Recordando un texto de 1996 sobre Afganistán que rechazó El País
La impunidad de la victoria
Higinio Polo
El 1 de octubre de 1996, el diario español El País, donde el autor colaboraba, rechazó la publicación del texto que sigue, que Higinio Polo había escrito después de la caída de Kabul en manos de los talibán islámicos. El artículo nunca se publicó. Lo ofrecemos ahora, años después, cuando siguen llegando desde Afganistán las noticias del horror y gobiernan de nuevo los señores de la guerra, en un país ocupado, invadido por las tropas de los Estados Unidos de América, y que sigue sin conocer la paz, el progreso y la libertad.
Higinio Polo
"Las imágenes del cadáver de Mohamed Najibulá colgando de una soga en las calles de Kabul me han traído a la memoria las frases pomposas y alborotadas de Reagan sobre los combatientes de la libertad - recuerden: todos aquellos que desde Nicaragua o Guatemala hasta Afganistán o Mozambique, pasando por El Salvador o por Angola luchaban contra el comunismo- y también el eco persistente de los esforzados compañeros de la victoria, de esa sangrienta victoria que desmiente cada día el reino de leche y miel que nos auguraban tras la desaparición de la URSS y la caída del socialismo europeo. Aquellos combatientes de la libertad son éstos: los que sonríen ferozmente en Kabul ante la obscenidad de la muerte y nos arrojan a la cara la evidencia de la victoria de todos los dioses: del dios iracundo de los clérigos, del dios justiciero de la milagrosa libertad, del dios turbio de la virtud, y del dios libertario de los mercados.
"El horror olvidado de la guerra en Afganistán, que ahora nos devuelve fugazmente al vacío abrupto de las calles de Kabul, ha estado alimentado durante mucho tiempo no sólo por impasibles estrategas de gabinetes de guerra fría, sino también por todos aquellos que jaleaban las locuras del imperialismo militante en la convicción de que mostrar debilidad e indecisión en las guerras es renunciar a la victoria. Contra aquel Mohamed Najibulá y su programa de modernización todo servía -es cierto, sí, no era Afganistán una democracia ejemplar, y el gobierno se empeñaba en que las mujeres fuesen también a escuelas y universidades, y procuraba erradicar esos sudarios femeninos que ahora ya son obligatorios, y pretendía con desigual fortuna acabar con banderías medievales y lapidaciones de adúlteras-, todo servía, incluso devolver al país a una edad media de mendigos y bandidos, introduciendo armas y financiando a teólogos de la muerte de los que hoy nadie se siente responsable.
"También aquí, entre nosotros, algunos honrados ciudadanos y publicistas de plantilla saludaban cada día en los papeles la oportunidad y la firmeza de la política norteamericana en defensa del mundo libre, en Afganistán o en cualquier otro lugar, y no tenían pudor en acusar a la militancia comunista como responsable y cómplice de cualquier iniquidad hecha en nombre del socialismo, mientras que -fieles al fin a su piel de tahúres de la historia- ellos sólo se reconocían en las sociedades democráticas europeas: todo comunista es responsable del asesinato del cura Popieluszko, pero los escuadrones de la muerte en América Latina, los bombardeos de napalm en Vietnam o los soldados iraquíes enterrados vivos en la arena del desierto son sólo penosos accidentes de la historia, sin responsables, sin cómplices ni encubridores.
Ahora aquellos espíritus delicados y aquellos otros que laboraban atormentados por el imperio de la libertad y la democracia en su versión liberal miran hacia otro lado e incluso mascullan que tal vez Occidente tenga alguna responsabilidad en lo sucedido. No es para menos: las promesas se han marchitado sin gloria y la devastación del presente emponzoña las sonrisas perentorias que nos dedicaban cuando pedían humillaciones de mercado, confesiones en la plaza pública y reconocimientos soberbios de la victoria del capitalismo y de la libertad mercantil, y exigían que nos cubriéramos la cabeza de ceniza para mostrar nuestra condición de reos y de culpables.
"Habrá que empezar a hacer balances. Y a recordar también la íntima naturaleza de ese imperialismo militante que, según algunas esforzadas ánimas, no existe. Pero todavía vivimos en la impunidad de la victoria. Aunque el triunfo de ese mundo libre esté salpicado de demasiados rastros sangrientos, de siniestros propósitos que nos muestran -pese al celo militante de nuestros liberales de nómina- la amargura insoportable y despedazada del desorden, de la certeza de lo que ya sabíamos y que ahora se concreta en una efímera noticia que será rápidamente olvidada.
"En esa nómina de honrados ciudadanos que nada sabían del recurso sistemático a la tortura y al asesinato como medio de acción política inspirado directamente desde Washington, en esa nómina hay de todo: desde demócratas sinceros hasta mercenarios de la pluma.
Aquellos que facilitaban la cobertura intelectual en Europa para implicar a los ciudadanos en la guerra contra Irak y en el posterior bloqueo, y que consiguieron crear un clima de opinión que limitó las protestas, son almas candorosas que nada tienen que ver con los centenares de miles de muertos entre la población civil iraquí que las organizaciones humanitarias y la propia ONU han denunciado. Tampoco saben nada ya de Panamá, ni de la responsabilidad occidental en la guerra yugoslava, ni del escandaloso fraude en las elecciones generales de Albania -con el embajador norteamericano dictando a la comisión electoral las medidas a tomar-, ni de las flagrantes y groseras violaciones democráticas en las elecciones rusas. Tampoco saben nada del desamparado sufrimiento que ha arrojado a la muerte, a la miseria, a la prostitución, a los caminos del éxodo y de la desesperación a demasiados seres humanos, en unos procesos de transición que son un alarde del imperio del latrocinio y la rapiña. Recuerdan, sí, que en Cuba o en China no hay elecciones libres.
"Esas gentes sin escrúpulos no ignoraban que desde la CIA y el Pentágono se estaba financiando con ríos de dólares no a combatientes de la libertad sino a señores de la guerra y a aventureros visionarios: la lapidación de adúlteras, el cierre de las escuelas para las niñas, los velos obligatorios, el asesinato y la exposición pública de los despojos humanos sorprendidos bebiendo alcohol, el retorno a una siniestra edad media, estaban ya en los delirios de aquellos clérigos y guerreros con los que negociaban los pulcros funcionarios del Departamento de Estado norteamericano.
"Esos honestos ciudadanos tal vez deberían preguntarse ahora si no han ido demasiado lejos y si aquel Dios del que hablaba Isaac Bashevis Singer, aquel Dios que iba a estar a su lado y que limpiaría el mundo de la baba de la serpiente y del veneno del basilisco, aquel Dios del mercado y la desolación, de la mentira y la soberbia, quiere reinar seguro desde la impunidad de su victoria."