21 de febrero del 2003
El escritor británico apuntó en 1935 la diferencia entre el Irak capaz de estabilizar el universo musulmán y la oscurantista dinastía saudí .
Lawrence de Arabia tenía razón
Bernard Cohen
La importancia de las manifestaciones antiguerra en el mundo y el aislamiento de la Norteamérica bushista en el Consejo de Seguridad no son la única prueba del fracaso del discurso lobotomizante sobre el final de la historia: la historia se hace ahora, bajo nuestra mirada y con nuestra participación..
Los millones de personas que desfilaron el sábado expresaron su oposición a la noción de guerra preventiva y su convicción de que Irak, como nación, no debería ser considerada responsable del terrorismo islámico. No se trata de prestar ningún apoyo crítico a Sadam. Cuando nos manifestábamos contra la guerra de Vietnam, muchos sentíamos simpatía política por Ho Chi Minh, y la historia nos ha demostrado nuestro error. Pero si bien el movimiento antiguerra actual parece más ingenuo, menos politizado que el de los años 60 y 70, en realidad da muestras de una mayor madurez de las opiniones públicas: no se niega el peligro, se rechazan la amalgama, las manipulaciones de documentos, la invectiva elevada al rango de argumento diplomático y la lógica de psicosis empleada hasta el exceso por la Administración de Bush..
POCO ANTES de su muerte, en 1935, el autor de Los siete pilares de la sabiduría, T.E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia, dirigía una carta confidencial al Foreign Office en la que aconsejaba a las autoridades de su país que midieran la diferencia entre Irak, vieja y rica civilización, potencialmente estabilizadora en el universo musulmán, y la dinastía saudí recién instalada en el poder y que profesaba el islam oscurantista de la secta wahabita, pero que ya se dibujaba como actriz principal en la escena mundial con el descubrimiento de los yacimientos petrolíferos de la península Arábiga en 1932..
Los estados occidentales no han escuchado la voz de la sabiduría sino la del petróleo, pues todos y cada uno han bebido copiosamente del maná iraquí en la época en que era considerado de buen tono ser amigo de Sadam; podemos incluso remontarnos a 1981, cuando la intervención israelí contra el reactor nuclear Osirak -- una verdadera intervención quirúrgica-- suscitó las llorosas protestas de Francia y los propios EEUU. El sábado tuvo lugar una manifestación por la paz en Tel Aviv pero, que se sepa, ninguna en Riad..
Lo que pretendía lograr el equipo de Bush, contando con la pasividad de la comunidad internacional, era transferir a Irak la responsabilidad del wahabismo saudí, absoluta pero siempre ocultada, en el terrorismo islámico, de Nueva York a Mombasa. Desde el 11-S, Bush y sus colaboradores más próximos, todos personalmente vinculados a la monarquía saudí en el ámbito petrolero, han abortado sistemáticamente las investigaciones que apuntaban a la ramificación saudí. Antes del debate crucial en la ONU, se han servido descaradamente de la muy dudosa cinta entregada a una cadena árabe por el wahabí Bin Laden para incriminar aún más a Irak --país al que el barbudo con kalashnikov profesa un menosprecio ancestral-- y sembrar un viento de pánico en EEUU. La maniobra, tan burda como el eterno rictus de desprecio de Rumsfeld, ha sido detenida en seco..
En el mundo entero, imanes formados en la escuela wahabita predican el odio y la violencia en mezquitas pagadas con fondos saudís. Esta ideología ha devastado países enteros, como Afganistán y Argelia. Constituye una amenaza para el mundo musulmán, frenándolo en su marcha hacia la modernidad. Es el substrato del terrorismo islámico. Es el verdadero obstáculo para una solución pacífica del conflicto palestino- israelí. Y también es, por su antifeminismo feroz, su sectarismo apocalíptico y su puritanismo medieval, extrañamente próximo al pensamiento de la extrema derecha cristiana de EEUU..
MIENTRAS, Bush y sus consortes prefieren mirar a otra parte, trazar ejes del mal que ponen de manifiesto más galimatías al estilo Nostradamus que geopolítica, materia en la que el tejano hijo de su padre, por lo que hemos visto en varios vergonzosos debates televisados, se siente más que a disgusto. Pero el gran sobresalto planetario del fin de semana es capital, porque esta guerra de las sombras a la que el terrorismo quiere arrastrarnos reclama claridad. Por el momento, los defensores de la guerra a cualquier precio, que fingen creer que bastará con confiar "la gobernación de Irak" a un general norteamericano para que la democracia se aparezca a los iraquís como la revelación del camino de Damasco, aún no se han atrevido a decir que quienes se opongan a sus absurdos planes "le hacen el juego a Sadam". Pero eso es precisamente lo que millones de ciudadanos del mundo y numerosos gobiernos representativos les están preguntando, es decir: "Y vosotros, ża quién le hacéis el juego?"..
* Bernard Cohen es escritor y miembro de la junta de la fundación Emile-Cohen para el acercamiento judeo-árabe.
Traducción de Xavier Nerín