Medio Oriente
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29 de agosto del 2003
Diario de los internacionalistas en Palestina - 28 de agosto
La siniestra represión israelí
Lidón Soriano
Especial para Rebelión
Los últimos días han sido de mucho ajetreo y movimiento. El domingo por la mañana nos desplazamos nuevamente a la ciudad vieja de Nablus, donde seguía impuesto el toque de queda. Una vez en el hotel volvimos a dividirnos en grupos para acompañar y dar soporte a los servicios médicos. Empezamos a patrullar las calles y observamos como, si bien no se veían tantos tanques, ni se escuchaban tantos disparos, la presencia militar en todo el casco viejo era mucho mas notable. La razón era que el día anterior habían necesitado más medios y más violencia para ocupar casas desde las que después controlar a la población durante el toque de queda. Esta misma mañana en Betlehem los soldados han disparado y matado a un chaval de 19 años. Versión oficial: El joven era un terrorista que iba a apuñalar a un oficial. En realidad el chaval se dirigía de casa de un amigo a su casa, ya que se rumoreaba que el ejército podía implantar el toque de queda y al pasar por el checkpoint, sin previo aviso ni motivo, ha sido blanco del arma de un soldado, probablemente de su misma edad.
Como os comentaba, la situación aunque menos dura en intensidad, estaba peor en cuanto a cantidad de efectivos militares.
Estuvimos acompañando a una abuelita y a un bebé al hospital móvil, ya que el fijo había sido bombardeado hacia una semana.
Estuvimos a punto de tener problemas con los soldados, de hecho esa mañana arrestaron a cinco internacionales y retuvieron a un grupo de palestinos del Medical Relieve Services.
Las personas a las que atendemos no suelen sufrir daños o afecciones graves salvo por el hecho de que los palestinos no tienen acceso a antibióticos, antiinflamatorios y similares.
Otro grupo de compañeros estuvieron intentando por tres veces acceder a una casa ocupada por los soldados, para llevar comida a una familia de nueve miembros a la que no dejaban salir desde hacia tres días, sin embargo todos los intentos fueron en vano.
Por la tarde volvimos a Tulkarem y visitamos de nuevo el campo de refugiados. En una de las casas conocimos el caso de un chico de tan solo 27 años, que fue detenido mientras paseaba, lo golpearon y posteriormente le tirotearon en la ambulancia en la que era transportado. En la actualidad está preso y herido, perdió mucha sangre y sus familiares no saben de él más que por los informes médicos. Todavía no tiene juicio y como en la mayoría de los casos la causa de la detención es secreto de sumario.
En otra de las casas estuvimos con el padre de un mártir. Nos comentó que nadie sabía muy bien cómo había pasado. Parece que estaba en casa de un amigo y de repente les tiraron dos granadas por la ventana. Intentaron escapar y les dispararon. Les apresaron y se los llevaron. La gente comentó que los habían matado, pero nadie tenía certeza absoluta al respecto. Con el tiempo se confirmó la noticia, y cuando los familiares de ambos jóvenes reclamaron los cuerpos -cosa que les fue negada en varias ocasiones- lo único que consiguieron fue que el estado de Israel les enviara un brazo de cada uno de ellos. Y eso es lo que tienen, un brazo de sus hijos.
Continúan peleando por conseguir el cuerpo, pero ni a través de organizaciones de derechos humanos lo consiguen.
Visitamos otras dos familias con historias similares, crueles, injustas e inhumanas y con nuestro corazón totalmente roto.
El día siguiente lo pasamos recuperándonos y haciendo tareas domésticas. Por la tarde volvimos a visitar más familias de presos o mártires.
Esta vez, me impactó especialmente una mujer que tenía preso a su esposo. Una noche llegaron a su casa y sin ninguna explicación se lo llevaron. Varios días después, volvieron también de noche, acordonaron la zona, hicieron salir a todas la personas de sus casas, y cuando la localizaron la esposaron, la metieron en un jeep y se la llevaron. A los militares no les importó que tuviera dos hijos y que estos quedaran solos. Una vecina les recogió y se los tuvo en su casa. Pasó dos días completos, acuclillada, con las manos en la espalda y los ojos vendados y sin comer. Ella rechazó también la bebida cuando se la ofrecieron. Después se la llevaron a la cárcel de mujeres (donde hay casi un centenar y la mayoría son presas políticas)y la metieron en una habitación muy pequeña, de dos por dos, con otra compañera. Les dejaban salir tres horas al día. En una ocasión, se rebelaron y no quisieron volver a entrar en las celdas como protesta por las condiciones de la prisión. Les tiraron gases, agua a presión, las golpearon y al final las metieron en las celdas por la fuerza.
Estuvo recluida tres meses. Su caso como el de tantas otras es una detención administrativa, para la que no hace falta ninguna justificación.
Conocimos otro caso aún más duro. Se trataba de una chica a la que acusaban de haber llevado explosivos a Netanya, con la que presumiblemente se había fabricado un cinturón de explosivos. Su madre nos contó que aunque vivían en Tulkarem, la hija estudiaba en Nablus. Un día fue a visitar a su familia y por la noche llamaron a la puerta, cuarenta soldados armados hasta los dientes entraron, le hicieron vaciar las bolsas que todavía estaban sin abrir y que traía de Nablus. Sólo había ropa, libros y enseres personales. La esposaron y se la llevaron. La madre salió detrás corriendo, pidiendo que la dejaran abrazarla, y un soldado le asestó varios culatazos, la tiró al suelo y la mantuvo inmovilizada con su bota contra el suelo, hasta que el jeep partió.
Esta mujer tiene desde entonces una depresión brutal. Sólo le habían permitido ver a su hija una vez y fue media hora, tras siete horas de trayecto, checkpoints y humillaciones, al ir y lo mismo para volver. La visita fue además a través de un cristal, una reja, otro cristal, otra reja y otro cristal con un agujero de apenas dos centímetros de diámetro. Fue tan horrible para esta mujer, que nos confesó que de ese modo no podía, ni quería volver a verla. Al padre -y sin que conste en ninguna parte- no le dejan verla. La madre nos contó que su hija tenía anemia, que estaba muy débil y que no recibía ningún tipo de ayuda médica ni psicológica.
El padre nos dijo desconocer si era cierto que había colaborado con un grupo armado. Sólo sabía que cuando se fue a Nablus a estudiar se enroló en los servicios médicos como voluntaria y que quizá el ver directamente tanto sufrimiento, tanta humillación, tanta injusticia, le había dado los motivos necesarios para participar en esa acción.
Había recibido tres condenas de cadena perpetua. Nunca saldrá de prisión, se irá consumiendo día a día y su madre irá muriendo con ella, ansiando simplemente poder abrazarla por última vez.
Mandad estas historia a cuanta gente podáis. Es todo lo que pude decirle a esta mujer. Y combatid con las palabras a todos aquellos que con su ignorancia continúan insultando a este pueblo lleno de orgullo y dignidad, amor y solidaridad a pesar de estar sometidos, ocupados y humillados.
CONTINUAREMOS APOYANDOLES EN SU LUCHA Y EN SU RESISTENCIA. NO ESTAN SOLOS