26 de junio del 2003
El camino a ningún lado
Immanuel Wallerstein
La Jornada
Este mes, en Aqaba, el presidente Bush lanzó el mapa de ruta hacia la paz entre Israel y Palestina, y en pocos días el mapa parece estar hecho trizas. Hay un antiguo proverbio chino que dice: "si no sabes adónde vas, todos los caminos te llevan ahí". El gobierno de Bush, oficialmente (es muy probable que de manera no oficial), no tiene la más remota idea de adónde se dirige. La línea que expresa es que está tratando de facilitar las negociaciones, y aceptará cualquier cosa que acepten ambas partes. Estados Unidos alega que sólo trata de dar los pasos necesarios que conduzcan a negociaciones finales y definitivas.
Durante dos años el presidente Bush dijo que no quería involucrarse personalmente en las negociaciones, algo que el presidente Clinton hizo en extenso (como también Carter). Pero ahora ya se involucró. ¿Por qué? Quizá sólo porque había prometido a mucha gente que, una vez conquistado Irak, haría algo significativo. Se lo prometió a Blair y a los llamados líderes árabes moderados. Tal vez se lo prometió también a Powell.
Para convocar la primera reunión, consideró dos aspectos. Los funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina están desesperados por lograr algo, casi lo que sea. Si no lo hacen serán historia. Sharon está ansioso de mantener a Estados Unidos 99 por ciento de su lado, y no tiene otra que gesticular. Así que se reunieron, dieron pasos absolutamente mínimos unos hacia otros, regresaron a casa y a los pocos días la violencia se recrudeció como nunca.
Hablemos en serio. ¿Dónde está cada uno de los actores 55 años después de la creación del Estado de Israel? Los palestinos se sienten abandonados por el mundo y no han podido forzar al gobierno de Israel a que a conceda nada que entrañe consecuencias reales. Un Estado palestino soberano, temen, no es algo que esté en el horizonte de la década por venir. Aquellos que pregonan una lucha sin tregua y la eliminación del Estado de Israel -Hamas, por ejemplo- se están convirtiendo en los únicos actores importantes en escena. Es indudable que la mayoría de los palestinos prefería ponerle fin a la violencia, pero casi todos consideran que no llegarán políticamente a ningún lado si detienen las hostilidades.
Esta evaluación sombría empata con lo que piensa el lado israelí. Las encuestas muestran que tal vez 60 por ciento de los israelíes judíos abandonarían los asentamientos y se atendrían a las fronteras de 1967 a cambio de una paz permanente. Pero las mismas encuestas muestran que de este 60 por ciento tal vez la mitad ya no cree que un ofrecimiento de esta naturaleza alcance la paz que anhelan. Por ello, en la práctica, no parecen estar listos para hacer una oferta así o ya no quieren hacerla.
Queda claro que cada vez que Sharon o Abbas muestran la más leve inclinación a adoptar una posición comprometida (en gran medida para complacer a Bush) se topan con una fuerte y bastante pasional oposición en su propia comunidad, reticencia que es suficiente para descarrilar todos los acuerdos no significativos. De hecho, esto mismo le pasa a Bush. Cuando bajó de 99 a 98 por ciento de apoyo a la posición israelí, se le vino encima una tormenta en Estados Unidos.
Tenemos entonces una situación en que la mano la llevan no sólo las fuerzas más intransigentes de Israel y de Palestina, sino también las fuerzas pro israelíes más intransigentes de Estados Unidos. En vez de aligerar la situación, la conquista estadunidense de Irak endureció el momento, como se predijo con facilidad.
Así que nos encontramos en un estancamiento político. Es probable que muy pronto todo mundo tenga que admitirlo. ¿Qué sigue entonces? Las noticias son muy poco favorables para todos. Los israelíes usarán la fuerza, más y más, y pueden comenzar un proceso de expulsiones. Como en este momento detentan el poder prevalecerán, pues continuarán ocupando el área entera y la controlarán más o menos bajo ley marcial. Los palestinos seguirán respondiendo como hasta ahora. A corto plazo la intifada no cambiará nada. Para que tal violencia cambie algo deberá haber un mundo que responda, y ese mundo realmente no existe.
Entonces, la lucha Israel-Palestina se amalgamará en una serie de desórdenes panárabes o panmusulmanes, de Marruecos a Indonesia, y lo más pertinente e inmediato es que ocurran en Irak, Líbano y Egipto. Cuando esto suceda la supervivencia del Estado de Israel estará en peligro, un verdadero riesgo como no había desde 1948. Los árabes dirán que los judíos han sido expulsados de la región ya dos veces antes, y lo harán una tercera vez.
¿Puede alguien hacer algo en este punto que en verdad cambie dicho escenario? Probablemente Estados Unidos tendrá todavía el poder para hacer algo. Pero requerirá revertir su política 180 grados, especialmente la versión de Bush, lo cual es virtualmente impensable. Revertir dicha política en este asunto no ocurrirá sin cambiar antes lo relativo a otras áreas, lo cual significaría un terremoto en las realidades geopolíticas.
No siempre fui tan pesimista. A finales de la década de los 80 confiaba no sólo en que era posible un acuerdo entre dos estados, sino pensaba que podía concretarse. Recuerdo haber dicho, incorrectamente, que esto ocurriría mucho antes del fin del régimen de apartheid en Sudáfrica.
El mundo agotó las posibilidades en Israel-Palestina. Y casi todos los participantes y observadores gastan toda su energía en señalar con el dedo a quienes suponen responsables. Después de una debacle sangrienta ¿importará? ¿Escucha alguien, piensa alguien en esto? ¿Están tan seguros todos de que pueden prevalecer sin un cambio fundamental en sus posiciones? Tal parece el caso.
* Director del Centro de Estudios Fernand Braudel de la Universidad Bringhamtom
© Immanuel Wallerstein, 2003
Traducción: Ramón Vera Herrera