A principios de mayo, durante su visita a Israel y los territorios ocupados, Colin Powell mantuvo sendas entrevistas con Mahmoud Abbas, el nuevo primer ministro palestino, y un pequeño grupo de activistas de la sociedad civil, en el que estaban Hanan Asrawi y Mustapha Barghuti. Según Barghuti, Powell expresó su sorpresa y cierta consternación al ver los mapas informatizados de los asentamientos, la valla de ocho metros de altura y las docenas de controles del Ejército israelí que hacen la vida tan difícil y las perspectivas de futuro tan pesimistas para los palestinos. Pese a la augusta posición que ocupa Powell, su visión de la realidad palestina es, en el mejor de los casos, incompleta; no obstante, es cierto que pidió materiales para estudiarlos y, lo que es más importante, aseguró a los palestinos que Bush va a consagrar a la aplicación de la Hoja de Ruta tanto empeño como ha dedicado a Irak..
Lo mismo dijo en los últimos días de mayo el propio Bush, en una serie de entrevistas concedidas a medios de comunicación árabes, si bien hizo, como de costumbre, más hincapié en las generalidades que en detalles concretos. Se reunió con los dirigentes palestinos e israelíes en Jordania y previamente con los principales gobernantes árabes, salvo el presidente de Siria, Bashir el Asad, por supuesto. Toda esta actividad parece formar parte de un gran esfuerzo por parte de Estados Unidos. El hecho de que Ariel Sharon haya aceptado la Hoja de Ruta (aunque con las reservas suficientes para quitarle cierto valor a dicha aceptación), parece ser buen augurio para la existencia de un Estado palestino viable..
La visión de Bush (una palabra que da un extraño aire de ensueño a un plan de paz riguroso, claro y concretado en tres fases) debe hacerse realidad gracias a la reestructuración de la Autoridad, la eliminación de toda violencia e incitación contra los israelíes y el establecimiento de un Gobierno que satisfaga los requisitos de Israel y el llamado Cuarteto (Estados Unidos, la ONU, la UE y Rusia) autor del plan. Por su parte, Israel se compromete a mejorar la situación desde el punto de vista humanitario, reducir restricciones y levantar toques de queda, aunque no se especifica cuándo ni dónde. Se supone que, en este mes (junio de 2003), como culminación de la Primera Fase, tendrían que desmantelarse los últimos 60 asentamientos de las colinas (los llamados "asentamientos ilegales", establecidos desde marzo de 2001), aunque no se dice nada de eliminar los demás, que agrupan a 200.000 colonos en Gaza y Cisjordania, para no hablar de los 200.000 judíos establecidos en Jerusalén Este. La Segunda Fase, considerada de transición y con una duración de junio a diciembre de 2003, debe dedicarse a estudiar, curiosamente, "la opción de crear un Estado palestino independiente con fronteras provisionales y atributos de soberanía" -sin especificar-, para desembocar en una conferencia internacional que apruebe y "cree" un Estado palestino, también con "fronteras provisionales". La Tercera Fase debe acabar con el conflicto de forma definitiva, asimismo mediante una conferencia internacional cuya tarea consistirá en encontrar acuerdos sobre los problemas más delicados: los refugiados, los asentamientos, Jerusalén, las fronteras..
El papel de Israel en todo esto consiste en cooperar; el verdadero esfuerzo corresponde a los palestinos, que deben ir haciendo lo que se espera de ellos con toda rapidez, mientras que la ocupación militar seguirá más o menos como hasta ahora, aunque más relajada en las principales zonas invadidas en la primavera de 2002. No se prevé ningún elemento de vigilancia del proceso, y la engañosa simetría de la estructura del plan permite que Israel, a la hora de la verdad, decida cada paso sucesivo, si es que lo hay. En cuanto a los derechos humanos de los palestinos, en la actualidad no sólo ignorados sino sofocados, el plan no incluye ninguna rectificación concreta; al parecer, será también Israel el que decida si las cosas van a seguir como hasta ahora o no..
Por una vez, dicen los comentaristas habituales, Bush ofrece esperanzas genuinas de llegar a un acuerdo en Oriente Próximo. Unas cuantas filtraciones deliberadas de la Casa Blanca insinuaron que existía una lista de sanciones posibles contra Israel si Sharon se comportara de forma demasiado intransigente, pero inmediatamente se negó todo y la lista desapareció. En los medios de comunicación está cada vez más extendida la idea de que el contenido del documento -en gran parte copiado de otros planes de paz anteriores- es consecuencia de la nueva seguridad que tiene Bush en sí mismo después de su triunfo en Irak..
Como ocurre con la mayoría de las discusiones sobre el conflicto palestino-israelí, las opiniones se basan más en clichés manipulados e hipótesis inverosímiles que en las realidades del poder y la historia vivida. A los escépticos y detractores se les ignora y se les acusa de antiamericanos, y muchos dirigentes de organizaciones judías han denunciado la Hoja de Ruta porque exige demasiadas concesiones a los israelíes. No obstante, los grandes medios nos recuerdan sin cesar que Sharon ha hablado de "ocupación", cosa que nunca había reconocido hasta ahora, y ha llegado a anunciar su intención de que Israel deje de gobernar sobre 3,5 millones de palestinos. Ahora bien, ¿es consciente de con qué quiere terminar? El comentarista de Ha'aretz Gideon Levy escribió el 1 de junio que Sharon, como la mayoría de los israelíes, no tiene ni idea de lo que es "la vida bajo el toque de queda en comunidades que llevan años sitiadas. ¿Qué sabe él de la humillación de los controles, de la gente a la que se obliga a viajar por carreteras de grava y barro, con riesgo para su vida, para llevar a una mujer de parto al hospital? ¿De lo que es vivir al borde de la inanición? ¿De los hogares destruidos? ¿De los niños que ven cómo golpean y humillan a sus padres a mitad de noche?" .
Otra omisión estremecedora en la Hoja de Ruta es el gigantesco "muro de separación" que Israel está erigiendo en Cisjordania: 347 kilómetros de hormigón que van de norte a sur, y de los que ya hay 120 construidos. Ocho metros de altura y tres metros de espesor; y un coste de 1,6 millones de dólares por kilómetro. El muro no se limita a separar Israel de un supuesto Estado palestino según las fronteras de 1967; además se adentra en nuevas franjas de tierra palestina, aveces de hasta seis o siete kilómetros. Está rodeado de trincheras, cables eléctricos y fosos; hay torres de vigilancia a intervalos periódicos. Casi 10 años después de que terminara el apartheid surafricano, he aquí un muro espantoso y racista que se levanta sin el menor comentario por parte de la mayoría de los israelíes ni sus aliados estadounidenses, que, les guste o no, son quienes van a sufragarlo en su mayor parte. Los 40.000 habitantes palestinos de la ciudad de Qalqiya tienen sus hogares a un lado del muro y la tierra que cultivan y de la que viven, al otro. Se calcula que, cuando el muro esté acabado -se supone que mientras Estados Unidos, Israel y los palestinos dedican meses a discutir cuestiones de procedimiento-, casi 300.000 palestinos quedarán apartados de su tierra. La Hoja de Ruta no dice nada de esto, ni tampoco que Sharon aprobó recientemente un muro en la parte oriental de Cisjordania que, si se construye, disminuirá el territorio palestino incluido en el sueño de Bush a un 40% de la zona. Eso es lo que pretendía Sharon desde el principio..
Detrás de la moderada aceptación del plan por parte de Israel y el claro compromiso por parte de Estados Unidos hay un hecho que se calla: el relativo éxito de la resistencia palestina. Ésa es una realidad independientemente de que se condenen o no algunos de sus métodos, su coste exorbitado y el precio que ha pagado otra generación más de palestinos que todavía no acaba de rendirse ante la abrumadora superioridad del poder de Israel y Estados Unidos. Para la elaboración de la Hoja de Ruta se han dado razones de todo tipo: que el 56% de los israelíes están a favor, que Sharon se ha inclinado, por fin, ante la realidad internacional, que Bush necesita una tapadera árabe-israelí para cubrir sus aventuras militares en otros lugares, que los palestinos han entrado en razón y han dado el poder a Abu Mazen (nombre de guerra de Abbas, y por el que se le conoce mucho más), etcétera. En parte, es cierto, pero sigo pensando que, si no fuera por la obstinada negativa de los palestinos a aceptar que son "un pueblo derrotado", como les llamó hace poco el jefe de Estado Mayor israelí, no existiría ningún plan de paz. Sin embargo, quien crea que la Hoja de Ruta propone verdaderamente algo parecido a un arreglo o aborda los problemas fundamentales, se equivoca. Como suele ocurrir en cuanto sale a relucir la paz, asigna la responsabilidad de la contención, las renuncias y los sacrificios a los palestinos, con lo que se olvida de la densidad y gravedad de la historia palestina. Leer la Hoja de Ruta es ver un documento fuera de contexto, aislado de su tiempo y su situación geográfica..
En otras palabras, la Hoja de Ruta, más que un plan de paz, es un plan de pacificación: busca cómo terminar con el problema de Palestina. De ahí que se repita tanto el término "actuación" en la rígida prosa del documento: es decir, qué comportamiento se espera de los palestinos, casi en el sentido social de la palabra. Nada de violencia, nada de protestas, más democracia, mejores dirigentes e instituciones, todo basado en la idea de que el problema fundamental ha sido la ferocidad de la resistencia palestina, y no la ocupación que le dio origen. A Israel no se le pide nada comparable, sólo el abandono de los pequeños asentamientos que he mencionado, los denominados "ilegales" (una clasificación totalmente nueva que sugiere que algunos asentamientos israelíes en territorio palestino son legales), y la "congelación" de las grandes colonias, sí, pero no su eliminación ni su desmantelamiento. No se dice ni una palabra de lo que han sufrido los palestinos a manos de Israel y Estados Unidos desde 1948, y desde 1967. Ni del retroceso de la economía palestina que describe la investigadora estadounidense Sara Roy en un libro de próxima publicación. Las demoliciones de casas, los árboles arrancados, los 5.000 o más prisioneros, la política de los asesinatos selectos, los cierres desde 1993, el derrumbe generalizado de las infraestructuras, el increíble número de muertes y mutilaciones; todas estas cosas, y otras, no merecen ni una palabra en el plan.. Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia.
Traducción de Mª Luisa Rodríguez Tapia