ECUADOR
Guayaquil, miércoles 24 de septiembre del 2003
Por Alfredo Castillo Bujase
Cuando la autoridad expresa directamente al poder, la crítica debe ubicar los intereses que constituyen las decisiones estatales. Pero cuando, como en algunos Estados latinoamericanos, la representación política no expresa inmediatamente al poder, la crítica enfrenta otra dificultad, traspasar la apariencia, pues la visión inmediata de un régimen no corresponde a la realidad del poder. Entonces, se ha de señalar el velo que ese poder impone a la administración tras la cual se protege.
Criticar una representación política es señalar sus determinaciones, hacerlo es principio de cualquier transformación.
Las naciones de América Latina nacieron de consignas militares organizadoras de guerras independentistas, forjadoras de Estados cuyas jurisdicciones dividieron pueblos, culturas, etnias y nacionalidades indígenas. Simultáneamente constituyeron cauces abiertos a pueblos vernáculos que habían hecho suyas estas tierras mucho antes de la conquista de América. En esta contradicción se engendraron los nuevos sujetos, pero hasta hoy permanece y atraviesa la esfera emocional más que la de la conciencia.
El ejército ecuatoriano, uno de los mas próximos a su población, no cultivó en el pasado inmediato los crímenes, desapariciones, torturas y violaciones de derechos humanos que avergüenzan a los uniformados del Cono Sur y Centroamérica.
Con la emergencia del nuevo orden internacional, este ejército habría presentido, especialmente desde 1998, un proceso de (premeditado o auto) debilitamiento. La pretensión de utilizarlo para una política no nacional se disimuló en denuncias sobredimensionadas que, independientemente de su correspondencia con la realidad, resultaban funcionales para la incorporación de los uniformes al "desafío del milenio" y otros menesteres del poder mundial.
Los ejércitos de la región serían transformados en vertientes de anticorrupción, antidrogas, respaldo incondicionado al "libre comercio", a tácticas encubiertas y estrategias desconocidas. Obedientes incluso en la oscuridad. Antes tendrían que integrarse al Plan Colombia, con o sin su consentimiento, con o sin conciencia de su significado y consecuencia. Así se lo planteó años atrás y se lo reformula en 2003.
La naturaleza que creó nuestras Fuerzas Armadas iba (o va) a ser destruida.
Contra eso se levantó el espíritu ingenuo y la inocencia conducida y, a su vez, histórica del movimiento del 21 de Enero que contribuyó a sustituir a Mahuad sin saber qué intereses lo derrocaban. El éxito consolidó la pérdida de soberanía.
Dejaron de ser nuestras las resquebrajadas políticas estatales. Las administraciones económica, monetaria, exterior y demás perdieron formulación estratégica. El beneplácito del Fondo Monetario fue y es inmenso. Se reedita la tradicional catástrofe e impotencia de estos Estados.
Endeudamiento, atraso rentable, armamentismo de desecho, chantaje premeditado, conversión en papeles de recursos y vida de generaciones es el esquema con el cual ningún país ha logrado mas que pauperización de masas y enriquecimiento de élites.
La ausencia de estrategias nacionales o multinacionales de políticas gubernamentales y estatales que ubiquen su verdadera circunstancia impide que toda reflexión rebase la discusión sobre rumores, criminología seudo política, moralina abundante, ñañocracia, desempleo de militares retirados, disputas familiares e intromisiones en la vida privada.
Así, el FMI y sus funciones político-militares quedan al margen de la conciencia. También su condición de integrante del poder que administra cada Estado subdesarrollado. Nos sumergen en denuncias destinadas a crear belicosos estados de ánimo y saturan el presente con la viciosa temática que idiotiza a la colectividad. Las farsas nos arrastran a participar moral o materialmente en toda guerra.
La caída sin regreso de la economía ecuatoriana se va en el éxodo y en los recursos que ascienden a paraísos especulativos. Se queda la arbitrariedad que cultiva pobreza rentable e inconciencia. Reaparece el fantasma del fin del Estado y con éste la decadencia de la nación.
El miedo al futuro se muestra en la sospecha ante la palabra que resiste. Los refugios son claustros de palabras inmunes que no contagian libertad sino ceguera.
En Latinoamérica, las Fuerzas Armadas pueden ser convertidas en piel de serpiente después de la muda. Van siendo enajenadas a intereses controvertidos con estas naciones y sus fines de antaño.
Sobre los países subdesarrollados recae abrumadoramente la dominación exterior, al extremo de no reclamar por la brutal destrucción de nuestra especie (reclamo reducido a la voluntad de científicos) ni por el desconocimiento de la ONU para desatar recientes guerras de conquista.
La vigencia de Naciones nuevamente Unidas supone el tránsito de la institucionalidad internacional a otra institucionalidad superior y distinta, la global.
El derecho internacional ha sido despojado incluso de su fuerza moral. Cede su sitial a la voluntad unipolar, único referente-jurídico al que pueden atenerse los débiles y los fuertes, pero en el cual los más frágiles no pueden permanecer sino a condición de acelerar su agonía o conversión en súbditos.
El cerco se acentúa en todas partes.
La incomprensión de la circunstancia histórica deja pasar desapercibida la poda de la subdesarrollada población excedente.