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Medio Oriente

5 de mayo de 2003
La ruta del expolio

Los saqueos en centros culturales iraquíes sacan a la luz el lucrativo tráfico de obras de arte robadas, con el que Occidente sacia su ansia de riqueza y prestigio a costa del patrimonio del Tercer Mundo

Gaizka Olea
El correo digital


Los intermediarios de arte ilegal conocen como pocos el significado de la palabra 'plusvalía'. En 1995, un granjero nigeriano descubrió enterradas en su propiedad varias efigies de la cultura Nok y las vendió por un precio aproximado de 100 euros. Poco después, un avispado negociante las recolocó por una cantidad cien veces mayor. La Humanidad ha asistido estas semanas aterrada al expolio del museo de Bagdad y otros centros culturales de Irak, un hecho tan antiguo como su propia existencia, pero que en las últimas décadas ha adquirido caracteres de negocio multinacional.

«Vivimos la edad de oro del expolio», asegura José Jacobo Storch, catedrático de Arqueología de la Complutense. Las piezas de arte tienen muchas ventajas: nunca se abaratan, su posesión confiere prestigio, la persecución del delito cae en un insondable vacío legal y, por último, sigue siendo muy sencillo hurgar en los países con problemas económicos para apropiarse de sus tesoros.

Los grandes imperios, desde Alejandro a Hitler, pasando por César, Carlos V, Napoleón o la reina Victoria, arrasaron el patrimonio cultural de los vencidos con las armas en la mano. Hoy, basta con un poco de dinero y un contacto adecuado. «Los estados más afectados carecen de medios para proteger sus bienes y perseguir al delincuente, tanto en el interior de sus fronteras como cuando comienzan a circular por el extranjero», explica Ramón Gallego, jefe de la Brigada de Patrimonio Histórico del Cuerpo Nacional de Policía.

Sobre el mapa

Esos circuitos se pueden señalar perfectamente sobre un mapa. Europa del Este, África, Asia y Latinoamérica abastecen el mercado; el norte de Europa, Estados Unidos y Japón compran. Así de sencillo. Y, si excluimos de estas rutas a la Europa del Este y EE UU, se podrá comprobar que son los mismos caminos que anduvieron los colonizadores.

Cada área tiene un objetivo concreto. En los países de la órbita soviética se asaltan sin rubor las iglesias y «es posible encontrar cientos de iconos en el mercado. Basta con ir a un rastro». En Latinoamérica se persiguen los objetos arqueológicos -han sido robados medio millón en la última década-, hasta el punto de que se han inventado un nuevo verbo: 'huaquear', que viene de 'huaca', santuario o cementerio en quechua. En Asia se destrozan templos y pagodas para llevarse las estatuillas, mientras que el continente africano es víctima del saqueo de sus bienes etnográficos, figuras, máscaras, vasijas...

«Hay que convencer a los ciudadanos interesados en el arte de que apropiarse de piezas robadas no es el camino», explican fuentes de la Unesco. «Siempre pedimos documentos cuando compramos una casa; debemos hacer lo mismo cuando se trata de una estatuilla». Pero no sucederá así, porque «el arte es, desde mediados del siglo pasado, riqueza económica, y no sólo cultural».

Ramón Gallego prefiere no hablar de delincuencia organizada -«es un término peligroso; no estamos hablando de la mafia», concluye-, pero algo hay de ello. El responsable policial emplea la expresión 'delincuencia especializada', unas tramas de guante blanco que ni siquiera se ensucian las manos para extraer las representaciones de Nok de debajo de la tierra. La mitad de los robos denunciados a Interpol en Europa guardan relación con este negocio.

El jefe del departamento de patrimonio advierte, sin embargo, de que, una vez obtenidas las piezas, estas se confunden con las obras legales, ya que «el comercio ilegal se camufla en los mismos circuitos que venden objetos legales». Marchantes y anticuarios sin escrúpulos ponen en venta un material que, para consternación del profesor de Historia Antigua de la Universidad de La Coruña, Juan Luis Montero, «ha sido verificado y tasado por colegas».

«El mercado está saturado y puedes encontrar piezas de origen más que dudoso en los catálogos de Internet», afirma Montero, cuya especialidad es la cultura mesopotámica. El caso de las civilizaciones que crecieron en torno al Tigris y al Éufrates, origen de la cultura occidental y víctima de los saqueos de Irak, ha escandalizado a los expertos, que no dudan en denunciar que «junto al gentío que asaltó los museos entraron expertos que sabían qué buscaban», señala Storch.

El papel de los museos

«Las piezas más importantes ni siquiera saldrán al mercado, porque ya han sido apalabradas», dice el catedrático de la Complutense. Los museos, inciden los expertos, tienen «gran parte de la culpa, porque no se han preocupado en vetar el producto del expolio. Más bien, al contrario». Los grandes recintos culturales tienen su 'muerto' en el armario. El Museo Británico, el Louvre o el Metropolitan -«el principal comprador de obras robadas; almacena incluso piezas españolas», apunta Storch- han enriquecido sus colecciones con figuras de origen dudoso.

Un portavoz del Consejo Internacional de Museos considera que estos centros «deben dar ejemplo y rechazar aquellas piezas de las que no se pueda acreditar su procedencia». «Tenemos que empezar a velar por estas obras -insiste-, como se atiende a la pervivencia de las especies animales amenazadas». Y cita, en concreto, el futuro del patrimonio en los países del Tercer Mundo víctimas de un expolio generalizado.

«Lo peor de todo -señala Juan Jacobo Storch- es que el mercado del arte satisface todos los caprichos. La especialización es tan grande que, como en los nichos ecológicos animales, hay quien se dedica a comprar y a vender piezas de una determinada época o procedencia». Y es dinero de verdad: una tabilla mesopotámica de tamaño medio (10 por 15 centímetros) se paga entre 5.000 y 10.000 euros, mientras que la tierra virgen donde aparecieron las primeras efigies Nok se convirtió en unos pocos meses en una colosal explotación arqueológica.