Las masivas manifestaciones de las capitales europeas han puesto de manifiesto el rechazo de la ciudadanía a una 'guerra preventiva' contra Irak, pero también han evidenciado la parálisis del mundo árabe. Mientras millones de europeos salían a la calle en contra de la guerra, tan sólo unos pocos lo hacían en las capitales árabes. ¿A qué se debe esta apatía? ¿Cómo explicar los escasos 600 manifestantes en la superpoblada El Cairo? ¿Acaso el mundo árabe respalda una intervención militar norteamericana para desalojar del poder a Sadam Hussein?
Por muchas que sean sus diferencias ideológicas, los dirigentes árabes desde el océano Atlántico hasta el Golfo Pérsico coinciden en la necesidad de silenciar a su opinión pública e impedir que la población se exprese libremente. Temen, entre otras cosas, que las manifestaciones se transformen en multitudinarias protestas contra el despotismo y la opresión que asfixian a las sociedades árabes e impiden su desarrollo. Con una oposición política descabezada por la represión o desprestigiada por la cooptación, los grupos islamistas son hoy por hoy los únicos capaces de movilizar a grandes sectores de la población. De hecho, buena parte de las manifestaciones registradas el pasado 15 de febrero fueron convocadas por partidos de corte islamista. En el caso de Egipto, los Hermanos Musulmanes y el Partido del Trabajo reunieron a 600 personas en El Cairo a las puertas de la mezquita de Saida Zainab, rodeados de un amplio despliegue policial que triplicaba el número de los manifestantes mientras coreaban 'Bush es el enemigo de Dios'. Algo similar pasó en Amán, donde el Frente de Acción Islámica, otrora la mayor fuerza parlamentaria y ahora el principal grupo opositor, reunió a unos pocos miles de personas en las calles jordanas. En el caso de la asediada Gaza, fue Hamas el que convocó las manifestaciones que discurrieron ante la atenta vigilancia de la Policía de Arafat.
Esta escasa participación ciudadana obedece a una razón fundamental. En la mayor parte de los países árabes existen leyes de emergencia que restringen las libertades públicas e imposibilitan la práctica de derechos elementales recogidos en sus propias constituciones (entre ellos la manifestación, la libertad de expresión, la asociación o la huelga). En el caso de Egipto, estas leyes de emergencia fueron aprobadas en un momento de incertidumbre política tras el asesinato de Anuar al-Sadat en 1981; en el caso de Jordania, la normativa es mucho más reciente y tiene por objeto impedir que los actos de solidaridad con Palestina o Irak desestabilicen al reino hachemí, instalado en un régimen de provisionalidad desde su nacimiento en 1922.
En ninguna de las denominadas 'petromonarquías' del Golfo Pérsico -Arabia Saudí, Kuwait o Qatar-, entre las que se cuentan los principales aliados árabes de Estados Unidos, se permitieron protestas contra la eventual intervención contra Irak. No está de más recordar que estos países son precisamente los que presentan un mayor déficit de libertades. Quizás por esta razón Qatar, sede del cuartel general norteamericano, se convirtió en blanco de las críticas de los escasos manifestantes concentrados en El Cairo que gritaban 'Tel Aviv y Doha (capital de Qatar): dos caras de la misma moneda'.
Las dos únicas capitales árabes donde hubo concentraciones numerosas fueron Damasco y Bagdad, donde las propias dictaduras militares acostumbran a monopolizar e instrumentalizar los sentimientos populares. En la capital siria hasta 300.000 personas condenaron las políticas 'imperialistas' y 'sionistas' de Estados Unidos e Israel, acusándolas de provocar un goteo incesante de muertes con el embargo de Irak y el asedio de Palestina. Mientras tanto, en Bagdad se reunió un millón de personas, según los organizadores, que repitieron lemas similares y dieron las consabidas muestras de fidelidad a su líder.
En este escenario prebélico destaca también la ausencia de iniciativas políticas árabes para detener esta guerra anunciada. La Liga Árabe y la Conferencia Islámica han sido incapaces de convocar cumbres para abordar un tema que podría condicionar sobremanera el futuro de Oriente Medio. El silencio cómplice de estas organizaciones sorprende aún más cuando lo comparamos con la frenética actividad desplegada en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la OTAN o en la Unión Europea. Da la impresión de que los países árabes hubieran decidido arrojar la toalla de antemano y mirar hacia otro lado a la espera de que amaine el temporal. La decisión de última hora de convocar una Cumbre Ordinaria de la Liga Árabe el 1 de marzo no ayudará a resolver las diferencias existentes en su seno. Dado que tanto unos como otros consideran irremediable la intervención militar, la declaración oficial podría limitarse a remarcar la necesidad de respetar la integridad territorial de Irak en la posguerra y reanudar el proceso de paz en Oriente Próximo (lo que, tal y como están las cosas, lejos de ser una garantía para los palestinos, puede significar más bien su definitiva renuncia a un Estado viable y soberano).
Esta parálisis de la Liga Árabe es todo menos novedosa. Desde su nacimiento ha mostrado su incapacidad para influir en la agenda árabe. Probablemente el hecho de que sea un mero órgano consultivo sin capacidad para aplicar sus decisiones influya en esta situación. Esta crisis endémica que padece desde su creación (un dato relevante es que a sus primeras reuniones asistían casi más miembros del Foreign Office británico que mandatarios árabes) se agrava si tenemos en cuenta que el eje egipcio-saudí, que constituye su centro de toma de decisiones, observa con desconfianza los movimientos norteamericanos. Si se cumplen los planes del Pentágono, Estados Unidos mantendrá una presencia duradera en Irak, lo que relegaría a un segundo plano a los tradicionales aliados árabes de Washington, que ya no tendrían la misma importancia que durante los años de la Guerra Fría, cuando eran imprescindibles para frenar el avance del comunismo.