. La catástrofe resultante, que trasciende a la economía
y nos ha conducido a un cuadro cercano a la disolución social, dio pie
a algún debate entre los organizadores -el Comité de Movilización
en la Argentina del Foro Social Mundial- en torno a si se trataba de un éxito
o de un fracaso del neoliberalismo, cuestión que se resolvió
proponiendo como eje del encuentro la fórmula de "La crisis del neoliberalismo
en la Argentina y los desafíos del movimiento global". Siempre es bueno
encontrar una opción superadora, pero queda en pie la cuestión
de fondo, sobre la que al final volveremos.
La organización de este 'Foro temático sobre Argentina' debe ser
considerada, por varias razones, un gran éxito para nuestro movimiento
social. La idea del Foro como lugar de encuentro de diversas experiencias no
está fuertemente implantada en la Argentina; el Primer Foro de Porto
Alegre, en 2001, tuvo una relativa difusión entre las organizaciones
de base, y el Segundo se realizó mientras el país ardía,
por lo que muchos activistas no pudieron concurrir. Hay, además, una
nueva camada de luchadores incorporados en estos últimos meses, que recién
están procesando información sobre el pasado y madurando sus posiciones;
sobre ellos incidió una campaña de sectores de la izquierda tradicional,
que hicieron circular versiones muy negativas sobre Porto Alegre (incluida la
fascinante teoría de que ellos habrían sido los supuestos protagonistas
de un 'contraforo paralelo y revolucionario'). También tuvo su influencia
la desinformada visión que lamentablemente difundió James Petras[1].
Por añadidura, apenas dos meses antes de su realización se puso
formalmente en marcha la idea, en medio de una situación de fuerte conflicto
social que requería la presencia de los activistas en sus respectivas
agrupaciones; el núcleo de organizadores, compuesto por miembros de CLACSO
(Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), de CTA (Central de Trabajadores
de la Argentina), de ATTAC y algunos independientes cargó con el peso
de la tarea, pues sólo a último momento se sumaron como convocantes
el grueso de las organizaciones de base. Pese a todas estas limitaciones, el
encuentro del Foro Social Mundial se transformó en un espejo del notable
desarrollo del movimiento social argentino: unas 500 organizaciones se constituyeron
en convocantes y algún centenar más participó oficiosamente.
Agrupándolas por sus ejes de actividad, consignemos que fueron parte
activa del Foro organizaciones sindicales de trabajadores y asociaciones de
profesionales (abogados, psicólogos, sociólogos, politólogos,
antropólogos, comunicadores, economistas, arquitectos), de educadores,
ambientalistas y ecologistas, feministas y de identidades sexuales 'diferentes',
organizaciones de defensa de los derechos humanos y sociales y de víctimas
actuales de la represión y la impunidad, de defensa de los consumidores,
de estudiantes secundarios y universitarios incluyendo decenas de cátedras
y carreras completas, de cineastas, actores, artistas, bailarines, de murgas
populares, asociaciones representativas de los pueblos autóctonos, juntas
vecinales y asociaciones de fomento barrial, de solidaridad internacional, de
rechazo a la deuda externa y al ALCA, de promoción de la democracia participativa,
de grupos cristianos de base y movimientos ecuménicos, de bibliotecas
populares, comedores populares y universidades populares, de centros culturales
y de estudios, de defensa de la producción nacional y de pequeños
empresarios, de revistas y medios de información alternativos, de organizaciones
de amas de casa, de comisiones por la vivienda, de cooperativas y mutuales,
de fundaciones de acción social, de redes de trueque, de ex combatiente
de Malvinas, de organizaciones de residentes latinoamericanos en Argentina (peruanos,
bolivianos, uruguayos), de asambleas populares, de movimientos de desocupados,
de organizaciones agrarias, de Madres de Plaza de Mayo, de Abuelas de Plaza
de Mayo, de H.I.J.O.S.
El Foro se realizó en Buenos Aires, en un lugar céntrico donde
se ubican varias facultades de la Universidad de Buenos Aires, aunque también
hubo actividad en distintas ciudades del interior del país y de conurbano
bonaerense; los organizadores calculan el número de participantes en
unos 20.000. Se inició el jueves 22 de agosto con una marcha festiva
-y en ese aspecto distinta de las tensas y crispadas que se realizan casi a
diario, siempre atentas a la posible represión- de la que participaron
murgas, grupos teatrales y más de 10.000 personas, encabezada por niños
y madres con sus carritos para bebés pertenecientes a movimientos de
desocupados ('piqueteros'). Después de acompañar a las Madres
en su ronda habitual, se partió desde Plaza de Mayo hacia el lugar central
del Foro; el simbolismo era claro: se daba la espalda al sitio del poder político
cómplice de la postración argentina y se marchaba hacia la esperanza
de construir una nueva sociedad. Durante los dos días de actividad central
-23 y 24 de agosto- se convocaron por la noche 10 paneles centrales de debate,
donde participaron representantes de movimientos sociales de otros países,
en su mayoría latinoamericanos. El eje de los paneles del día
23 fue la descripción de la crisis argentina, considerándola en
el contexto del capitalismo mundial, de la hegemonía norteamericana en
la región, de la crisis del Estado y de la democracia representativa,
y del avasallamiento de los derechos sociales. El día 24 los paneles
se centraron en las resistencias y alternativas al modelo en lo económico,
en la construcción de poder popular, democracia participativa y formas
de resistencia civil, en las diversas formas de autogestión económica
y social, y en la necesidad de una convergencia en el movimiento global.
Sin embargo, probablemente lo más interesante y creativo de este Foro
haya estado en las más de 250 actividades descentralizadas que fueron
organizadas esos dos días por los grupos convocantes, bajo la formas
de seminarios y talleres. Este tipo de encuentros más cercanos, donde
la participación de todos los presentes está garantizada, suele
ser lo más rico de la experiencia del acontecimiento que es un Foro Social;
por contrapartida, es lo más difícil de transmitir, pues con suerte
se puede participar de una decena de ellos y del resto se informa por referencias
necesariamente incompletas [2].
. Los temas fueron variadísimos, relacionados con los intereses de las
organizaciones convocantes, e incluían las grandes preguntas que hoy
se hace el movimiento social argentino y mundial: las nueva formas de pensar
y de hacer una política alternativa -cómo y desde dónde
hacerla-; las formas organizativas que surgen con base territorial; las formas
de economías solidaria -clubes de trueque, empresas autogestionadas-;
cuestiones generacionales y de género en relación con la lucha
social; situación de la resistencia regional y global; nuevos formas
de producción cultural y de comunicación contrahegemónica;
debates sobre el Estado, el poder, el contrapoder y el antipoder; soberanía
alimentaria y organización de servicios de salud y educación alternativos;
deuda externa y ALCA, militarización de América Latina; teoría
política del cambio social, etc. etc.
Los problemas del movimiento social realmente existente
El domingo 25, el Foro se cerró con una Asamblea de Movimientos Sociales;
a más de expresar brevemente sus opiniones, los participantes expusieron
síntesis de las actividades autoconvocadas que habían protagonizado.
Se puso entonces en evidencia una de las limitaciones más patentes del
movimiento social en la Argentina: las intervenciones se sucedían con
interesantes relatos -entre alguna aburrida arenga, desde luego- que no tenían
directamente mucho que ver con los otros. Tal vez como efecto de la crisis catastrofal
de la que es imposible escapar, los informes evidenciaban la disociación
de los distintos aspectos de lo social, la autoreferencialidad en la que -defensivamente,
por instinto de conservación- muchas veces nos protegemos. Los organizadores
habían previsto espacios temporales entre los talleres y seminarios diurnos
y los paneles nocturnos, espacios destinados a facilitar los intercambios, pero
es dudoso que se hayan podido concretar. La cuestión no es banal, pues
hizo aflorar las limitaciones entre las que nos movemos y actuamos, en medio
de una compleja dialéctica entre homogeneización y unidad. Por
un lado, el peso de experiencias previas de organización popular hace
que la mayoría de los activistas y organizaciones sociales rehuyan como
al diablo toda posibilidad de homogeneización; por otro lado, todos comprendemos
la necesidad de una unidad -de acción, al menos- más consistente.
Cuando la resistencia alcanza el nivel de dramatismo que hoy tiene en la Argentina
-dramatismo impuesto por el hecho de que estamos disputando nuestra posibilidad
de sobrevivencia colectiva, y en muchos casos hasta individual-, una hermosa
fórmula como la de que somos 'un movimiento de movimientos' necesita
dotarse de un contenido más concreto, más cotidiano: no podemos
esperar el próximo Foro para comenzar a entretejer la red de nuestra
testaruda negativa, para desarrollar nuestra potencia más allá
de los necesarios gritos de rechazo al lento genocidio. Importantes influencias
teóricas -que afortunadamente han sido permeabilizadas por nuestros movimientos
sociales- nos han vacunado contra el apuro voluntarista y los vanguardismos,
pero ello no debiera inhibir un activismo consciente, una intervención
múltiple en los distintos planos en que se desenvuelve nuestra vida,
incluido el político. Tanto como es imposible el apuro es ineludible
la urgencia, pues diez años de capitalismo neoliberal nos han retrotraído
a la barbarie: no discutimos una cuestión existencial sino más
bien una crasamente estomacal. No debatimos ahora lo que será -'y que
sea, benévolos dioses, lo que nunca fue'- sino las catástrofes
que ya nos han alcanzado; tenemos la percepción material de la certeza
de Keynes (perdón por la fuente) de que 'el futuro debiera interesarnos
más, porque es donde hemos de vivir el resto de nuestra vida'.
Una rápida mirada a nuestros movimientos sociales nos permite hacer la
siguiente distinción: hay una gran cantidad de organizaciones con intereses
determinados que atraviesan transversalmente toda la sociedad (como pueden serlo
las ecologistas o feministas), hay organizaciones con intereses en principio
específicos (sindicatos, asociaciones profesionales) y organizaciones
con intereses situacionales -derivados de la actual situación social
argentina- y cuya característica es el afincamiento territorial: asambleas
vecinales, movimientos piqueteros y organizaciones rurales. Las organizaciones
de intereses transversales no han logrado llegar a vastos sectores de la sociedad;
ni la cuestión ambiental ni la igualdad de géneros se han incorporado
a la agenda masiva, más allá del inoperante marco de la legalidad.
Algunas organizaciones con intereses en principio específicos -el caso
más claro es el de la CTA- tienen un programa amplio de incorporación
de intereses y sectores sociales no representados directamente por la central
sindical que les ha dado considerables frutos: a través de la FTV (Federación
del Trabajo y la Vivienda) y el movimiento Barrios de Pie han organizado a miles
de desocupados, y a través de su propuesta del FRENAPO (Frente Nacional
contra la Pobreza) han acercado a sus propias posiciones a organismos de derechos
humanos y a grupos intelectuales sin otras pertenencias. Sin embargo, el desenvolvimiento
de estas prácticas a septiembre de 2002 parecería indicar que
el FRENAPO encuentra grandes dificultades para obtener arraigo territorial,
mientras que ese mismo arraigo al plano local es determinante de tensiones entre
FTV y Barrios de Pie con la CTA, considerada como superestructura desterritorializada.
En cuanto a los movimientos sociales que se definen por su territorialidad -haciendo
de la necesidad virtud, y aceptando que si la barbarie nos saca de la modernidad
hay que asumirse como 'tribu' y en cuanto tal organizar la subsistencia y hasta
la sociabilidad propia, inmediata-, su implantación es poco homogénea,
de a manchones: si bien se hacen piquetes (cortes de ruta en la actual acepción)
en todo el país, las organizaciones sociales piqueteras sólo están
fuertemente implantadas en el conurbano bonaerense, en algunas provincias como
Santa Fe, Salta y Neuquén, y en ciudades aisladas como Mar del Plata.
Los movimientos agrarios apenas emergen en cinco provincias, y aun no han logrado
constituirse en 'la pampa húmeda', el corazón de la producción
agropecuaria (hay que recordar que Argentina es un país poco latinoamericano
en este aspecto, con el 90% de su población urbanizada). En cuanto a
las asambleas populares, son un fenómeno muy nuevo -nacieron a principios
de 2002-, centrado en la ciudad de Buenos Aires y en su primer cordón
suburbano, con presencia menor en Rosario, Córdoba y algunas ciudades
más del interior. No hay, pues, una continuidad nacional de implantación
de lo territorial, y las organizaciones territoriales presentan diversos grados
de receptividad hacia los grandes intereses transversales del movimiento social,
pero desconocen a sus organizaciones, y son reacios a darse un marco superior
al de sus propias estructuras.
Cabría agregar que hay sentimientos bastante encontrados entre los distintos
movimientos sociales: si en las organizaciones territoriales es evidente alguna
desconfianza hacia intereses que se perciben como 'sofisticados' -las cuestiones
ambientales de tipo general, por ejemplo-, en las organizaciones de intereses
determinados hay un temor a diluirse en el trabajo social de base, a perder
lo que ha sido el eje convocante de su constitución. Queda claro que
encuentros como el del Foro sirven mucho para acortar estas distancias, pero
como no es posible dar a estas prácticas conjuntas y multitudinarias
alguna continuidad, el riesgo es que sus efectos de acercamiento se pierdan,
y que con ello perdamos la posibilidad de dar al movimiento social argentino
una unidad mínima que multiplique sus fuerzas en lugar de sólo
sumarlas. La conciencia de nuestra diversidad y de nuestras respectivas limitaciones
-que es lo que hemos intentado exponer ahora, cuando todavía nos dura
la euforia del Foro- puede servirnos de base para acciones conscientes de acercamiento:
los grupos de interés deben trascender su prédicas de cenáculo
y llevar las grandes cuestiones transversales a las bases territoriales, en
el entendimiento de que lo territorial es de todos porque todos vivimos en algún
lado, y hasta en barrios de altos ingresos de la ciudad de Buenos Aires se han
formado asambleas populares. En nuestro análisis al menos, aun con su
relativamente baja implantación, los movimientos territoriales son el
lugar posible para dar a este encuentro su necesaria continuidad, pues tienen
la posibilidad de constituirse en referentes consensuales -no en representantes-
de la lucha social en todas sus expresiones, los que tienen mejores posibilidades
de articular la múltiple red de resistencia global a niveles locales.
Esto no implica plantear la disolución de los otros tipos de movimientos
sociales; sería muy desgraciado que así sucediera, pues por la
característica de esos intereses, nunca puede considerarse como definitiva
su realización: el brutal retroceso de la condición de la mujer
en la ex Unión Soviética lo demuestra. Apuntemos que algunos movimientos
piqueteros y asambleas populares están incorporando la práctica
de convocar sistemáticamente a debatir a 'ajenos' a esas organizaciones,
con lo que los espacios de diálogo e interacción se van creando,
y su cerrada defensa del principio de horizontalidad comienza a trascender lo
organizativo y se va volviendo reflexión vital. Un par de ejemplos recogidos
en el mismo Foro. Un piquetero del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD,
de la Coordinadora Aníbal Verón) de la localidad de Almirante
Brown, un compañero de origen muy humilde, relataba con naturalidad que
un día "estábamos los hombres amasando y las mujeres haciendo
los bloques" (para construir viviendas), una declaración de principios
que no parece una mala base para profundizar la problemática de género.
Otro ejemplo: en las asambleas, donde participan muchos ex militantes de organizaciones
de izquierda, no es raro ver a varones de más de 50 años cumpliendo
las tareas más 'nimias', cuando en la cultura de izquierda tradicional
argentina a cierta edad o se era dirigente o se estaba retirado (como en las
fuerzas armadas, como en los bancos o en otras carreras del sistema). La potencialidad
de este callado cuestionamiento de roles sexuales y jerarquías sociales
no tiene límites, pero precisa ser alimentado.
Esta perspectiva de acercamiento a las bases territoriales de actores interesados
en el cambio social tiene una perspectiva más amplia, que se relaciona
con el papel transformador que pueden cumplir los intelectuales; para definir
esta condición nos atenemos a la convincente explicación de Gramsci,
quien sostenía que 'intelectuales somos todos, pero sólo algunos
oficiamos de ello', considerando como intelectuales a quienes poseen algún
saber especializado y formalizado -así sea técnico- y se sustentan
en función de ello. El capitalismo neoliberal captó a partir de
1976 a un sector de la intelectualidad, lo hizo orgánico al gerenciado
de sus empresas transnacionales y a sus centros privados de formación;
el paradigma era el economista con posgrado en Harvard o Chicago, eficientista,
neopositivista y enfático recitador del mantra de la supremacía
de lo privado. Un sector mucho mayor de la intelectualidad permaneció
al margen de esta organicidad, pero involuntariamente resultó funcional
a la imposición del pensamiento único, encerrado entre una errónea
definición de lo público como estatal y las necesidades de un
'vivir' determinado por pautas de consumo superiores a las tradicionales en
ese estrato social. Como cuadros técnicos de las empresas dinámicas
o, prototípicamente, como reproductores ideológicos en el ámbito
de la educación estatal, el grueso de nuestros intelectuales se refugió
en el cientificismo (de otro modo no se puede entender la actual pasividad del
estudiantado terciario y universitario argentino en los últimos años,
siendo que compone una masa crítica de casi 1.500.000 jóvenes
sin futuro y en aguda pauperización). Naturalmente que hubo excepciones,
pero a resultas de ese cientificismo aséptico el pensamiento crítico
se refugió en pequeños colectivos bastante marginados de los circuitos
académicos de difusión del saber; el mérito de esos grupos
de estudio ha sido mayúsculo, pues fueron ellos los introductores de
las nuevas formas de concebir el cambio social, los únicos que avanzaron
en una teorización de las condiciones de nuestra actual sociabilidad.
Pero su aislamiento de la comunidad intelectual favoreció un sesgarse
de la historicidad de lo social situado en nuestra realidad latinoamericana;
como decía una compañera, "tenemos que leer menos a Toni Negri
y más a Simón Bolívar". En general, el descompromiso intelectual
con el cambio social puede haber sido comprensible por múltiples razones:
la persistencia de la memoria del terror de 'los años de plomo', la falta
de alternativas que ofrecía la izquierda tradicional, etc. Hoy tiene
menos justificaciones, como no sea el temor a perder una situación de
poder sobre el saber y la palabra perceptible en algún debate del Foro:
intelectuales autosatisfechos capaces de ir definiendo cada término de
sus alocuciones ("digo 'no' en el sentido de negación-afirmación
y nueva negación", "el poshumanismo es ... un humanismo, y el capitalismo
también es un humanismo", etc. etc). La catástrofe socioeconómica
trabaja para licuar estas actitudes pues, como diría el viejo Marx, "el
ser social determina la conciencia social", una afirmación que va mucho
más allá de sus estrechas connotaciones con la ubicación
dentro del sistema productivo. La misma crisis ha demostrado que lo estatal
-las universidades nacionales, por caso- están muy lejos de representar
el espacio de debate de lo público; pueden reconstituirse como tales,
pero no pueden quedarse en eso: la intelectualidad ha perdido sus coartadas
para autoexcluirse del verdadero ámbito de lo público, del ágora
en que se han transformado plazas, calles y barrios después de la insurrección
de diciembre de 2001. Los movimientos sociales territoriales se están
abriendo a la recepción de saberes que se les hacen indispensables para
su lucha: están entrando en una creativa etapa de explorar las técnicas
con las que se ejerce la dominación que sufren, y de generar modestos
centros culturales y embriones de universidades populares donde los intelectuales
podrán dar y recibir conocimientos, recreando nexos con la vida popular
que los liberen de su alienación.
Lo que estamos planteando en esta reflexión es la posibilidad de dotar
a la masa de nuestros intelectuales de una nueva organicidad, de una alternativa
de inserción social colectiva que aisle a los intelectuales orgánicos
del capital, y que libere a la mayoría de su más o menos consciente
funcionalidad sistémica. Las asambleas de vecinos de Buenos Aires han
operado durante estos meses de 2002 como un verdadero laboratorio de prueba
para esta posibilidad. Pululan los análisis sobre estas experiencias,
producidos todos por intelectuales (en nuestra amplia definición, cualquiera
capaz de hacerlos es un intelectual). Más allá de su contenido,
puede practicarse en ese cuerpo crítico una diferenciación: por
un lado están los análisis producidos por intelectuales 'orgánicos'
a las asambleas, participantes de ellas, comprometidos con su destino, y por
otro los de quienes voluntariamente las ven desde afuera. Si los primeros suelen
carecer de visiones panorámicas y perspectivas totalizadoras, contienen
datos de la realidad apoyados en práctica concretas, y el cortoplacismo
propio de quien ve que sólo ha construido los cimientos. Por contrapartida,
los análisis 'inorgánicos', con ser muchas veces estimulantes,
se han basado en percepciones lejanas; de allí que hayan sobrevalorado
a las asambleas en un principio, considerándolas los institutos de un
nuevo poder, y últimamente les hayan extendido certificados de defunción
ya que, pasados ocho meses, no habían sido capaces de hacerse del viejo
poder.
Si este campo se abre a todo tipo de intelectuales pero parece más propicio
a los que se desenvuelven en el campo de las ciencias del hombre, hay uno más
específico pero al menos igualmente trascendente donde se requieren con
toda urgencia los saberes técnico-económicos e ingenieriles; nos
estamos refiriendo a toda la serie de proyectos de autogestión social
que se orientan hacia la producción y comercialización de bienes
de todo tipo. Éste tal vez sea el escenario decisivo donde el movimiento
social argentino está librando las batallas por su subsistencia y, más
allá de ella, por la reapropiación del dominio sobre nuestras
propias vidas. Las formas que adquiere la autogestión productiva son
muy variadas, y todas encierran lecciones y posibilidades de reproducción
en escala más amplia. Los movimientos de desocupados con implante territorial
-la experiencia más notable es la del MTD de Solano- producen su pan,
fabrican bloques para la construcción de viviendas, sostienen guarderías
para los niños, han armado bibliotecas y cursos para su autoeducación,
socializan los subsidios monetarios estatales y los reparten internamente de
acuerdo a las necesidades de cada familia; los movimientos agrarios, especialmente
el MOCASE de Santiago del Estero, desarrolla proyectos parecidos; algunas asambleas
barriales han generado microemprendimientos para inventar trabajo para sus miembros
desocupados y emprenden la socialización del alimento disponible mediante
compras comunitarias y ollas populares. Lo más interesante es, sin embargo,
lo que surge como en el propio sector productivo. Hasta hace pocos años,
cuando una fábrica o taller cerraban, los trabajadores sólo peleaban
por su indemnización, aun sabiendo que las posibilidades de encontrar
otro empleo formal eran remotas. Lo nuevo es que un buen número de trabajadores
ahora rechazan empecinadamente los cierres, y cuando los patrones desaparecen
ellos mismos se hacen cargo de continuar con la producción; se trata
de cientos de emprendimientos autogestivos, que ya abarcan a miles de trabajadores.
Las formas que adopta esta nueva gestión suele ser la de cooperativas
de trabajo, aunque en algunos casos se rechaza este método en función
de la mala experiencia reciente de las cooperativas en la Argentina (sus gerentes,
corrompidos y cooptados por el espíritu librempresista, las llevaron
a la ruina). Los problemas inmediatos que estos emprendimientos afrontan son
los de dar consistencia técnica a su modelo económico, insertarse
o desarrollar subsistemas productivos, afrontar la necesaria legalización
de su existencia y establecer estrategias de comercialización. Tal vez
este último punto sea el más crítico, pues el mercado interno
se encuentra en un grado inédito de contracción, y la lógica
tradicional de producir calidad a buen precio no puede derribar esa barrera;
es una circunstancia dramática, que ilustra cómo la magnitud de
la crisis del modelo neoliberal arrasa con el mismo principio del modo de producción
capitalista, incluyendo su forma de distribución a través de mercados.
Por eso mismo se transforma en el lugar donde la radicalidad del cambio propuesto
por el movimiento social tiene su mejor oportunidad de expresarse, y las redes
de sociabilidad alternativa se pondrán a prueba. Los trabajadores que
se han embarcado en la noble aventura de la autogestión reconocen en
la práctica, sin necesidad de explicaciones externas, cómo funcionaron
los mecanismos de su alienación con respecto a los frutos de su trabajo:
conocen los procedimientos técnicos inmediatos, pero siempre fueron marginados
de los necesarios saberes complementarios, saberes reservados -y separados físicamente
en los propios establecimientos productivos- a los empleados administrativos,
a la casta gerencial y a los apropiadores del plusvalor de su trabajo (los patrones).
Es aquí donde entra la necesidad de intervención de los intelectuales
técnicos que poseen este tipo de conocimientos, y pueden socializarlos
de tal modo que se rompa la antigua disociación: no se trata de que se
constituyan en los nuevos 'gerentes' sino de que promuevan el completo dominio
de la planificación productiva, la producción en sí y su
distribución por parte de los trabajadores. Esto ya está sucediendo
hoy en la Argentina, de manera informal y en pequeña escala; parece innecesario
resaltar la potencialidad que tendría generalizar y dar continuidad a
estos procesos: implica un cambio cultural de tal naturaleza que amerita el
empleo del gastado adjetivo de 'revolucionario' para calificarlo. Pero aun cuando
estas formas radicalmente nuevas de producir se implantaran, requerirían
del más comprometido apoyo del movimiento social para subsistir, pues
las limitaciones de la organización del consumo -hegemonizado por grandes
cadenas transnacionales de hipermercados y supermercados- pronto las ahogarían.
Un gran paso consiste en que las empresas autogestionadas logren eslabonarse
en subsistemas productivos, pero aun entonces aparecerían los cuellos
de botella de la comercialización. Es por eso que surge como prioritario
para las organizaciones sociales territoriales el transformarse en promotores
del consumo de estos productos, en la comprensión de que en la subsistencia
y desarrollo de esta base material está el germen del nuevo mundo que
queremos construir. Idéntica relevancia tiene esta apuesta para las organizaciones
de intereses determinados, pues es allí donde pueden concretar la relativa
abstracción de su prédica: la producción autogestionaria,
si ha de ser portadora de transformación social, no puede basarse en
la locura capitalista de crear bienes socialmente innecesarios, peligrosos para
su consumo, instrumentales de mil modos a la continuidad del atentado cotidiano
contra el medio ambiente, la dominación sexista y racista, la negación
de los derechos humanos y sociales. Naturalmente, aquí hay también
un ancho espacio para la solidaridad que trasciende fronteras, para nuevas formas
de espíritu internacionalista; el ámbito de la creatividad de
los activistas del movimiento por la justicia global -como Noam Chomsky propone
que nos autodenominemos- se ensancha a la par que se concretiza, pues quien
lea estas reflexiones en cualquier punto de este mundo ancho y ajeno puede aportar
una idea iluminadora, una iniciativa concreta que a nosotros se nos escapa entre
el marasmo de nuestras aflicciones.
En este análisis no hay nada de utópico; en todo caso, se ilumina
con las formas de nuestra utopía. Lo constatable en la Argentina destrozada
de mediados de 2002 es la enorme potencia de la negatividad: interpretamos el
'que se vayan todos' como un rechazo que trasciende a lo político, que
implica negar lo que hemos sido como sociedad, no querer seguir siendo, no querer
volver a serlo. Hasta mediados de los años 1990, las investigaciones
de campo señalaban que la mayoría de quienes quedaban 'marginados'
de la sociedad tenían la aspiración de ser reincorporados, porque
en el fondo compartían la ilusión consumista de quienes todavía
estaban 'adentro'. A partir de entonces comienzan a surgir expresiones organizativas
-los movimientos piqueteros más autoconscientes- que comprendían
que la exclusión era la forma que la sociedad tenía de incluirlos.
Esta conciencia se ha ido generalizando a saltos, especialmente a partir de
la insurrección de diciembre pasado, y tiende a abarcar a los nuevos
excluidos -hoy más de la mitad de nuestra población-, que a diario
pasan, de a miles y sin escalas, de la percepción de considerarse 'clase
media' a la realidad de ser parte de los condenados de esta tierra. Este proceso
no está sólo signado por el dolor y el duelo; contiene mucha potencia
transformadora de actitudes, de las formas de estar en el mundo. Nunca hubo
tan poca caridad en la Argentina como en la década de 1990, la del apogeo
neoliberal; nunca ha habido tanta como ahora, en medio de la pobreza general.
Hay, también, una gran sed de justicia, que está llevando a las
organizaciones de base a trascender lo caritativo y transformarlo en solidaridad.
Se rompe la cultura del egoísmo y tímidamente se reinstala el
sentimiento de fraternidad, al compás de la percepción de que
la modernidad periférica podía -pudo entre nosotros- obrar el
contramilagro del hambre masivo en el país de las vacas y el trigo. En
medio de la lógica desazón, cada día se cocinan miles de
'ollas populares' donde se comparte el pan; hay una potencia fundacional en
estos gestos, que se manifiestan acabadamente en la vocación expresa
de los desocupados más conscientes de no querer volver a ser explotados,
de rechazar toda forma de inclusión en el actual sistema productivo y
de relaciones sociales: hay una dignidad rebelde que se niega a ser asimilada
a lo viejo, que sólo concibe existir en función del cambio social.
Nuestra última reflexión tiene que ver con las asincronías
de esta potencia urgente del intento de transformación social y el débil
apuro por resolver la cuestión del poder político. El movimiento
social, especialmente las organizaciones territoriales de base, no pueden eludir
alguna forma de intervención en lo político (aun considerando
lo político como lo estrechamente relativo al poder el Estado). Hay quienes
sostienen -con las mejores intenciones, de aquellas que siempre han empedrado
el camino al infierno- la indiferenciación de lo político y lo
social, afirman que nuestro movimiento social ya está constituido, y
que ha llegado la hora de asumirse también como movimiento político
en el sentido arriba expresado. La cuestión no implica sólo el
'cómo' de esa política, sino el 'desde dónde'. La tradición
argentina -y en esto no somos excepción- ha sido la de pensar lo político
desde lo político, con su consecuente superestructuralización
e inoperancia transformadora de la sociedad. Alternativamente, nos empecinamos
en pensar lo político desde lo social, desde la consideración
de su estado actual de organicidad (que tratamos de exponer al principio), y
desde una valoración fundamentalmente ética de las prácticas
-todas las prácticas- que realizamos. Desde allí preferimos hablar
de justicia y de dignidad, de construcción de la fraternidad, en vez
de apelar a las gastadas fórmulas de los siglos XIX y XX. No es que temamos
mancillar nuestra pureza en el fango de lo real; cargados de cicatrices viejas
y nuevas -el activismo social no está desprovisto de amargura-, nos situamos
en otra dimensión de lo real que juzgamos más profunda, donde
creemos que nuestro actuar personal adquiere mayor relevancia, por callado y
modesto que sea. Nos preocupa lo político; entendemos lo que significaría
para la construcción del cambio social en la Argentina la locura de la
guerra mundial que impulsa el Imperio, la implantación del ALCA, la militarización
de América Latina, las cadenas de hierro de la deuda externa. No nos
ilusionamos mucho acerca de nuestra formal condición de hombres libres,
pues sabemos que el único motivo por el que el Poder no reimplanta la
esclavitud es porque le resulta disfuncional, que no le sirven los esclavos
pues no tienen tarea para ellos, y por eso han emprendido genocidios silenciosos
a la africana, dejando que el SIDA diezme -y tal vez mañana acabe- poblaciones
enteras. Pero creemos que en la Argentina de hoy la resistencia se esteriliza
en los escenarios del espectáculo político, que la política
desde lo político gira sobre sí misma; no somos teóricos,
no pontificamos sobre otras realidades nacionales, y hasta podemos imaginarnos
que en otras latitudes la realidad pueda ser otra. Desde la política
pensada desde lo social en la Argentina, concebimos nuestra tarea como la de
sostener el logro del último año: se trata de seguir manteniendo
la dominación en estado de inestabilidad. Entendemos que la recuperación
de la coherencia interna y la hegemonía del bloque en el poder de los
años 1990 es imposible en la medida en que la sociedad civil siga en
estado de rebelión, regenerándose en medio de las imaginativas
formas que propone el movimiento social. Y esta 'receta' nos sigue pareciendo
válida en el caso -muy posible- de que algún sector del bloque
de poder procure intentar la resolución autoritaria de la crisis: no
llamaremos a los argentinos a las armas, no ofreceremos combate en el terreno
en el que ellos prefieren, sino que seguiremos con nuestra empecinada resistencia
y reconstrucción social.
Prometimos al principio retomar la cuestión del éxito o
el fracaso del neoliberalismo en la Argentina. Puede aducirse un éxito
desde que pudieron implementar sin cortapisas todas las medidas de su Consenso
de Washington; mienten escandalosamente sus intelectuales orgánicos cuando
ahora sostienen que fueron insuficientes, mal aplicadas, o que las empañó
una enorme corrupción (que es inherente al sistema). El neoliberalismo
fracasó en la Argentina, y su fracaso es parte del fracaso mundial de
la versión más depurada que actualmente puede ofrecer el capitalismo,
no sólo como forma de producción sino como principio organizador
de la vida social y de la vida política; la escandalosa crisis de la
representación en la Argentina se reproduce en menor escala en todo el
mundo, al igual que la disolución social y el fracaso productivo. Quien
lea esta lección en cualquier lugar del globo, que comprenda rápido
que -como decía nuestra Mafalda- "en todas partes se cuecen las mismas
habas y nadie se anima a acabar con el cocinero". Una advertencia se desprende
de nuestros pesares: cuanto antes se para la destrucción del entramado
social, más se ahorra en 'dolor agregado' (que dijera Eduardo Galeano)
y más auspiciosas son las posibilidades de encarar el cambio social.
Este cambio social debe abandonar la engañosa exclusividad del espacio
virtual; es útil, esperamos que estas reflexiones circulen por él,
pero el combate central se da en la cercanía, en la reconquista del prójimo.
Cuando la degradación de lo político nos hace rehuir ese espacio,
cuando las luchas sindicales se nos imposibilitan porque se han roto las bases
materiales de organización del trabajo que las sustentaban, siempre nos
queda volver a la elemental consideración de la cercanía, de que
en algún lugar habitamos, y que nuestras percepciones no pueden ser muy
distintas de la de los vecinos, que juntos podemos comenzar a reconstruir la
vida.
Las metáforas valen; tienen, como ciertos mitos, potencia transformadora.
En medio del más largo invierno de nuestro descontento -el más
frío en un siglo-, el Foro Social Mundial en la Argentina se desarrolló
durante cuatro días templados, de sol espléndido. En nuestra mitología
criolla, este fenómeno climático es conocido como "veranito de
San Juan". Suele terminar abruptamente con unas lluvias que, por no ser menos
sacras, se conocen como "la tormenta de Santa Rosa". Pero el verdadero mito
dice que llovieron pétalos de rosa sobre nuestra sufrida América,
y los estamos esperando, los estamos esperando.
Buenos Aires, 15 de septiembre de 2002
Lucio Salas Oroño
Notas
1 En un artículo publicado en diversos medios gráficos y reproducido
ampliamente en Internet, Petras sostuvo que habían sido marginados del
Foro los "verdaderos revolucionarios", como las FARC colombianas, los zapatistas
mexicanos y las Madres de Plaza de Mayo (refiriéndose al sector que encabeza
Hebe de Bonafini). No tuvo en cuenta que, por los acuerdos organizativos mínimos
del Foro, no participan de él partidos políticos ni organizaciones
armadas; en cuanto a las Madres, estuvieron presentes los dos sectores, y Hebe
de Bonafini tuvo una muy valiente actitud al negar que Argentina se encontrara
en una "situación revolucionaria" tal como sostenían los grupúsculos
que supuestamente organizaron el 'contraforo'. Petras sostuvo que el Foro fue
una hechura de reformistas y socialdemócratas -los del 'contraforo' fueron
más lejos, afirmando directamente que era obra del imperialismo-, una
reunión de burócratas haciendo turismo político, y que
el lema de 'otro mundo es posible' debía ser reemplazado por el de 'otro
Foro es posible'. Para nosotros, que durante años hemos leído
y traducido al español -sin cargo- los artículos de Petras, es
doloroso hacer esta aclaración, pero la importancia del Foro está
muy por encima de consideraciones personales. [regresar]
2 Los convocantes a estas actividades están enviando resúmenes
que se pueden leer en el sitio www.forosocialargentino.org . [regresar]