La Jornada
Miles de manifestantes, campesinos, trabajadores rurales, grupos de jóvenes y consumidores, agricultores ecologistas, ambientalistas, consumidores, defensores de los derechos económicos y sociales de todas partes de Estados Unidos y algunos de otros países, se dieron cita esta semana en las calles, teatros y universidades de Sacramento, California, para denunciar públicamente que los transgénicos y las corporaciones no van a alimentar a los pobres del mundo y que, por el contrario, han contaminado los cultivos y la comida de los países donde los plantan.
Viendo el despliegue de policías fuertemente armados por toda la ciudad, acompañados de motocicletas, caballos y hasta tanquetas, se podría pensar que altos personajes militares estaban reunidos para discutir temas de altísima seguridad. No. Fue el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) el que con dinero público pagó a ministros de unos 100 países del Tercer Mundo para "presentar los avances tecnológicos que van a solucionar el hambre en el mundo" y, de paso, asegurarse el apoyo de gobiernos dóciles en la próxima reunión ministerial de la Organización Mun-dial de Comercio, que se celebrará en Cancún, en septiembre próximo.
Mientras adentro del centro de convenciones los ministros del sur escuchaban cómo los transgénicos y tecnologías altamente sofisticadas, como la nanotecnología o la agricultura controlada por satélites, radares y biosensores aumentarían la productividad de sus cultivos y por fin los habilitaría para alimentar a sus poblaciones, afuera las fuerzas policiales reprimían brutalmente a quienes piensan que tan nobles intenciones no se pueden lograr con tecnologías contaminantes en manos de unas cuantas trasnacionales. Al parecer, Estados Unidos considera necesario un Estado policial para alimentar a los pobres.
En contraste, encabezando una colorida manifestación entre jóvenes vestidos de mariposas y mazorcas, marcharon trabajadores rurales de la United Farm Workers of America (UFW), entre ellos Dolores Huerta, cofundadora de esta organización. Su participación es muy significativa, ya que la UFW es la primera organización que se opuso a la agricultura industrial y al dominio de las corporaciones en el valle central de California: "Los transgénicos -dijo- son parte de la misma agricultura tóxica e insustentable que expulsa a los campesinos de su tierra en México y los arroja a las manos de las grandes corporaciones agroindustriales con salarios de esclavo y pésimas condiciones de trabajo. Esto no va a dar de comer a los pobres, es para aumentar las ganancias de unas pocas corporaciones". Tiene razón: cinco corporaciones controlan el comercio mundial de semillas transgénicas y Monsanto, que controla 91 por ciento de esas ventas. Esta última, a diferencia de la sociedad civil, tuvo un lugar privilegiado en la conferencia para dirigirse a los ministros.
Pero ni la USDA ni Monsanto contaron a los asistentes cómo han desarrollado la tecnología transgénica Terminator para hacer semillas suicidas y asegurar la dependencia con las empresas, ni menos aún que les ha ido muy mal en su propio país hasta ahora.
Estados Unidos, con 66 por ciento de la producción mundial de transgénicos, muestra "resultados mezclados o incluso negativos" de estos cultivos, según un informe del año pasado de la propia USDA. Produce menos, usa mayor volumen de químicos y los cultivos insecticidas (Bt) se vuelven ineficaces porque los insectos que quieren combatir desarrollan resistencia. De ahí la presión para mandar su tecnología obsoleta al sur y legitimarse diciendo que es "para los pobres".
Junto a la UFW estaban organizaciones de agricultores de Vía Campesina, National Family Farm Coalition, Red de Acción contra Plaguicidas, del Instituto de Ecología Social, Public Citizen, del Foro Internacional sobre Globalización, entre muchos otras.
Anuradha Mittal, nacida en la India y codirectora de la organización Food First, otro de los convocantes a los actos en Sacramento, declaró que "78 por ciento de las naciones que muestran problemas graves de desnutrición infantil son países exportadores de alimentos. Más de una tercera parte de los cereales cultivados en los países del Tercer Mundo terminan como forraje del ganado que se consume en los países del norte. De manera global se produce aproximadamente 1.5 veces la cantidad de comida necesaria para alimentar a toda la población del mundo. Las cuentas son claras: el hambre no tiene nada que ver con el déficit de producción de alimentos, porque es un problema de distribución de poder y de injusticia social. Lo que se necesita no son cambios tecnológicos, sino cambios sociales".
Y no precisamente cambios como los que refirió a la prensa Roberto Newell, delegado de la Secretaría de Agricultura de México: "Nuestros productores necesitan dejar de pensarse a sí mismos como campesinos y empezar a verse como hombres y mujeres de negocios". Muy por el contrario, los que estaban en las calles en Sacramento vinieron a reclamar su derecho a ser campesinos y a vivir dignamente de la tierra, afirmando culturas alimentarias locales y sanas para el ambiente y la gente.
Y a pesar de la represión y la detención de 180 personas en el transcurso de esta conferencia, el mensaje resonó fuerte y claro, lo mismo en Sacramento que en el mundo: ni transgénicos ni corporaciones: derechos campesinos y soberanía alimentaria.
Silvia Ribeiro
es Investigadora del Grupo ETC