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Argentina: La lucha continúa

Un aporte crítico para la organización del campo popular Argentina:

!Copérnico al poder!

Por Víctor Ego Ducrot

No se trata de remembranzas setentistas ni de un homenaje a las jornadas francesas del ´68, cuando los jóvenes parisinos marchaban por la calles pidiendo por Parmémides y por un golpe de imaginación. Se trata de una invocación a la audacia en el pensamiento, a un cambio de paradigma diría un científico; a una aventura intelectual y práctica que instaure una nueva racionalidad política y social.
Niklas Koppernigh o Nicolaus Copernicus o simplemente Copérnico no sólo asentó una de las primeras teorías científicas de la modernidad sino que conmovió los cimientos del edificio "global" sobre el cual se paraba la ideología dominante de la época. Su libro De Revolutionibus Orbium Caelestium, editado en 1543, un año después de su muerte fue prohibido tanto por la Iglesia Católica como por Lutero.
Se atrevió a demostrar que los movimientos aparentes del Sol y de la Tierra se podían explicar admitiendo el doble movimiento de aquella, el de la rotación diaria sobre su propio eje y el de su traslación anual alrededor del Sol. Con su teoría heliocéntrica, esbozada ya por Aristarco de Samos, no sólo refuta al geocentrismo de Tolomeo, imperante hasta entonces, y funda la astronomía moderna, sino que, al desplazar al hombre del centro de universo, se enfrenta al poder ideológico de la teología cristiana.
Se trata entonces de provocar en el plano del pensamiento político un atrevimiento similar al que tuvo Copérnico en el universo de la reflexión científica, porque si aquella aventura de la que hablamos en el primer párrafo no tiene lugar, Argentina está perdida como proyecto social, como construcción colectiva.
La Argentina precopernicana Hace poco menos de un año, con las protestas callejeras y masivas del 19 y 20 diciembre pasado, reprimidas hasta el asesinato vil por el gobierno del ex presidente Fernando De la Rúa, la Argentina estalló por lo aires. La corporación integrada por los partidos tradicionales, desde sus alas más conservadoras hasta las autoproclamadas progresistas, y el bloque de poder en su conjunto -sindicatos burocratizados, grupos empresarios y financieros, medios de comunicación, etc.- sufrieron un golpe durísimo: vieron disminuida su funcionalidad operativa a un punto tal que llegaron a temer por su sobrevivencia.
Es que el poder real -los agentes domésticos de las grandes corporaciones financieras y banqueras, aliadas son los consorcios locales-, los mandantes de la corporación política que caída la dictadura a principios de la década del ´80 sucedió a su simil militar en el manejo de los asuntos públicos, arriesgaron demasiado: por necesidades del propio sistema corporativo internacional, embarcado en un enfrentamiento faccioso sin precedentes, tuvo que salir a cara descubierta y vaciar a la Argentina de recursos financieros, como lo hizo en otras economías dependientes.
En ese enfrentamiento interno del bloque imperialista -al que en su actual etapa nosotros denominamos Imperio Global Privatizado (IGP)-, la facción dominante -Estados Unidos- apuesta por un incremento inusitado de liquidez en dólares en los paraísos fiscales, como formula de reacumulación financiera, mientras que la Unión Europea (UE) trata de defender sus inversiones externas y sus bastiones comerciales. Por supuesto que en su propósito choca con lo más aguerrido del corporativismo financiero internacional, que sentó a sus representantes en la Casa Blanca, y se ve obligada a desplegar todas sus banderas proteccionistas en lo comercial, incluso disfrazándolas de conservacionistas en materia de medio ambiente.
Volviendo al ámbito local, podemos decir que a partir de la crisis de diciembre pasado, la sociedad argentina amaneció envuelta en una manto de condiciones objetivas para el cambio que muy pocos se atrevieron a imaginar una semana antes: los sectores medios urbanos salieron a la calle en defensa de sus ahorros y hastiados de tanto corrupción política; también se organizaron en asamblea de vecinos. Los movimientos de desocupados crecieron en movilización y organización pero sobre todo lograron legitimación por fuera de su propio universo, entre aquellos sectores medios y entre las más grandes capas de la población Es muy difícil recordar otro ejemplo en la historia mundial reciente sobre como un bloque de poder fue identificado y repudiado en forma masiva durante tanto tiempo: al grito callejero de "que se vayan todos" . Los bancos debieron blindar sus puertas y ventanas para defenderse de la ira popular, los dirigentes políticos no pudieron circular más por la calles porque la repulsa solía terminar en abucheos y escupitajos, el Parlamento debió sesionar rodeado por vallas policiales, y miles de personas pidió la renuncia y el enjuiciamiento de la Corte Suprema de Justicia. El gobierno inconstitucional de Eduardo Duhalde es el máximo responsable de la represión sistemática que sufre la población que protesta.
Sin embargo, pasados los primeros meses de convulsión popular, la corporación política corrupta salió del atolladero y sigue construyendo ingenierias de permanencia en el poder. Así es como debe ser leída la actual etapa pre-electoral, en la cual las pujas internas del Partido Justicialista de Eduardo Duhalde y Carlos Menem ocupan en forma casi exclusiva el centro de escenario.
Dentro de esa ingeniería fraudulenta todo es posible, hasta la suspensión de las elecciones presidenciales previstas para marzo próximo. El enfrentamiento Duhalde-Menem, que no es otra cosa que un choque entre mafias, puede derivar en la prolongación del mandato del segundo hasta fines del año próximo, pese a haber anunciado oficialmente su renuncia para el 25 de mayo.
Por supuesto que ninguna de la facciones del bloque de poder ofrecen otra cosa que el espejismo de una "recuperación" económica del país apoyada en la misma receta de siempre: un acuerdo con el FMI que se hace esperar y que de concretarse no significaría otra cosa que un préstamo de asiento contable (16.000 mil millones dólares) destinado al pago de la deuda con los acreedores internos, y en una constante transferencia de recursos a la banca acreedora y a los grandes grupos económicos, a través de renegociaciones fraudulentas de tarifas públicas, reconversiones de deuda privado en pública y aumentos de activos en divisas en el exterior para sectores estratégicos como el de la energía. En ese sentido, las petroleras continúan gozando del privilegio legal de poder mantener fuera del país el 75 por ciento de lo percibido por exportaciones.
Mientras tanto, la izquierda o el campo popular, para ser más precisos a la vez que abarcativos, no sólo no ha logrado darle organicidad política al mosaico de protestas populares sino que se dejó llevar -una vez más- por el consignismo declamatorio y facilista.
Cuando hace casi un par de meses, distintos sectores políticos, sociales y sindicales convocaron a dos jornadas multitudinarias por el reclamo de que "se vayan todos", la movilización fracasó: la sociedad disgustada con la corporación política reaccionaria no vio claridad ni contundencia en los convocantes; les dio la espalda.
Hasta que punto las fuerzas populares en general habrán quedado desconcertadas y mal paradas que de ahí en más lo que sobró fue falta de inteligencia e imaginación ante la coyuntura política y electoral, por cierto confusa y amañada.
El diputado Luis Zamora, por ejemplo, que desde la elecciones parlamentarias del año pasado, pero sobre todo a partir de la crisis de diciembre, se había convertido en un punto convocante de creciente legitimidad, quedó atrapado entre las redes de la vacilación y de los planteos vacuos de la izquierda postmoderna, esa que el calor de la chapucería intelectual de los Toni Negri y de los John Holloway , entre otros, confunden la practica política transformadora con las pretensiones contestarias de los Simpson.
La CTA, la central de trabajadores que más decididamente se opone al régimen imperante en el país, también vacila y está poniendo en riesgo el capital organizativo e intelectual que supo acumular en los últimos años, a partir fundamentalmente de la luchas de los trabajadores estatales y de la educación, y de su movimiento de desocupados. No se animan a asumirse como uno más en la construcción democrática de una corriente o movimiento patriótico, sino que perduran en su seno las tendencias burocráticas y hegemonistas heredadas de las practicas sindicales del peronismo conciliador. Eso los lleva a privilegiar la acumulación dentro del espacio logrado -léase aparato consolidado- y a negociar en conciliábulos con sectores políticos que, más allá de sus efectos mediáticos, son funcionales al sistema de poder.
Entre esas fuerzas "maquilladas" y autoproclamadas "progresistas" -palabra esta última que por tanto uso incorrecto esta perdiendo sentido- se encuentra el ARI, de la diputada Elisa Carrió. Hace un año, esta diputada que surgió a la vida política como personera del fundador de la "democracia limitada", el ex presidente Raul Alfonsin, dio un salto cualitativo pero saltando desde un trampolín equivocado: las operaciones de inteligencia de un sector de la banca norteamericana en puja de intereses con otra facción del mismo sistema corporativo.
Luego, entre mesianismos y oportunismos variopintos, como ese que la llevó a sumarse al que "se vayan todos" mientras leía las encuestas sobre su posibilidades como candidata a la presidencia, terminó perdiendo espacio entre los propios adeptos a su partido, un enjambre amorfo en el que sobresalen ex funcionarios del gobierno de De la Rúa que cambian de discurso con tal de seguir ocupando puestos y gozando de prebendas corporativas. Se trata de los exponentes de otra generación de argentinos "progresistas" aficionados a la lectura de malas traducciones: inspirados en los socialistas de derecha franceses comandados por Mitterrand, se convencieron de que el Estado es un asunto de mera gestión, que nada tiene que ver con el poder. Sería muy difícil encontrar un ejemplo mejor de mediocridad y oportunismo servil.
Y como con la diputada Carrió a los "progresistas" argentinos aun no les alcanzaba, fue entonces que el ex vicepresidente Carlos Alvarez volvió al mundo de los vivos con un libro que es algo así como su memoria de una desverguenza: muy pocas de las recientes afirmaciones "criticas" de este personaje se sostienen ante una comparación rápida con las afirmaciones por él mismo formuladas en torno de los mismos temas, no hace mucho mas de dos años atrás.
Gracias amigos "progresistas", quédense en su casas, que con amigos como ustedes al campo popular le basta con sus enemigos declarados. Muchas gracias otra vez.
Entre las distintas agrupaciones de izquierda también reina el desconcierto. Algunas insisten en que hay que forzar la marcha para sacar una formula electoral de compromiso. Tienen razón cuando afirman que se trata de espacios que no hay que regalar pero no se dan cuenta que ese espacio ya lo regalaron antes. Ese desconocimiento las lleva a remedar políticas de sellos y pequeños aparatos transitorios.
Otras, alardeando de purismo político, se niegan a investigar a fondo el estado de animo del pueblo argentino, tanto de la de la ciudad de Buenos Aires como el del resto del país, y prefieren convencerse de la "verdad" de sus propias lecturas. Así es como dicen, "la gente quieren que se vayan todos y no hay que participar en el fraude electoral".
Para estos últimos, el paso siguiente, si es que el proceso electoral se concreta, será contabilizar los eventuales votos en blanco, impugnados y ausentes -que podrían llegar a representar un porcentaje importante- dentro de una misma columa contable: la de sus propias teorías autojustificadas, sin discriminar la verdadera naturaleza de la muy probable pero poco homogénea conducta abstencionista de los votantes.
Desde la izquierda y desde el campo popular estas afirmaciones pueden sonar antipáticas y "políticamente incorrectas" pero sin embargo es urgente subrayarlas. En caso contrario seguiremos moviéndonos sobre bases falsas.
Como no exigirle a las organizaciones y a la dirigencia del campo popular una relectura de su propia existencia, cuando casi todas son capaces de coincidir en que, de poder haberlo hecho, hubiesen votado por Lula en Brasil mientras que aquí, donde pueden votar y hacer política en general, son incapaces de confluir en un solo acto en demanda de lo que esas mismas fuerzas creen es un reclamo unánime y multitudinario.
Si Copérnico viviese E influyera sobre los argentinos claro, sus dirigentes de izquierda y del campo popular no debatirían sobre si el brasileño Lula giró a la derecha para poder ganar las elecciones o no desde sus respectivas posiciones políticas, sino que se preocuparían por estudiar por ejemplo, el sistema de acumulación política del PT, las características económicas y sociales de Brasil y los objetivos y posibilidades declaradas por el propio Lula.
Tratarían de enterarse también del significado politicamente cualitativo de más de 50 millones de votos, del efecto que un "default" en ese país podría provocar sobre la economía del sistema corporativista financiero mundial y en particular sobre su facción Europea. Es que no saben que sólo la ciudad de San Pablo viene a ser la segunda ciudad industrial de muchos de los países europeos, medida esta obtenida del nivel de inversiones directas del Viejo Mundo en el Estado paulista.
Es que una revolución copernicana en Argentina -y dejando de lado por ahora el caso brasileño- nos obligaría a crear una nueva forma de racionalidad política y social, nos obligaría a abandonar el facilismo de las construcciones preconcebidas en busca de justificaciones teórica o de autores famosos en los cuales fundarse.
Un giro de ese tipo en nuestra capacidad de pensar nos demandaría, en primer lugar, reflexionar sobre el poder: sobre lo que el poder significa, sobre la diferencia sistémica que existe entre construcción de poder y construcción de herramientas de poder, sobre quienes ejercen el poder pero sobre todo en torno a quién debería ejercerse para que Argentina siga siendo una experiencia colectiva posible.
Para transitar ese camino y otros que son tan urgentes, deberíamos pararnos sobre un principio de conocimiento. Investigar en serio que desea y como quiere satisfacer ese deseo la sociedad argentina. ¿Por qué desde el campo popular, que es tan consecuente defensor de la ciencias sociales, no convocamos a una verdadera movilización de ese universo académico -estudiantes y profesionales- para detectar que pasa en Argentina, mas allá de lo que digan la corporación periodística y la legión de encuestadoras del stablishment? ¿Por qué no nos sinceramos nosotros mismos y aceptamos por ejemplo que el campo popular no se encuentra a la altura de los acontecimientos en la actual coyuntura del país, y desde ahí comenzamos a construir hacia el futuro? La militancia y la dirigencia que permanezca atada a los formulismos tradicionales podrán considerar que una invocación al reconocimiento de la verdad es una actitud impolítica. Sin embargo es necesario reconocerla y decirla: la decidida actitud abstencionista y le búsqueda de una entente electoral de última hora representan las dos caras de una misma moneda equivocada; en ambos casos estan esquivando la realidad.
Ninguna de las dos opciones parece haber comprendido la verdadera naturaleza del momento político: el bloque de poder lo que quiere es mantenerse en el trono, y en su búsqueda está dispuesto a todo, a diseñar un calendario electoral amañado y hasta a cancelar los comicios, pero en cualquiera de los casos, la inmensa mayoría de los argentinos, aquellos que sufren un país con más del 50 por ciento de su población bajo la línea de pobreza, reclama opciones creíbles.
En ese sentido, el único dato valedero de los encuestas que se conocen -en las que ninguno de los candidatos del bloque de poder supera el 16 o el 17 por ciento de las intenciones de voto-, es la falta de una alternativa considerada válida por la gente.
¿Si el campo popular hubiese sabido o podido construir una herramienta política con capacidad convocante y representatividad, alguno de los dirigentes abstencionistas de hoy hubiese asumido la misma actitud; alguno de los pro entente de urgencia estaría hablando de esas urgencias?. No, y el que diga lo contrario miente. De ahí entonces que el campo popular se niega a asumir este proceso como corresponde porque no supo, no quiso o no pudo estar a la altura de las circunstancias.
Debemos decir la verdad. La asambleas populares perdieron capacidad de movilización política; los movimientos de desocupados no pueden encontrar formulas unitarias estratégicas porque terminan enfrentados por cuotas de participación en la torta asistencialista del Estado, y en general el campo de la protesta se ve cada vez más atomizado porque faltaron reflexión y prácticas creadoras.
Se trata de una búsqueda colectiva Pese a todo, y si comprendemos que para la práctica política transformadora el tiempo es un concepto dual, porque al bloque del poder le conviene que el mismo se alargue y para el campo popular su transcurso es dilatado y se manifiesta en dos niveles, podemos revertir la situación e ingresar en una "nueva era copernicana".
Primero aclaremos esta inclusión del factor temporal. Mientras el tiempo transcurre, el bloque de poder consolida su capacidad de maniobra y facilita su sistema de reproducción material e ideológica. Una lectura simple nos llevaría a decir que el campo popular está obligado entonces a acelerar los procesos; quedarnos con esa interpretación significaría haber caído en la trampa que nos tendió el bloque de poder.
Sin embargo, el campo popular cuenta con un tiempo de sentido dual: de movilización y lucha en el día a día, y de organización y construcción política a largo plazo.
Ejemplos de respuestas en el tiempo corto sobran: las decenas y decenas de protestas y movilizaciones que en forma independiente y diaria se registran en todo el país y el creciente interés por el debate político e ideológico que se manifiesta en sectores cada vez más amplios de la población son sólo algunos de ellos.
La clave está entonces en como darle respuesta a las acciones de tiempo prolongado. Si reflexionamos en serio sobre la posibilidad cierta de transformar las coordenadas del poder, para que éste sea ejercido desde el campo popular y construimos no un poder alternativo sino una herramienta política y social que nos permita acceder al poder real, al único que la historia de la humanidad reconoce como determinante, entonces sí estaremos actuando en función de futuro.
Y los elementos para esa construcción están sobre el escenario. No vamos a enumerar otra vez a las organizaciones e indiviudos que participan de la protesta activa. Apenas si es necesario que la militancia y sobre todo la dirigencia se asuma como uno más de esa compleja corriente y que trabaje en función de una organización y de un sistema de liderazgos creíbles.
E insistimos. El marco de condiciones objetivas está dado. No sólo las internas, sobre las que ya nos detuvimos en forma reiterada, sino también las internacionales y muy particularmente las regionales.
Después de casi más de una década discurso unidireccional, durante la cual las voces críticas para con la actual etapa política-ideológica del imperialismo, que se conoce como "neoliberal", apenas si sonaban como susurros en sordina, porque parecía que el cambio era una utopía, en el mundo enteró estalló por los aires el aparato propagándístico del sistema de poder: cada días son más los convencidos de que "el modelo ha fracasado" y cada día aumenta el desprestigio del FMI y del sistema financiero internacional.
El escenario regional, por su parte, muestra a los principales actores en franca actitud de rebeldía. En ese sentido, la reciente y aplastante victoria electoral del PT en Brasil debe ser considerada como un verdadero punto de inflexión, más allá de lo que finalmente pueda o quiera hacer Lula desde su cargo presidencial: más de 50 millones de personas se manifestaron por las transformaciones, y en un país que, por su peso específico como tal y por su aparato económico, es determinante.
En Ecuador, laboratorio trágico del experimento dolarizador, puede imponerse en las urnas el ex coronel Lucio Gutierrez, también portador de un discurso antineoliberal y aglutinador del voto popular. En Uruguay crece la opción de izquierda y en Venezuela el gobierno constitucional resiste las embestidas golpistas.
Si redescubrimos a Copérnico, los argentinos estaremos en condiciones de sumarnos al proceso de cambios que se está abriendo en Sudamérica.