17 de noviembre del 2003
Said: la radical actualidad de algún humanismo
Gustavo Ogarrio
Dedicado a la memoria de Edward W. Said, periodista y "autor de todo un estilo de pensamiento crítico sobre la dimensión cultural de los imperios en la época moderna". Luis Hernández Navarro y Gustavo Ogarrio analizan los principales aspectos de su estilo y se detienen en algunos momentos fundamentales de su vida y de su perdurable obra. Publicamos, además, un ensayo de John C. Merril, teórico de la libertad de expresión y de la autonomía periodística. Merril advierte a sus compañeros que "poseer libertad de prensa carece de todo sentido a menos que los periodistas ejerzan su propia libertad a través de ella, y que la defiendan incansablemente usándola en toda su magnitud". Completa el número un poema de Hermann Bellinghausen en el que afirma que "lo único universal es la soledad de la carne".
El pasado 25 de septiembre murió en Nueva York, después de una larga lucha contra la leucemia, el pensador palestino Edward W. Said. Su muerte ha generado resonancias de toda índole, tanto en el medio intelectual como en el ámbito político internacional. Said, además de ser el autor de todo un estilo de pensamiento crítico sobre la dimensión cultural de los imperios en la época moderna, también era uno de los principales y más lúcidos defensores de la causa palestina.
Musicólogo y experto en las literaturas inglesa y francesa, Said es precursor de los estudios culturales y postcoloniales; su libro Orientalismo puede ser considerado como un profundo giro en la percepción de eso que llamamos nebulosamente "Occidente", y de su relación, imaginaria y real, con el mundo colonial orientalizado y proyectado durante los siglos xix y xx sobre gran parte de Asia y África. Said nació en Talbiya, al oeste de Jerusalén, en 1935. Hijo de refugiados palestinos, cristianos, Said y su familia se establecieron durante algunos años en Egipto y en Amán. Marcado irreversiblemente por la experiencia cultural y política de una Palestina errante y perseguida, Edward W. Said fijó su residencia permanente en Estados Unidos.
En los últimos años, Said se convirtió en uno de los críticos más aguerridos del gobierno de Israel y de Estados Unidos. Opositor irreductible al proceso de destrucción y violencia en contra de la nación palestina, Said también se opuso con energía a las políticas entreguistas de dirigentes palestinos, personificadas para él en Yasser Arafat y que se expresaron en los acuerdos de Oslo en 1994.
¿Cómo leer una obra y una vida que padeció con intensidad la destrucción y violencia ejercida por las distintas órbitas imperialistas, una escritura y una militancia que al mismo tiempo lograron un amplio reconocimiento al interior de la "jaula de hierro"? ¿Qué significa que una voz migrante, como la de Said, haya defendido en los últimos años, con un enfoque sumamente renovador, parte del programa intelectual y cultural del humanismo? ¿Cómo lograr, desde América Latina, un cruce fecundo de experiencias y escrituras que fueron sometidas y conformadas por las políticas de interpretación de diversos imperios; cómo enlazarlas con la escritura migrante de otras experiencias críticas sobre el colonialismo? El intento de precisar parte de estas problemáticas puede entenderse como un modesto reconocimiento a la obra y figura de Edward W. Said.
ORIENTALISMO: LA LUCHA POR EL SIGNIFICADO CULTURAL
Terminado en 1977 y publicado al siguiente año, Orientalismo es un libro fundacional por su enfoque conceptual y cultural, por estar escrito desde un espacio de enunciación asumido radicalmente como marginal y como productor de pensamiento; por la crítica a poderosos mitos que dan vida y sentido a las estrategias coloniales de los últimos dos siglos: la supremacía de los imperios en políticas de la imagen, de interpretación, de escritura y de representación sobre las regiones y culturas sometidas y explotadas; la construcción imaginaria del exótico Oriente como una forma compleja de dominación y aproximación colonial a culturas configuradas heterogéneamente; el orientalismo como ámbito de conocimiento e interpretación, que fija y elabora los significados de pueblos ignorados por las metrópolis en los términos de sus propias culturas e historicidad.
Sobre el sentido que el orientalismo adquiere en ámbitos occidentales, Said afirma: "El discurso del orientalismo, su coherencia interna y sus rigurosos procedimientos, se diseñaron para lectores y consumidores del Occidente metropolitano." Lejos de estimular las dicotomías que reducen la realidad política y cultural a condiciones de enfrentamiento y exclusión, como la apocalíptica visión de Samuel Huntington y su militarista "choque de civilizaciones", Said contesta así a quienes intentaron leer Orientalismo como una interpretación contemporánea de la reducción colonialista que opone a Occidente con Oriente:
Nunca creí que estuviera perpetuando la hostilidad de dos bloques monolíticos políticos y culturales rivales, cuya creación describía y cuyos terribles efectos estaba tratando de reducir. Por el contrario, la oposición Oriente-Occidente no sólo era equívoca, sino que además no era deseable, y menos aún debía tenerse para describir algo más que una fascinante historia de interpretaciones e intereses contrapuestos.
Posteriormente, Said rechaza que su libro sea entendido como el testimonio de una conciencia individual que ilumina la historia de un pueblo oprimido; prefiere que se reciba como la crítica a un humanismo individualista. Para Said, las posibilidades de un humanismo contemporáneo se organizarán de una manera totalmente distinta:
Se ha considerado a Orientalismo como un tipo de testimonio de una situación de sometimiento (la respuesta de los parias de la Tierra) más que como una crítica multicultural del poder que recurre a sus conocimientos para progresar. De mí, como autor, se ha dicho que desempeño un papel concreto: el de la conciencia de lo que se había suprimido y distorsionado anteriormente en los doctos textos de un discurso históricamente condicionado para que lo leyeran no los orientales, sino otros occidentales. Este es un aspecto importante y se suma al sentido de identidades fijas que luchan permanente divididas, las cuales mi libro rechaza expresamente, pero que, paradójicamente, presupone y de las que depende.
Esta paradoja expresa también el tránsito que la misma obra del palestino se encarga de conducir a su manera, en un contexto postcolonial distinto a la configuración de la heterogeneidad latinoamericana, y sin embargo tan cercano en algunos de sus conceptos claves: un sujeto migrante -como llamó el peruano Antonio Cornejo Polar a la experiencia fragmentada y siempre en riesgo político y cultural, que tenía como referente principal a la migración en sus diferentes dimensiones y alcances- que desde la política, entendida también como diáspora y persecución, y desde la cultura, entendida como formas del pensamiento y la representación, piensa las relaciones de poder con los imperios y los poderes regionales. Said elabora una respuesta argumentada y crítica a las poderosas reducciones sobre las culturas de los pueblos colonizados, y que le dan sentido a su propia resistencia política. Una actitud "beligerante", diría Said, desde el pensamiento que anuncia la conformación de un humanismo "migrante".
LITERATURA Y POLÍTICA: LOS ROSTROS MIGRANTES DEL HUMANISMO
En otro libro, que se anuncia como la continuación de sus investigaciones sobre la dimensión cultural del poder colonial, Cultura e imperialismo, Said amplía este acercamiento a las estrategias de las metrópolis para controlar el imaginario y el conocimiento sobre sus colonias:
Considero esos discursos africanistas e indianistas, como a veces se los ha denominado, como parte de un esfuerzo general de los europeos por gobernar tierras y pueblos lejanos y, por lo tanto, en relación con las descripciones orientalistas del mundo islámico y con los modos espaciales de representación de las islas caribeñas, Irlanda y el Lejano Oriente por parte de los europeos.
Al analizar la dimensión ideológica y cultural de obras fundamentales dentro del llamado "canon occidental", Said suspende, quizá de manera temeraria, los problemas estéticos propios de cada obra y es en este movimiento de acercamiento cultural al texto donde se encuentra, a mi parecer, una objeción importante a su pensamiento: las voces y estilos que cruzan una determinada obra artística son claves para entender su configuración cultural e ideológica, por no decir que incluso forman parte de su propia construcción como objeto cultural.
La manera en que Said organiza los cruces entre literatura y política, por ejemplo, son determinantes para conceptualizar la definición de humanismo que evoca. Podemos afirmar que en todas sus obras, Said le restituye al relato su poder como forma de conocimiento e interpretación. La escritura termina por integrarse a las conclusiones políticas, siempre parciales, y al lugar de enunciación, teórico y cultural, que se expresa con fuerza en el contexto actual:
En Orientalismo mi idea es utilizar la crítica humanista para abrir campos de lucha e introducir una secuencia más larga de pensamiento y análisis que reemplace las breves incandescencias de esa furia polémica, contraria al pensamiento, que nos aprisiona. A lo que intento realizar le llamo "humanismo", palabra que continúo usando tercamente, pese al menosprecio burlón que expresan por el término los sofisticados críticos postmodernos. Por humanismo quiero significar, primero que nada, el intento por disolver los grilletes inventados por Blake; sólo así seremos capaces de usar nuestro pensamiento histórica y racionalmente para los propósitos de un entendimiento reflexivo. Es más, el humanismo lo sostiene un sentido de comunidad con otros intérpretes y otras sociedades y periodos; por tanto, estrictamente hablando, no puede existir un humanismo aislado.
Said critica a las interpretaciones del humanismo, y de la modernización colonial, que lo ven tan sólo como postulante de un proceso civilizatorio progresivo, en el que una vez fragmentadas las comunidades originarias, sería imposible restituir una humanización e historización en contextos postiluministas.
¿Cómo entrar de nueva cuenta a la historia sin atravesar la pesadilla de las versiones únicas y de los sujetos trascendentales? ¿Cómo recuperar las historias borradas por las plumas y la violencia de los imperios? ¿Qué tipos de racionalidad producen los pueblos migrantes y perseguidos? ¿Cuál es su lugar en el mapa de las identidades contemporáneas? ¿En qué voces y en qué estilos relatan su permanencia y sus olvidos?
Cuando reflexiono sobre la manera de colocarme ante estas preguntas, no puedo dejar de pensar en varios textos clásicos del pensamiento latinoamericano, y más específicamente en aquel pensamiento que ve a América Latina como una heterogénea construcción histórica y como un espacio múltiple de enunciación, como el de Arturo Andrés Roig y el de Horacio Cerutti.
Por ejemplo, ante el embate de un tipo de postmodernidad contra el humanismo, identificado sin matices ni relieves de contexto, y que ve en cualquier formulación realizada desde alguna de las dimensiones de los conceptos de historicidad y sujeto una tentación trascendentalista o metanarrativa, percibo el impulso de una versión eurocéntrica del humanismo, que puntualmente olvida las historias particulares en las que se ha jugado su interpretación. Me atrevo a plantear que el humanismo de Said se configura a partir de una recuperación heterodoxa de la historia, de las historias, silenciadas por los imperialismos y que culmina en una crítica a las políticas de interpretaciones colonialistas; que el sujeto a partir del cual Said se coloca poco tiene que ver con el sujeto iluminista, eurocéntrico y planteado en clave colonial; creo que más bien tiene que ver con otro modo de entender la racionalidad y las voces colectivas de los que hicieron de la persecución y de su condición migrante una manera de volver a pensarnos.
IMAGEN FINAL DE UNA TRAGEDIA: QUE SE PIENSA DESDE LAS PIEDRAS
Hace algún tiempo vi en la televisión la figura de un hombre que arrojaba piedras en contra de tanques y soldados israelíes. Los tanques se enfilaron rumbo a una parcela y una casa de palestinos. La fragilidad de una cultura se encontraba plasmada en la imagen de las piedras golpeando el hierro de los tanques. El sujeto en cuestión, con una gorra negra y lentes oscuros, chupado por la leucemia, siguió arrojando piedras a los tanques junto a otros palestinos, mientras los soldados terminaba de destruir la parcela.