Cartoneros: historias de una selva urbana
Cartoneros, empresas y policias.
Esta es una historia con varias historias que en algún momento se cruzan en el escenario de un barrio que podría ser cualquiera de los barrios de Capital Federal. Cartoneros que buscan sobrevivir, asambleístas que construyen su experiencia, y también de policías, grandes empresas y comerciantes y las consecuencias inmediatas y tangibles de la política de seguridad de nuestro nuevo gobierno. Podrían ser dos, o quizás tres artículos separados, pero están juntos para poder dar una visión más general de este aspecto de nuestra realidad. Sirva eso como justificativo de su largura.
Villa Pueyrredón en un barrio de los de antes y de los de ahora. Tiene vecinas de 80 años que se acuerdan de cuando era una zona rural y pibes de cinco o seis años que andan en bicicleta por la misma vereda en que las señoras toman mate antes de que baje el sol. El asfalto nuevo, mezcla de alquitrán y piedras, se cruza con el empedrado inconmovible de antaño. Las casas con recuerdos de vides y enredaderas, rejas altas, zaguanes y puertas a dos hojas están al lado de chalets de los noventa con reglamentarios ladrillos a la vista y jardines cuidados. Es un barrio de viejos inmigrantes, de antiguos obreros de bigotes gruesos y madres gordas de delantal, y de modernos psicólogos, contadores y oficinistas con coches lustrosos y anteojos de marco fino.
Y así podríamos seguir describiendo hasta el infinito, pero hay un ejemplo que se levanta como un monumento a lo que fue y ya no, un icono del proceso que vivió el país en las últimas décadas; el supermercado Wal Mart, un gigante instalado sobre los restos de la planta de Grafa, desquiciada como tantas otras de su especie en el país.
En los paredones del predio que ocupa la multinacional, los estudiantes del barrio pintaron varios murales que recuerdan ese pasado; obreros trabajando, esperando el colectivo de a cientos, jugando al futbol o soportando la dictadura y la desaparición de 25 de sus compañeros. Uno de los últimos murales elige como imagen una huelga y como slogan "Grafa: 3000 obreros, 98 delegados". Apenas cuatro palabras que son todo un grito y una síntesis perfecta de la nueva situación.
Edgardo podría ser uno de esos obreros cuyo gólgota está narrado en esas paredes que de vez en cuando los directivos del supermercado se empecinan en blanquear. Pero no es ahí donde se cuenta su historia; él es técnico plástico y trabajó siempre en fábricas del ramo, quizás similares a la planta de Grafa.
Ahora tiene 42 años, y desde hace tres camina doce horas diarias por las calles de Villa Pueyrredón, juntando cartones para venderlos y poder sobrevivir. "A esta edad no me toman en ningún lado, entonces lo que hago son changas de albañil, y cuando no tengo ninguna cirujeo".
Pero Edgardo no es el único. Todos los días, alrededor de 120 personas pasan a tomar algo caliente y comer un pedazo de pan por el merendero del predio que originalmente ocupó la Asamblea Popular de Villa Pueyrredón, y que hoy sirve para que los cartoneros trabajen y se organicen.
Historias de una selva urbana.
Walter, a pesar de sus 28, es uno de los más viejos en el oficio; desde los 13 años camina la calle para sobrevivir, y en sus ojos descubrimos los de alguien que vio muchas cosas. Antes andaba por Palermo y se la rebuscaba juntando las cosas que la gente tiraba, y con eso se había armado "casi una compraventa". Desde la devaluación, el reciclaje de cartón y papel es mejor negocio, algo en lo que coinciden todos para explicar el motivo, además de la desocupación, para que miles cartoneros recorran todos los días la capital.
"La calle te de muchas cosas y vos agarrás las que querés agarrar", dice Walter. Nos cuenta también que a veces está una semana entera o dos antes de volver a Zarate con su familia, y que mientras tanto duerme en un ranchito improvisado "ahí en el fondo" que le cuida algún amigo cuando él no está. Para viajar hasta su casa toma dos trenes, en total dos horas y media viviendo en un mundo móvil con reglas propias. Y después 50 cuadras arrastrando la carreta cargada y la esperanza de vender bien y de volver a ver a la familia.
Sus miradas, sus manos, sus rostros cansados son iguales a miles de vuelven desde la memoria de otras latitudes. En el altiplano son familias enteras que recorren un río que esconde en sus entrañas pequeños pedazos de metal precioso. En la selva, viajan armados de nylon y hacha, durmiendo en cuclillas hasta que pase la lluvia y se encuentre por fin el hombre con la madera noble que cargará al hombro. O en la cosecha de algodón en el Chaco, de azúcar en Jujuy, en el secado de tabaco en Misiones o la recolección de la manzana en Rió Negro; los oficios son diferentes, pero son muy parecidos. Aquí se llaman cartoneros; exploradores urbanos, buscadores de un oro degradado en ríos de asfalto y adoquín.
Pablo tiene 13 años, y cuando sale de la escuela se toma el tren con su hermanito, y en las mismas calles donde pibes de su edad andan en bicicleta o juegan al futbol él junta lo necesario comer y ayudar a su familia. Ahora, como está de vacaciones, duerme en el predio, se ahorra el viaje y tiene más tiempo para trabajar. Generalmente gana 5 pesos diarios, pero una persona mayor, trabajando todo el día, puede sacar 20 pesos o mas dependiendo de la habilidad, la suerte y el conocimiento de la zona. Uno de esos mayores afirma que "el tipo que se sacrifica de verdad puede llegar a sacar unos 600 mangos por mes, pero a eso tenés que agregarle que en el la calle no tenés los beneficios que tenés en otros lados, como los aportes o la obra social".
Las zonas de trabajo se van dividiendo casi naturalmente, pero las fronteras son tan difusas como las posibilidades de encontrar la carga necesaria. "Cualquiera que quiere puede trabajar de cartonero, nadie te dice nada, y si alguien te dice algo, es porque es un forro", nos aclara Miguel, el encargado de cebar el mate en la reunión que -gracias a Edenor- hacemos a la luz de las velas. Edgardo nos dice que "los de Suarez juntan por el lado de Belgrano, pero cuando yo no encuentro nada por acá me voy para aquel lado, y nunca tuve ningún problema con nadie".
Para volver hasta sus barrios, la mayoría viaja en el "tren blanco", acomodándose como se pueda en el vagón que corresponde a su zona. Cada uno tiene que pagar un abono mensual de 18 pesos que incluye la persona y el carro y un pago adicional que consiste en tener que soportar el maltrato y la discriminación de las autoridades de TBA, como el de un gerente de apellido Benítez, un personaje suele pasearse por la estación de Ballester discriminando quién puede subir el tren y quién no, arrancando a veces lágrimas a algunas compañeras.
La venta es un capítulo aparte, y los precios van variando en el tiempo. "Antes se pagaba 50 centavos por kilo de cartón, ahora te están pagando 25". Se vende en forma individual, generalmente a un intermediario que saca el 50% o más de ganancia por llevarlo a una papelera. Uno de los problemas más comunes que sufren son las balanzas trucadas "que te convierten un kilo y medio en un kilo sin que te des cuenta". Para vender, después de acopiar y clasificar lo que sirve, muchas veces se hacen caravanas de carros hasta algún punto de venta confiable o que esté pagando bien. En algunas zonas de la capital, especialmente en el centro, las balanzas, las colas y los abusos pueden encontrarse en cualquier esquina.
Negocios limpios
Miguel nos dice que "eso que quiere hacer Macri, de ponernos uniforme y pagarnos 300 pesos por mes es una locura". Como no conozco la idea nos explican que el negocio del reciclaje atrae a muchas empresas, y que hay varios que se lo quieren quedar.
Las empresas que recolectan los residuos (CLIBA, Solurban, AEBA y Ecohabitat, además de una del gobierno municipal) cobran por tonelada de basura recogida. Según los datos del gobierno, en 1998 entre todas las empresas levantaban un promedio mensual de 131.884,39 toneladas en el 98 y durante los primeros meses del 2002, esta cantidad bajó a un promedio de 110.273,39 toneladas mensuales.
La merma no se explica solamente por el impacto directo de la crisis económica -en el sentido que la gente tira menos cosas- sino sobre todo por los 40.000 cartoneros que recorren la ciudad diariamente.
En dinero, lo que paga anualmente la ciudad asciende a 160 millones de pesos, lo que pone al rubro en un primerísimo ranking de los contratos, y a sus posibilidades en la mira de varias empresas.
Como las concesiones vencieron en el 2002, el gobierno de Ibarra prorrogó el contrato durante un año para hacer una nueva licitación. El pliego original de la licitación fue rechazado por una avalancha de opiniones, desde los propios cartoneros hasta el centro de ingenieros.
En primer lugar, termina con el sistema de pago por tonelada recogida a favor de uno que divide a la ciudad en cinco "zonas limpias", con diferentes estándares de calidad. El nuevo sistema, según la opinión del Centro de Ingenieros no tiene "antecedentes conocidos de su aplicación en ciudades semejantes a Buenos Aires, ni si se han hecho ensayos previos en nuestra ciudad", además de que los niveles de servicio requeridos por el pliego en cada zona "en apariencia privilegia algunas zonas en desmedro de otras".
Pero la parte más jugosa estaba referida al reciclaje de basura: según el sistema propuesto cada contratista debería poner en marcha plantas de selección y acondicionamiento de residuos reciclables, que se estima recibirían el 66% del total de lo recuperable, y serán consideradas como propiedad privada de las empresas.
En pocas palabras, los pliegos de licitación anunciaban la transferencia del trabajo gratuito de los cartoneros al trabajo pago de las empresas, entregando el negocio a grandes consorcios.
La licitación no contemplaba a los cartoneros a pesar de que a fines de Enero del 2003 entró en vigencia la ley 992 deroga la prohibición del cirujeo y sienta las bases para reglamentar el trabajo de reciclado. Esta ley es la que abrió la puerta para una campaña publicitaria de "bolsas verdes" que costó más de 5,2 millones de pesos.
Para Eduardo Epsztein, secretario de Medio Ambiente y Planeamiento Urbano los cartoneros no estaban ni siquiera nombrados porque "cuando se hicieron, faltaba la reglamentación de la ley".
Enterados de esta situación, diversas asambleas y cooperativas nucleados en la Mesa de Cartoneros y Asambleas de Capital Federal y Conurbano Bonaerense se presentaron en la audiencia pública que se realizó el 8 de Abril para discutir en forma "no vinculante" el tema, expresando que si se les quitaba el derecho de trabajar iban "a llenar de carros la Avenida de Mayo". A finalizar la agitada audiencia Eduardo Epsztein declaró a la prensa que "probablemente" los cartoneros puedan seguir trabajando y no se incluya el tratamiento de diferenciado de residuos en la licitación.
Después de la repercusión de la audiencia pública, hubo pocas noticias al respecto en los medios de comunicación, y en la página de Internet del Gob. de la Ciudad -donde se publican los pliegos para las licitaciones - el tema parece estar congelado.
En la Secretaría de Medio Ambiente informaron que el nuevo pliego -que tendría que ser publicitado en los próximos días- ahora sí tomaría en cuenta la existencia de los cartoneros, y que las empresas solo realizarán recolección diferenciada de materiales reciclables en el barrido. Además, en la licitación se agregaría la apertura de cinco espacios que funcionen como centros de acopiado para los cartoneros, lo que puede reavivar el temor de que se trate de otro intento de transferir el trabajo a las empresas o de monopolizarlo bajo el mando de algunas corporaciones.
Mientras de devela el misterio, hay otros datos curiosos; cuatro nuevos decretos otorgan mayores beneficios a las empresas que hoy dan el servicio. Mientras esperan la licitación con una prorroga de los contratos que ya superó ampliamente el año, y a pesar de eso, Ibarra los compensó por la inflación del año 2002 con una suma fija por un total de $ 7.106.193 y un aumento en los pagos mensuales de entre el 12,11 y el 14,84 %. El aumento de tarifas -que no tiene su correlato ni en salarios ni en otros rubros- está plasmado en los decretos 469/03 al 472 del 2 de Mayo del 2003.
Los culpables de todo.
Charlamos y corre el mate a discreción. La luz tenue de las dos velas que quedan encendidas le da un tono especial a la conversación, que de pronto se ve interrumpida por un murmullo que viene desde la calle.
La primera en salir casi corriendo hasta la calle es Susana, miembro de la asamblea popular de Villa Pueyrredón e integrante de la comisión que trabaja con los cartoneros. La seguimos todos; afuera, casi en la puerta del predio, un policía tiene contra la pared a un pibe muy flaco y que luce la gorrita que es casi el uniforme de todos los recolectores de cartón.
"Este chico es cartonero y está acá en el predio" increpa Susana. "Yo no lo conocía" se excusa el policía, y habla conteniendo la mandíbula inferior, como un perro de caza que acaba de perder su presa.
"Esto es casi cotidiano" nos cuentan después. "La policía se los lleva por portación de cara". Miguel nos explica que "los cartoneros somos los culpables de todo". Para que se entienda mejor, se atribuye en sorna varios secuestros extorsivos -incluyendo el de la hija de Macri y el padre de Astrada- robos de banco, asaltos en mango armada y desarmaderos varios. Y remata diciendo que "la policía está como acorralada y es mas fácil venirnos a hinchar las pelotas a nosotros que estamos trabajando que ir a buscar a los chorros de verdad".
La campaña que instaló la "ola de inseguridad" entre la población tiene consecuencias inmediatas para ellos; a la persecución policial, que generalmente se traduce en requisas, detenciones arbitrarias o coimas para poder pasar, se le está sumando las consecuencias de la paranoia que se adueñó de un sector de la población, y que en Villa Pueyrredón parece tener epicentro en los comerciantes.
"Cuando la gente te ve que la policía te tiene contra la pared, ya empiezan a desconfiar". Y ahí es donde comienza la "sensación de que fueron ellos" en el asalto nocturno de cualquier negocio del barrio. "Incluso eso te jode en el trabajo, porque el vecino deja de guardarte los cartones o de separar la basura para que los puedas agarrar".
Esa sensación, alimentada por los medios de comunicación, los prejuicios contra la pobreza y el propio accionar policial, llegó al punto en que en varias vidrieras colgaron un cartel llamando a organizarse porque la zona donde están las cartoneros se siente como "la mas insegura del barrio".
Si tomamos en cuenta que además de las custodia permanente en los alrededores del predio de la asamblea, en la zona comprendida por los barrios Villa Pueyrredón, Villa del Parque, Devoto, Agronomía y Monte Castro hay cinco comisarías, 900 policías (a los que se le están por sumar 150 más) y un "operativo cerrojo" sobre la General Paz con 8 piquetes policiales, podemos tener una idea de donde viene el "maremoto de la inseguridad".
Mientras conversamos, llegan dos funcionarios del CGP del barrio. Vienen a avisar que el 1 de agosto van a entregar las credenciales y las pecheras a los que se anotaron en el registro obligatorio de recicladores urbanos. La estadística micro dice que en este barrio se anotó un 30% del total de cartoneros.
Mientras hablan nerviosos, los funcionarios dejan unos folletos de color verde, donde se explican las bondades del código contravencional y los derechos de los detenidos. Walter me pasa el suyo; todavía no aprendió a leer.
Buenos Aires, 28 de Julio del 2003